» ARTE Y ESTILO
La obra inacabada es un reflejo de la condición del exiliado, siempre
con la amenaza de partir, de cambiar, lo que impide edificar algo
sólido, estable, definitivo. Es al mismo tiempo el reflejo de la
condición misma del ser humano que goza de una vida demasiado efímera y
demasiado dura como para llevar a cabo las aspiraciones y deseos del
individuo. Víctor parece tener ese sino: no acaba las series, como si su
trabajo artístico se compenetrara plenamente con su condición de
exiliado.
Tras su periplo por varios países, incluso España, Víctor ha fijado su
residencia en Francia. ¿Por cuánto tiempo? Quizás ya le ha alcanzado la
edad que le impide moverse y por eso no cambia de residencia. Pero la
presencia de Asturias es evidente. Si hay algo a lo que no puede escapar
el exiliado es a su lugar de origen, aunque se vaya al fin del mundo.
Por eso Asturias está presente en la obra del dibujante.
País montañoso, con fértiles valles, bosques frondosos, tierra surcada
por ríos y arroyos, adornada con lagos, con barrancos sin fondo, caminos
y senderos tortuosos. Sin la inevitable aportación del progreso y de la
industria, sin la invasión de carreteras y calles asfaltadas, de
edificios de arquitectura moderna, esta tierra sería un verdadero
paraíso. Lo es, de hecho, en muchos de sus lugares de extraordinaria
belleza y donde se respira la paz y la tranquilidad, donde parece no
haber pasado el tiempo desde hace siglos. Si uno ha nacido en esa tierra
no puede menos que llevarla en el alma, como un rasgo más de su
personalidad inconfundible, no puede menos que llevarla en un rincón de
su corazón para acariciarla con exquisita ternura en lo más profundo de
su ser interior.
No sólo el paisaje está en el individuo. También su historia. Cuando se
evoca Asturias, enseguida viene a la mente Covadonga y Don Pelayo
haciendo frente a los moros e iniciando la Reconquista.
Antiguamente poblado por los astures, tribu celta de guerreros valientes
e indómitos, de vida rica y sencilla a la vez, ávidos de libertad, este
país, por sus características geográficas naturales y la independencia
de sus habitantes, nunca fue completamente sometido antes de la invasión
de los romanos y Asturias fue la última región de España dominada por
los invencibles soldados del Imperio. Los godos nunca consiguieron
someterlos y es aquí, como dijimos, donde se inició la Reconquista
contra los árabes invasores. Estos elementos se encuentran plasmados de
diferentes maneras en la obra del exiliado, enamorado de la libertad y
llevando en su corazón las características propias de su sangre.
Con unos cuantos trazos, Víctor consigue la perfecta descripción de un
ambiente en cada viñeta, provocando en el lector / contemplador la
sensación deseada por el autor / dibujante: frío, calor, soledad,
bullicio del gentío, suspense, relajamiento, paseo o carrera.
Todos los detalles de la ilustración consiguen su efecto: los pliegues
de la ropa, la expresión de un rostro, la posición de la figura humana o
animal, en acción o en reposo, plantada firmemente en el suelo o
corriendo, galopando, esforzándose, jadeando, la expresión de una mano
encendiendo un cigarrillo o adelantando un índice acusador, un puño
amenazante, empuñando un arma o encendiendo un cigarrillo, la sombra de
un árbol, de una roca, de una silueta, las caricias de la lujuriante
vegetación de la selva... Todos estos elementos, y muchos más, dan una
tal expresión, un tal calor a la resolución gráfica de una viñeta, que
el efecto deseado es seguro.
Las viñetas verticales y alargadas encierran con frecuencia al personaje
entre la vegetación, entre las rocas, como si estos elementos fueran a
cerrarse sobre el individuo y aprisionarle o aplastarle. El exiliado
tiene ese sentimiento de angustia, de opresión de lo que le rodea y que
amenaza con ahogarle. En la realidad cotidiana esta sensación viene de
la opresión y explotación del individuo por los que ostentan el poder. Y
también puede tratarse de objetos banales, como los muros de una
habitación o del lugar de trabajo. Pueden ser incluso unos vulgares
utensilios de cocina, o simplemente la gente en la calle o en los
transportes públicos. En particular existe esta sensación si el exiliado
viene de regiones de campo abierto y bellas montañas, como es el caso de
Víctor.
