PEPE SÁNCHEZ. Parodia acumulativa
En las antípodas
de Dago, la gamberrada particular
de Wood lleva el desopilante nombre de Pepe Sánchez. El tal
Sánchez es un agente secreto de expresión perennemente obtusa y
ademanes poco sutiles. Evidentemente, su atolondramiento habitual
y el “no dar pie con bola”, como suele decirse, constituye el
leit motiv principal de la serie. Las misiones encargadas a
Sánchez acaban mal, siempre mal; el desarrollo habitual de sus
historietas consiste en un encadenamiento implacable de gags y
salidas de humor grueso, que buscan el efecto inmediato y sin
complicaciones. Definido perfectamente el personaje, la tarea de
Wood es la, a veces tan difícil e ingrata, de buscar el humor y la
carcajada por medio de la parodia, el chascarrillo cómplice con el
lector y el movimiento continuo. En varias aventuras –“Triturón”,
“Los Gansos Salvajísimos”– se opta directamente por la referencia
a éxitos cinematográficos, recurso también habitual en el género
que representa Pepe Sánchez. Un punto interesante es la
utilización por Wood de sus recursos literarios; si bien con Dago
o Nippur estos no desentonan por definición, aquí son reutilizados
de manera casi diría que autoparódica. El verbo un tanto
grandilocuente se introduce ocasionalmente en las aventuras
decididamente desastrosas y muy poco evocadoras de Pepe,
ofreciendo un contrapunto que quizás no sea más que otro gag que
busque la sonrisa del lector.
El dibujante, Carlos Vogt, da muestra de su dominio
de los mecanismos básicos del despiece en viñetas de una historia,
cumpliendo sobradamente su labor y dotando de personalidad propia
al protagonista. Su estilo, a medio camino entre el realismo y la
caricatura, con unos trazos bastante económicos y directos, no
resulta sin embargo simplón.
Aunque las historias de Pepe Sánchez parecen
contrastar claramente con el resto de personajes de la
publicación; personajes austeros, hondos y, en la mayoría de los
casos, grandes sufridores en cuerpo y alma, el trabajo de ambos
autores en esta serie cómica puede calificarse de correcto. De vez
en cuando, una sonrisa arrancada imprevistamente no viene mal.
NIPPUR DE LAGASH. Aventura errante y lúcida
Nippur, el personaje primero que dio luz y fama a
la dilatada carrera de Robin Wood, aparecido en 1967,
llega muy tarde a las páginas de la publicación. Tan sólo aparecen
dos aventuras, en los números 7 y 8, ambas con el privilegio del
color y dibujos de Ricardo Villagrán. El sombrío Nippur, hijo de
un general de la ciudad sumeria de Lagash, expulsado de su tierra,
inicia un periplo inacabable sin objetivo, dándose en llamar
acertadamente al personaje el Errante. Un carácter que entronca
directamente con los desfacedores de entuertos,
desheredados y rudos hombres de mundo que duermen arropados por
las estrellas en aquel lugar donde les lleven sus pies y al que
llaman hogar. En este punto no existen sorpresas importantes, ya
reconocemos definido el estilo de su autor, máxime teniendo en
cuenta que, aunque personaje fundacional de su obra, estos
episodios datan de cinco o seis años desde la creación de Nippur.
Con esto, dos historietas sueltas son insuficientes
a todas luces para darnos una visión mejor y más completa de lo
que la serie ha significado en la trayectoria del autor. Si
pensamos, además, que existen un total de más de cuatrocientos
episodios del personaje, podemos hacernos una idea de lo parca que
nos resulta esta lectura.
Creado gráficamente por Lucho Olivera en principio
y retomado por otros artistas con el paso del tiempo, aquí
degustaremos el competente trabajo de Villagrán, que con buena
mano –como nos tiene acostumbrados– y sin arriesgar con
experimentos visuales, en contraposición a un Olivera del que
hablaré un poco más abajo, despacha su parte como buen profesional
sin ínfulas.
Cabe decir por último que Nippur de Lagash parece
ser uno de los personajes más queridos y apreciados por los
seguidores habituales y reincidentes de Wood; seguramente tiene
mucho que ver en ello su condición de primogénito de un padre de
familia numerosa como el paraguayo.
