El acumulado de vivencias de Joaquín Buigas fue amplio y rico en experiencias y anecdotarios. Desde sus primeros años viviendo en las inmediaciones del puerto de Barcelona, hervidero por entonces de gentes y navíos en un ir y venir de esperanzas e infortunios, su estancia familiar en el castillo de Sant Marçal de Cerdanyola —que había sido restaurado por su padre— hasta su etapa aventurera en tierras sudamericanas, en las que pasaría doce años de su vida ocupado en diferentes oficios y quehaceres. En ese continente exploró territorios exóticos, participó en cacerías y convivió con tribus nativas; incluso llegó a trabajar de estanciero con vistas a hacer de ello su medio de vida futura. Una existencia expuesta a todo tipo de avatares, pintoresca y arriesgada, que hizo de Buigas un hombre de mundo al que la historia le iba a reservar un trocito de gloria. Su temprana vocación literaria le llevó a escribir crónicas de aquellas tierras que fueron divulgadas por la prensa barcelonesa de la época. Poco tiempo después de su regreso a España inicia su actividad editora con la creación de Editorial Buigas, donde publica varios de sus libros, principalmente novelas y cuentos que ponen de manifiesto sus dotes literarias y también su bagaje ilustrado. El azar, o quizá una voluntad de explorar caminos nuevos, le animó a hacerse cargo de la cabecera TBO cuando esta andaba por la novena entrega.
Sorprende, cuanto menos, que un hombre de marcado espíritu aventurero en su juventud mantuviera poco menos que inalterable su política editora. En muy pocas ocasiones se planteó ir más allá de la publicación que siempre fue la niña de sus ojos, TBO, ni de los códigos mayoritariamente humorísticos de esta, ni siquiera cuando el mercado aconsejaba explorar otras formas de negocio, como fue el caso del cuadernillo de aventuras. Y eso que tuvo en sus manos durante décadas un vehículo propagandístico inmejorable, el mencionado TBO, que podría haberle servido de embajador en cualquier objetivo editorial que se hubiera propuesto. Durante las más de cuatro décadas en las que con mayor o menor implicación estuvo ligado a esta paradigmática cabecera, solo fueron tres las ocasiones en las que se atrevió a cruzar la línea: Gráfica TBO, Cuadernos Gráficos TBO y “S”. Hubo una cuarta (1945), pero no cuenta para los objetivos de este escrito: dos álbumes en tapa dura y lomo de tela titulados Grandes Cacerías y Episodios Emocionantes y Selección de Leyendas de las cinco partes del mundo, compuestos por recopilaciones de páginas aparecidas en TBO tiempo atrás.
Portada de Opisso del primer número de Gráfica TBO. |
GRÁFICA TBO
Cuando Buigas inicia su vínculo con la historieta (1917), esta se encuentra aún en pañales, con la chanza o el humor como único fertilizante. Desde principio de siglo se venían sucediendo diferentes lanzamientos, en un intento de consolidar la narrativa gráfica como medio de expresión popular: Monos, Mamarrachos, Dominguín y Charlot habían sido —alguna aún lo estaba siendo— las cabeceras más destacadas. Pero siempre dentro de la parcela del humor y a modo de revista. A la grafía o dibujo realista no parecía que nadie la esperara. Y menos aún en forma de cuadernillo monotemático. Proponer una narración por medio de viñetas concatenadas no parecía tarea fácil, a tenor de los esfuerzos de algunas editoriales en la tarea de justificar estos productos. En los escasos intentos editoriales que se produjeron en los años vecinos a 1920 podemos observar la tarea didáctica llevada a cabo por estas empresas en su afán por hacer de la viñeta algo más que un componente del auca o las aleluyas: El cuento en imágenes, La novela gráfica infantil, Gráfica de aventuras y viajes, Película infantil, La novela en láminas Periquín, etc. Parecía llegado el momento de que la viñeta diera el salto, pasar del dibujo naíf y desmañado del cuento o la fábula al trazo más realista, al relato más formal con la aventura como esencia. Y ahí fue Heras quien dio el primer paso con el último de los títulos mencionados: La novela en láminas Periquín, que fue presentada en cuadernos monográficos e interpretada gráficamente en su mayoría por un joven e inexperto A. Mestre. Y también por Noé, seudónimo que no ha sido posible localizar y al que algunas fuentes asocian con Llorenç Brunet.
Los protagonistas de esta colección no fueron héroes improvisados, producto del guionista de turno, sino tomados de la novela universal, como si un guion expreso de nuevo cuño no ofreciera suficientes garantías para un producto de esas características. Heras apostó aquí por títulos célebres: La vuelta al mundo en 80 días, Guillermo Tell, La divina comedia. Tartarín de Tarascón, etc. Pero, aun así, la cosa se quedó en un canto de sirena, debido —suponemos— a la escasa calidad del dibujo, a sus incipientes códigos narrativos. Eran los primeros tebeos o historias gráficas de aventuras que aparecían en el mercado y no poseían aún la madurez suficiente para imponer su fórmula frente el lector. La editorial presentó los cuadernos enfatizando su mayor virtud conceptual: “Mas de 200 ilustraciones a tres colores en cada título”.
Un año más tarde, Buigas se animó a probar suerte en esa misma senda, la aventurera, tan propia de su formación literaria y experiencia vivencial. Gráfica TBO fue el título elegido. Era su primera incursión en el dibujo figurativo o realista. Y, visto lo visto, hay que reconocer que la colección fue planificada a conciencia. Corría el año 1919 cuando Gráfica TBO se puso en marcha, apoyada, principalmente, en la experiencia artística de Urda y Opisso, aunque también colaboraron ocasionalmente firmas como las de Donaz y Tinez.
