TEBEOSFERA \ SECCIÓN  

DE MIL HUMORES / 2

Fotografía de Gonzalo Martínez  

por ANA von REBEUR  


Breve historia de las publicaciones humorísticas argentinas (Apogeo y caída de la revista HUM®).


LA DESOPILANTE TÍA VICENTA.

La historia del humor en la Argentina se remota a los periódicos políticos satíricos como Caras y caretas Caras y Caretas, de 1938y El Mosquito, del siglo pasado, que fueron un deleite de crítica política mordaz y osada. Pero la historia de nuestro país, golpeado por dictadura tras dictadura, siempre complicó la existencia de las publicaciones de humor. ¿De qué se ríe uno? De lo que más le duele. ¿Y qué puede doler más que un gobierno militar de facto, que tortura, asesina, corrompe y roba? Los argentinos pasamos demasiados gobiernos militares, y el humor político, nos brindó alivio en los peores momentos.

Las revistas de humor nos brindaron un foro de encuentro virtual a todos aquellos que nos rebelábamos ante un presente espantoso. Vivíamos en tal opresión y temor, que no podíamos expresarnos libremente ni ante nuestros vecinos o compañeros de trabajo. Pero abríamos esas maravillosas revistas de humor, y encontrábamos cantidad de firmas inteligentes y seres ocurrentes que aligeraban la realidad. Comprar revistas de humor se convertía en una necesidad imperiosa, un desahogo, un alivio. Ahora que no hay revistas de humor en la Argentina, vemos con nostalgia aquella época en que dibujantes y redactores teníamos un lugar adonde expresarnos libremente y un público fiel que no dejaba de escribir cartas a la redacción, dándonos un feedback permanente acerca de la llegada de nuestra obra.

Entre revistas de humor liviano como Rico Tipo, de Divito, de tiras cómicas costumbristas, como Patoruzú y Isidoro -de Dante Quinterno-, o Mafalda de Quino, se destacó la primer revista contemporánea de humor político: Tía Vicenta.

Tía Vicenta pareció el 20 de agosto de 1957 y se cerró con la censura y clausura impuesta por el dictador Onganía el 17 de Julio de 1966, que se ofendió por la manera en que Landrú lo parodiaba como una morsa de enormes bigotes. En este período brindó nueve años de desopilantes ocurrencias con un formato bastante revolucionario para su época: se usaron por primera vez los fotomontajes y echó mano del humor absurdo que tenía éxito en teatros de revistas para aplicarlo al tema de la política argentina. Pero tal vez su característica más original fue que así como aún hoy todos los diarios y revistas tienen secciones fijas que siempre se encuentran en la misma página, Tía Vicenta fue una sorpresa cotidiana, cambiando secciones y estilos, y hasta cambiando la cubierta para parodiar a otras revistas de moda.

Su creador, Juan Carlos Colombres, apodado Landrú, se inspiró en su tía Cora para hacer un personaje central: una señora mayor que cree que sabe todo y responde a cualquier tema con gran autoridad, pero sin tener idea de lo que está diciendo, mientras explica todo con disparates mayúsculos. Otros personajes de Landrú eran: unas muchachas de la alta sociedad, patéticas de tan frívolas; Rogelio, el hombre que razonaba demasiado; el señor Porcel, un exquisito personaje que se debatía en disquisiciones delirantes que lo situaban en un plano distinto de realidad.

Tía Vicenta no poseía un humor corrosivo, sino casi infantil, pero de todos modos era demasiado atrevida para esa época de obligados silencio y eufemismos. Por Tía Vicenta pasaron maestros de la pluma y del plumín como Oski, Sábat, Garycochea, Faruk, Vilar, Copi, Gila, Conrado Nalé Roxlo, Siulnas, Gius, Brascó, Quino y hasta María Elena Walsh. Mucha de su gracia residía en burlarse de la pretendida elegancia del argentino típico, categorizando por clase desde comidas hasta formas de expresión, cayendo en el paroxismo de ridiculizar al esnobismo con listados completos de “Lo que debe decirse” y “Lo que no debe decirse”, y abundando en superlativos como “elegantísimo” y “bochornosísimo”en absurdas guías del savoir faire de la alta sociedad argentina.

Su récord de ventas fue de medio millón de ejemplares en 1966. Desde la fecha de su clausura, Landrú intentó resucitar Tía Vicenta en dos intentos frustrados como suplemento humorístico de periódicos.

