LA DESOPILANTE TÍA VICENTA.
La historia del humor en la Argentina se remota a los periódicos
políticos satíricos como Caras y caretas
y
El Mosquito, del siglo pasado, que fueron un deleite de crítica
política mordaz y osada. Pero la historia de nuestro país, golpeado por
dictadura tras dictadura, siempre complicó la existencia de las
publicaciones de humor. ¿De qué se ríe uno? De lo que más le duele. ¿Y
qué puede doler más que un gobierno militar de facto, que tortura,
asesina, corrompe y roba? Los argentinos pasamos demasiados gobiernos
militares, y el humor político, nos brindó alivio en los peores
momentos.
Las revistas de humor nos brindaron un foro de encuentro virtual a todos
aquellos que nos rebelábamos ante un presente espantoso. Vivíamos en tal
opresión y temor, que no podíamos expresarnos libremente ni ante
nuestros vecinos o compañeros de trabajo. Pero abríamos esas
maravillosas revistas de humor, y encontrábamos cantidad de firmas
inteligentes y seres ocurrentes que aligeraban la realidad. Comprar
revistas de humor se convertía en una necesidad imperiosa, un desahogo,
un alivio. Ahora que no hay revistas de humor en la Argentina, vemos con
nostalgia aquella época en que dibujantes y redactores teníamos un lugar
adonde expresarnos libremente y un público fiel que no dejaba de
escribir cartas a la redacción, dándonos un feedback permanente
acerca de la llegada de nuestra obra.
Entre revistas de humor liviano como Rico Tipo, de Divito, de
tiras cómicas costumbristas, como Patoruzú y Isidoro -de
Dante Quinterno-, o Mafalda de Quino, se destacó la primer
revista contemporánea de humor político: Tía Vicenta.
Tía Vicenta
pareció el 20 de agosto de 1957 y se cerró con la censura y clausura
impuesta por el dictador Onganía el 17 de Julio de 1966, que se ofendió
por la manera en que Landrú lo parodiaba como una morsa de enormes
bigotes. En este período brindó nueve años de desopilantes ocurrencias
con un formato bastante revolucionario para su época: se usaron por
primera vez los fotomontajes y echó mano del humor absurdo que tenía
éxito en teatros de revistas para aplicarlo al tema de la política
argentina. Pero tal vez su característica más original fue que así como
aún hoy todos los diarios y revistas tienen secciones fijas que siempre
se encuentran en la misma página, Tía Vicenta fue una sorpresa
cotidiana, cambiando secciones y estilos, y hasta cambiando la cubierta
para parodiar a otras revistas de moda.
Su creador, Juan Carlos Colombres, apodado Landrú, se inspiró en su tía
Cora para hacer un personaje central: una señora mayor que cree que sabe
todo y responde a cualquier tema con gran autoridad, pero sin tener idea
de lo que está diciendo, mientras explica todo con disparates
mayúsculos. Otros personajes de Landrú eran: unas muchachas de la alta
sociedad, patéticas de tan frívolas; Rogelio, el hombre que razonaba
demasiado; el señor Porcel, un exquisito personaje que se debatía en
disquisiciones delirantes que lo situaban en un plano distinto de
realidad.
Tía Vicenta
no poseía un humor corrosivo, sino casi infantil, pero de todos modos
era demasiado atrevida para esa época de obligados silencio y
eufemismos. Por Tía Vicenta pasaron maestros de la pluma y del
plumín como Oski, Sábat, Garycochea, Faruk, Vilar, Copi, Gila, Conrado
Nalé Roxlo, Siulnas, Gius, Brascó, Quino y hasta María Elena Walsh.
Mucha de su gracia residía en burlarse de la pretendida elegancia del
argentino típico, categorizando por clase desde comidas hasta formas de
expresión, cayendo en el paroxismo de ridiculizar al esnobismo con
listados completos de “Lo que debe decirse” y “Lo que no debe decirse”,
y abundando en superlativos como “elegantísimo” y “bochornosísimo”en
absurdas guías del savoir faire de la alta sociedad argentina.
Su récord de ventas fue de medio millón de ejemplares en 1966. Desde la
fecha de su clausura, Landrú intentó resucitar Tía Vicenta en dos
intentos frustrados como suplemento humorístico de periódicos.