Las portadas eran sin duda su principal valor diferencial, realizadas en su mayoría por Opisso. Tan solo dos de ellas no llevaron su firma: una de Urda (El país de los gigantes) y otra de Méndez Álvarez (Aventuras emocionantes de Mister Huntley y sus dos compañeros), esta última una parodia deliciosa y locuela que nada tenía que ver con el carácter aventurero y tremebundo de la mayor parte de los relatos. Espléndidas en arte y también en colorido, hasta seis tintas llegaron a utilizar en su impresión, según presumía la propia editorial en uno de sus anuncios. Expresivas y cromáticas como nunca antes se habían visto en el sector, y me temo que después tampoco. De una plasticidad y fuerza visual que aún hoy sigue impresionando. Ricard Opisso era por ese tiempo el gran retratista del costumbrismo barcelonés. Y su firma, sinónimo de garantías allí donde aparecía: un libro ilustrado, una postal, una colección de cromos, carteles y, cómo no, historieta, además de la pintura, claro. Un autor que había ido agrandando con el tiempo su prestigio de manera exponencial. La otra figura importante fue Joaquín Arqués, hombre de confianza de Buigas en cuestiones literarias, aquí también. Manuel Urda, sin duda uno de los grandes puntales de TBO, si no el que más —junto a Opisso—, fue el encargado de la parcela artística a lo largo del extenso recorrido de la cabecera.
Colección Gráfica TBO, como fue nominada por la propia editorial, inició su recorrido cuidando al máximo todos los detalles, conscientes, tal vez, de estar haciendo historia con una colección de esas características. Para su primer título se eligió la obra Cinco semanas en globo, relato que fue señalado en su página inicial como “Adaptación Gráfica de la obra de Julio Verne”. También eran presentados “los principales personajes de la obra”; tres viñetas de Urda con los retratos de los tres protagonistas acompañados de un texto explicativo de su personalidad y papel en el relato en cuestión, así como un prólogo introductorio. Todo muy medido, mimado, con la idea de hacer de la colección una obra de prestigio literario, como presumía en sus anuncios: «Colección Gráfica TBO es sin disputa alguna la publicación gráfica más moderna, extensa, amena e interesante. Publica las más emocionantes obras de los mejores autores nacionales y extranjeros… ¡¡CERCA DE 200 ILUSTRACIONES EN CADA ALBUM!!». Aunque la realidad respecto al número de dibujos fue muy distinta a la anunciada: ningún relato pasó de 130 viñetas; todas ellas a dos tintas. Que ya era mucho proponer en esos momentos de indefinición sectorial.
Página de "La condesa de Brabante", número 13 de la colección Gráfica TBO, dibujada por Urda. |
A este primer cuaderno siguieron títulos como La isla misteriosa, El país de los enanos, El país de los gigantes, El correo del zar, Una tragedia en el mar…, y así hasta 42 entregas, que fueron espaciadas mensualmente. La mayor parte de ellas basadas —al igual que la anterior colección de Heras— en la novela de aventuras más universal: Verne, Swift, Víctor Hugo, Dumas, Reid, etc. Otras, «entresacadas de biografías y hechos históricos», según reconocía la editorial. Sin olvidar los guiones independientes de cosecha propia, tal vez de Joaquín Arqués o del mismísimo Buigas. Quizá la entrega más atípica fue la dedicada a la cinta El barranco trágico (The Bull’s Eye. Universal, 1917), película protagonizada por uno de los primeros héroes de la pradera americana, el posteriormente celebérrimo Eddie Polo, actor de grandes dotes acrobáticas, que se erigiría en uno de los primeros cowboys del cine y que no era precisamente un adonis. Un drama de la pradera —como fueron denominados entonces los westerns en España— en el que la editorial pasó por alto el nombre del actor, a pesar del buen trabajo interior de Urda a la hora de plasmar su fisonomía. Algo normal a esas alturas del cine, que no había consolidado aún del todo su star system.
En definitiva, 42 entregas cargadas de lo que por entonces el público lector parecía demandar: aventura, fantasía, exotismo, tragedia…, altas dosis de turbación. Una fascinación por el espanto que la colección cumplió con creces en un porcentaje alto de sus títulos, especialmente desde las portadas, de gran expresividad gracias a la fuerza de la litografía y a sus seis tintas. Lástima de la dicotomía gráfica respecto a las viñetas interiores, mucho menos sugestivas y algo arcaicas en general. Gráfica TBO ha pasado a la historia como la primera gran colección del cuadernillo español de aventuras, sin que su primitivismo formal le reste valor alguno. Curiosamente, Joaquín Buigas, el hombre que dio la espalda casi por completo a este tipo de cuadernos aventureros durante cincuenta años, fue su gran abanderado. Aunque tuvieron que pasar casi dos décadas para ver al cuadernillo reinar en los quioscos.
Gráfica TBO inició probablemente su andadura en enero de 1919. Según Tebeosfera, en la Oficina de Patentes y Marcas de Barcelona figura como fecha de registro el día 10 de noviembre de 1918, por lo que tampoco es descartable que la colección viera la luz en las últimas semanas de ese mismo año. Se mantuvo en los quioscos durante cerca de cuatro años, con un precio de salida de 30 cts., que luego pasaría a ser de 40; incluso hemos visto algunos ejemplares sobreimpresionados con importes de 50 cts. y 1 pta., lo que hace suponer que Buigas dispuso de un fondo de ejemplares que fue comercializando durante varios años. Avanzada ya la colección, el semanario BB insertó un anuncio con el siguiente texto: «En estos espléndidos cuadernos se publican las grandes novelas e interesantes aventuras, con tal profusión de dibujos en colores, que puede comparase muy bien cada tomo con una película cinematográfica. El éxito de esta modernísima publicación no tiene precedentes».