HORTENSIA Y HUM® NOS DEVUELVEN LA RISA

Recién en agosto de 1971 llegó otra vez el humor a los argentinos, cuando Cognini fundó la revista Hortensia en la provincia mediterránea de Córdoba. Los cordobeses son descendientes de andaluces, musicales, divertidos y dicharacheros, y gozan una merecida fama de ser los dueños del humor, siempre listos para la chanza oportuna. De hecho, hoy día en Córdoba se concentra una enorme cantidad de dibujantes de humor; en la ciudad cordobesa de Río Cuarto se realiza el único encuentro nacional de humor gráfico, y de esta provincia salieron muchos humoristas comediantes que actualmente trabajan en Buenos Aires. Hortensia fue un semillero de dibujantes como Fontanarrosa y Crist entre los varones, y Marlene Pohle (actual vicepresidenta de FECO, Federación de Organizaciones de Cartunistas, residente en Alemania) entre las mujeres creadoras.

Un año después, en agosto del 72, surgió en Buenos Aires la revista Satiricón, con increíble éxito en todo el país. Satiricón se mofaba de la dictadura, insistía en decir todo lo que la gente temía decir y que los dictadores querían ocultar. Mezclaba sorna con mordacidad, denuncia con ironía y era muy valiente para llamar las cosas por su nombre. Muy lejos del humor ingenuo de Tía Vicenta, Satiricón Satiricón, portada emblemáticafue tal vez la única revista de humor que los lectores leían hasta la última sílaba, con devoción, porque hasta las notas al pie tenían detalles absolutamente hilarantes. En el interior del país, la gente se anotaba en listas de reserva para cuando llegara la revista en los aviones, procedente de la Capital. Fue durante largos años el único medio gráfico que no mentía, que llamaba a las cosas por su nombre y que nos mostraba situaciones hilarantes en medio de una dictadura sangrienta.

En septiembre de 1974, luego de la muerte de Perón, Satiricón fue clausurada por la viuda de Perón- una copera llamada María Estela Martínez, que Perón había conocido en una whiskería de Panamá, y que se hacía llamar Isabelita- y sus siniestros consejeros, como el brujo José López Rega. Antes de que la presidenta le ganara un juicio a la editorial, Satiricón reapareció por un mes más, pero luego sus dueños Oscar Blotta y Andrés Cascioli, separaron destinos y crearon las revistas Mengano y Chaupinela respectivamente. Ambas fueron clausuradas por la Junta Militar en abril de 1976. Tía Vicenta volvió por pocos meses en noviembre de 1977, pero la censura de esos años era tan atroz, que no se podía hablar de más que unos pocos temas muy superficiales.

Coincidiendo con el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978, nace la revista HUM®, o HUM® Registrado (en el lenguaje hablado y por lo general: HUM® ) que reunió a colegas humoristas y periodistas exiliados que regresaban de México y España para volcar todo lo que todos querían saber y nadie se animaba a preguntar, en páginas rutilantes de inteligencia concentrada. También se unieron colegas que venían desde ámbitos como el arte, el periodismo y la publicidad, y la revista se convirtió en un lugar de encuentro para argentinos desesperanzados, que hallaban en sus páginas un solaz donde encontraban verdades, denuncias, alegría y sátira sin pelos en la lengua.

Obviamente, todas estas publicaciones sufrían amenazas, intimidaciones y juicios al por mayor, lo que no arredró a sus creadores de seguir diciendo las cosas tal cual eran, porque ahí residía el éxito de ventas. Existe en la ley argentina una figura legal a la que tuvieron que apelar a menudo los abogados defensores de los humoristas acusados de burlarse de las autoridades de turno. En infinidad de expedientes se explicó que las chanzas y parodias a políticos se había realizado con animus iocandi, o sea, con la intención de divertir, sin intención de calumniar al que se sentía agraviado.

Desde que el primer militar subió al poder y hasta la guerra de las Malvinas, la revista HUM® se convirtió en un referente de la verdad en tono de solfa, por lo cual en el año y medio de decadencia del régimen militar la revista fue subiendo sus ventas de 100.000 ejemplares por edición a 350.000 ejemplares. Un caso inédito en la historia de la gráfica argentina.  