HORTENSIA
Y HUM® NOS DEVUELVEN LA RISA
Recién en agosto de 1971 llegó otra vez el humor a los argentinos,
cuando Cognini fundó la revista Hortensia en la provincia
mediterránea de Córdoba. Los cordobeses son descendientes de andaluces,
musicales, divertidos y dicharacheros, y gozan una merecida fama de ser
los dueños del humor, siempre listos para la chanza oportuna. De hecho,
hoy día en Córdoba se concentra una enorme cantidad de dibujantes de
humor; en la ciudad cordobesa de Río Cuarto se realiza el único
encuentro nacional de humor gráfico, y de esta provincia salieron muchos
humoristas comediantes que actualmente trabajan en Buenos Aires.
Hortensia fue un semillero de dibujantes como Fontanarrosa y Crist
entre los varones, y Marlene Pohle (actual vicepresidenta de FECO,
Federación de Organizaciones de Cartunistas, residente en Alemania)
entre las mujeres creadoras.
Un año después, en agosto del 72, surgió en Buenos Aires la revista
Satiricón, con increíble éxito en todo el país. Satiricón se
mofaba de la dictadura, insistía en decir todo lo que la gente temía
decir y que los dictadores querían ocultar. Mezclaba sorna con
mordacidad, denuncia con ironía y era muy valiente para llamar las cosas
por su nombre. Muy lejos del humor ingenuo de Tía Vicenta,
Satiricón
fue
tal vez la única revista de humor que los lectores leían hasta la última
sílaba, con devoción, porque hasta las notas al pie tenían detalles
absolutamente hilarantes. En el interior del país, la gente se anotaba
en listas de reserva para cuando llegara la revista en los aviones,
procedente de la Capital. Fue durante largos años el único medio gráfico
que no mentía, que llamaba a las cosas por su nombre y que nos mostraba
situaciones hilarantes en medio de una dictadura sangrienta.
En septiembre de 1974, luego de la muerte de Perón, Satiricón fue
clausurada por la viuda de Perón- una copera llamada María Estela
Martínez, que Perón había conocido en una whiskería de Panamá, y que se
hacía llamar Isabelita- y sus siniestros consejeros, como el brujo José
López Rega. Antes de que la presidenta le ganara un juicio a la
editorial, Satiricón reapareció por un mes más, pero luego sus
dueños Oscar Blotta y Andrés Cascioli, separaron destinos y crearon las
revistas Mengano y Chaupinela respectivamente. Ambas
fueron clausuradas por la Junta Militar en abril de 1976. Tía Vicenta
volvió por pocos meses en noviembre de 1977, pero la censura de esos
años era tan atroz, que no se podía hablar de más que unos pocos temas
muy superficiales.
Coincidiendo con el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978, nace la
revista HUM®, o HUM® Registrado (en el lenguaje hablado
y por lo general: HUM® ) que reunió a colegas humoristas y
periodistas exiliados que regresaban de México y España para volcar todo
lo que todos querían saber y nadie se animaba a preguntar, en páginas
rutilantes de inteligencia concentrada. También se unieron colegas que
venían desde ámbitos como el arte, el periodismo y la publicidad, y la
revista se convirtió en un lugar de encuentro para argentinos
desesperanzados, que hallaban en sus páginas un solaz donde encontraban
verdades, denuncias, alegría y sátira sin pelos en la lengua.
Obviamente, todas estas publicaciones sufrían amenazas, intimidaciones y
juicios al por mayor, lo que no arredró a sus creadores de seguir
diciendo las cosas tal cual eran, porque ahí residía el éxito de ventas.
Existe en la ley argentina una figura legal a la que tuvieron que apelar
a menudo los abogados defensores de los humoristas acusados de burlarse
de las autoridades de turno. En infinidad de expedientes se explicó que
las chanzas y parodias a políticos se había realizado con animus
iocandi, o sea, con la intención de divertir, sin intención de
calumniar al que se sentía agraviado.
Desde que el primer militar subió al poder y hasta la guerra de las
Malvinas, la revista HUM® se convirtió en un referente de la
verdad en tono de solfa, por lo cual en el año y medio de decadencia del
régimen militar la revista fue subiendo sus ventas de 100.000 ejemplares
por edición a 350.000 ejemplares. Un caso inédito en la historia de la
gráfica argentina.