Buigas era consciente del novedoso producto que tenía entre manos, incluso lo comparaba con el cine, quizá por ello trató de protegerlo frente a la competencia mediante una patente que hoy suena algo extraña y difícil de entender que pudiera ser aceptada. Así, a partir del cuaderno 8, en la portadilla interior de todos los títulos se podía leer la siguiente leyenda: «Presentación gráfica patentada». Y también el número de patente, el 67.819. Sus razones o poderes tendría para tratar de apoderarse de esa formulación gráfica, pero ya hemos contado que, por ese tiempo, meses atrás, el editor Heras había utilizado un procedimiento análogo en su colección La novela en láminas Periquín. Curiosidades de un mercado incipiente que aún no sabía muy bien por dónde ni cómo se iba a desarrollar la viñeta en el futuro.
Portada del número 4 de Los castillos de España y sus misterios y leyendas, dibujado por Sala. |
CUADERNOS GRÁFICOS TBO
Tuvieron que pasar veinticinco años para que la editorial se animara a probar de nuevo con el cuaderno de corte aventurero. Entre medias, un mercado que fabricaba semanarios de historieta como quien fabrica churros, y apenas algún que otro cuaderno o intento de colección seriada. Y también una guerra civil, que no dejó títere con cabeza y sumió al mercado de la viñeta en la penumbra más absoluta. Las cenizas del sector, concluida la guerra, germinaron en un rosario de cabeceras protagonizadas ahora por héroes justicieros. Era el reflejo de la irrupción años atrás de los personajes del cómic americano, que habían revolucionado el sector autóctono desde revistas como Yumbo, Aventurero, Mickey, Tim Tyler… Desde 1940 en adelante las viñetas tomaron progresivamente posesión del cuadernillo, un soporte que, si bien no era del todo nuevo, iba a expandirse y a dominar el mercado en adelante a través de un hervidero de personajes justicieros de ficción, inimaginable años atrás.
Dentro de esa fiebre del cuadernillo, Buigas, o Ediciones TBO, decide probar de nuevo con la fórmula. Pero en lugar de apuntarse a la corriente dominante, lo hace a su manera, explorando una nueva o vieja receta —según se mire— que huía del protagonista fijo, del héroe valeroso y justiciero con el que el lector solía identificarse, como hacían la mayoría de publicaciones que competían en el mercado. Habían transcurrido veinticinco años desde que lanzara Gráfica TBO, y repetía casi el mismo planteamiento, aunque esta vez no era la novela universal de aventuras su fuente de argumentos. Pero sí mantenía el primitivismo, con una compostura gráfica anclada en los ancestros del medio, a pesar del tiempo transcurrido. Es decir: sin bocadillos y con grandes bloques de texto al pie de cada dibujo. Volvía a insistir en el drama, en grandes tragedias, en la leyenda atávica, evidenciando que la influencia de Joaquín Buigas y su vasta experiencia vital seguía más presente que nunca.
La constitución interior de estos cuadernos, sus extensos y sólidos relatos, la madurez y el trasfondo de los mismos, su ausencia de héroes fijos, no los acercaban precisamente al niño. No era tanto un tebeo; más bien parecía un producto dirigido a un consumidor adulto, debido a sus formas y a su profusa narrativa. Historias basadas en su mayoría en situaciones, más o menos reales, que destilaban tragedia extrema. Un minúsculo anuncio insertado en el cuaderno número 17 de TBO 2ª época explicaba las características de la colección:
«CUADERNOS GRÁFICOS TBO. Todos los meses aparece uno de estos Cuadernos dedicados alternativamente a los siguientes temas: Los castillos de España (Sus misteriosas leyendas), Las tragedias del mar, Los dramas del aire. Títulos publicados: La venganza de la bruja negra (Los castillos de España), La trágica odisea del “Dora” (Los grandes naufragios), La tragedia del Zenith (Los dramas del aire). Precio de cada cuaderno UNA PESETA».
Gracias a este anuncio, y más concretamente al cuaderno de TBO en el que aparece insertado, podemos deducir también su fecha estimada de salida, que debió ser entre febrero y marzo de 1945. Para ello hemos tenido en cuenta la fecha de aparición de TBO 2ª época (junio de 1943, según últimas teorías, aunque personalmente manejo otra) y la periodicidad de esta publicación hasta llegar al mencionado cuaderno (ver ficha en Tebeosfera).
De las tres cabeceras temáticas en que fueron divididos, la que obtuvo quizá mayor popularidad fue la que trascurría entre fortificaciones famosas, leyendas o pasajes históricos vinculados al Alcázar de Segovia, la Alhambra de Granada, el castillo de Monforte y el castillo de Rocabertí, variable argumental que nos lleva a pensar en la influencia que debió ejercer sobre el joven Buigas su estancia en el castillo de Cerdanyola. Cuatro ejemplares con títulos tan llamativos como La venganza de la bruja negra, El tesoro encantado, Rescate heroico y El grito angustioso del Hoyo del Diablo, respectivamente, y cuya puesta en escena corrió a cargo de Manuel María Saló, los dos primeros, y de Ramón Sabatés, los dos siguientes. Autor, este último, que por ese tiempo alternaba también el dibujo realista con cierta soltura. No hay más que observar la deliciosa portada de Rescate heroico, con una especie de capitán Blood en lucha palaciega.