Pero así como la gente consumía vorazmente cada revista HUM® que llegaba al kiosco, los dibujantes y redactores tenían que pensar muy bien cómo hacer un chiste que pudiera pasar ileso a través de la visión de la censura. Esto acostumbró a los lectores a leer artículos entre líneas: los coleccionistas de la revista HUM® tienen los ejemplares marcados con párrafos enteros subrayados, donde destacaban la maestría de autores de exquisita audacia y sutileza para decirlo todo.

La sección de cartas de lectores mostró cartas de antología, con lectores fieles llenos de ideas, que aportaban datos, corregían opiniones y ampliaban temas de una manera ejemplar y deliciosa de leer. Y todas las cartas de lectores publicadas eran respondidas por la misma redacción, así que era un ida y vuelta perpetuo entre lectores y escritores, que en gran parte motivó la lealtad absoluta de los compradores.

Pocos años después, la revista HUM® fue creando otros productos como la revista infantil Humi, la revista de humor erótico Sex HUM®, la revista de cómics de aventuras Fierro, la de diseño grafico Raf, la de deportes El Equipo, o el periódico independiente El Periodista. De todas ellas, la revista Fierro y Sex HUM® perduraron más tiempo, contando con una cantidad fija de lectores fieles.

HUM® DESDE DENTRO

La revista HUM® en su mejor época era un hervidor de gente llena de ideas. Una vez por semana, el grupo editorial de primera plana se reunía en un microcine del edificio para discutir lo más importante: el tema de tapa. Y cómo tratarlo, y cómo manejarlo tratando de saltar por encima de los ojos de la censura.

Por lo general, en la Argentina, para los dibujantes y redactores, ir a las editoriales a llevar los trabajos siempre fue un incordio: a los colaboradores free lance nos miraban de reojos, los editores desdeñaban nuestra labor para bajar el precio de nuestras obras, o nos dicen “Estoy ocupado, déjalo por ahí que otro día lo veo”. Por mucho tiempo, aproximadamente hasta el año 1990, nada de esto pasó en la revista HUM®.

 Si uno llevaba algún trabajo allí, sabía que entraba a la redacción, pero no sabía a qué hora saldría de ella. Era un placer entrar al edificio. Uno se encontraba frente a frente con personalidades descollantes de la literatura, el humor y el periodismo, que no tenían problemas en quedarse conversando durante horas acerca de la actualidad, de ideas, proyectos, inspiraciones... Era cosa común cotidiana encontrarse con Alejandro Dolina, Carlos Nine, Carlos Abrevaya, Cristina Wargon, Sex HumorWalter Clos, Héctor Libertella, Rodolfo Livingston, Maitena Burundarena, María Alcobre, Patricia Breccia, y quedarse largamente conversando con todos ellos. Nos invitaban a participar de charlas, conferencias y congresos donde encontrarnos nuevamente, lo cual era otra ocasión para seguir disfrutando de charlas muy creativas. Tan divertidas eran nuestras conversaciones de pasillo, que muchas de ellas fueron el germen de grandes notas desopilantes que salían publicadas. Todos nos entusiasmábamos mutuamente: los comentarios machistas de Jorge Barale me daban pie para descalificar sus ideas retrógradas en la revista Sex HUM®, mientras una charla que tuve con Abrevaya lo impulsó a hacer una saga brillantemente delirante en la que retrucaba mi equivocada teoría del espacio- tiempo, y una invitación a la Feria del Libro de La Plata a tres mujeres humoristas llevó a Cristina Wargon a hacer una nota contando los pormenores del viaje en remisse de cuatro locas mujeres humoristas apretadas en el asiento trasero, desternillándose de risa... Como los lectores tenían acceso a la intimidad de la redacción y podían enterarse así de los encuentros, desencuentros, entredichos, disputas y reconciliaciones de los redactores y dibujantes entre sí, se logró una complicidad absoluta entre lectores y autores, lo que creo que también explica el rotundo y permanente éxito de ventas de esos años.

En todas partes había grandes talentos, gente que trabajaba con ganas, alegría, solidaridad, un clima fantástico de creatividad y ganas de hacer las cosas bien. Hoy en día, si alguien tienen una idea ya no se la regala a otro, como en aquella época en que todos se decían: «¿Por qué no escribes de esto? ¿Por qué no escribes de aquello?». En ese momento sobraban las ideas porque sobraba la libertad para plasmarlas. Actualmente, la obsesión con los vaivenes económicos y la desazón con un presidente puesto a dedo quitan espacio gráfico para deleitar al público con notas intimistas acerca de las contras de tener piscina en la casa de uno (una descojonante nota de Tomás Sanz) , o de hablar de amores adolescentes. Antes, hacíamos notas criticando a la familia política. Ahora, si no se habla de política o de estrenos de cine y libros, no se hay tinta para gastar.