Pero así como la gente consumía vorazmente cada revista HUM® que
llegaba al kiosco, los dibujantes y redactores tenían que pensar muy
bien cómo hacer un chiste que pudiera pasar ileso a través de la visión
de la censura. Esto acostumbró a los lectores a leer artículos entre
líneas: los coleccionistas de la revista HUM® tienen los
ejemplares marcados con párrafos enteros subrayados, donde destacaban la
maestría de autores de exquisita audacia y sutileza para decirlo todo.
La sección de cartas de lectores mostró cartas de antología, con
lectores fieles llenos de ideas, que aportaban datos, corregían
opiniones y ampliaban temas de una manera ejemplar y deliciosa de leer.
Y todas las cartas de lectores publicadas eran respondidas por la misma
redacción, así que era un ida y vuelta perpetuo entre lectores y
escritores, que en gran parte motivó la lealtad absoluta de los
compradores.
Pocos años después, la revista HUM® fue creando otros productos
como la revista infantil Humi, la revista de humor erótico Sex HUM®,
la revista de cómics de aventuras Fierro, la de diseño grafico
Raf, la de deportes El Equipo, o el periódico independiente
El Periodista. De todas ellas, la revista Fierro y Sex
HUM® perduraron más tiempo, contando con una cantidad fija de
lectores fieles.
HUM®
DESDE DENTRO
La revista HUM® en su mejor época era un hervidor de gente llena
de ideas. Una vez por semana, el grupo editorial de primera plana se
reunía en un microcine del edificio para discutir lo más importante: el
tema de tapa. Y cómo tratarlo, y cómo manejarlo tratando de saltar por
encima de los ojos de la censura.
Por lo general, en la Argentina, para los dibujantes y redactores, ir a
las editoriales a llevar los trabajos siempre fue un incordio: a los
colaboradores free lance nos miraban de reojos, los editores
desdeñaban nuestra labor para bajar el precio de nuestras obras, o nos
dicen “Estoy ocupado, déjalo por ahí que otro día lo veo”. Por mucho
tiempo, aproximadamente hasta el año 1990, nada de esto pasó en la
revista HUM®.
Si uno llevaba algún trabajo allí, sabía que entraba a la redacción,
pero no sabía a qué hora saldría de ella. Era un placer entrar al
edificio. Uno se encontraba frente a frente con personalidades
descollantes de la literatura, el humor y el periodismo, que no tenían
problemas en quedarse conversando durante horas acerca de la actualidad,
de ideas, proyectos, inspiraciones... Era cosa común cotidiana
encontrarse con Alejandro Dolina, Carlos Nine, Carlos Abrevaya, Cristina
Wargon,
Walter Clos, Héctor Libertella, Rodolfo Livingston, Maitena
Burundarena, María Alcobre, Patricia Breccia, y quedarse largamente
conversando con todos ellos. Nos invitaban a participar de charlas,
conferencias y congresos donde encontrarnos nuevamente, lo cual era otra
ocasión para seguir disfrutando de charlas muy creativas. Tan divertidas
eran nuestras conversaciones de pasillo, que muchas de ellas fueron el
germen de grandes notas desopilantes que salían publicadas. Todos nos
entusiasmábamos mutuamente: los comentarios machistas de Jorge Barale me
daban pie para descalificar sus ideas retrógradas en la revista Sex
HUM®,
mientras una charla que tuve con Abrevaya lo impulsó a hacer una saga
brillantemente delirante en la que retrucaba mi equivocada teoría del
espacio- tiempo, y una invitación a la Feria del Libro de La Plata a
tres mujeres humoristas llevó a Cristina Wargon a hacer una nota
contando los pormenores del viaje en remisse de cuatro locas
mujeres humoristas apretadas en el asiento trasero, desternillándose de
risa... Como los lectores tenían acceso a la intimidad de la redacción y
podían enterarse así de los encuentros, desencuentros, entredichos,
disputas y reconciliaciones de los redactores y dibujantes entre sí, se
logró una complicidad absoluta entre lectores y autores, lo que creo que
también explica el rotundo y permanente éxito de ventas de esos años.
