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LOS MUSEOS DE
LONDRES
luego, resulta que
la vida me ha enseñado que quizá en el pecado he tenido la penitencia,
y ahora os voy a contar por qué ha sido así. En primer lugar, el
aspecto positivo es que gracias a la caricatura de Córdoba y a El
Museo me enganché no a la cosa del desnudo y haber caído en malos
ambientes en los que pregonaban los curas que no debíamos caer, pero
me entró la vocación de la caricatura que en parte me ha dado para
vivir. Como os decía, en el pecado he tenido la penitencia, porque me
he ido a casar con una señora (señorita de soltera) que es
restauradora de arte y conservadora de museos. Eso quiere decir que
ella visita los museos en las ciudades donde va. Pero es que no visita
uno, visita todos. Y no va a ver una obra, sino que se las ve todas.
Hace unos años estuvimos en Londres, hace bastantes años... ¿y si os
cuento los museos de Londres que hemos visto y las horas que estuve en
cada uno? Os voy a contar dónde terminé y os va a parecer que es lo
más lógico y natural:
Hay muchos tipos de
museos, y en Londres están todos los tipos de museos que puede haber.
Y para hacer un Museo del Humor hay que saber qué museo queremos. Lo
primero que visitamos fue el British Museum en el que, como diría Gila,
lo tienen todo roto..., puesto por ahí... muy grande... lo uno lo han
cogido de Mesopotamia, lo otro se lo han robado a los griegos... es un
museo del latrocinio, todo lo que robó el imperio está ahí. [ risas ]
Está bien cuidado ¿eh? O sea, iluminado, en vitrinas, con focos,
etcétera. Y mi mujer me dijo: «¡Este museo está lleno de joyas!», y
dije yo: «¡Jo! Échale la mañana». Yo, como sé lo que me espera cuando
voy a un museo con mi mujer, ya he aprendido y llevo un bloc de dibujo
para practicar allí el oficio de dibujante, pues entre los dibujantes
la cabra tiende a tirar al monte. Yo voy buscando el desnudo, claro,
porque ya tengo hasta deformación. Me vi las metopas, las del Partenón
me las dibujé con los pliegues de la ropa y todo, y luego todas las de
Mesopotamia, con sus barbas. Me hice todos, todo dibujado. Mi mujer,
que no viene. Hace una hora o dos horas que no viene. Pues digo, «Me
la habrá secuestrado –pues estaba de muy buen ver (y lo sigue
estando)– algún magnate de esos que vienen a los museos».
En general [en los
museos], todo el mundo que pasa a ver las cosas no se para. El japonés
si acaso, que se para a sacar una fotografía, si le dejan. Y pone
prohibido hacer fotografías, pero la gente, cuando va a los museos,
con flash o sin flash saca la foto, porque no se trata de ir al museo
sino de decirle a la familia que has estado en el museo, y luego
ponerle una barrita a los museos que has visitado. [ risas ] Bien.
Este museo es muy grande, y no es fácil encontrar a tu mujer. Y al
cabo de no sé cuántas horas, que yo ya me hice viejo en aquel museo,
apareció y le dije: «¿Dónde has estado que llevo toda la mañana
buscándote», y me dice: «En la exposición de joyas de Cartier».
¡Adiós, era una exposición de joyas de verdad en el British! Como ella
ya se conocía el museo, a mí me dejó entre la gente y ella estuvo
viendo la exposición de las joyas.
Yo dije: Santo
Tomás una y no más. ¡Ja! No, qué va. Cuando estás casado pasan estas
cosas porque hay confianza ¿no? Al día siguiente fuimos a ver otro
gran museo de Londres, el Victoria and Albert. Como mi mujer trabajaba
entonces en el Patrimonio Nacional y estaba inventariando todos los
objetos de arte de la Corona Española (desde los orinales en los que
orinaban los reyes hasta las zapatillas que se ponía Alfonso XII, todo
lo inventariable) pues cuando entró en el museo de Victoria y Alberto,
se lo visitó todo. ¡Ocho horas seguidas estuvo en el museo! Yo no
sabía ya qué dibujar...