Todos los sectores de la revista estaban diseminados en cuatro pisos y todo el mundo subía y bajaba las escaleras. No había sectores vedados ni oficinas cerradas: todos los cubículos tenían las puertas abiertas de par en par, y todos los miembros del staff circulaban libremente de un sector a otro, mezclándose los encargados de cine (Aníbal Vinelli) con los de rock (Víctor Pintos, o Victor Hugo Ghitta, actual editor jefe de la Rolling Stone nacional) , los de periodismo de investigación (Héctor Ruiz Núñez) con los de humor erótico (Héctor García Blanco)... todos llamaban a todos a los gritos. Llevar una nota o una tira cómica a la redacción era un placer.

HUM® nos dio a muchos la posibilidad de ingresar en el mundo del humor gráfico o el periodismo por primera vez en nuestras vidas y por la puerta grande. Sus jefes de redacción no tenían prejuicios: la consigna era “si escribe o dibuja bien, que entre”. Así, formaron parte del staff figuras importante de la literatura y el periodismo actuales junto a una abuela de 76 años que escribía en Sex HUM® (María Elena Togno) y un jovencito como Sergio Paskowski que luego cosechó un importante premio literario. Además de ser una usina de ideas, en HUM® los redactores jefe hacían escuela, y no escatimaban consejos a la hora de instruir a los nuevos colaboradores acerca de cómo mejorar el estilo.

Yo entré a trabajar en HUM® porque tuve la suerte de conocer a Horacio Altuna y Juan Giménez – dibujantes argentinos residentes en Sitges, España- que me sugirieron que mostrara mis dibujos en la revista aprovechando que llevaba un original de Juan que sería tapa de la revista Fierro. Yo venía de trabajar como fondista de cómics en el taller Nippur IV, que producía tiras que se publicaban en DC Cómics de Nueva York. Yo me encargaba de traducirlas al inglés y de llevarlas a la editorial en Manhattan. Cuando entré a HUM® , el editor vio mis trabajos y me contrató para hacer una historieta quincenal de una página en Sex HUM®. Un cambio de un jefe de arte por otro particularmente misógino demoró enormemente mi carrera como dibujante, pero redundó en otros beneficios impensados. Dado que no publicaba más dibujos, ingresé como columnista permanente en Sex HUM®, y años después, también en HUM®. Sólo mucho tiempo después pude ilustrar mis propias notas de humor, y en 1995, la misma editorial de la revista me publicó mis dos primeros libros de humor, Los hombres vienen flojos y Chistes Feministas, que iniciaron una serie de diez libros de humor, el último publicado el año pasado. El contratiempo de haber sido censurada por un colega me convirtió en una de las pocas humoristas gráficas que dibujan a la vez que escriben, algo que también hicieron Landrú, Siulnas y Fontanarrosa. Y me permitió combinar con el dibujo trabajos como redactora de contenidos de internet, entrevistadora y cronista de viajes en todos los grandes diarios y revistas argentinos, y algunos del exterior.

Fue una gran experiencia haber trabajado en una revista best seller, donde todo lo que salía publicado era la comidilla de los medios al día siguiente.. Fue genial saber que podías llegar a la mesa del editor, proponerle un tema, una investigación, un proyecto, y que siempre te dijera: «Adelante, hazlo y tráemelo en cuanto lo tengas listo».En los 14 años seguidos que trabajé en las dos revistas, me sentí con total libertad de expresarme como quisiera, sabiendo que casi todos los temas propuestos serían publicados.

Pero como todo tiene su fin, en 1996 empezaron los problemas en la revista: hubo demoras en los pagos, despidos de personal, censura previa (no me dejaron hablar del aborto ni de la despenalización de la droga, los dos grandes temas tabú) , y hubo tanto cambio de personal que nos vimos rodeados de caras temerosas y disgustadas. De repente los cubículos comenzaron a vaciarse, la gente hablaba en susurros para que no escuchara el editor, que pasó de ser un aliado a convertirse en el enemigo. La revista perdió el rumbo editorial y, una vez más, se le echó la culpa a la crisis y a que el público no compraba la publicación.