El mar y sus tragedias protagonizaron la segunda de las cabeceras. Tres cuadernos que narraban la dramática odisea sufrida por otras tantas embarcaciones que respondían a los nombres de Dora, Virgen del Carmen y Diana, con portadas e interior de Albert Mestre, Ramón Sabatés y Manuel M. Saló, respectivamente, basadas en hechos imaginarios con trasfondo histórico o novelesco en algunos casos. Cabe destacar el nivel gráfico y expresivo de las portadas, en especial la realizada por Saló (Los náufragos del Diana, un relato que recordaba ligeramente a la novela de Melville, Moby Dick), espectacular y terrorífica. Los otros dos cuadernos fueron titulados La trágica odisea del Dora y El naufragio del Virgen del Carmen.
La tercera cabecera se quedó solo en intento. Al parecer no tuvo tiempo de prosperar como Ediciones TBO hubiera deseado. Titulada, como hemos visto, Los dramas del aire, alcanzó a publicar un solo ejemplar: La tragedia del Zenith. Una historia real —ocurrida el 15 de abril de 1875— en la que un globo aerostático —el Zenith— logra alcanzar ocho mil metros de altura con dramáticas consecuencias para dos de sus tres tripulantes, que murieron por falta de oxígeno. La realización corrió a cargo de Celma, firma que por esos años comenzaba su colaboración con Ediciones TBO.
Una colección, tres series bien diferenciadas y ocho cuadernos en total, con ocho páginas cada uno y al precio de una peseta. Esos fueron el bagaje y características de esta colección. Muy poca gloria para unos cuadernos que, al menos desde la portada, prometían algo más. La colección buscó un posicionamiento diferencial y sugerente, con el drama y la leyenda como elementos de atracción. Pero no tuvo la respuesta esperada, quizá porque sus hechuras narrativas y su idea conceptual no estuvieron a la altura de lo que el sector demandaba. Un mercado que en esos años devoraba los cuadernos de Roberto Alcázar y Pedrín y El Guerrero del Antifaz, además de los poderosos personajes de Hispano Americana, con El Hombre Enmascarado, Jorge y Fernando y Juan Centella a la cabeza.
Primer anuncio de la revista S, en una esquinita de TBO nº 39 | Encarte promocional de S, con la fecha de salida prevista por el editor. | Portada del primer número de S, con historieta de Serra Masana. |
TEBEO “S”
Las revistas en los años cuarenta
Aunque los cuadernos de aventuras y de hadas fueron los verdaderos protagonistas de esos años, las revistas no se quedaron atrás, la mayor parte de ellas situadas en la parcela humorística: Mundo infantil, Pantuflas, Jaimito, Pocholo, Chispa, Cholito, Ciclón, Asta, Baby… y Pulgarcito, el gran Pulgarcito que revolucionaria el sector de la mano del genio de Rafael González. Todas estas cabeceras —y puede que alguna más que ahora mismo se nos escapa— competían en la parcela del humor en el momento de aparición de la revista que nos ocupa, meses arriba o abajo. En el lado aventurero, la competencia era menor, pues apenas si se daban un par cabeceras de relevancia: Chicos y Leyendas infantiles, esta última en su etapa final. Y alguna más, como Aventurero 2ª época, que quizá ya había finalizado su recorrido cuando “S” inició su andadura. Incluso varios intentos de editoriales menores que no pasaron de eso, de meros proyectos con la aventura como principal argumento, como fueron Colorín (Grafidea), El globo y Karton Kid (Hércules y Harpo), Nuevas aventuras (de editorial desconocida), 5 héroes (Fiac) y un curioso proyecto de los hermanos Alférez titulado Victoria —que fue editado por una empresa de encuadernación del mismo nombre— y que contó con la colaboración de García Iranzo. La mayoría de estos proyectos tuvieron en común la precariedad y bisoñez de sus impulsores, editoriales de poco o nulo recorrido que apelaban a dibujantes novicios y de escasos de recursos técnicos. También tenían en común, como decíamos, la aventura en su vertiente más tebeística, la que solía exhibir el cuaderno que triunfaba en los quioscos.
En esa situación y con esos antecedentes del sector, Ediciones TBO pensó llegado el momento de intentar un nuevo proyecto dentro del espacio de la historieta realista. Pero cambiando ligeramente el soporte: en lugar de insistir con el cuaderno —con el que no había tenido mucha suerte, como hemos visto anteriormente—, orientó sus miras hacia el otro segmento, el de la revista. Y con una fórmula no experimentada hasta el momento por ninguna otra cabecera del sector. Hay que recordar que por esa época Buigas había ampliado la sociedad con dos nuevos socios, Emilia Estivill y Alberto Viñas.
Fecha de aparición
Diferentes fuentes sitúan la aparición de “S” en los primeros meses de 1947, hacia finales de febrero o principio de marzo. Estimación hasta cierto punto razonable si tenemos en cuenta la referencia a esta revista aparecida en el ejemplar de TBO 2ª época señalado como número 39 —esta colección no fue numerada— en la que se hacía mención de sus valores. La prueba que posibilita hablar de esa fecha la encontramos dos cuadernos atrás, en el número 37, donde otro pequeño anuncio en forma de pregunta interroga a sus lectores: «¿Ya ha adquirido usted el almanaque TBO para 1947?»
