MUNDET. LA INOCENCIA AHOGADA
JAVIER MORA BORDEL

Resumen / Abstract:
Gari Folch, serie publicada en Rampa Rambla, se construye como un ejercicio de instrospección que reflexiona sobre el crecimiento de un autor de historietas que ama al medio por encima de todo.
LA INOCENCIA AHOGADA. Gari Folch, de Joan Mundet 
 
Renacimiento.
 
Las décadas de los setenta y ochenta supusieron la irrupción de tiempos de cambio. La España caduca, la anquilosada platea del fascismo, la de la charanga y pandereta que diría Machado, vivió un vertiginoso proceso de renovación, de lavado de cara, a todos los niveles.

La historieta no podía ser menos. El cómic nacional, que hasta entonces no pasaba de ser un mero producto de entretenimiento para masas, se encontró de pronto en la tesitura de que debía crecer, madurar, o quedaría anquilosado, sin más, ante la época venidera. Renovarse o morir. Así será como una nueva generación de autores, partiendo de las propuestas de renovación estética planteadas años atrás en la vieja Europa (Crepax, Forest…), no solamente encontrarían cabida con el viento a favor, si no que, paradójicamente, pasan a convertirse en los voceros simbólicos y significativos de ese futuro anhelado que se palpaba de esquina en esquina. En definitiva, los Carlos Giménez, Luis García, Fernando Fernández, Alfonso Font, Alfonso Usero, Josep Mª Beà, Esteban Maroto, Enric Sió, y compañía, marcarán un antes y un después en el que conceptos tales como autor, obra elaborada y compromiso, se erigen en los pilares de un medio incipiente en el terreno de lo artístico.                   

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 Dentro de esta pujanza, el nacimiento de la revista Rambla puede señalarse como un punto de inflexión determinante de este movimiento: un control editorial a manos de los propios creadores, un producto enteramente nacional que mostraba a todas luces la calidad de nuestros autores, unos planteamientos de desarrollo más movidos por intereses artísticos que por otra cosa… Lamentablemente, será también su canto del cisne. Tan simple como la vida misma: la competencia de antaño (los superhéroes) se rejuvenecen, conectan con mayor facilidad con el público de siempre, el infantil / juvenil; mientras que el supuesto público “adulto”, gustoso de obras “adultas”, no se asienta como tal y paulatinamente irá dejando de comprar las tan maduras revistas. Todo esto antes de la irrupción definitiva del manga, que, años después, dará el golpe de gracia a un modo de entender la historieta. Más que la libre competencia, será la falta de solidez, recursos y previsión de las “inocentes” editoriales españolas las que motiven la caída de este modelo.
 
Rambla fue una de las primeras damnificadas. Dado que el prestigio editorial no se tradujo en ventas, muchos de los autores de renombre y prestigio se vieron obligados a abandonar el barco para asegurar el sustento. Esto abrió la puerta a una nueva generación de autores noveles (presentados en su mayoría dentro de Rampa Rambla, de los quepodemos mencionar a Ángel de la Calle, Juan Catalina o Kaffa), ávidos por alcanzar tanto cierto grado de reconocimiento artístico como profesional. Un estatus imperecedero que sirviese de premio al afán experimental y contestatario de sus respectivas propuestas estéticas. Un amor por la historieta aquél, como poco, desinteresado.
 
Sin embargo, este nadar contracorriente, se convirtió, al final, en un ir a la deriva tal que ahogaría cualquier esfuerzo de regeneración artística alejado de las corrientes comerciales, por el espacio de más dos décadas.
 
Punto y aparte.
 
Joan Mundet es uno de estos jóvenes valores representativos. Nuestro autor (Castellar del Vallés, 1956) inicia su participación desde el número 10 (agosto-septiembre de 1983) con la historieta “El quincallero y su jumento”. Le siguen obras breves, relatos cerrados (“Los santos inocentes”, “Marlyn, Poe y el judío errante”, “Way to hell”…) con los que ejercitar el incipiente lenguaje del historietista innato, en los que gestar un estilo propio al margen de las reminiscencias. Y sería en este marco, dada su aceptación y la soltura demostrada, donde acabará por dar rienda suelta al primer sueño de todo historietista: el desarrollo de la obra completa por excelencia, el nacimiento de la ópera prima. Para el caso que nos ocupa, Gari Folch, serie ofrecida en los primeros cinco números de Rampa Rambla a lo largo de 1984.
 
No estamos ante un proyecto que haya nacido de improviso. Encontramos lejanas reminiscencias: “Nada”, una historieta de tres páginas dibujada en 1977, y “Jan”, su segunda versión de finales de 1978. El planteamiento de Mundet es plenamente personal ya desde su inicio: mostrar una visión de ribetes oníricos que, a medida que es reelaborada, se vuelve más descarnada. La “musa” del artista renombrado pasea ante nuestros ojos su esencia de mundana sencillez, su alma desnuda, desprendida de subterfugios banales. Conforma los límites de un mundo estético en gestación, donde la duda e inseguridad del álter ego principiante sesgan la acción a partes iguales.
 