En todas partes había grandes talentos, gente que trabajaba con ganas,
alegría, solidaridad, un clima fantástico de creatividad y ganas de
hacer las cosas bien. Hoy en día, si alguien tienen una idea ya no se la
regala a otro, como en aquella época en que todos se decían: «¿Por qué
no escribes de esto? ¿Por qué no escribes de aquello?». En ese momento
sobraban las ideas porque sobraba la libertad para plasmarlas.
Actualmente, la obsesión con los vaivenes económicos y la desazón con un
presidente puesto a dedo quitan espacio gráfico para deleitar al público
con notas intimistas acerca de las contras de tener piscina en la casa
de uno (una descojonante nota de Tomás Sanz) , o de hablar de amores
adolescentes. Antes, hacíamos notas criticando a la familia política.
Ahora, si no se habla de política o de estrenos de cine y libros, no se
hay tinta para gastar.
Todos los sectores de la revista estaban diseminados en cuatro pisos y
todo el mundo subía y bajaba las escaleras. No había sectores vedados ni
oficinas cerradas: todos los cubículos tenían las puertas abiertas de
par en par, y todos los miembros del staff circulaban libremente
de un sector a otro, mezclándose los encargados de cine (Aníbal Vinelli)
con los de rock (Víctor Pintos, o Victor Hugo Ghitta, actual editor jefe
de la Rolling Stone nacional) , los de periodismo de
investigación (Héctor Ruiz Núñez) con los de humor erótico (Héctor
García Blanco)... todos llamaban a todos a los gritos. Llevar una nota o
una tira cómica a la redacción era un placer.
HUM®
nos dio a muchos la
posibilidad de ingresar en el mundo del humor gráfico o el periodismo
por primera vez en nuestras vidas y por la puerta grande. Sus jefes de
redacción no tenían prejuicios: la consigna era “si escribe o dibuja
bien, que entre”. Así, formaron parte del staff figuras importante de la
literatura y el periodismo actuales junto a una abuela de 76 años que
escribía en Sex HUM® (María Elena Togno) y un jovencito como
Sergio Paskowski que luego cosechó un importante premio literario.
Además de ser una usina de ideas, en HUM® los redactores jefe
hacían escuela, y no escatimaban consejos a la hora de instruir a los
nuevos colaboradores acerca de cómo mejorar el estilo.
Yo entré a trabajar en HUM® porque tuve la suerte de conocer a
Horacio Altuna y Juan Giménez – dibujantes argentinos residentes en
Sitges, España- que me sugirieron que mostrara mis dibujos en la revista
aprovechando que llevaba un original de Juan que sería tapa de la
revista Fierro. Yo venía de trabajar como fondista de cómics en
el taller Nippur IV, que producía tiras que se publicaban en DC Cómics
de Nueva York. Yo me encargaba de traducirlas al inglés y de llevarlas a
la editorial en Manhattan. Cuando entré a HUM® , el editor vio
mis trabajos y me contrató para hacer una historieta quincenal de una
página en Sex HUM®. Un cambio de un jefe de arte por otro
particularmente misógino demoró enormemente mi carrera como dibujante,
pero redundó en otros beneficios impensados. Dado que no publicaba más
dibujos, ingresé como columnista permanente en Sex HUM®, y años
después, también en HUM®. Sólo mucho tiempo después pude
ilustrar mis propias notas de humor, y en 1995, la misma editorial de la
revista me publicó mis dos primeros libros de humor, Los hombres
vienen flojos y Chistes Feministas, que iniciaron una serie
de diez libros de humor, el último publicado el año pasado. El
contratiempo de haber sido censurada por un colega me convirtió en una
de las pocas humoristas gráficas que dibujan a la vez que escriben, algo
que también hicieron Landrú, Siulnas y Fontanarrosa. Y me permitió
combinar con el dibujo trabajos como redactora de contenidos de
internet, entrevistadora y cronista de viajes en todos los grandes
diarios y revistas argentinos, y algunos del exterior.
Fue una gran experiencia haber trabajado en una revista best seller,
donde todo lo que salía publicado era la comidilla de los medios al día
siguiente.. Fue genial saber que podías llegar a la mesa del editor,
proponerle un tema, una investigación, un proyecto, y que siempre te
dijera: «Adelante, hazlo y tráemelo en cuanto lo tengas listo».En los 14
años seguidos que trabajé en las dos revistas, me sentí con total
libertad de expresarme como quisiera, sabiendo que casi todos los temas
propuestos serían publicados.