Esa pregunta y ese año de almanaque no dejan lugar a dudas respecto a la fecha estimada de salida del mencionado cuaderno número 37, que debió situarse entre los últimos días de diciembre de 1946 y la primera semana de 1947. El problema es que el referido anuncio del cuaderno 39, tan minúsculo como rudimentario —y situado en el ángulo inferior derecho de la última página interior—, no invita a ser tomado como referencia de la salida al mercado de la revista que aquí nos ocupa. Está diseñado —es un decir— a modo de sello o recuadro orlado, en cuyo interior aparece una “S” que destaca del resto de ingredientes. A saber: cuatro flechitas zigzagueantes parecidas a rayos y cuatro adjetivos prometedores de lo que el lector supuestamente iba a experimentar leyendo la colección: “Interés”, “Emoción”, “Diversión” y “Aventuras”. Pero ni una sola llamada del tipo ¡Muy pronto en su quiosco! ¡De próxima aparición ¡Éxito rotundo! ¡Ya a la venta!, etc. Nada en el anuncio sugería al lector estar ante una revista de inmediato o reciente lanzamiento. En nuestra opinión no era más que un simple anuncio recordatorio de que la publicación estaba presente en los quioscos y llevaba tiempo editándose.
De hecho, tuve en mis manos hace tiempo un ejemplar del número 1 rubricado y fechado a bolígrafo —por el supuesto primer dueño—, en octubre de 1946. Aunque no conservo ese cuaderno, ni estoy seguro de mi memoria. Lo que sí tengo es el dato registrado entre mis apuntes. Pero hay más. Repasando la colección estos días con motivo de este escrito, he observado un par de trabajos fechados en 1946. Soy consciente de la poca fiabilidad de una constatación así, ya que muchos trabajos se publicaban con bastante retraso respecto a su fecha de realización. Pero uno y otro dato me dieron que pensar y me predispusieron a seguir investigando. Hasta que mis sospechas se vieron confirmadas con el hallazgo de un documento —creo que definitivo— que demuestra que la fecha de salida de “S” se produjo, concretamente, el 15 de octubre de 1946. El documento, un folleto de lanzamiento que según el experto “grafópata” y sabio del TBO Lluís Giralt fue insertado en alguno de los primeros cuadernos de TBO 2ª época, pueden verlo aquí reproducido. No lleva año, solo día de la semana y del mes, pero si alguien se toma la molestia de comprobarlo verá que ese 15 de octubre, martes, que figura ahí, corresponde a 1946 y no a 1947. De haber pertenecido a este último año, hubiera caído en miércoles. Aclarada, pues, la fecha de salida de “S”: ¡15 de octubre de 1946!
Primera aventura deS en S nº 3 | Mister Paf en el número 5 de S. | Historieta de Aroca en el número 10. |
Carácter diferenciador
A cualquiera que lea o repase la colección y no conozca la azarosa vida de su creador puede sorprenderle un producto de esas características. Porque “S” no fue una revista de historietas al uso, sino algo muy diferente, como lo habían sido un año atrás los llamados Cuadernos Gráficos TBO. Sus páginas son un conglomerado de relatos exponencialmente angustiosos. Con un desfile variopinto en el que no falta ninguna tipología criminal. Ni tampoco los personajes de vida comprometida o al borde del abismo. Ni heroínas y héroes mundanos enredados en situaciones espeluznantes, de las que luego veremos algunos ejemplos. La selva misteriosa, los peligros del mar y sus tesoros ocultos, los vuelos y pilotos de hazañas imposibles, las fechorías más aberrantes, etcétera, están aquí recogidos. La mayor parte de las historias, según promesa de la propia revista y según hemos podido constatar en algunos casos, tomadas de la vida real, de hechos verídicos sucedidos en los cinco continentes. Una especie de El Caso —aquel periódico de la España franquista—, pero en viñetas. Viñetas que en general siguieron dentro de ese tratamiento algo arcaico y habitual de anteriores productos, como si la editora no fuese consciente de la evolución que había experimentado el sector en la última década.
Aquí, en esa revista, este viajero aventurero, editor y autor literario que fue Joaquín Buigas trató de volcar más que nunca su experiencia vital, que había sido extensa. Y para dar forma a tamaño reto, se fija en uno de los mejores guionistas que conocía en asuntos aventureros y truculentos: él mismo. Y también en el que por entonces estaba siendo reconocido como el guionista de mayor calado y prestigio sectorial, nada menos que J. Canellas Casals, aunque esta incorporación se produciría un poco más tarde, avanzada ya la colección. Con esos mimbres argumentales, vuelca la responsabilidad gráfica en dos autores de solvencia reconocida que venían trabajando para TBO desde tiempo atrás: Serra Massana y Albert Mestre. Uno y otro se reparten una gran parte del contenido realista de la publicación —al menos en los números iniciales—, con mayor protagonismo del primero, que aquí rubrica sus trabajos sin una de las eses de su apellido, por aquello de eliminar connotaciones catalanas que pudieran acarrearle algún problema.
Ese nombre
Joaquín Buigas era consciente de la importancia del título en la promoción de una cabecera, lo sabía porque tenía en casa la gallina de los huevos de oro, como era el caso de TBO, que se había convertido ya en esos años en todo un genérico del sector por el carácter o juego visual que proponía su fonología. Hasta donde nosotros sabemos, la paternidad del nombre pertenecía a su antecesor en la cabecera, Arturo Suárez, dueño de la litografía que amparó los primeros nueve números de la colección. Y más concretamente —se cuenta— al colaborador de éste Joaquín Arqués, periodista y comediógrafo, de quien al parecer surgió la idea del título. Un texto situado en la primera página del número inicial de TBO, firmado por la redacción, hablaba del porqué de tal decisión y de lo sencillo que había resultado llegar a ese nombre. El caso es que esa voluntad juguetona y rompedora a la hora de poner nombres siguió acompañando a Buigas en adelante, como prueba el hecho de haber bautizado con el nombre de BB (1920) a su siguiente revista; en este caso la primera cabecera de historietas del sector dirigida a las niñas.
