(...)
J.-
¿Cómo recuerdas la etapa de mediados de los setenta,
publicaciones como Troya / Trocha...?
FHC-
En aquella etapa, cuando miro para atrás, había dos
cosas que nos obsesionaban mucho. Por un lado la constatación de que
había una transformación que se había producido en la literatura y
en el cine que, dentro de la historieta española no había tenido su
plasmación: el período realista que algunos han bautizado como el
"realismo social" en la novela española, o lo que pudieron suponer
en un momento dado determinadas películas que salieron a raíz de las
propuestas del Nuevo Cine Español que se hicieron en Salamanca.
Nosotros preferíamos llamarlo, de una forma mucho más Bretchiana,
"realismo crítico". Pero es verdad que en los tebeos no estaba
presente para nada lo que era la realidad de la gente, ni siquiera
lo que había sido la realidad del común de los mortales españoles.
Fue un momento en que obras que a mí sí me parece que han sido muy
importantes, como el Paracuellos o el Barrio de
Carlos Giménez, todavía no estaban hechas (porque Paracuellos
y Barrio se hacen después de la muerte de Franco).
Entonces, empezamos a hacer una serie de tanteos, algunos de los
cuales están presentes en El que parte y reparte... con un
personaje que dimos en llamar Julián Curtido. Eran distintas
historias: del emigrante que se va a Francia, el tipo que sale de la
cárcel... De Julián Curtido se llegó a hacer incluso un
cortometraje que dirigió Jesús Cuadrado, con un guión hecho
ex profeso para la película que no tenía nada que ver con las
historietas.
Queríamos llenar ese hueco, pero también estábamos muy influidos por
determinadas propuestas que eran antagónicas con esta preocupación,
propuestas mucho más radicales de las que el referente más inmediato
para nosotros era lo que estaban haciendo en cine, en aquel momento,
Jean-Luc Godard y Jean Pierre Gorin. Ellos habían
creado el colectivo Dziga Vertov y estaban haciendo un
trabajo de corte marxista leninista absolutamente marginal a todo lo
que era la industria, pero donde nos parecía que había elementos muy
importantes de análisis. Entonces, nosotros nos vimos en la doble
disyuntiva de intentar recuperar para la historieta lo que era una
forma de contar las cosas que, en España, podía haber tenido algunos
de sus puntos más altos en El Jarama de Ferlosio
(inquietudes que, además, eran comunes a toda una generación ahora
prácticamente olvidada, como Grosso, como Antonio Ferres,
determinados textos de Juan Goytisolo, de Luis Goytisolo)...
Y, por el contrario, queríamos romper con todo eso e ir mucho más
allá; el propio Goytisolo (que se encontraba ya “mucho más
allá”, acababa de publicar la Reivindicación del Conde Don Julián
destrozando el lenguaje) era para nosotros una muestra de que
queríamos recuperar para la historieta, por explicarlo de alguna
manera, lo que era el primer Goytisolo y, también, lo que era
ese nuevo Goytisolo. Y las consideraciones que teníamos con
respecto a la historieta... Algunas de ellas están plasmadas en la
correspondencia con Martín; algunas de ellas podrían parecer
hoy ingenuas (y, seguramente, lo eran también entonces): acerca de
cómo se nos había impuesto un modelo narrativo norteamericano, lo
mismo en la historieta que en el cine, que nos enseñaba a leer las
cosas de una forma distinta a como nosotros creíamos que podían ser.
Supongo que, llevados de nuestra juventud y osadía, empezamos a
soñar pensando que -la verdad es que yo lo sigo pensando- las
posibilidades de este medio son ilimitadas. No sabemos en absoluto
cuales son sus fronteras, y digo sus fronteras en el papel, porque
la gente ahora, cuando se habla de fronteras, enseguida piensa en
los ordenadores y en el CD-ROM como el cauce para que la historieta
encuentre su desarrollo. Pero es que no hemos acabado de encontrar
su desarrollo sobre el papel, y supongo que al paso que vamos no lo
encontraremos... Entonces nos pasamos unos cuantos años poniendo las
cosas del derecho y del revés, buscando otros caminos.