Al día siguiente
teníamos que ir a la National Gallery y yo planeé coger el catálogo
para escoger una obra para ver y echarle tiempo. A mí me gusta echar
la siesta en los museos, pero los muy tunantes de los directores de
los museos, como saben que hay mucha gente a la que le gusta echar la
siesta en los museos, te ponen unos bancos de madera que no te dan ni
para poner el abrigo, y entonces tienes que adoptar unas posturas para
echar la siesta horrorosas. Pues mira por donde, en la National
Gallery estaba La Venus del Espejo con todo su culo para mí. [
risas ] Y la espalda, y el cuello, y el espejo y el angelote. La venus
estaba en el libro de El Museo de mi amigo Andresito y ahora,
toda para mí. Me senté, la dibujé, la miré, la toqué con los ojos, con
el recuerdo, con las manos... maravilloso. Me eché luego la siesta. Y
cuando vino mi mujer me dijo: «Qué cochino, estás aquí frente a esto.
No sabía yo de estas aficiones». Claro, esta aficiones no se cuentan,
porque luego te malinterpretan y entienden cosas que pasan en la vida
como obsesiones de la infancia. Al día siguiente, ¿qué museo nos
vimos? El de John Soane, que es una casita de un arquitecto que se ve
en 25 o 30 minutos y que tiene el despacho tal y como él lo tenía, y
su colección. Y me dije: este sí que es un museo de los que a mí me
gustan, un museo pequeñito, con señas de identidad, con objetos que
han formado parte de la vida de una persona, con un ambiente, un olor,
una atmósfera del siglo en el que este señor vivió, con los objetos
del mundo que le rodeó, sus obras de arte, sus bocetos, sus maquetas.
Y me dije: qué inculto soy, qué malformación tengo que vengo a
Londres y sólo me interesa el culo (y la espalda también, y el
angelote y la manos) de La Venus del Espejo, y no el estudio de
John Soane, que yo estudié en bachillerato y aprobé con notable...
UN MUSEO ACOGEDOR
Luego, al día
siguiente, otros museos. Londres sólo lo veíamos de noche.
Luego, cuando
teníamos hijos, tocaba una división del trabajo que era que ella veía
el museo y yo entretenía a los chavales. Pero entretener cuatro horas,
sin que te maten los vigilantes, a esas dos criaturas en el museo
significa dar varias vueltas por la cafetería. Igualmente nos pasa
cuando visitamos catedrales. Recuerdo la catedral de Sigüenza con
especial vergüenza porque a mi hijo Froilán, que era fuerte cuando
tenía 4 años, le intentamos llevar a visitar la catedral. Lo
conseguimos, pero tuvimos que llevarle durante la visita a rastras, y
el decía: «¡Turistas, socorro, que mis padres me quieren torturar!» [
risas ] No hay mejor definición para un museo que esta de mi hijo:
«Turistas, socorro, que mis padres me torturan.»
Hace poco que
estuvimos en el Louvre (o como decía Gila, en el museo de Lo-u-vre) y
lo primero que hay en el museo es una cola de dos o tres horas, la
cual es ya una pesadilla para todo el día. Cuando llegas al museo ya
te conoces a todos los de la cola, te has comido un bocadillo, les has
dado la tarjeta tuya, ellos te han dado las suyas, has hablado en
japonés (porque normalmente en esas colas se suele hablar en japonés)
y cuando llegas al museo es la hora de la comida. Y estás con la
bandeja en la mano, bien comiendo cualquier cosa que has comprado en
un supermercado, o en la cafetería, donde comes como en los aviones,
en una sillita, sentado así, con unos cuchillitos de plástico, en una
mesa triangular de diseño. Por lo general, las cafeterías de los
museos, tengan o no antigüedades, se las encargan a arquitectos
modernos y, claro, a nada que te bascules en la silla te desnucas. O
sea que es un sitio para hacer equilibrio.