No debe sorprender, pues, que Buigas señalara a este nuevo proyecto con una sola letra: “S”. Aunque, en este caso, parecía cuanto menos discutible. Pues a pesar del juego oral que ofrecía, especialmente frente al quiosquero, no dejaba de ser un epígrafe desangelado y complejo frente al resto de la competencia, con títulos más personalistas y quizá memorizables en el día a día con el resto de lectores. No imagino a los chavales preguntándose entre ellos «¿Has leído Ese?» o «¿Te gusta Ese?». Menudo embrollo. Por no hablar del quiosquero… «¡Deme Ese!», ¿imaginan? Claro que quizá era lo que el editor buscaba con un título así: ruido y cierta confusión. Una forma, tal vez, de otorgarle visibilidad al producto. En todo caso, visto con la distancia de los años transcurridos, no creo que un nombre tan huidizo y complejo ayudara demasiado. Afortunadamente, la consonante pudo ir acompañada de un antetítulo que facilitaba la comprensión: “Narraciones y Aventuras de…”, primero. “Episodios y Aventuras de…”, después. También ayudó en su visibilidad la viñeta situada junto al título; un dibujo justificativo de otra de las promesas insertadas en la cabecera: “Aventuras de Mar, Tierra y Aire”. Promesa ciertamente objetiva, como se podía comprobar con solo echar un vistazo al interior de la revista.
Doble página de Albert Mestre. S nº 10. |
Un tebeo no apto para espíritus débiles
En su declaración de intenciones, el primer cuaderno no podía ser más elocuente. Si el objetivo era atraer al lector amante de la crónica negra, hasta incluso removerle las tripas, debió alcanzarlo con creces. Sirvan a modo de ejemplo los títulos de las historietas que componían la doble página central, todas en clave realista: “El Jonker diamant”, “Muertes misteriosas”, “Montado en un caimán”, “El Fantasma blanco”, “El Mayor susto del mundo” y “Ruidos espeluznantes”, en su mayoría sin firma reconocible. Tan solo la de A. Mestre, que, por otra parte, era la de mayor categoría visual. Otras historietas interiores seguían parecidos derroteros, todas firmadas por Serra Massana: “Las ruinas trágicas”, en la que un tigre hace estragos entre un grupo de cazadores; “El tesoro de la caverna”, en clave de western; una media página de Las Grandes cacerías, que se mantendría en la revista durante tiempo y que presentaba a un animal diferente en cada ejemplar, siempre abatido por un cazador. Y otro “episodio histórico” titulado: “Un drama en la noche”, historia trágica centrada en una familia campesina que una noche de invierno recoge a un hombre al que se le ha estropeado su coche. El desconocido es en realidad un asesino, que intenta acabar con la familia: primero envenenando la sopa que van a cenar y luego cuchillo en mano. Pero la pequeña de la casa, una niña de apenas ocho o diez años, acaba con él de un disparo de escopeta por la espalda.
La implicación de Serra Massana no terminaba aquí. Además de la portada —de la que hablamos más adelante— y fuera de la esencia aventurera y dramática de la revista, el autor dio vida al único protagonista perdurable de este primer cuaderno: Mister Paf, detective, personaje que había hecho su aparición años atrás en el semanario Flecha, un orondo y afamado sabueso de grandes dotes deductivas, cual Sherlock Holmes. Mister Paf se mantuvo en la revista todo el tiempo que esta duró, aunque, como el Guadiana, fue apareciendo y desapareciendo de forma caprichosa. Sin ninguna duda, el mejor trabajo del autor en la revista o el que mejor entroncaba con su personalidad, con un punto de humor e ironía destacable que suponemos debió suponer un respiro para el lector. La revista trató de sacar partido de este personaje, colocando en la página recreativa una viñeta de tamaño considerable bajo el título Concursos Detectivescos. ¿Qué sucedió aquí? En cada número una escena reflejando una situación anómala sobre la que el lector debía reflexionar y encontrar la solución.
El resto de páginas mostraban un compendio de variados ingredientes, entre los que no faltaban las historietas humorísticas —todas minimizadas y compartiendo páginas entre sí…, algunas probablemente con carácter de refrito— de firmas como Tinez, Benejam, Cuvillier y García. Y también, cómo no, un par de páginas de las llamadas recreativas, con destacada participación de Urda y sus clásicos chistes y acertijos. Con todo, hay que reconocer que el producto, en su formulación global, tenía algo de rancio o poco evolucionado. Demasiados bloques de texto al pie o dentro de las viñetas y escasos diálogos en globo o bocadillo. Quizá era la herencia de la casa, un estigma de TBO que a la editora le costó superar. Aunque en su defensa haya que reconocer que el carácter de muchas de las historias requería desarrollos de texto más descriptivos que interactivos entre personajes.
Doble página de A. Mestre, "Cobra", historieta de terror en el nº 12. |
Las portadas
Las once primeras portadas llevaron asimismo la firma de Serra Massana. Con un tratamiento del color y un trabajo gráfico más que loable y resultón, aunque se viera condicionado por el reducido tamaño de las viñetas. Pero si las portadas, como las caras, son el espejo del alma, aquí no parece que se cumpliera esa máxima. Confiar un posicionamiento interior tan decididamente amarillista, canalla, incluso tremebundo, a un autor de trazo tan refinado no era tal vez lo más coherente. Ni tampoco centrar la mayor parte de ellas en el universo del western, por mucho que esos años los cines y la novela popular se sustentaran en gran parte en los caballistas del Far West. De las once portadas del autor, siete fueron posicionadas en el viejo Oeste, una en Samoa, con caníbales, y otras dos entre piratas y gánsteres, respectivamente, haciendo de las suyas: escenarios, estos, mucho más acordes con al carácter interior del producto.