¿Qué estaba pasando?

EL FIN DE HUM®

Lo que precipitó el fin de HUM® fue una combinación de factores externos y desatinos de la editorial.

En primer lugar, la revista que había sido el órgano de resistencia a la Dictadura, con el advenimiento de la democrac0ia ya no tenía razón de ser. El mismo tipo de denuncias que antes sólo podían leerse en HUM® , ya aparecerían en todos los diarios, en especial en el diario Página 12, creado a fines de los ochenta, con un estilo de denuncia irónica que se parecía demasiado al de la revista. Los grandes intelectos de la revista, al comprobar que cobrar sus notas se convertía en una quimera o en juicios al editor, se fueron del staff rumbo a caminos propios; algunos en diarios, otros en televisión, otros como productores periodísticos, otros como novelistas, ilustradores o conductores de radio.

Los nuevos autores, sin el incentivo de cobrar puntualmente a fin de mes como en los buenos tiempos, no se esmeraban tanto en la factura de sus trabajos, ni eran en sí tan brillantes como las firmas que habían partido. La revista, además, achicó la cantidad de páginas y su contenido no era el mismo que el de los buenos tiempos. Costaba mucho que aceptaran una buena nota de denuncia, porque no había presupuesto para pagarla, entonces uno acababa ofreciéndola a otros medios que sí la publicaban. A mí personalmente me rechazaron la historia de las sobrefacturaciones millonarias gestadas por Gostanián, amigo y financista del presidente Menem, en la Casa de Moneda, nota que luego fue publicada por Página 12 y que tuvo repercusión internacional.

Además, incurrieron en errores garrafales como mostrar en tapa un tema fuerte, que en el interior no era tratado a fondo. Las notas eran cada vez más irrelevantes, y lejos de dar primicias, sólo mostraban la opinión de columnistas acerca de primicias publicadas en otros medios. Como en esos años se puso de moda el periodismo de investigación acerca de los errores de la dictadura militar, se machacaba con esos temas y se dejó muy de lado la ironía y el humor, que era lo que el público esperaba de la revista.

Se intentó darle un viso de modernidad con páginas ecológicas bien hechas, pero que no tenían nada que ver con la línea editorial original, y finalmente la revista se convirtió en otra cosa: era pesada, triste y muy poco hilarante. El clima imperante en la redacción, de nervios puros, se reflejaba en cada página. La otrora audaz y elegante Sex HUM® se convirtió en un pasquín porno, y pasó de ser una publicación unisex que hasta organizaba fiestas anuales a las que invitaba a sus lectores, a convertirse en un producto estilo Interviú, que coqueteaba con lo sado-maso y para público exclusivamente masculino. Un error garrafal, ya que se sabe que las mayores compradoras de revistas son las mujeres.

Pero, básicamente, el fin de la dictadura fue el fin de HUM®. Con la llegada de la democracia a la Argentina, el clima de distensión total y cualquier diario o revista podía hablar de lo que antes sólo hablaba HUM®. Ya no había censura ni amenazas por decir la verdad. Y HUM® , sin poder recuperara su estilo jaranero, se había quedado sin seguidores. Los antiguos lectores decían: «¿Para qué voy a comprar la revista HUM®? ¿Para deprimirme? ¡Para información general compro el diario que es más barato! La revista ya no me hace reír!»El humor de Ana von Rebeur

Las viejas reuniones casi afectivas del staff se convirtieron en audiencias con abogados y reuniones con el síndico y los contadores: la empresa estaba quebrada y con deudas millonarias al fisco. Muchos sabemos que jamás podremos cobrar los retiros de tantos años de aportes en concepto de jubilación que nos fueron devengados del sueldo, pero que el editor no liquidaba a la Caja de Jubilaciones.