GILGAMESH, EL INMORTAL. Fantasía barroca y
humanista
Este es el serial que, seguramente, tendría todos
los puntos a su favor para convertirse en la estrella de la
publicación; la profundidad de sus planteamientos y el arte muy
superior (como tal) al del resto de historietas, lo indican. No
estaba, sin embargo, en el ánimo del editor, fomentar estas
diferencias; ni siempre es el trabajo más ambicioso el más
apreciado por el común de los lectores, como algunas cartas
reproducidas en la misma revista lo atestiguan. Wood quiere trazar
aquí una epopeya con todas y cada una de sus letras, cosa evidente
desde la primera elección del personaje: el mítico rey de Uruk,
Gilgamesh. Asistimos, en un desarrollo coherente que va enlazando
los capítulos, a la lucha de Gilgamesh contra lo irremisible de la
misma Muerte y el destino final de todo hombre. El Inmortal
regresa a la Tierra que una vez fue su mundo y recrea su aventura
legendaria a través de los siglos: con los sumerios, los sirios,
los romanos o los cruzados cristianos, nos ofrece sus profundas
reflexiones acerca del Hombre y el Universo. Tenemos pues, un
vehículo perfecto para que el estilo literario de Wood se pueda
desarrollar a sus anchas; un espacio idóneo para hacer que las
palabras broten y se enrevesen como nunca, para lucir unas
cualidades prosísticas que no desentonen con las líneas generales
del relato.
Y es que el barroquismo se apodera de ambos
autores, las frases woodianas adquieren más peso que nunca,
arropadas por el intrincado despliegue de cualidades de un Lucho
Olivera envidiablemente hábil en casi todas las formas de sus
viñetas. Un superdotado ilustrador que encuentra también un
personaje, Gilgamesh;
y unos escenarios históricos con los que demostrar sus poderes a
lo largo de una saga de connotaciones humanísticas y reflexivas de
gran importancia. Un componente de ciencia ficción, tan caro y
concordante al personaje de El Inmortal, está presente en la
esencia de estas páginas, a lo que también el fantasioso arte de
Olivera ayuda en gran medida.
Una serie profunda, a la vez que espectacular
gráficamente, que contiene muchos elementos atrayentes para los
aficionados a la ciencia ficción, el fantasy, la recreación
histórica o, sencillamente, los buscadores de un cómic bien
escrito y dibujado.
Otras historietas y final...
Aparte de las cabeceras principales que he
comentado, todas de la mano de Robin Wood y razón última de la
realización de este artículo, en los números finales de Mark
2000 se publicaron algunas historietas sueltas, escritas por
el mismo Wood y otros autores, y dibujadas por varios artistas.
Bien merecen unos comentarios que complementen este texto:
Nº 5- “Un coronel llamado Jesús”, guión de Wood y
arte de Luis García Durán. Tremendista historia acerca de Emiliano
Zapata, con cierta experimentación con el color de Durán, una
muestra más de la versatilidad de Wood.
“Pascua irlandesa de 1916”, guión de Robert
O´Neill (seudónimo de Wood) y dibujo de Lucho Olivera. Acerca de
la ocupación inglesa y la resistencia de los patriotas irlandeses,
con dibujos de Olivera, más contenido que en sus delirios con
Gilgamesh.
Nº 6- “¿Quién mató a Don Rodrigo?”, guión de Wood,
dibujos de Arturo del Castillo. Argumento de hondos sentimientos,
resuelto en el habitual estilo de del Castillo, con sus viñetas un
tanto apelmazadas y su gusto por el rayado .
“La boca del pez”, guión de Gramajo, dibujos
de Luis García Durán. Breve anécdota de dos páginas, a color
directo por Durán.
Nº 7- “Espantapájaros”, guión de Arévalo y dibujos
de Luis García Durán. Historieta postapocalíptica con final
sorpresa.
Nº 8- “La tela de araña”, guión de Arévalo, dibujos
de Durán. En la línea de “Espantapájaros”.
“ El reloj de la Eternidad. El condenado”,
guión de Ray Collins, arte de José Luis García López. El inicio de
lo que debería ser una nueva serie, a color, con el aval de un
escritor competente y la fortuna de contar con uno de los mejores
narradores gráficos de todos los tiempos. Desgraciadamente...
... desgraciadamente, con el octavo número terminó
la aventura de Mark 2000. Cuando el aspecto material de la
revista ya era definitivo y sus contenidos parecían estar bien
atados y asentados, llega el final. En páginas interiores se
anunciaban ya nuevas sorpresas y se confiaba en la continuidad del
proyecto. Más allá no hubo nada.
La publicación, de vida breve pero intensa, trajo a
nuestro panorama el conocimiento de la obra de ese guionista todo
terreno y multifacético llamado Wood, Robin Wood. De entre su
extensísima producción (recordemos nombres de otros muchos
personajes suyos: Savarese, Dennis Martin, Dax, Morten, Mojado,
Chaco, Martin Hel...) este puñado de aventuras sirve para hacernos
una idea sobre el autor y el hombre; pero de ninguna manera nos
consuela del hecho de saber que miles de páginas de historietas
suyas siguen inéditas y desconocidas en nuestro país. Confío en
que, en un futuro próximo, tengamos la suerte de disfrutar de
tebeos de Robin Wood publicados por alguna editorial española. Es
un buen material que merecemos degustar todos los aficionados a la
historieta de calidad. Y esto puede extenderse al resto del cómic
producido en Argentina, ese país tan cercano a nosotros y del que
tantas virtudes historietísticas alabamos, muchas veces tan sólo
de oídas.
Va siendo
hora de que alguien le ponga remedio. |