En abril de 1947 se produce un acontecimiento sectorial que deja tiritando a muchas cabeceras del sector. Nos referimos a la aparición de El Coyote (Clíper), sin duda alguna la mejor revista de aventuras del tebeo clásico español. Ediciones TBO ve las orejas al lobo e intenta reaccionar como puede llevando a cabo un cambio significativo en el frontis de la revista. Era evidente que las portadas de Serra Massana no podían competir con la fuerza y personalidad del personaje del dúo Mallorquí / Batet. La salida a escena de El Coyote debió coincidir, aproximadamente, con el cuaderno número 9 o 10 de “S”. Y es entonces cuando la editorial, en un intento de revitalizar su producto y, sobre todo, de elevar el carácter de la portada y equipararla con la de Clíper, contrata los servicios de Athos Cozzi, dibujante italiano de enorme talento y elegancia que se había instalado en España años atrás. Lo que no cambiará es la naturaleza habitual de las historias, que en adelante, y hasta el final, seguirán instaladas en el terreno del western. Con dos diferencias importantes. De un lado, la extensión de los relatos, que ahora alcanzan también a la contraportada. Y de otro, y más importante, la incorporación de un nuevo guionista, el imaginativo J. Canellas Casals. Es suficiente la comparación entre títulos anteriores (Rescate heroico, El fin de Lobo Negro, Espionaje en el Far West…) y posteriores (El valle de los gigantes petrificados, El reflejo áureo que mataba, El desierto de las plantas carnívoras…). Pura fantasía, en la mejor línea del autor. Parece claro que Ediciones TBO trataba de revitalizar un producto que había quedado en desventaja con la publicación de Germán Plaza. Así, la entrega número 12 de la colección reflejó por vez primera el nombre de sus dos nuevos hacedores, Canellas Casals y Cozzi, algo que sin duda era un plus para la publicación.
La guinda del superhombre
Para entonces, el interior de la colección apenas si se había movido de sus postulados iniciales, salvo la incorporación en el tercer cuaderno de un extraño personaje que, por fin, justificaba el nombre de la cabecera. Un superhombre conocido como “S”, creación asimismo del Canellas Casals en lo que parecía su primera colaboración con la revista. ¿Por qué en el número 3 y no desde el principio? No lo sabemos, pero quizá la censura del momento, muy reacia a personajes sobrenaturales, pudo poner trabas al personaje y retrasar su aparición. O tal vez fue cosa de la editorial, que creyó necesario justificar el nombre de la revista a toda costa. El encargo gráfico volvió a recaer en Serra Massana, quien no pudo o supo darle al nuevo héroe la vitalidad que necesitaba en lo físico, resultando un personaje tibio y con tintes afeminados, sin demasiado carácter, salvo cierta altivez a lo galán del Hollywood de los años veinte. El personaje tuvo su éxito, como demuestra el hecho de haberse mantenido inalterable durante el resto de cuadernos. Nos inclinamos a pensar que el mérito no fue tanto del dibujo como de los extravagantes guiones de Canellas, que presentó un justiciero de aspecto sideral —una especie de Flash Gordon, pero urbano—, de esbelta figura, dotado de ciertos resortes y armas que lo hacían prácticamente invencible. “S” aparece ataviado con botas, calzón ajustado, cinturón negro, guantes de piel —uno blanco y otro negro— y una “coraza catódica” sobre pecho y hombros que impide que pueda ser alcanzado por las balas. Y en medio de la coraza, bien visible, una enorme ese. De calle, viste una espacie de capa negra a modo de abrigo y un sombrero de copa. Y lo más importante: es poseedor de una pistola atómica. Un arma que utiliza diferentes cartuchos, cada uno con un poder distinto y que “S” emplea a su antojo, en función de la necesidad del momento. En la introducción es definido como “El hombre del Futuro”.
S nº 11, portada con historieta de Cozzi. | Original de Serra Masana para el nº 14. | Portada de Aroca para el nº 28. |
El proceso evolutivo
La colección fue avanzando sin renunciar en ningún momento a sus fundamentos inaugurales, con el relato figurativo con tintes de tragedia como esencia, casi siempre dentro de guiones cimentados en hechos históricos. La doble página abigarrada y confusa del primer cuaderno fue aclarando su espacio hasta convertirse en la estrella de la publicación gracias al trabajo de Albert Mestre, que en poco tiempo elevó su nivel expresivo a cotas de gran realismo, consiguiendo hacer de esa doble página una obra de arte en muchas ocasiones. Su trazo, robusto, decidido y detallista, debió provocar más de un estremecimiento en el lector. Cabe destacar especialmente historias como: “El verdadero Robinson”, “El dormitorio encantado”, “Una enorme fortuna sumergida”, “La isla de los demonios”, “La tragedia del Repulse”, “Momentos de terror”, “Un drama en la selva africana”, etc. Títulos que hablan por sí solos del carácter alborotador de la revista. Tampoco debieron pasar inadvertidas muchas de las historias de Serra Massana, quien también firmó algunos trabajos bajo los seudónimos de Fausto y Serna. Vean: “Noche trágica”, “Los hombres panteras”, “La muerte en acecho”, “Una ascensión en globo”…, y hasta una página de humor titulada “El rey de Babilonia”.