Troya
es
un colectivo que surge en ese momento, una vez muerto Franco,
de la necesidad de aglutinar a un grupo de profesionales conscientes
de que la transición iba a ser (como en efecto fue) algo bastante
delicado y peliagudo, y que la historieta podía ser un soporte para
hacer trabajos, digamos, comprometidos, palabra que se utilizaba
mucho entonces. Y allí nos juntamos una serie de autores que allí
tuvieron su primer baño de conciencia política, como es el caso de
Jaume Marzal, por poner un ejemplo. Jaume Marzal a la
mayoría de la gente, fuera de la profesión, a lo mejor no les dice
demasiado, aunque es el representante de los dibujantes en la UGT,
pero Jaume había estado dibujando, hasta entonces, tebeos de
guerra para Fleetway. Él decidió que las cosas no podían
seguir así y había que hacer obras de otro tipo: «vamos a hacer un
trabajo comprometido». Entonces hicimos un trabajo juntos sobre la
marcha de las Brigadas Internacionales que está recogido allí y que,
visto ahora, pues… no sé, pero, ¡jo!, aquello tenía un final casi de
estos de combate y lucha de «estaremos en las calles, estaremos...»,
en fin. Es decir, que en aquellos inicios había eso que Hernán
Migoya ha calificado, refiriéndose a mí, como un “interés por
estar a la moda”. Cuando él trata de explicarles a la gente más
joven quién soy yo, siempre les cuenta que yo era de aquellos que
por estar a la moda hacían cosas de izquierdas, que era lo que se
llevaba entonces. Por eso decía yo que, en contra de esa idea, la
realidad demuestra que, si aquello era la moda y era lo que se
llevaba, desde luego en la historieta no se vio, y costaría mucho
encontrar trabajos de dicha moda en las hemerotecas.
Nosotros habíamos empezado una gran amistad personal con la gente
del grupo de Premià, y ellos fueron el núcleo clave, en torno a
Antonio Martín, para la formación de la revista Troya.
Porque luego se da el caso de que, fuera de mis compañeros de
equipo, una de las personas con las que yo mejor me entendía
profesionalmente en aquellos momentos era Luis García,
por una cuestión, primero, personal y, en segundo lugar, porque su
propia utilización del proyector de cuerpos opacos conseguía que sus
trabajos tuvieran un toque de frialdad, digamos, que a mí me parecía
muy interesante, y que tanto en el caso de Saturio y de
Pedro como en el de Luis no obedecía a una incapacidad
suya como dibujantes. La gente seguramente conoce muy poco los
trabajos hechos por Luis García con anterioridad, pero
Luis García no necesitaba recurrir al proyector porque fuese
incapaz de dibujar como dibujaban Carlos o Adolfo,
sino porque era un lenguaje que él había elegido. Yo con Luis
me entendía bastante bien, aunque algunos de los trabajos que yo he
hecho con Luis están hechos en unas circunstancias un tanto
anómalas respecto a lo que debe ser una colaboración entre un
dibujante y un guionista, porque muchas veces, el guión mío está
hecho una vez la historieta se dibujó.
A.-
¿Y eso?
FHC-
Sí, hay algunos trabajos, por ejemplo, el álbum de
Argelia. Fue un encargo más o menos directo de los argelinos, y
en el álbum hay un argelino que figura por ahí...
J.-
Omar.
FHC-
...de coguionista, un argelino que a saber cuál era
su verdadero nombre porque, claro, este hombre seguramente era un
argelino que trabajaría para el FLN y que se movería con cierta
discreción por este país, supongo. Ignoro cuál era su verdadero
nombre. Entonces, el argelino contó a Luis y a Adolfo
cuál era el período que quería que se abarcase en el álbum sobre la
historia de Argelia y ellos lo fueron dibujando. Y fueron dibujando
las imágenes que les sugería lo que Omar les había contado,
dejando huecos donde suponían que convendría que hubiese frases de
personajes o textos de apoyo con acotaciones. Cuando ellos hubieron
dibujado el álbum, yo me encargué de rellenar todos esos huecos.
J.-
A mí me da la impresión de que es una especie de
documental.