Este poso de incertidumbre, de tensión emocional impregnada de resabio lírico, de choque constante entre los límites de la mísera realidad y los sueños propios por cumplir que se va acentuando en Gari Folch, permitirá a Mundet de forma involuntaria poner punto y final a la época de mayor esplendor de nuestra historieta. El broche de oro a toda una generación aferrada a una concepción de la historieta como arte en estado puro, arte de sobrevivientes, y que sin embargo se encontrará de bruces con la amarga realidad (ya imposible de vencer o sortear como hasta el momento) de un mercado editorial en caída libre, donde la figura del historietista quedará reducida, finalmente, a la de mera comparsa sin voz ni voto. Se abre, definitivamente, nuestro actual periodo de desilusión y desencanto (congénita debilidad editorial incapaz de resistir las crisis del mercado así como de adaptarse a sus circunstancias, nulo uso de recursos creativos propios lo que conlleva a una falta de originalidad pasmosa, escasez de ventas con el consiguiente mal pago a los autores…), en el que el tebeo ha vuelto al anterior estadio de producción artesanal (el artista de cómic deja de serlo para convertirse en un asalariado que puede realizar cualquier tipo de producción a un bajo coste) con tan sorprendente y desgarradora facilidad que nos hace plantear su escaso bagaje dentro del campo de la cultura o de lo artístico.

Esta dualidad será el eje sustancial en torno al que se mueve este retrato de decadencia. Sí o no. Renacer o morir. Los sueños cumplidos o los rotos. Líneas de pensamientos desdibujados, de sentimientos entrecortados, obstinados en hallar respuesta. Y ante todo, la oposición entre los marcos sociales, determinantes del entorno, y un autor, marcado y condicionado expresamente por los mismos. Así se gestara una línea de aproximación a la obra creativa en la que el poso de lo autobiográfico se convierte en el mecanismo adecuado para este tira y afloja conceptual. Movimientos en ambos casos de eclosión manifiesta y lastrada: frente a la España que trata de reformar las viejas estructuras anquilosadas de siempre se dispone el artista que trata de forjarse a sí mismo; frente al sujeto social que intenta forjar su propio espacio está el arte como vehículo genérico de expresión de los avatares humanos. Viajes de ida y vuelta de una conciencia bamboleante, mecida a la par por circunstancias propias y ajenas en las que la historieta se define en fondo y forma.

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La presencia represora del padre

 Se gesta la conciencia.

Conceptualmente, a través del diario autobiográfico, de tan amplio calado en la historieta, nace la voz de una conciencia que trata de mostrarse a sí misma lejos de un deambular errático. El camino a seguir será el de la felicidad “ilustrada”, es decir, la forja de un nombre propio dentro del difícil mundo de la historieta. Tener la aceptación y el reconocimiento de los semejantes, ser un hombre de provecho, más en la España tradicional, sumida en tópicos y prejuicios contraproducentes con respecto al carácter laboral de cualquier tipo de artista, especialmente aquellos dedicados al terreno expreso de la cultura popular (algo que no deja de ser paradójico en cierta manera) revela el devenir de la realización social. El éxito o el fracaso en el terreno artístico/laboral será, por lo tanto, la delgada línea que marque una vida plena. Así no es extraño el cierre de la obra: una madre (enseguida veremos el papel “maternal”, símbolos de fortaleza y belleza, de la femineidad) que trata de consolar al hijo que tan claro tiene cuál ha de ser su futuro, a pesar de la oposición familiar en este caso centrada en el padre.

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 Sólo cabe la ofuscación por conseguir la estabilidad y el afianzamiento en un terreno, por desgracia para nuestro dibujante protagonista, lleno de obstáculos y vicisitudes, al margen de la   inestabilidad propia como de la industria. Abrirse paso se hace, a cada página, cada vez más cuesta arriba. La espada de Damocles pende sobre su cabeza en todo instante. Trabajos y muestras que no obtienen el premio deseado; horas y horas frente al frío vacío del papel en blanco. La industria se muestra cerrada en banda, sin experiencia el autor no puede desarrollarse. El mundo de los negocios hecho arte. La sociedad del capital únicamente dejará de cuestionar el carácter productivo del creador si éste alcanza el reconocimiento de un público, traducido esto en ventas. El artista, en cambio, buscará el prestigio. 
 