El tercer autor de este tipo de relatos de congoja fue José R. Aroca. Su primera colaboración tuvo lugar en el cuaderno número 6, con una historia titulada “Terrible aventura”. A partir de ahí su firma se convertiría en una de las fijas de la revista, a pesar de la bisoñez aún de su trazo, pero en poco tiempo fue afianzando maneras y ganado en personalidad y limpieza. Ofreció algunos trabajos bien estructurados, lo que le valió, ya en las postrimerías de la colección, hacerse cargo de las dos últimas portadas y dorsos en sustitución de Cozzi, a quien intentó emular.
Estos tres nombres fueron básicamente los que dieron consistencia gráfica a la revista, los autores con mayor enjundia y protagonismo. Aunque no fueron las únicas firmas. Hubo alguna que otra participación menor, al menos en cuanto a presencia en página, como fue el caso de Castellote. Y algunas más fugaces, como las de Batllori, White, Margenat, Sempere, Hidalgo y Toutain; estas dos últimas ya al final del recorrido de la publicación. Eso en cuanto a la parcela realista. En la vertiente humorística, además de los mencionados, Benejam, Urda, Cuvillier, García Lorente y Tinez —quien por cierto se atrevió aquí con alguna que otra incursión aventurera—, se fueron añadiendo, con más o menos presencia: Velasco, A. Parré, Óscar Daniel, Morales, Fortón, Moreno, Flotats y puede que alguno más que se nos escapa. El valenciano Palop fue otro de los autores que intervinieron en la colección —ya en los estertores de esta—, con un personaje que luego tendría continuación y fama en Jaimito: Robertín, el niño millonario. Pero, como hemos comentado, el humor nunca tuvo voluntad de presencia mayor y fue minimizado y reducido a espacios menores, al menos hasta el cuaderno número 18, momento en que la cabecera quiso dar un pequeño giro conceptual que suponemos debió pasar inadvertido para el lector debido a su escasa consistencia. Es más que probable que mucha parte de esas colaboraciones humorísticas provinieran de TBO. El refrito era práctica habitual de la casa.
Original de Aroca para el nº 18. |
Subida de precio y supuestas mejoras
La sombra de El Coyote era cada vez más alargada en el sector. Y no solo por lo excelso de su contenido, también por su calidad de impresión. Hasta el momento, “S” había tenido que recurrir a dos empresas diferentes en la producción de los cuadernos. Una para el blanco y negro del interior (Ponsa, Impresor) y otra para el color de las cubiertas, realizadas bajo técnica litográfica (Lit. A. Tozzi). En el cuaderno 18 la revista inserta un encarte anunciando importantes mejoras: calidad de impresión, doble página central a todo color y, lo más sorprendente, un 40% de historietas cómicas con la garantía de los mejores dibujantes de TBO. Promesa esta última ciertamente sorprendente, pues ya venía siendo así desde el principio. Quizá los últimos tres o cuatro cuadernos sí tuvieron un reparto más equitativo entre ambos contenidos. Incluso el propio Serra Massana se apuntó a realizar alguna página en clave humorística. Lo que sí se vio a partir del número 19 fue una revista más homogénea en cuanto a papel e impresión. Con algo menos de colorido que la litografía, pero más equilibrada en matices y definición. Las imprentas del número anterior desaparecieron para dar paso a Baguña Hnos., empresa que por ese tiempo también hacía labores editoriales (véase Junior Films). El color llegó también a la página central, una recompensa más que merecida al autor de la misma, Albert Mestre, pero que sin duda fue la verdadera causante de la subida de precio, que pasó de 1 peseta a 1,25. Si observan el encarte aquí reproducido, verán que está diseñado por Tinez, con un enmascarado a lo Llanero Solitario haciendo el rendibú. Sorprende la ausencia del supuesto protagonista principal, el superhombre llamado “S”.
Otro dato del anuncio a tener en cuenta es el mes al que hace referencia, abril. Hemos visto anteriormente que la colección inició su andadura en octubre de 1946, así que si la entrega número 19 fue en abril, tuvo que ser abril de 1948, con lo que podemos sacar la conclusión del carácter mensual de la publicación. Lo que nos lleva a situar su finalización en enero de 1949, nueve números o meses después.
|
Conclusión
“S” no fue en ningún momento de su recorrido una revista de historietas al uso, de esas con personajes fijos con los que se familiarizaban los lectores. Pero sí tuvo alma aventurera. Y epopéyica. Aventuras muy diferenciadas de las que el consumidor acostumbraba a leer. Destiló, asimismo, un carácter enciclopédico y cultural sobresaliente, puesto que mostraba al lector la aventura de la vida, los avatares y hechos históricos, los acontecimientos que se habían producido en el mundo desde siglos atrás. Eso sí, siempre con el drama por bandera, incluso con cierta truculencia, muy en línea con la naturaleza intrínseca del folletín. Si no consiguió llegar más lejos no fue por falta de calidad o clarividencia gestora, sino porque el mercado empezó a moverse al ritmo que marcaban otras publicaciones coetáneas, productos que apostaron decidida y mayoritariamente por los héroes justicieros. El tebeo, al igual que el cine y la novela popular, había girado hacia los personajes de ficción, héroes de gesta con los que lector se identificaba. Y “S”, desde el inicio, eligió otro camino del que no quiso abdicar en ningún momento.
Agradecimientos
Paco Sánchez, José Luis Villanueva, Andrés Candomeque y Diego Cantero, por su ayuda documental.
Bibliografía
Joaquín Buigas Garriga. La vida y obra del director de TBO. Autor: Alfonso Cabezas. Ed. Claret (2016).
Diccionario de la Historieta y su uso. Jesús Cuadrado. Ediciones Sinsentido, 2000.
Fuente digitales
www.tebeosfera.com, humoristán.org y grafopata.com.
Otras fuentes
Archivo personal del autor.