FHC-
Sí,
con la idea de que llegase justo hasta el momento en el que empezaba
la película La batalla de Argel de Pontecorvo, es
decir, el momento en el que comienzan los atentados del FLN. Pongo
este ejemplo como una colaboración absolutamente atípica de
guionista, aunque luego no hayan faltado algunos críticos, como
Xavier Coma, que encuentran un prodigio de guión mi trabajo en
ese álbum (risas). Y, en parte, a lo mejor no le falta razón porque,
francamente, es difícil conseguir que aquello tenga unidad para ser
leído, teniendo en cuenta que ya estaba todo hecho. Ponía ese
ejemplo [el de Luis García] como el de una persona con la que
me entendía (ahí está el principio de Nova- 2,
donde también tuve algo que ver) y que, además, siempre he pensado
que ha sido de los autores, y volvemos a algo que decía al
principio, tratados con injusticia en este medio. Yo entiendo que su
trabajo desatase fobias en algunos sectores, pero lo que me parece
incomprensible es que buena parte de la gente que ha criticado el
quehacer de Luis García o Enric Sió, por considerar
que es un trabajo pretencioso o vano, luego es la misma gente que,
cuando han encontrado esa pretenciosidad en productos ingleses o
norteamericanos llegados en los últimos años, la han alabado como
algo estupendo. Hay tonterías anglosajonas con inquietudes
hiperrealistas o pictóricas que entusiasman a mucha gente y que con
veinte años de antelación Luis García lo estaba haciendo
aquí, y era y sigue siendo el hazmerreír para algunos de estos.
Pero, bueno, este es el medio que tenemos y, en muchas ocasiones, la
gente que lo juzga...
J.-
Después de eso creo que Saturio se
marchó a Dublín y, tras su partida, empezó la etapa de Sombras,
Peter Parovic,...
FHC-
Empieza antes. Pese a que muchos de nuestros trabajos
tuvieran aquel carácter de compromiso político, yo nunca he querido
ser un pelma que vive la política de forma tan obsesiva que es
incapaz de disfrutar con nada que sea ajeno a la política. A mí me
interesan muchas cosas en la vida, también tengo bastante sentido
del humor y he hecho trabajos cómicos, algunos de ellos muy poco
conocidos. De hecho, cuando me han llamado para hacer trabajos en la
televisión, me llaman porque consideran que tengo mucho sentido del
humor. Esto se puede relativizar, pero, vamos, que nunca he sido un
tipo triste, apagado...
A.-
Estoy recordando la tira de prensa en El País:
El Hombre Invisible.
FHC-
Por ejemplo. Entre esas muchas cosas que compartíamos
y que nos gustaban al margen de la política estaba la serie negra.
Entonces todavía estaba Saturio en el equipo, y recuerdo que
durante las tardes empezábamos a inventar historias de serie negra;
a esto nos había conducido tanto el interés que teníamos por la
serie negra como la preocupación lingüística que siempre tuvimos: el
pensar que era muy interesante trabajar con un código absolutamente
cerrado, lleno de claves, de estereotipos. Cuando sale un personaje
en la serie negra no hay que presentarlo, todo el mundo sabe ya que
ese personaje secundario es el matón de poca monta que es la suma de
todos los pequeños matones de poca monta que ha visto en el cine y
que ha leído en las novelas del género. Por tanto, para escribir con
sobreentendidos, que es algo que a mí personalmente siempre me ha
gustado (más bien sugerir que contar de forma exhaustiva lo que está
pasando: ser lo más escueto posible), encontramos que era un buen
medio la serie negra, y que tampoco es que estuviéramos traicionando
nuestras inquietudes. Uno de los pocos premios que tuvimos como
EL CUBRI nos lo dieron, precisamente, por la primera historia de
Peter Parovic; fue un premio 1984. ¡Toutain nos
dio un premio! Nos dio un premio a la mejor obra española, al mismo
tiempo que el premio a la mejor obra extranjera se lo daba a
Alack Sinner de Muñoz y Sampayo, que iban años luz
por delante de nosotros en esto, y eran indudablemente mejores.
Al
mismo tiempo -en esa especie de confrontación o debate que yo
todavía sigo arrastrando hasta el día de hoy-, mientras recreábamos
un género aparentemente tan convencional y tan codificado, estábamos
intentando en la revista La Calle (una revista de información
general vinculada con el Partido Comunista y que vino a sustituir a
lo que en su momento había sido Triunfo) una serie muy larga
de Oeste, llamada Mezquite, valiéndonos del proyector
de cuerpos opacos, que era precisamente un intento de destruir el
género. Mientras en una permanecíamos fieles, en la otra estábamos
jugueteando, del modo en que jugueteaban otros directores de la
época como Monte Hellman, por ejemplo, en aquellas primeras
películas que hizo con Jack Nicholson [Felipe debe referirse
a El Tiroteo, un largometraje de 1968, creo, que fue
reestrenado en España en los años setenta], cambiando un poco la
forma de narrar western. Luego, efectivamente, hay un momento
en el que Saturio se va a Irlanda, conducido por el amor de
una irlandesa, y nos quedamos Pedro y yo, todavía durante
algunos años, trabajando. Hay una primera versión completa de
Cadáveres de Permiso que nunca se vio, salvo algunas páginas
expuestas en la librería de Mario Ayuso en Los Sótanos. En la
segunda versión de Cadáveres de permiso ya no estaba
Saturio con nosotros.