Las continuas frustraciones acabarán por pasar factura con un breve abandono del campo artístico, de la lucha incesante, para tomar fuerzas, replantear objetivos y saborear el placer de concretar objetivos. En este sentido, un trabajo circunstancial como es el desarrollado en una jardinería se presenta revelador. La satisfacción de ver crecer lo sembrado con las propias manos provoca que el autor tome conciencia de sí mismo: el deseo se atenúa y con él, el miedo al fracaso; la persistencia por lograr concretar un sueño, aún lejano, fortalece y revitaliza el carácter; y sobre todo, aprende a valorar las “pequeñas cosas” hasta ahora relegadas. El nacimiento de un hijo, la creación de un hogar, la tranquilidad de la rutina cotidiana… un sentido de la vida idealizado en torno a la figura de su fiel compañera y esposa, Gari.
 
El homenaje va más allá del mero título. Gari es la musa constantemente presente que aporta las fuerzas necesarias para evitar la caída en el desaliento o en el abandono. De este modo, las clásicas heroínas de la historieta quedan humanizadas a través de una nueva dualidad, de procesos paralelos de rol (las típicas damiselas en apuros) y corporeización (Valentina, Barbarella, Oktobriana y tantas otras, a finales de los sesenta se convierten en iconos de rebeldía haciendo gala de una sexualidad liberada).
 
En cuanto a peso específico en la obra, su sola presencia, de fondo, a la expectativa, libera al autor de la soledad creativa que podría haber llegado a atormentarle y abatirle de no haber encontrado este freno. Testigo del arte incipiente, dadora de la palabra precisa que aporte serenidad al espíritu, Gari se erige en la figura capital, verdadera protagonista de esta historia de encuentros y desencuentros. Su rol no será pasivo, rompiendo con el condicionante social que la rodea. Lejos de posturas de cumplimiento machistas, tan típicas en nuestro país, Gari opina, sugiere, aporta soluciones estéticas que determinan su influencia. Gari se hace presente participando en la concepción de miles de páginas. Es ella la madre que las amamanta, quien las mima. El “parto” estético es de otro en este caso, pero aún así los condicionantes simbólicos de su figura femenina la convierten, sin duda alguna, en el puente con el que unir fantasía –la inventiva desangelada- y realidad mundana. 

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Gari como catalizador del ánimo

En consecuencia, la figura incorpórea de Gari ha de convertirse en ser. Y será la desnudez de su presencia, en buena parte de las situaciones, el elemento catalizador. Lejos de constituirse en un simplista recurso erotizante, al estilo del característico destape de la época, Gari hace con su cuerpo aún más patente el estado de serenidad de su propio espíritu. La calma que desprende su alma, lejos de explotar en estados carenciales, se hace patente. Y derivada de ella se presenta una sexualidad abierta y comprometida en pareja, llena de candor y ternura; el paraíso reencontrado, capaz de aliviar y curar las heridas ocultas del día a día, de desahogar mediante el lenguaje de las caricias los pesares de la existencia; de poner un parche momentáneo a la soledad a la que nos vemos abocados.

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Viñetas regias.
 
Atendiendo a los preceptos anteriores, la presencia de la historieta se hace determinante. La forma se caracteriza a sí misma, estrechamente relacionada con su correlato ideológico. La testarudez permanente por alcanzar las más altas metas dentro de su ámbito de acción cultural, lleva al autor a desarrollar las características de un relato en el que potencia aquellos elementos conformadores de su propia definición artística. El diálogo como eje estructural del tiempo narrativo; la secuenciación de imágenes de corte intimista, ligadas al estado connatural del personaje; y, sobre todo, el desarrollo de una vía metahistorietística que acentúe el conjunto.
 

En relación a la función expresiva del diálogo, este no sólo da voz a cada uno de los personajes de la trama. Os diálogos cumplen con creces con su cometido habitual de ceder la palabra al personaje, presentando unas caracterizaciones precisas y comedidas con las que el lector puede construir una imagen mental de los mismos más que certera. El diálogo humano usa lenguajes y modos con los que las fórmulas de expresión manifiestan los soterrados estados emocionales de los protagonistas de la obra, evitando caer en explicaciones innecesarias y redundantes, así como en cualquier visión de época que lastre el ritmo narrativo. Los personajes y sus parlamentos impregnados de subjetividad están fuera del tiempo. Su diálogo, es perenne consustancial a cualquier época, no sólo a una etapa determinada de España. ¿O acaso un autor novel de hoy en día no encontraría las mismas vicisitudes que el pobre Fornells? La vigencia y actualidad de sus palabras se hace, por tanto, notoria.