Pero como todo tiene su fin, en 1996 empezaron los problemas en la
revista: hubo demoras en los pagos, despidos de personal, censura previa
(no me dejaron hablar del aborto ni de la despenalización de la droga,
los dos grandes temas tabú) , y hubo tanto cambio de personal que nos
vimos rodeados de caras temerosas y disgustadas. De repente los
cubículos comenzaron a vaciarse, la gente hablaba en susurros para que
no escuchara el editor, que pasó de ser un aliado a convertirse en el
enemigo. La revista perdió el rumbo editorial y, una vez más, se le echó
la culpa a la crisis y a que el público no compraba la publicación.
¿Qué estaba pasando?
EL FIN DE HUM®
Lo que precipitó el fin de HUM® fue una combinación de factores
externos y desatinos de la editorial.
En primer lugar, la revista que había sido el órgano de resistencia a la
Dictadura, con el advenimiento de la democrac0ia
ya no tenía razón de ser. El mismo tipo de denuncias que antes sólo
podían leerse en HUM® , ya aparecerían en todos los diarios, en
especial en el diario Página 12, creado a fines de los ochenta,
con un estilo de denuncia irónica que se parecía demasiado al de la
revista. Los grandes intelectos de la revista, al comprobar que cobrar
sus notas se convertía en una quimera o en juicios al editor, se fueron
del staff rumbo a caminos propios; algunos en diarios, otros en
televisión, otros como productores periodísticos, otros como novelistas,
ilustradores o conductores de radio.
Los nuevos autores, sin el incentivo de cobrar puntualmente a fin de mes
como en los buenos tiempos, no se esmeraban tanto en la factura de sus
trabajos, ni eran en sí tan brillantes como las firmas que habían
partido. La revista, además, achicó la cantidad de páginas y su
contenido no era el mismo que el de los buenos tiempos. Costaba mucho
que aceptaran una buena nota de denuncia, porque no había presupuesto
para pagarla, entonces uno acababa ofreciéndola a otros medios que sí la
publicaban. A mí personalmente me rechazaron la historia de las
sobrefacturaciones millonarias gestadas por Gostanián, amigo y
financista del presidente Menem, en la Casa de Moneda, nota que luego
fue publicada por Página 12 y que tuvo repercusión internacional.
Además, incurrieron en errores garrafales como mostrar en tapa un tema
fuerte, que en el interior no era tratado a fondo. Las notas eran cada
vez más irrelevantes, y lejos de dar primicias, sólo mostraban la
opinión de columnistas acerca de primicias publicadas en otros medios.
Como en esos años se puso de moda el periodismo de investigación acerca
de los errores de la dictadura militar, se machacaba con esos temas y se
dejó muy de lado la ironía y el humor, que era lo que el público
esperaba de la revista.
Se intentó darle un viso de modernidad con páginas ecológicas bien
hechas, pero que no tenían nada que ver con la línea editorial original,
y finalmente la revista se convirtió en otra cosa: era pesada, triste y
muy poco hilarante. El clima imperante en la redacción, de nervios
puros, se reflejaba en cada página. La otrora audaz y elegante Sex
HUM® se convirtió en un pasquín porno, y pasó de ser una
publicación unisex que hasta organizaba fiestas anuales a las que
invitaba a sus lectores, a convertirse en un producto estilo Interviú,
que coqueteaba con lo sado-maso y para público exclusivamente masculino.
Un error garrafal, ya que se sabe que las mayores compradoras de
revistas son las mujeres.
Pero, básicamente, el fin de la dictadura fue el fin de HUM®.
Con la llegada de la democracia a la Argentina, el clima de distensión
total y cualquier diario o revista podía hablar de lo que antes sólo
hablaba HUM®. Ya no había censura ni amenazas por decir la
verdad. Y HUM® , sin poder recuperara su estilo jaranero, se
había quedado sin seguidores. Los antiguos lectores decían: «¿Para qué
voy a comprar la revista HUM®? ¿Para deprimirme? ¡Para
información general compro el diario que es más barato! La revista ya no
me hace reír!»