A.-
¿Es recuperable esa primera versión?
FHC-
Supongo que la debe conservar Pedro, porque todo el archivo
de EL CUBRI está todo en poder de Pedro. Supongo que
lo seguirá teniendo. Luego vino una pequeña ruptura o divorcio entre
Pedro y yo. Bueno, uno en la vida sigue cierto camino o
evolución, el otro de otra manera, y llegó un momento en que
nuestros caminos empezaban a separarse cada vez más. Además, la
historieta es un medio absolutamente ingrato para trabajar en él, y
Pedro, después de esa separación, no volvió a tener más
relación con la historieta que cuando hizo con Jorge Martínez
Reverte las tiras aquellas en El País durante un verano,
que luego se recopilaron en un álbum que sacó Ediciones Cúbicas que
se llamaba Un cadáver sin dueño. Eran dos historias, la
primera era Un cadáver sin dueño y la segunda era Sol de
otoño. Yo luego tuve la suerte de encontrar mucha gente
estupenda a través del Madriz. Sobre todo tuve la fortuna de
encontrar a Federico del Barrio y a Raúl que aunque
son más jóvenes que yo, para mi sorpresa, hay afinidades en la forma
de ver la vida mucho mayores de las que he podido tener con Pedro
o con Saturio. Y eso me ha permitido seguir haciendo trabajos
con ellos y, esporádicamente, cosas por ahí con otra gente, pero
tampoco mucho. Hay gente que dice: «¡hala todo lo que trabajas!» No,
si es francamente poco. He tenido la suerte, en ocasiones, de darme
el gustazo de trabajar con dibujantes que me encantaban, he podido
hacer una historieta, aunque sea de cuatro páginas, con Keko,
o con Ricard Castells o con Ana Juan y eso. De los
dibujantes que más me interesan a mí en este país, me quedan muy
poquitos, o sea, digamos que me gustaría poder hacer algún día un
trabajo con Micharmut, sobre el que hemos hablado muchas
veces [Juan] Enrique [Bosch] y yo. Con Calatayud
también me gustaría hacer algo, y con Víctor Aparicio y con
Isidro Ferrer [en aquel entonces, sus trabajos con Isidro
Ferrer aún no estaban hechos], así, básicamente. Aunque,
evidentemente, el grado de compenetración con Raúl o
Federico del Barrio es... vamos, yo soy el primer sorprendido y
el primer agradecido a que ellos se hayan avenido a ser quienes
hayan puesto en pie mis historias.
J.-
Bueno, y el Madriz, ¿cómo surge?
FHC-
En medio de toda esta dilatada vida de mi ancianidad
vamos haciendo saltos muy grandes, dejando muchas lagunas. El
Madriz surge, como tantas otras cosas, debido al azar. Yo
trabajaba como crítico de arte en un periódico que el Ayuntamiento
socialista de Madrid repartía gratuitamente entre la gente. Se
llamaba Villa de Madrid. Y donde, por cierto, estuvimos
haciendo como EL CUBRI una serie con dibujo humorístico,
tratando de contar la historia de Madrid en plan satírico, que se
interrumpió por protestas de la Casa Real en el momento en que
llegamos a Felipe V y, por lo tanto, ya entrábamos en los
Borbones. Entonces, tajantemente, se prohibió que continuara la
serie. En el periódico, yo llevaba todo lo que era la información de
arte. Y, un día, paseaba por un pasillo y apareció una gente que yo
conocía y que estaba vinculada a la Concejalía de la Juventud, y me
pidieron que entrase a una reunión en la que estaban decidiendo
poner en marcha una revista para jóvenes que, como casi todas las
revistas que se pensaban entonces para jóvenes (y no sé si ahora
también), iba a ser una revista que tuviera unas páginas dedicadas
al motorismo, otras pocas a la escalada y la naturaleza, unas más de
ecología, otro poco de música, con recomendaciones de discos... Y
unas pocas páginas de historieta. Entonces, yo les comenté que me
parecía que era un momento en el que tenía mucha importancia la
imagen y que se podía hacer una revista que fuese, toda ella,
básicamente de historieta, en la que se diera cabida a mucha gente
que no encontraba su hueco para poder contar las cosas en las
revistas comerciales. Me dijeron: «bueno, si lo tienes claro, ponla
tú en marcha». Entonces, a través de Mario Ayuso, que había
abierto la librería Madrid Comics en Los Sótanos, conocí a dos
jóvenes diseñadores que eran Javier de Juan y Jesús Moreno,
que hicieron el diseño de la revista. Jesús Moreno fue quien
le puso el nombre de Madriz, acabado en "Z". A la espera de
que la revista existiera para ser un reclamo de propuestas, que
sabíamos que lloverían a miles, lanzamos un primer número
recurriendo a gente que conocíamos, gente muy heterogénea en aquel
momento. El primer número tenía a Carlos Giménez, Juan
Giménez, LPO, OPS, Rubén, Federico del
Barrio, EL CUBRI y Ceesepe, que hizo la portada. Esa era
la alineación inicial. Luego, aquello fue sorprendente, porque
fueron surgiendo cientos de dibujantes, y algunos absolutamente
portentosos.