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Viñetas prolijas

 Al mismo tiempo, supera sus propias funciones convirtiéndose en el marcador diferencial de las distintas secuencias narrativas. El diálogo denota el fluir de la reflexión, de las ideas que brotan alrededor de una obsesión existencial. De este modo, pequeñas escenas de pensamiento, se suman unas a otras hasta superponer un grupo ideográfico en el que los límites y las fronteras se diluyen. Si a esto le sumamos la subjetividad implícita en la palabra, nos encontramos con la configuración de un tejido secuencial plegable a los sentimientos e intereses de los interlocutores. Es por ello que se manifiesta en cada página una secuenciación más volcada en el elemento lírico presentado experimentalmente en nuestra historieta por autores como Enric Sió, sobre quien el autor manifiesta en más de una ocasión su admiración. 

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El juego de los detalles

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 Llama especialmente la atención el uso del tamaño de las viñetas en relación a las ya mencionadas pautas de pensamiento narrativo: prolijas para que este mismo se dilate en imágenes ilustrativas de su esencia; de plano detalle, con las que acentuar aquellos aspectos que podrían pasarse por alto a la visión propia de los personajes, o con los que solventar o agilizar el desarrollo puntual de hechos puntuales. Viñetas que confieren, en conjunto, un estado de frescura, de rapidez de lectura, a medida que nos adentramos en el conocimiento de los mismos.

De igual modo, ya atendiendo a la línea de dibujo, destacan sobremanera los horizontes de hiperrealismo que se tejen sobre la página, y que pueden caracterizar los rasgos de una incipiente escuela hiperrealista española. Autores como el ya mencionado Sió, Maroto y sobre todo Luis García, etc., dejan a las claras la relación de nuestra historieta nacional con respecto a una de las corrientes pictóricas más en boga a lo largo de los sesenta. Coincidencia en el tiempo con la obra de los Estes, Ruscha, Hucleux de turno, por señalar sólo algunos… Aunque quizás la influencia sea más clara a desde la escuela italiana de historieta (Toppi y Battaglia, destacarían sobre el resto), fuertemente influenciada por el neorrealismo cinematográfico de Rossellini, Visconti o De Sica (no sería una teoría disparatada dado que Sió publicó su “Aghardi” en Linus durante 1969). Sea cuál sea la referencia, Mundet delimita su creación alrededor de esta castiza manifestación de la realidad. Un preciosismo estético que contrarresta el lirismo de la palabra, en pos de una búsqueda consciente de una objetividad gráfica que precise ambientes, personajes y situaciones.

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La influencia de Sió y, luego, de García.

En este sentido se hace particularmente palpable la influencia de Luis García. Más allá de que García fuera el editor de la publicación en ese instante, la sombra de “Nova-2” es alargada. La realidad se transforma bajo un prisma poético en el que la reflexión introspectiva se acompaña de un grafismo cargado de fuerza. Las viñetas piensan, marcan un ensayo ideográfico de perfecta acción. En ambos, tanto en el maestro como en el alumno, la realidad es abstraída a través de sus propias pinceladas de lo representado, componiendo un tejido humano y social capaz de caracterizar principios sugestivos de lo cotidiano, haciendo uso de una mirada estática, fiel a la distancia.

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  Es en este marco donde la historieta adquiere conciencia de sí misma. El desarrollo de una línea metahistorietística es particular en este sentido. La historieta habla sobre sí misma. La historieta se interpreta en todas sus manifestaciones. Las referencias son constantes y variadas. Por un lado las meras referencias informativas que precisan su contextualización. Por otro, las muestras del autor que demuestran el desarrollo de su estilo, de un grafismo que se trata de mantener su personalidad estética fuera de los parámetros de una industria cerrada a propuestas alejadas de los círculos editoriales tradicionales. En cualquier caso, autor e historieta interaccionan de un modo preciso y personal convirtiéndose en una misma sustancia. La historieta se convierte en el medio de expresión de su lado oculto e incluso en un instrumento onírico en el que los sueños parecen conformarse en torno a viñetas agrestes.

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La historieta presente en todas las interpretaciones de la realidad

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Viñetas foscas para la representación de lo onírico

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 En cualquier caso, el cómic a la par que objeto del estado de la cuestión, se transforma también en sujeto, en el punto de arranque de toda la iniciativa. El amor a la historieta que desborda la obra, el grado de respeto hacia los autores que han elaborado páginas y páginas de un arte aún en estado de formación, la permanente presencia de valores “heroicos” (la búsqueda incesante por dar buena cuenta de un objetivo) capaces de encarar y enfrentar la dicotomía entre la realidad y el deseo, ya hacen de por sí esta obra indispensable: digna heredera de un modo particular de ver la historieta, cierre definitivo de una etapa en la que se dignificó el medio, símbolo y muestra de una fórmula estética sustentada en el compromiso vital, sean cual sean las consecuencias puestas en juego…
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Creación de la ficha (2009): J. Mora, con edición de M. Barrero
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
JAVIER MORA BORDEL (2009): "Mundet. La inocencia ahogada", en Tebeosfera, segunda época , 3 (16-IV-2009). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 19/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/mundet._la_inocencia_ahogada.html