Su nombre es Wood, Robin Wood, y posiblemente se
trate de uno de los guionistas de tebeos más prolíficos que hayan
existido nunca. Nació en Nueva Australia, Paraguay, en 1944; no
cometeremos el error habitual de identificarlo a ojos cerrados
como argentino –lo que solemos hacer con demasiada frecuencia al
tratar con nombres de un buen número de escritores sudamericanos
de historietas–, aunque la mayor parte de su producción la haya
desarrollado para este país / monstruo de las viñetas, en la
famosa y populista Editorial Columba.
Wood es uno de esos creadores vitales a la antigua
usanza: aventurero, viajador, aprendiz de millones de disciplinas
y maestro en algunas de ellas. Kárate, paracaidismo, pesca
submarina, boxeo, artes culinarias... un “self made man”
que ha visto mundo y se las ha apañado igualmente para
escribir miles de argumentos entre Australia y California; entre
España y Hong Kong. Su desorbitada producción le ha proporcionado
éxito y dinero; aunque sigue siendo un autor casi en la sombra,
casi de culto pagano, eclipsado totalmente en los papeles por los
grandes nombres tales como Trillo, Oesterheld o Pratt. Circulan
por ahí algunas ideas acerca de la maldición del éxito continuo;
del poco respeto que se suele conceder a los autores de fondo que
demuestran poseer unas dotes especiales para crear rápido y bien.
Para urdir argumentos en cine, TV, teatro y tebeos; para mantener
un ritmo mefistofélico durante más de treinta años de profesión.
Quizás, al final, lo único que importe sea echar un vistazo atrás
a esa brillante carrera; apreciar el peso de la obra entre los
aficionados y la trabajada suerte de mantenerse en el camino
durante décadas. Eso es lo que ha conseguido Robin Wood, y eso es
lo que importa. Laureado con el prestigioso Yellow Kid por
el conjunto de su obra, no estamos de todas formas ante un caso
perdido más en este injusto mundo de la historieta: la figura de
este titán de la creación masiva será poco a poco reivindicada y
apreciada en su justa medida. Tan sólo un poco más de atención a
su obra desde distintos enfoques puede lograr esto. Y parece que
el tiempo acabará por poner las cosas en su sitio.
Esos personajes...
Wood, creador de decenas de personajes con nombre
propio que en su mayor parte han significado grandes cifras de
ventas y dilatadas series con montones de páginas acumuladas, dio
salida a algunos de ellos en las páginas de Mark 2000,
efímera revista editada por la Editorial Wood, ubicada en
Marbella durante el año 1984. En un interesante y clásico formato
que ofrecía una de las series a color (alternándose) y el resto en
blanco y negro, el grueso de la publicación estaba formado por
seis series propias de Wood –que repasaré a continuación– aunque
también se incluyeron algunas historietas sueltas de buen nivel,
humor gráfico de Caloi o Bróccoli y reportajes de temática
diversa. A partir del número seis apareció “La Voz del Prójimo”,
una breve sección de correo, y ya casi al final de su existencia,
también una sección de noticias. Con todo, seguramente el detalle
más controvertido y extravagante de la revista fue la inclusión en
cada número de la fotografía a toda plana y color de una joven
muchacha en pose erótica y semidesnuda: la página llamada “Las
Muchachas de Mark”; poco más que una anécdota pícara quizás
contagiada por el cálido ambiente marbellí. Mark 2000
feneció en su octavo número, curiosamente en un momento en que la
revista parecía encontrar un camino a seguir, con el asentamiento
de las series estrella y la promesa de nuevos personajes y autores
en el horizonte. Una auténtica lástima, pues tanto guionista como
dibujantes nos demostraron poseer un talento envidiable para la
creación de excelentes cómics que, sí en otros países como Italia
o la propia Argentina, continúan teniendo su público fiel. Quizás
la Mark 2000 marbellí no quede más que como otra de las
innumerables aventuras corridas por el hombre de mundo y magnífico
escritor que nos ocupa.
MARK. Ciencia ficción con moraleja
No se trata del personaje más carismático de los
imaginados por Wood, o igual valiera decir que todos sus
personajes gozan de gran carisma, con los distanciamientos lógicos
entre ellos. Quizás –y esto es conjetura– su puesto de titular de
la publicación tenga mucho que ver con el extraordinario auge del
género de ciencia ficción en los cómics durante esa década de los
ochenta. Así, con el evocador añadido de ese 2000 que ahora nos
parece ya tan atrás en el tiempo y nuestra vida, se confeccionó el
título de la revista.
Efectivamente, las aventuras de Mark se desarrollan
en un típico futuro posnuclear: el mundo ha sido barrido por una
hecatombe atómico / bacteriológica, y la mayor parte de la
humanidad ha muerto o ha mutado de forma horrible. Sólo 10.000
niños de piel blanca y cabellos claros (¡!) han podido ser
preservados del desastre, encerrados en una ciudad / cúpula de
enormes proporciones. De esta forma, actúan en el teatro devastado
en que se ha convertido el planeta por una parte, los orgullosos y
distantes habitantes de La Ciudad; por otra los Mutantes
(auténtico punto de referencia de la serie) y, por último, algunos
humanos “normales” que milagrosamente han escapado a su suerte,
sea esta cual fuere, entre los que se encuentra el propio Mark.