En el año 1997, HUM® publicó su último número. Unos meses después, un ex colega de Cascioli se inventó un engendro pseudo humorístico llamado La Murga, para divertimento de sus dos hijos ya grandecitos, que dejaron un tendal de deudas impagas entre todos los ex dibujantes de HUM® que corrieron a colaborar con la nueva revista, pensando que La Murga sería una nueva HUM®. Desde Marzo de 2002 el ex editor de HUM® intenta poner su talento en un nuevo tabloide quincenal que publica Editorial Perfil. Se llama El Cacerolazo y lo hizo pensando en hacer eco de la indignación generalizada de un pueblo estafado por el Estado y las instituciones bancarias. Para ello se valió de un presupuesto ínfimo y empleados en situación de riesgo de una editorial con problemas económicos graves. Otra vez se le augura corta vida a este nuevo tabloide que repite el error del pasado de confundir información de actualidad con revista de humor, y que no hace ni una cosa ni la otra: no hace reír ni informa a fondo. Informar con picardía fue la exitosa tarea de Satiricón y HUM® en plena dictadura, cuando la censura imperante las convertía en sendos booms editoriales...¡Había tanto para decir! Ahora nadie se arriesga a decir nada y el papel está demasiado caro como para jugarse a hacer algo nuevo.

En un país sin publicaciones humorísticas, sus habitantes siguen esperando que salga algo escrito que los haga reír un poco. Por ahora, sólo un par de comediantes teatrales como Enrique Pinti o Nito Artaza colman las butacas con sus chistes políticos. Y otro humoristas se las ingenian para publicar revistas de humor estilo fanzines de bajo costo, que se pagan con los anunciantes, pero de tiradas ínfimas, como son El Garrotazo en Buenos Aires, Salta la Risa en Salta, Mbarigüí en Misiones, o Panza Verde en la provincia de Entre Ríos.

Tal vez si algún editor recordara lo bien que le fue a la pionera Tía Vicenta- que no intentaba hacer sesudos análisis políticos, sino mofarse de todo-, podría animarse a crear un revista de humor que pueda convertirse en un nuevo suceso. Pero cuesta creer que funcione bien una publicación nueva sin el esplendoroso equipo creativo de antaño. Si bien es cierto que el humor de Tía Vicenta hoy es totalmente infantil al lado del humor despiadado que creció en la revista HUM®, también creo que los argentinos del nuevo milenio están demasiado duros y preocupados como para poder reírse de algo. Antes deberíamos aflojarnos un poco, sacarnos la corbata y disipar los insoportables humos de superioridad que hacen que una derrota futbolística en el Mundial de Fútbol de Japón sea tratada por los medios como una tragedia nacional, con tanto temas mas graves que nos acongojan. Tal vez cuando podamos ver las cosas con cierta perspectiva más madura y menos trágica, y podamos distinguir lo banal de lo importante y a esto de lo urgente, podamos empezar a reírnos un poco de nosotros mismos y de la vida.

Mientas tanto, la revista HUM® es un entrañable recuerdo con triste final, de una época en que –aunque es odioso decirlo– la censura y la dictadura ayudaron a que exista un humor de primer nivel.

Tal vez no sea casual que los más brillantes exponentes del humor gráfico provienen de países con grandes conflictos políticos, enormes maquinarias de censura y poca experiencia democrática como Rumania, Letonia, Ucrania, Turquía, China y Rusia. Dicen que la dificultad es la madre del ingenio, y no me queda más remedio que creer que es rigurosamente cierto. La censura, por más aberrante que sea en cualquier país, termina agudizando el intelecto, lleva a pensar resoluciones originales del chiste, rechaza el chiste fácil y ayuda a desarrollar el humorismo en su más plena potencia.


Ana von Rebeur es periodista, escritora, conferenciante, dibujante humorística y presidenta de FECO Argentina. Se inició en la revista HUM®, donde trabajó durante 11 años seguidos, hasta su cierre. Es autora de más diez libros de humor, entre ellos: Chistes Feministas (Planeta, 2001), No me pisen que ando en ojotas (Planeta, 2001). En los últimos años ha sido reconocida con el Award of Success del Aydin Dogan Vakfi, Turquía, con la Mención de Honor del Festival Yomiuri Yimbun de Japón, y con un Bronze Prize en el 1st FreeCartoonsWeb International de China. Actualmente publica textos y dibujos humorísticos en revistas de Argentina, Irán e India. Ana se halla localizable en www.anavonrebeur.com.ar


 VÍNCULOS:

El humor gráfico argentino en la última década del s. XX, por Diego Puglisi
El gran Oski, por Federico Reggiani
Oski, por Kloster

Artículo de Ana von Rebeur sobre las mujeres en los cómics.


 [ Edición para Tebeosfera 021005 ]