Limpieza de Sangre, de Pérez-Reverte, Giménez y Mundet
Limpieza de sangre huele a muerte y a celda, a sudor de hombres desesperados y a velas que se apagan moribundas. Al fondo de este tebeo de Mundet y Giménez basado en la obra de Pérez-Reverte, se oye el rozar de capas en los callejones y el garrapateo de las plumas sobre los escasos papeles que se escribían en el siglo XVII español.
El título es el mismo que el de la novela que adapta, segunda de las aventuras del muy vendido capitán Alatriste. Tras haber vivido reediciones varias, algunas ilustradas por el mismo Joan Mundet (una incluso en historieta, la muy pobre aunque didáctica de El País / Aguilar) está disfrutando de nuevas ediciones, como esta publicada a finales de 2008 por Debolsillo, subsello del todopoderoso Random House / Mondadori.
En este volumen de 184 páginas, impreso en blanco y negro con un tamaño que lo identifica mas como libro que como tebeo, Mundet y Giménez llevan a viñetas un relato que tiene lugar en
La historia que se nos cuenta es de por sí suficientemente atractiva como para impulsar a la lectura y recomendar la obra. El contexto es una España convulsa, mal gobernada por Felipe IV, lastrada por las guerras (Alatriste está a punto de partir hacia Flandes), y dominada por el poder omnímodo de
Perez-Reverte, dotado para describir las facetas oscuras del alma humana a la vez que legible, construye un personaje modélico con el capitán Alatriste, un hombre íntegro, sólo y melancólico, pero siempre firme y defensor de los suyos. El elenco de aliados y de villanos es también creíble, cada uno con su pecado a cuestas, algunos con profundas cicatrices; y sorprende Quevedo, a quien siempre hemos imaginado gordezuelo y algo decadente, pero que aquí es ducho en la esgrima, corre como un diablo y su picaresca supera a la de sus personajes literarios.
El Quevedo de Pérez-Reverte es un héroe de capa y espada
En la modulación del relato es correcto el cartagenero, Reverte, que hilvana las escenas de acción con las de conjura y otros diálogos con buen oficio de escritor. El lector queda atrapado fácilmente en una red narrativa que lo debe todo al folletín pero que es en verdad buena literatura, en tanto que la investigación sobre la época es vasta y el uso del lenguaje aflora y ruge como si fuera el de entonces. Y hay varios momentos de la historia, mérito siempre del escritor, que dejan al lector atónito y complacido: cuando Alatriste convence al conde de Olivares, la pelea en el callejón, etc. Pero desde luego el pasaje inolvidable de la obra es el del comienzo del capítulo VII: “Gentes de un sólo libro“, donde se retrata el suplicio de la novicia torturada, con los ojos ya vacíos por la desesperación de la tortura ("cercados de insomnio y sufrimiento") y donde se dice esa gran y escalofriante verdad, que no deja de serlo por mas que nos obstinemos en evolucionar socialmente: "Si terribles son quienes dicen actuar en nombre de una autoridad, una jerarquía o una patria, mucho peores son quienes se estiman justificados por cualquier dios".
Judíos, herejes y miembros de la "secta de Mahoma", a la hoguera.
Mundet y Giménez hacen una asequible adaptación de la obra del escritor. Carlos Giménez trabaja un guión sólido con cierta comodidad, pues son muchas páginas con poco reparto de viñetas por plana, y como parte desde un texto bien escrito, se permite lucir frases ajustadas a la secuencia con gran sonoridad. Abusa, eso sí, de la sobrenarración, aspecto a evitar en autores de su veteranía, porque no viene a cuento decir que uno salta por un ventana cuando en el dibujo salta por la ventana (quedémonos en éste, aunque los ejemplos abundan).
Mundet, por su parte, no trabaja esta obra con alardes de historietista experimentado dejando aflorar, inevitablemente, su faceta como ilustrador. Ama el medio y lo domina, claro está, y para demostrarlo están sus obras de antaño o su serie autobiográfica (hoy, 'novela gráfica') publicada en Rambla. Mundet es más ilustrador que historietista a los ojos de muchos y esto aflora también en esta adaptación por causa de un proceso creativo en el que guionista y dibujante avanzan por separado. Empero, su trabajo es muy destacable, porque en estas páginas vemos Madrid al fondo, inerte como en los grabados del XVIII y del XIX, y sus viandantes la sobrevuelan como sombras de tinta y blanco. El dibujante reconstruye muy bien el escenario pero abusa del primer plano en cuanto éste desaparece, y más aún de los bustos parlantes, aunque poco remedio le quedaba en una obra como ésta, tan trufada de encendidos diálogos. El Mundet ilustrador, eso sí, saca punta a su talento para dotar a esta obra de gran intensidad: primero, por su tramado manual, tan de grabado y muy adecuado en esta adaptación; con él consigue situarnos de inmediato en el siglo XVII, en los tiempos de las medias luces y las siniestras esquinas. En segundo lugar, Mundet convence por su incuestionable dominio de la luz y de las masas de negro. Con ello genera unos contrastes violentos muy expresivos, a la par que dota de gran peso a las viñetas cuando reproduce las sombras. Si en algo es maestro Mundet es en el silueteado en negro, y en este libro lo deja más que claro.
El interrogatorio del joven Iñigo
El resultado es un tebeo palpitante. Gozamos de secuencias construidas con la sabiduría de un veterano narrador, Giménez (como la del interrogatorio con Iñigo como un ecce homo, como los montajes en paralelo del Madrid en sombras y planos detalle del rostro de Alatriste...), y sentimos el fluir de la tinta de Mundet por unas viñetas muy fieles a la novela original y que dan fe de una época terrible.