Las viejas reuniones casi afectivas del staff se convirtieron en
audiencias con abogados y reuniones con el síndico y los contadores: la
empresa estaba quebrada y con deudas millonarias al fisco. Muchos
sabemos que jamás podremos cobrar los retiros de tantos años de aportes
en concepto de jubilación que nos fueron devengados del sueldo, pero que
el editor no liquidaba a la Caja de Jubilaciones.
En el año 1997, HUM® publicó su último número. Unos meses
después, un ex colega de Cascioli se inventó un engendro pseudo
humorístico llamado La Murga, para divertimento de sus dos hijos
ya grandecitos, que dejaron un tendal de deudas impagas entre todos los
ex dibujantes de HUM® que corrieron a colaborar con la nueva
revista, pensando que La Murga sería una nueva HUM®.
Desde Marzo de 2002 el ex editor de HUM® intenta poner su
talento en un nuevo tabloide quincenal que publica Editorial Perfil. Se
llama El Cacerolazo y lo hizo pensando en hacer eco de la
indignación generalizada de un pueblo estafado por el Estado y las
instituciones bancarias. Para ello se valió de un presupuesto ínfimo y
empleados en situación de riesgo de una editorial con problemas
económicos graves. Otra vez se le augura corta vida a este nuevo
tabloide que repite el error del pasado de confundir información de
actualidad con revista de humor, y que no hace ni una cosa ni la otra:
no hace reír ni informa a fondo. Informar con picardía fue la exitosa
tarea de Satiricón y HUM® en plena dictadura, cuando la
censura imperante las convertía en sendos booms
editoriales...¡Había tanto para decir! Ahora nadie se arriesga a decir
nada y el papel está demasiado caro como para jugarse a hacer algo
nuevo.
En un país sin publicaciones humorísticas, sus habitantes siguen
esperando que salga algo escrito que los haga reír un poco. Por ahora,
sólo un par de comediantes teatrales como Enrique Pinti o Nito Artaza
colman las butacas con sus chistes políticos. Y otro humoristas se las
ingenian para publicar revistas
de humor estilo fanzines de bajo costo, que se pagan con los
anunciantes, pero de tiradas ínfimas, como son El Garrotazo en
Buenos Aires, Salta la Risa en Salta, Mbarigüí en
Misiones, o Panza Verde en la provincia de Entre Ríos.
Tal vez si algún editor recordara lo bien que le fue a la pionera Tía
Vicenta- que no intentaba hacer sesudos análisis políticos, sino
mofarse de todo-, podría animarse a crear un revista de humor que pueda
convertirse en un nuevo suceso. Pero cuesta creer que funcione bien una
publicación nueva sin el esplendoroso equipo creativo de antaño. Si bien
es cierto que el humor de Tía Vicenta hoy es totalmente infantil
al lado del humor despiadado que creció en la revista HUM®,
también creo que los argentinos del nuevo milenio están demasiado duros
y preocupados como para poder reírse de algo. Antes deberíamos
aflojarnos un poco, sacarnos la corbata y disipar los insoportables
humos de superioridad que hacen que una derrota futbolística en el
Mundial de Fútbol de Japón sea tratada por los medios como una tragedia
nacional, con tanto temas mas graves que nos acongojan. Tal vez cuando
podamos ver las cosas con cierta perspectiva más madura y menos trágica,
y podamos distinguir lo banal de lo importante y a esto de lo urgente,
podamos empezar a reírnos un poco de nosotros mismos y de la vida.
Mientas tanto, la revista HUM® es un entrañable recuerdo con
triste final, de una época en que –aunque es odioso decirlo– la censura
y la dictadura ayudaron a que exista un humor de primer nivel.
Tal vez no sea
casual que los más brillantes exponentes del humor gráfico provienen de
países con grandes conflictos políticos, enormes maquinarias de censura
y poca experiencia democrática como Rumania, Letonia, Ucrania, Turquía,
China y Rusia. Dicen que la dificultad es la madre del ingenio, y no me
queda más remedio que creer que es rigurosamente cierto. La censura, por
más aberrante que sea en cualquier país, termina agudizando el
intelecto, lleva a pensar resoluciones originales del chiste, rechaza el
chiste fácil y ayuda a desarrollar el humorismo en su más plena
potencia. |