ordinario

Editorial :

Cuando lean ésto va a ser demasiado tarde.
Craneamos obsesivamente el asunto durante un año y monedas.
Perseguimos a autores consagrados; sedujimos a plumas nóveles y
embaucamos a otro tanto para que traigan sus relatos, sus miradas
y sus tintas a estas páginas.
En un gesto ludita, cuando la carrera estrella es ir detrás de una revista
digital, un blog, una app, nosotres estrenamos una revista en papel.
No sólo eso: convencimos a narradores de que se pongan a escribir
novelas de folletín, aguafuertes, literatura juvenil; persuadimos a
escritores de que nos cedan textos inéditos de literatura breve -en
este número, desde la Patagonia-; fuimos tras el colectivo fotográfico
más revulsivo de los últimos años y les prometimos papel a color. Y,
entre tantas otras cosas que leerán cuando den vuelta esta página,
fuimos tras los, las, les historietistas que más nos gustan, a pedirles
que sean parte. No somos nostálgicos, no se equivoquen. Tampoco
somos mártires de la tinta y el papel ni buscamos serlo.
Creemos, en la escritura, en la pasión de la lectura, en las lecturas
apasionadas, en las historias posibles, las que valen ser narradas,
en las múltiples formas de contar un mundo. Eso es todo. Amamos
la ficción y venimos a proponerles un amor, de los que no abundan
hace tiempo. Porque estamos ante el inicio de algo que esperamos sea
un romance. Nuestra relación, este enamoramiento, debe ser mutuo,
y al amor exige carne, de los ojos y las manos tensas sudorosas,
expectantes, de los lectores sosteniendo estas páginas, de estas hojas,
el cuerpo de estas historias. Un frente a frente irrepetible.
Ahí estaremos, lectores, con literatura, mes a mes en el puesto de
diarios más cercano a sus casas, o en la librería, o en el buzón y
ustedes estarán esperándonos con ansia contenida, la próxima historia,
el próximo capítulo. Esa es nuestra apuesta, nuestro deseo. No
les vamos a hablar “de” libros o comics, ni reseñas, ni entrevistas:
sino que les traeremos textos inéditos cada número.
Todo tiempo pasado fue anterior, como dicen en el barrio. Y no
venimos a inventar la pólvora: hubo decenas o cientos de revistas en
las que nos inspiramos -y ojalá florezcan mil más-, pero la mayoría
hace décadas que dejaron de editarse. Simplemente recuperamos
lo que nos gustaría encontrar en una publicación literaria. Con el
impulso de Internet para llegar a más lectores, esperamos hacer de
cada entrega un objeto de colección. Algo que uno quiera atesorar
en su biblioteca. Y, a la vez, por más paradójico que suene, que
nos “queme” en las manos. Que no podamos darnos el lujo de que
alguien se lo pierda.
Todo con un solo objetivo: Maten al Mensajero.