A.-
Muchos han desaparecido.
FHC-
Pues sí, porque se produjo también, como recordaréis,
la paradoja de que Madriz empezó a ser atacada como una
revista que hacía una competencia desleal a las revistas que
existían en el mercado, al estar subvencionada por el Ayuntamiento.
Luego se descubrió que esto era un criterio absolutamente hipócrita
porque, cuando Madriz desapareció, no recuerdo que ninguno de
los grandes editores de historieta que tenemos en este país captasen
a toda aquella gente, luego no eran competencia
del público de su revista; ni les interesaba a ellos ni, en general,
les interesaba al público. Y tuvimos también el problema de nacer
ahí, al hilo de una especie de posmodernidad mal entendida, que se
tradujo en que la revista fuese atacada también desde otros medios
como una muestra más, boba, de la Movida. En un trabajo de Pérez
Navarro y Sempere, no sé si en Más madera, se
insinuaba que éramos medio maricones todos... Y, luego, por otro
lado, se la tildó de mero catálogo de dibujantes. En fin, más de uno
ha habido que luego ha tenido que cambiar su parecer, poco a poco,
sobre aquella publicación.
A.-
¿Cuál era la línea a la hora de elegir los autores?
FHC-
Pues, la línea, para bien y para mal, era casi la
ausencia de línea. Estábamos en un momento absolutamente delicado
porque teníamos a la derecha del Ayuntamiento intentando cargarse la
revista y, por otro lado, teníamos al Partido Socialista, que era
quien la financiaba, sin comprender muy bien por qué la estaba
financiando. De hecho, era un proyecto que apoyaba, con su
entusiasmo personal, Chema de Mingo, coordinador de las
actividades de la Concejalía de la Juventud que hizo de esto una
apuesta personal, hasta el punto de que la revista salió casi a
traición, es decir, si se hubiera consultado en el Ayuntamiento la
posibilidad de sacar la revista Madriz, Madriz no hubiera
nacido... La primera noticia que el entonces alcalde Enrique
Tierno [Galván] tuvo de la existencia de Madriz, la tuvo
al mismo tiempo que la gente que compró la revista ya en los kioskos.
Dudo yo mucho que, con consultas previas, aquello hubiera visto la
luz. Y, en cuanto al criterio, sin duda puedo haberme equivocado con
algunas personas que llegaron hasta Madriz con su trabajo y
haber sido incapaz de ver la calidad que había en esa gente, no digo
que no porque en estas cosas puede suceder; pero yo, la verdad, me
miraba todos los trabajos con mucho cuidado e intentaba atisbar
siempre qué podía haber más allá del trabajo que me estaban
enseñando. Siempre pongo dos ejemplos de esto: uno es el caso de
Raúl, que vino con un trabajo absolutamente perfecto, realista,
de unos gnomos; yo le planteé la posibilidad de que tratara de
indagar de una forma más experimental en algo que se atisbaba en el
fondo de sus viñetas, pero que no eran sus imágenes. Y ahí fue
cuando Raúl, que estaba haciendo Los irregulares de Baker
Street en Cairo, da un cambio radical a su estilo.
A.-
Y a lo que ha llegado.