Cuando se ha
hablado de hacer un Museo del Humor a mí me ha venido en seguida a la
mente lo que NO tiene que haber ser un museo (...) Estamos en Alcalá
de Henares, que es una pequeña ciudad que tiene muchos elementos
visitables: teatros, algunos teatros / museo (como uno que restauré yo
recientemente: un antiguo corral de comedias del año mil seiscientos y
pico), un museo arqueológico, una Casa de Cervantes, y donde un Museo
del Humor puede tener una razón de ser. Pero para eso se requieren
varias condiciones. Primera, que la gente lo recuerde porque se puede
echar la siesta. Primer elemento que tiene que haber en un Museo del
Humor: uno, dos, tres o cuatro divanes para que, aquel que quiera, se
eche la siesta tranquilamente. Segunda, un bar / restaurante, en las
proximidades o dentro, que NO sea de diseño, con buenas mesas y mejor
cocina, donde la gente diga: «¡Coño, he estado en el Museo del Humor
de Alcalá de Henares; qué museo, estaba cansadísimo, me eché una
siesta de media hora, me dieron unas codornices estofadas por tres
euros, y si vas por las mañanas, un extraordinario chocolate con
churros, pero churros crujientes!» Es decir, tiene que tener
atractivos táctiles. Porque el humor es la añadidura, el humor es lo
que luego sobrenada en la vida. ¿Cómo vas a ir a un Museo del Humor
como yo al British, para ver barbas? ¡En absoluto! [ risas ]
Luego haríamos un
pequeño recorrido por dentro y si hay alguna exposición temporal, nos
enteraríamos de cómo están las corrientes del humor y qué dibujos tan
interesantes se han hecho sobre una actualidad determinada, porque
normalmente en las exposiciones del humor prima la actualidad más
rabiosa, como puede ser la del bien y el mal (siempre estamos en la
lucha entre el bien y el mal, y veremos muchos chistes sólo del mal,
porque del bien no se suelen hacer chistes). Previamente habría un
vestíbulo, donde una linda azafata te quitaría el abrigo de piel y
podría darte, si fumas, pues un cohíba, para que no esté prohibido
fumar. Porque en un Museo del Humor no debería haber prohibiciones.
Salvo destrozar la obra de arte. Y se brindaría a acompañarte
gustosamente en los diferentes ámbitos del museo. Y estaría el libro
de El Museo de mi sastre, que tendríamos guardado en una
especie de relicario, pues eso son reliquias que solamente se dejarían
tocar a los humoristas con carné.
Luego se puede
pasar a la sala reservada. Y no estoy diciendo ninguna tontería. Hace
poco ha habido una maravillosa exposición en el Museo del Prado que ha
hecho un compañero de despacho de mi mujer sobre el gabinete reservado
de pinturas que tenían los reyes de España, los Austria, tan serios
ellos. El mismo Felipe II, después de comer o de cenar, se retiraba a
sus aposentos, donde tenía toda la pintura que compraban a Tiziano, a
Veronés, a los italianos en general (...) o sea que los reyes también
tenían su gabinete de desnudos, pinturas fundamentalmente de El Bosco
y otros que guardaban en un gabinete reservado. Se ha hecho una
exposición recordando aquella forma de coleccionismo, aquel estímulo
al coleccionismo que es la misma pulsión que teníamos nosotros cuando
visitábamos El Museo de mi amigo Andresito (que estaría bien a
la vista a la entrada del nuestro). Posteriormente, la sala de
exposición permanente, de obras de autores de diferentes
nacionalidades que son relevantes en alguna medida o aportan elementos
importantes a la trayectoria de la historia del humor.
También habría una
tienda de venta de objetos porque hoy en día hay otro tipo de museos
aparte de los faraónicos, de un tipo que no creo que vaya a ser el
nuestro: no tienen obras de arte. O sea, hay museos, como el
Guggenhein, que se hace el museo y ya vendrán los artistas. Son salas
de exposiciones grandes, y lo que importa es el evento. Nosotros, en
lo del evento, no tenemos otra opción que hacernos el harakiri a la
vista del público, que eso vende mucho. Si una vez al año un humorista
se descerraja y lo hacemos en directo en La 2, o en “La Tres”,
podríamos tener una audiencia que nos garantizase la supervivencia del
Museo del Humor. [ risas ] Bien, esto sería la primera planta.
Lógicamente, tendría que haber un jardincito para la expansión. Al
fondo estarían las oficinas, donde tendríamos el restaurante con esas
codornices estofadas a tres euros y otros platos que serían objeto de
degustación gratuita para todos los humoristas, lo cual tendrá que ser
una condición (un humorista, eso se ha visto siempre, tiene que
gorronear un poco) [ risas ]
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