Pasa un rato de las cinco de la tarde y Enrique
Ventura me recibe en su casa. Se quita las gafas de dibujar y se
pone las gafas de conceder entrevistas. Es un hombre tranquilo y
campechano, de aspecto plácido, voz reposada, semblante divertido,
personificación de la bondad con barba -aunque ligeramente
travieso, se nota en su pícara mirada-, una amplísima y efusiva
sonrisa, agradable y erudita conversación, bromista indisimulado,
de gesto cándido, espíritu ácrata y aún rebosante de energía,
capacidad e ilusión. Se lanza a hablar con pasión de sus amigos y
de las cosas que le gustan, y sale por la tangente cuando quiero
que me hable sobre él mismo. Para la realización de la entrevista,
consumimos varios paquetes de cuartillas, tres bolis bic, un par
de cartones de ducados e incontables litros de gin tonic. La
admiración impregna todas las palabras (que son muchas) que dedica
a su primo y guionista Miguel Ángel Nieto. Se emociona cuando
departe sobre sus inquietudes (la música, la literatura, el
cine...), y despista cuando quiero que me hable de sus aptitudes;
me lo hace siempre, desde que lo conozco, y no por falsa modestia
o vergüenza, sino con un férreo convencimiento sobre su capacidad.
Eso sí, sus ojillos brillan detrás de los cristales y su voz
resuena con un punto de orgullo cuando nombra a su hija Julia. No
me extraña.
Empecemos por un
tópico. ¿Como es que te da por dibujar?
Bueno, pues es
una cosa que vengo haciendo desde que tengo uso de razón y además
me queda bien. Cuando yo era pequeñajo no había televisión, no me
dejaban salir a jugar a la calle, y aunque mi padre era médico
(los médicos de antes no eran como los de ahora, que están
forraos), no teníamos dinero ni para comprar muchos tebeos ni para
ir al cine, por lo que a mí y a mis hermanos nos daban un lápiz y
un papel para que nos entretuviéramos. Y mis hermanas dibujaban
cosas de chicas, y mi hermano mayor dibujaba mucho mejor que yo.
Mira, era una cosa que me resultaba cómoda y divertida.
No hay duda de
que se trata de un entretenimiento barato e imaginativo...
Sí, eso sí. Y
llegó el día que tuve que estudiar una carrera, y como tenía
facilidad por lo del dibujo tiré para Arquitectura. Y claro,
aprobé las asignaturas de dibujo y sólo las de dibujo.
Seguro que esto
no es verdad.
No, no, aprobé
algunas más, pero pronto vi que aquello no era lo mío. Y como me
juntaba mucho con mi primo Miguel Ángel, que estudiaba la carrera
de medicina -y le iba más o menos como a mí-, en tercer curso lo
dejamos, con gran disgusto de nuestras familias. Entonces, para
ganarnos algún durillo, íbamos al campo en el coche de Miguel
Ángel, y yo pintaba cuadros al óleo que vendía a familiares y
amigos. Claro, como comprenderás, a este paso, pronto los
familiares y amigos no querían ni vernos...
Pues ahora esos
cuadros se deben cotizar más que un Picasso.
Qué va, qué
va... ¡si yo era muy malo!
¡Anda! ¿Y aparte
de los cuadros no hacíais nada más?
Y bien, para
tener contentos a los padres hicimos estudios de técnicos en
publicidad, que era una cosa más fácil, que duraba menos que una
carrera, y aprobamos todo pronto y con buena nota. Y fue
precisamente en publicidad que conocimos a Fernando Cardona, que
nos animó a dibujar una historieta para Molinete, que era
una revista de monjas. Antes nunca nos había dado por la
historieta, y lo probamos. Miguel Ángel se encargó del guión y yo
de los dibujos, y hala, de ese modo empezamos a interesarnos por
el cómic. La cosa nos gustó y empezamos a estudiar la historieta
que se hacía en el extranjero, lo que dibujaban los de Mad,
los de Pilote... Y, sobre todo, experimentábamos.
Experimentábamos mucho.
¿Experimentos?
¿Qué clase de experimentos?
Trabajábamos de
noche y hacíamos historietas sólo para nosotros, no para publicar.
Intentábamos cosas tan raras como plasmar la música en las viñetas
y cosas así. Miguel Ángel me pedía que dibujase composiciones y
situaciones complicadas y nos pasábamos noches intentando
solucionar la manera de dibujarlo... Recuerdo que me decía: «Ahora
dibuja un coche en el que viajan Marlon Brando, Sean Connery y Yul
Brinner disfrazados de mujer, y un guardia urbano les pone una
multa, mientras una señora les echa un cubo de agua encima desde
una ventana del tercer piso de un rascacielos...», y yo le decía
«¡Alto!, ¡alto!... ¡esto no se puede dibujar!», y entonces él me
enseñaba una viñeta del Mad en la que Mort Drucker había
dibujado exactamente un coche en el que viajan Marlon Brando, Sean
Connery y Yul Brinner disfrazados de mujer y un guardia urbano les
pone una multa mientras una señora les echa un cubo de agua encima
desde una ventana del tercer piso de un rascacielos. ¡Qué
cabrones! ¡Esos americanos sí que saben dibujar!
