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I - LOS LEGENDARIOS Y OSCUROS
COMIENZOS.
Es muy poco lo que se conoce de los
albores de la Historia, de los tiempos en que los hombres aún no
eran hombres y las civilizaciones eran sólo un sueño en la mente
de alguna bestia. Sin embargo, los cronistas nemedios han sabido
leer entre las líneas de las leyendas para aclarar un poco los
orígenes de la fabulosa era del rey Kull.
Cuando los continentes se elevaron
temblando sobre el mar dominaban las tinieblas. Seres de un
salvaje primitivismo comenzaron a deambular por la inhóspita
superficie del mundo en el comienzo de los tiempos, y nada se
sabe de los miles de años que tardaron en agruparse en clanes ni
cuándo consiguieron elevar la primera y tosca muralla señal de
civilización. Dijeron que fue Valka el primer constructor de una
ciudad, y por ello fue considerado un Dios. Dijeron que Hark fue
el primero en instaurar el poder y la organización de un pueblo,
y por ello lo consideraron Fundador.
Bajo el hálito de estos dioses y
hombres, las primeras razas poblaron el mundo. Una Raza Antigua
llegó del Este, del Continente Sin Nombre, seres de piel lechosa
y ojos fríos, de pelo dorado, fino y brillante, de los que
anticipó su venida en gran Ka, el Pájaro de la Creación, que
voló sobre el continente llamado “thurio” aquel día y que
volverá a hacerlo el día del fin de los tiempos. Al poco,
llegaron los menos altivos hombres-serpiente, horrendos seres
capaces de adquirir apariencia humana para sufragar sus ansias
de sangre, y se asentaron por toda la tierra cuando aún Atlantis
y Lemuria eran sólo diminutas islas sin nombre.
Y aflorarían esos continentes
atados a las profundidades del mar. Al oeste La Atlántida o
Atlantis, que se pobló de hombres y mujeres de aspecto salvaje
pero noble. Al noreste las islas lemurias, de vigorosas gentes.
También en occidente, pero más lejos en el océano, emergieron
las Islas de los Pictos, habitadas por individuos de aspecto
bronceado descendientes directos de la Antigua Raza. Son estos
hombres los que fundaron la Era Thuria.
Sí, y hubo otras razas apartadas.
La del Sur, una civilización prehumana, la del sudeste, aquel
Reino No Thurio colonizado por involuciones de la Antigua Raza,
las de los desiertos y selvas, que no lograron avanzar en su
evolución y se rindieron al salvajismo... En esa antigüedad
arcana y neblinosa proliferaron los hombres-murciélago, los
diablos voladores, los orcos, las mujeres-pájaro, demonios sin
fin. Por fortuna todos desaparecerían tras cientos años de vivir
apartados y sólo persistirían en la Era Thuria algunos
hombres-lobo y, por supuesto, los hombres-serpiente.
Los nuevos habitantes, deseosos de
nuevas tierras para sus hijos, batallaron contra los
hombres-serpiente por el dominio del mundo. ¡Ah, qué guerra
hubo, tan siniestra y oculta!. La humanidad prevaleció y se
escudó de los ofidios con la invocación «Ka nama kaa lajerama»,
pero las serpientes volvían siempre a acechar a los hombres de
la nueva Era Thuria bajo el culto bífido y horrendo del Dios
Serpiente.
II
- EL EFÍMERO ESPLENDOR DE LA ERA THURIA.
Formado el mundo, se sabe que el
dominio lo ejercían los reinos de Kamelia, Valusia, Verulia,
Grondar, Thule, Thurania y Commoria. Los Siete Imperios. Eran
países escindidos internamente por las luchas y los desacuerdos
de sus habitantes, pero unidos por una lengua semejante que daba
fe de su origen común. Bajo su esplendor coexistían otros reinos
también civilizados, pero de menor importancia y habitados por
razas más antiguas, los de Farsún, Vinsala o Zarfhaana.
Valusia
fue el más importante. Su modelo servía para los demás países
dominantes: sedes de riqueza pero también de la inseguridad y la
violencia propias de los estados que nosotros conocemos como
medievales. En sus ciudades se amalgamaban barbarismo y
civilización, y en sus aledaños se arracimaban los bandidos y
los clanes de los fuera de la ley. Sobrevivían bajo el mando de
los tiranos como Borna, en el pináculo de una pirámide social en
la que los esclavos y la calaña sustentaban a los estamentos
militares, sacerdotales y de la nobleza. Practicaban el comercio
entre ellos (sedas y perfumes navegaban desde Vinsala a Valusia,
siempre inseguros bajo el azote de los piratas lemurios),
dispusieron de una rica agricultura y ganadería, perfeccionaron
la metalurgia, estudiaban curiosos los aspectos de la
astronomía, la filosofía y la poesía, y erigían ostentosas
manifestaciones arquitectónicas de poder (recordemos que Kamula
era una ciudad toda de mármol). Empero, también proliferaron
allí las artes horrendas de la hechicería, dando cobijo a los
magos y los adivinos y persiguiendo a los conspiradores de la
casta de la serpiente o a los que trazaban portales entre ésta y
otras dimensiones de naturaleza demoníaca.