FHC-
Federico
venía de hacer Tierra S.A. y Los Cavallers di Nocte,
en Cimoc y Rambla, respectivamente, pero tenía claro
que quería hacer unas cosas bien distintas de aquellas y que no
había podido hacer en esas revistas comerciales.
Y
el otro caso que iba a citar, por poner dos ejemplos, es que
Manolo, Manuel Hidalgo. Llegó con unas páginas de estilo
Corben, muy cuidadas, con muchas horas de trabajo. Yo estaba
mirando las páginas y no sabía muy bien qué decirle ante ese trabajo
tan convencional y, al dar la vuelta a la página, vi los muñecos de
Manolo, que luego han sido tan conocidos aquí. Dije: «¿y
esto?». Manolo respondió: «No, eso no me cuesta esfuerzo,
esos muñecos los hago cuando hablo por teléfono». Entonces le dije:
«muchacho, olvídate del esfuerzo, olvídate de Corben y tira
por este camino». Y, bueno, perdimos una copia de Corben,
pero tenemos a Manolo.
El
Madriz lo recuerdo como una etapa absolutamente viva. No
había redacción. A veces tenía que utilizar la pantalla de
que la gente dejase en la Concejalía los trabajos que yo, de vez en
cuando, iba a recoger, porque si no hubiera sido terrible; pero la
redacción de Madriz han sido algunos bares y, sobre todo, mi
casa, que era una peregrinación continua de gente con carpetas. Me
gustaría pensar que a la gente siempre la traté respetuosamente, con
mejor o peor fortuna, y siempre les animé a que siguieran haciendo
cosas.
Hay, luego, historias que se cuentan de forma muy interesada, que yo
creo que le pueden convenir al autor que las cuenta, pero que son
inexactas. Por citar una de aquellas -aunque estoy ya un poco harto
de la polémica con determinados autores-, cuando Miguel Ángel
Martín habla de que sus trabajos no se pudieron publicar en
Madriz porque eran trabajos absolutamente duros (él había venido
de León con su amigo, con Toño Benavides a enseñarme unas
muestras), él no cuenta las cosas realmente como son. Los trabajos
de Miguel Ángel Martín no se publicaron no por duros o algo
así, sino porque en aquel momento, y contado de forma eufemística,
la deuda gráfica de Miguel Ángel Martín con el
desgraciadamente malogrado Calonge de El Víbora era
excesivamente grande, y Calonge estaba medio atacado de los
nervios por el exceso de similitud que había, entonces, entre los
trabajos de Miguel Ángel Martín y los suyos. A mí me parecía
una desconsideración hacia él [Calonge] dar salida a esos
trabajos. Podía ser una cosa absolutamente circunstancial, no quiero
decir con esto que Miguel Ángel Martín copiara a Calonge,
porque también Calonge, en ese sentido, estaba convencido de
que Ana Juan miraba demasiado sus trabajos, cosa que me
consta que no es cierto. Ahora ya Madriz es una cosa
paleolítica, pero me ha hecho mucha gracia cuando he oído contar
historias que no han sido como en realidad han sido, pero supongo
que con todo esto hay que contar.
Madriz
se
murió, simplemente, porque llegó un momento en que el Ayuntamiento
se plantó y dijo: «¿Cuál es exactamente la rentabilidad política que
tenemos por esta publicación? A ver, ¿esto, en votos, en qué se
traduce?». Y, claro, eso, en votos, no se traducía en nada. Era muy
difícil tratar de explicarles que era algo mucho más sutil, que
Madriz había sido el ejemplo para que surgieran muchas revistas
de ese tipo en otros ayuntamientos e incluso había tenido una
proyección fuera de España, como también he contado muchas veces: en
una de las dos escuelas de Bellas Artes belgas, la de Saint Luc, el
Madriz ha sido el manual de texto con el que han trabajado
una serie de autores que ahora están vinculados con revistas
europeas como Pelure Amère o Strapazzin o Le
cheval sans tête, gente que ha tenido que estudiarse Madriz
en las clases; y supuso un ejemplo para revistas surgidas en los
sitios más extraños: en Pôrto Alegre, en Brasil, una revista que se
llamó Dum-Dum (muy importante para un salto cualitativo de la
historieta brasileña de los últimos años) dedicó su primer número al
ejemplo que Madriz supuso para ellos. Pero, claro, esto votos
no eran... Y la cosa se terminó ahí.
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