Vamos, no te vas
a quejar, que de dibujar, tú también sabes algo...
No, no creas.
Siempre he tenido algo de complejo. Por eso me fijo tanto en la
perspectiva, las proporciones, las luces, las tramas...
Si os pasabais
el día dibujando historietas para experimentar y no para publicar,
¿Ya llegabais a final de mes?
¡Pues no! En
Molinete creo que cobrábamos 2.000 o 2.500 pesetas por página,
y claro, sólo hacíamos cuatro o así al mes, creo que era. Entonces
conocimos a Vicente Alcázar, que era un dibujante profesional, un
dibujante de verdad, de los que cobraba treinta mil púas al mes.
Cuando nos dijo eso, Miguel Ángel y yo alucinamos, ¡no creíamos
que se pudiese ganar tanta pasta dibujando historietas! Nos
pareció una millonada, eso era como si ahora alguien nos dijese
que gana un par de millones al mes por dibujar, por lo que
decidimos ponernos en serio a esto de publicar, y sobre todo a lo
de cobrar. Claro que hoy en día lo pienso, y con treinta mil calas
al mes no nos llega ni para tabaco... Entre que Vicente Alcázar
nos dijo que éramos muy buenos (supongo que porque era amiguete y
tal...) y que lo que hacíamos en Molinete nos dejaba
bastante tiempo libre, nos decidimos a currar en serio y
preparamos unas historietas para las dos mejores revistas de
historietas que había en ese momento. O por lo menos las que
nosotros conocíamos: Trinca y Pilote.
O sea que
picabais alto.
Sí. Y preparamos
muy concienzudamente una historieta expresamente para Trinca
y otra para Pilote. Y se las mandamos. Bueno, si incluso
nos fuimos a París, en el coche de Miguel Ángel, en plan cutre, y
nos presentamos en la redacción de Pilote. ¡Nos recibió
Goscinny en persona! Nos trató muy amablemente y se quedó las
páginas, pero al final nada de nada. Nos rechazaron en Trinca
y nos rechazaron en Pilote. Muy amablemente y de muy buen
rollo, pero nos rechazaron. Y en ese momento Vicente nos
recomendó: «Mira, la página que habéis dibujado para Trinca
la mandáis a Pilote, y la que habéis dibujado para
Pilote, la enviáis a Trinca.» ¡¡¡Y funcionó!!! Nos
ficharon en Trinca, con el “Es que van como locos”, y nos
publicaron la otra historieta en Pilote, que creo que era
de cuatro o seis páginas.
¡Quien lo iba a
decir!
Es que ya
habíamos terminado los estudios de publicidad y teníamos que
ponernos a trabajar. En casa ya nos miraban muy mal. Ya teníamos
una edad y no podíamos seguir comiendo la sopa boba en casa de los
papás... Estando en Trinca, que era una revista facha y de
derechas, nos enteramos del premio “Pelayo de Oro”, o algo así que
daban en Gijón, y nos animaron a presentarnos. Nosotros lo
hicimos, pero como un experimento más, sin pensar siquiera en
ganar ni nada. Y un día antes de que se emitiese el fallo, nos
llamó uno de los miembros del jurado y nos dijo. «Oye, preparaos
para ir a Gijón, por si acaso...» Y al llegar nos enteramos que
nos habían dado el premio. La historieta no estaba mal, pero creo
que es que se había presentado muy poca gente... El premio nos lo
entregó Emilio Freixas, ¡Y yo que había dibujado todas sus
láminas! El segundo premio fue para El Cubri. Ah, y nos dieron
cincuenta mil pelas que nos vinieron de coña, claro.
¿Y la familia ya
vio con buenos ojos que os dedicarais a la historieta?
Mira, para que
veas como son las cosas, lo más determinante fue que a los pocos
días del premio nos hicieron una entrevista por televisión. Pero
antes no era como ahora que viene un tío con una cámara y listos.
Llegaron dos camiones con grupos electrógenos y focos y técnicos
arriba y abajo que cablearon todo el barrio, y todo el vecindario
mirando. Y total para siete minutos. Pero a partir de entonces en
casa ya aceptaron que hiciésemos historietas. Incluso, durante
unos días estuvieron orgullosos de nosotros. Esos siete minutos
nos dejaron el campo libre.
Tan libre, que
os machasteis a Barcelona.
Es que Trinca ya
estaba a punto de morir. En un simposio de Cómic en Valencia
conocimos a Carlos Giménez, Luís García, Enric Sió, Esteban Maroto...
y nos hicimos compis con Carlos Giménez, que nos recomendó que nos
fuéramos a Barcelona. Y no nos pareció mal. Y de paso nos
deshicimos de unas novietas que teníamos, con las que la cosa no
acababa de funcionar. Y nos fuimos a vivir a Cadaqués. Sin padres
y sin novias. ¡Eso sí que era vida!
¡Vaya cambio!
Sí hombre. Pero
pasamos más hambre que el perro de un gitano. Al principio
teníamos el dinero del álbum de Maremágnum que Trinca
nos acababa de publicar. Pero se acabó. Por suerte, pronto salió
lo de El Papus, no recuerdo cómo, pero a partir de
allí, todo rodao...
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