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Los sojuzgados lemurios se
rebelaron contra sus opresores de la Raza Antigua y los
desterraron al noroeste. Los expulsados, tras empujar a los
pictos más al oeste, fundaron allí los reinos hermanos de
Estigia y Aquerón, pueblos de aspecto degenerado a tenor de
algunos, por causa de sus pieles aceitunadas, el porte elástico
y juncal y, sobre todo, por su pleitesía a los antiguos cultos
al Dios-Serpiente.
Los atlantes recuperaron
paulatinamente su condición humana, se tragaron su orgullo y su
furia y se refugiaron en las montañas del norte fundando
Cimmeria. Sus vecinos de más arriba, los hiborios, se armaron de
repente y comenzaron a deslizarse en oleadas de impetuosa
destrucción. Primero fundaron Hyperbórea, al este, constriñeron
más a los pictos, al oeste, respetaron a los cimmerios pero
empujaron sus ejércitos hacia el sur, sobre Aquerón, causando
gran mortandad entre su población. Los aqueronios huyeron al
regazo de su hermana Estigia, donde se hicieron fuertes y
lograron detener el furor conquistador de aquella etnia
invasora.
A partir de entonces se iniciaría
un proceso de mestizaje. A pesar de ello, brotaron algunas
líneas sin hibridación, como los hijos de Shem o shemitas, los
zinggs, los ases y los vanes que no bajaron del norte, los
oscuros hombres de los Reinos Negros del sur o los lejanos
habitantes de oriente, hombres de color mostaza y ojos rasgados.
El resto surgió de una mezcla más manifiesta: de los lemurios
surgieron los hyrkanios, y de estos los turanios; de otras
sangres mezcladas con la de los hiborios llegaron los ligures,
los zingarios, los zamorios y posteriormente, tras un proceso de
ennoblecimiento, los pueblos que fundaron los prósperos reinos
del Híbori, como Aquilonia o Nemedia, o Argos la navegante, o
Corinthia la prodigiosa, u Ophir...
Ya era la época de Conan. La Era
Hyboria cuya historia fue erigida sobre las cenizas y las ansias
de supervivencia de otros pueblos, de otras tierras, tan
esplendorosas como ella, tan llenas de pasión y salvajismo,
pobladas también por el sonido de los aceros al cruzarse, el
fragor del velamen en la tormenta y los cascos de las monturas
que se acercan atronadoras... |
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