Rindieron pleitesía a los benignos
dioses Valka, Honan, Hotath, Hark, Vala y Xerxux, pero también
eran practicados los cultos sangrientos al Dios-Escorpión, a la
Sombra Tenebrosa, a Zog-Thuu (endriago con alma humana que se
arrastraba en la oscura noche de Kamula), o al omnipresente
Díos-Serpiente.
Algo más apartados y menos
rutilantes eran los reinos bárbaros, el de los pictos
secuestrados por su insularidad occidental, el de los atlantes,
de un continente anejo al principal, también al oeste, y el de
los lemurios –o lemures-, habitantes de una cadena de grandes
islas del hemisferio oriental. Los atlantes compitieron siempre
con los espléndidos reinos del continente como una civilización
menor, nacida de los ímpetus arrolladores de la tribu
Mar-Montaña con la que Kull se crió. Sustentaban su poder en la
agricultura y la ganadería, comerciaban sus metales y piedras
preciosas con Valusia y nutrían sus ejércitos con bárbaros de
áspera anatomía. Inmolaban a sus semejantes ante la deidad del
Tigre Sagrado y es seguro que practicaron otros cultos horrendos
que las crónicas no nos han podido legar.
Más allá de las lindes que se
atrevieron a cruzar los exploradores se hallaban tierras
ignotas: la que estaba más al este de Grondar tras un desierto
inhóspito, la muy misteriosa civilización del sur, de supuesta
naturaleza prehumana, o la quimérica raza alojada en unas islas
del oeste con la que los lemurios a veces contactaron.
Así era el mundo de Kull. Un mundo
sin la diversidad de la Era Hyboria, más constreñido por el
espacio y que acusaba mayores mixturas étnicas. De hecho los
núcleos civilizados se nutrían de mercenarios extranjeros,
consejeros de otras pieles, generales y estadistas de diferentes
sangres…, y de reyes bárbaros. Kull fue uno de aquellos reyes,
el rey de Valusia. Él marca la inflexión entre el esplendor y la
decadencia de esta era, de la que sin duda fue consciente este
monarca melancólico, en cuyos ojos acerados titilaba el arribo
de un caótico destino a punto de cernirse sobre el mundo.
La decadencia en el seno de Valusia
surgiría de aquel laconismo del monarca. No sólo era el Tigre de
Atlantis rechazado por su origen bárbaro, sino que además se
prodigó la inquina de su pueblo por querer destituir parte del
culto tradicional e imponer su tótem, el Dios Tigre. Así mismo
quiso reforzar los lazos de amistad entre el suyo y los pueblos
bárbaros de los pictos y los atlantes, trató de eliminar las
viejas leyes establecidas de antaño que segregaban a la sociedad
en castas, repudió los sacrificios humanos y persiguió a la
nobleza corrupta.
Por esta razón el gobierno valusio
se vio acechado por conspiradores y, a la muerte de Kull, hubo
virulentos conflictos entre Valusia y Commoria tras los que el
debilitado imperio se sumió en luchas intestinas que el mítico
rey Kalenius no consiguió unificar en un último intento previo a
la disgregación del esplendor de los Siete Reinos. La brillante
civilización que hubo languideció, carcomida por el avance de
los ejércitos de Atlantis sobre la parte occidental del
continente, al tiempo que los pictos se hacían fuertes en el
sur.
Entonces un gran movimiento de
tierras convulsionó el mundo. Volcanes y terremotos hirieron la
tierra, zonas del continente thurio se anegaron o hundieron, las
islas pictas se desplazaron y elevaron, Lemuria fue tragada por
el mar, y también Atlantis. Pero no desaparecieron sus gentes.
De los pictos sobrevivió una colonia que se estableció en la
zona meridional del continente; los atlantes escaparon en balsas
por miles; muchos lemurios huyeron hacia la costa oriental del
continente, una zona que había quedado relativamente intacta.
Para su desgracia, estos pueblos no
protagonizarían una recuperación feliz. Los lemurios fueron
sometidos por la raza que habitaba en su nuevo hogar de adopción
y permanecerían esclavos durante milenios. Los atlantes se
vieron invadidos por hombres monos (dicen que descendientes de
las gentes de Grondar, transformadas en su huida hacia el norte
entre la desesperación y la locura), y tuvieron que sobrevivir
como artesanos del metal para hacerles frente. Los pictos
proliferaron con rapidez, pero padecieron los rigores de un
inexorable embrutecimiento hasta alcanzar un estado similar al
de los prehumanos del sur. De la civilización quedó un
remanente, sin embargo, el del pueblo de nómadas agrupados
llamados los zhemri, al sudeste, y el de otras gentes
diseminadas por el centro del mundo... un mundo que durante un
tiempo quedaría asimilado con el ascenso del poder de la cultura
de Aquerón...
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