Wood dispone un escenario más bien poco sutil para relatar sus
historias: establece un sistema de clases enfrentadas que disputan
por sus mismas vidas. Los Mutantes, usados como cazadores de
humanos por los de La Ciudad, sirven en última instancia a sus
propios intereses; los humanos libres son incapaces de organizarse
en bien de su supervivencia... Mark, un antihéroe solitario con el
aspecto y los modales de un Conan del futuro, cruza su camino con
diversos personajes que, en
el fondo, son los que van trazando las historias. Él es un hombre
adusto, el superviviente nato que hemos visto ya en tantos tebeos
de acción. Sin olvidar ésta, Wood teje historias que contienen
grandes dosis de metáfora desesperanzada, casi siempre recurriendo
a la moraleja más evidente, aunque no por ello las historietas
dejan de ser enormemente entretenidas.
Los dibujos están a cargo de Ricardo Villagrán, un
siempre eficaz historietista de formas clásicas y realistas que
narra en viñetas estupendamente y casi nunca se deja llevar por
los excesos artísticos. Cumple su labor a la perfección, dejando
en el lector el buen sabor de boca de un tebeo competentemente
trazado.
JACKAROE. Western melancólico y existencial
Jackaroe es un “indio blanco”, un hombre sin nombre
criado por los apaches que, ya entrado en la madurez, sigue su
camino particular a través del peligroso final del siglo XIX en el
Nuevo Mundo, lo que se ha dado en llamar brillantemente Salvaje
Oeste. Arquetipo del cowboy solitario dotado de un código moral
muy propio, en el que la justicia toca a todos por igual, Jackaroe
es un jinete pálido (lo siento, no puedo evitar una referencia tan
evidente) que vive su existencia a uña de caballo en el fragoroso
mundo que le ha tocado vivir, encontrando en su camino toda clase
de rufianes, fulanas, desheredados y personajes de buena fe entre
los que va, poco a poco, forjándose una leyenda. En esto podemos
apreciar fuertes coincidencias con otras figuras legendarias que
el género ha dado. Las narraciones de Wood para este personaje
tienden a la poética, con una leve aura de misticismo, tal como
–en el fondo– el western bien concebido ha sido capaz de
demostrar en muchas ocasiones. Las historias vistas a través de
los ojos de Jackaroe nunca son historias cómodas ni superficiales,
una gran carga de emotividad subyace en todas ellas. Con todo, en
ocasiones hay espacio para la comedia, como en los spaguetti
western popularizados por Leone e imitadores; comedia que gira
hacia el drama en cuestión de pocas viñetas.
Wood escribe esta serie bajo uno de sus seudónimos,
Robert O’Neill, y el dibujo, muy característico, es de Juan
Dalfiume, italiano emigrado a la Argentina a muy temprana edad.
Dalfiume es un artista vigoroso, contundente con el pincel, y que
trata las luces y sombras de forma que aparenta cierto
descuido, aunque muy coherente. Sabe dotar de gran atmósfera al
cómic y su personalidad a la hora de dibujar al “indio blanco”
es indiscutible, de hecho, se me hace muy difícil imaginar al
personaje en manos de otro artista.
DAGO.
Intriga histórica y vengativa
En la convulsa Venecia del siglo XVI, el joven y
bullicioso Cesar Renzi se ve envuelto en una oscura trama de
intereses políticos y personales que lo llevan a ser traicionado
por su amigo, el conde Barazutti, apuñalado literalmente
por la espalda y dado por muerto. Recogido en el mar por los
turcos; el nombre de su familia defenestrado en Venecia y él mismo
desaparecido del todo para el mundo en que habría vivido, se
convierte en el esclavo Dago, sobreviviendo como remero en las
galeras otomanas; rumiando sus planes de venganza y aprendiendo a
tratar con gentes de toda clase y condición.
Dago forma, junto con Mark y Gilgamesh, la tripleta
de personajes publicados en todos y cada uno de los números de la
revista y es, posiblemente, uno de los mejor trazados. A esto
contribuye no poco el soberbio trabajo de Alberto Salinas, hijo
del gran artista bonaerense José Luis Salinas. Alberto domina la
caracterización de personajes, un enorme talento para la anatomía
correctamente proporcionada, y sus detallados dibujos de ropajes,
barcos, edificios y en general toda clase de parafernalia,
resultan muy de agradecer. Sus páginas contienen una media de 7 a
9 viñetas, elaboradas y detalladas, pero nunca abigarradas. Él ha
hecho del mundo de Dago un lugar creíble en viñetas.
Las tendencias literarias de Wood a la hora de
escribir sus guiones se ven perfectamente reflejadas en esta
serie, con unos textos de apoyo –sobre todo en inicio y desenlace–
muy interesantes. Los diálogos son, asimismo, ligeros a la vez que
consecuentes con unos argumentos propios de los dramas más
clásicos, donde se dan cita frecuentemente pasiones, venganzas,
odios y sentimientos encontrados, reflexiones incluso, dejando el
obligado espacio para la acción y las escenas de lucha, todo ello
en un cómic con un tono tremendamente serio y realista, puede que
uno de los logros más completos de Wood como escritor.
|