Estas amenazas angustiosas son también simbólicas a otro nivel:
representan a todos los que tienen y abusan de la autoridad para, con
sus edictos y acciones, oprimir y aplastar al individuo que quiere
salirse del laberinto de pesadilla en el que se le ha metido y llegar a
la amplia y bella llanura de la libertad.
El exiliado artista logra evadirse con su arte.
En una serie como Los Gringos es inaudita la cantidad de figuras,
de personajes que pueblan las imágenes. Como dice Víctor: «Es un trabajo
de enano» ¡Y qué trabajo! Hay que apreciarlo leyendo el álbum con la
ayuda de una lupa para apreciar los detalles y no romperse los ojos
forzándolos para llegar a ver lo que está representado.
Los caballos parecen estar vivos, como los personajes humanos, parecen
moverse bajo nuestra mirada. Todo parece respirar en los dibujos de
Víctor, que, a pesar de ser imágenes fijas, parece que todos sus
componentes se mueven, respiran y viven. Pocos son los dibujantes que
consiguen tal efecto con unos cuantos trazos. Es el dibujo vivo, animado
como si estuviéramos ante una pantalla cinematográfica. Nos parece hasta
oír los sonidos: el motor de un avión o de un coche, el piafar y galopar
de los caballos, los gritos y el murmullo del gentío, la música de las
guitarras y las voces de los cantantes mejicanos, el ruido de la máquina
del tren, el crepitar de la lluvia, el bramido de la tormenta, las
explosiones de la dinamita, los tiros de las pistolas y las escopetas,
el tabletear de las ametralladoras. Hasta nos parece oír el silbido del
viento entre las montañas o el susurro de la brisa nocturna entre la
vegetación, el deslizarse de una serpiente entre las rocas. Nos parece
sentir la sed y el sabor de la tierra en nuestra garganta reseca al
atravesar el desierto, cuando el polvo del camino nos molesta en los
ojos, deslumbrados ya por el ardiente sol. Sentimos las piedras del
camino torturar nuestros cansados pies en una fatigosa marcha de la que
depende nuestra vida, o las enormes rocas herirnos al rozar nuestro
cuerpo semidesnudo entre agrestes paisajes.
Con unas cuantas líneas, con unas cuantas sombras, con una puesta en
escena simple y majestuosa a la vez, con un trazo magistral, Víctor nos
describe lo que ve, lo que piensa y lo que siente con una veracidad y un
arte envidiable. Lo que dice en una viñeta, un escritor necesitaría
varias páginas de apretado texto.
No nos cansamos pues de contemplar sus dibujos. Calor, sentimiento y
verdad son las dominantes de toda la obra de Víctor de la Fuente y sabe
transmitirlos como muy pocos, para nuestro deleite.
En la obra de arte descubrimos siempre una proyección de imágenes
interiores, de pensamientos, de obsesiones secretas que manifiesta el
artista y que, a través de un simbolismo personal, llega a describir la
realidad de manera crítica. En particular esto es así en tiempos de
crisis, no sólo crisis individuales, sino también crisis de sociedad o
de civilización. Y nuestra época está en crisis desde los albores del
siglo XX, desde la I Guerra mundial, por lo que se produce gran cantidad
de expresiones artísticas. El exiliado nos habla de las crisis de la
civilización, de la sociedad y de su propia crisis interna. Esto se
refleja en su obra de diversas maneras, como hemos explicado. Y no sólo
en su obra personal, sino hasta en la obra que realiza en colaboración o
por encargo. En ellas también encontrará el medio de introducir algo
personal, algo suyo, como claramente se puede ver en Mortimer, en
Los Ángeles de Acero o, sobre todo, en Francis Falko, El
guerrero del Arco Iris. En ésta última obra, por ejemplo, son
numerosísimos los detalles que conciernen personalmente al dibujante: el
héroe tiene el rostro de Víctor, y encima va vestido como Haxtur, lo que
es una indicación de que el personaje es un doble del artista.
El tema del exilio es universal y por eso nos toca a cada uno de
nosotros. Desde la pérdida del Paraíso original, todos somos exiliados.
Los americanos, consciente o inconscientemente, es lo que han
inmortalizado en su historia y leyenda de la conquista del Oeste, que
era como un regreso, un gigantesco éxodo de vuelta al Paraíso
representado por las ricas y hermosas tierras vírgenes que les esperaban
para que pudieran volver a empezar una vida de verdad.
El emigrante, en particular, huye de su lugar de origen en busca de un
paraíso prometido y cae de un infierno en otro, con la consiguiente
desilusión y nostalgia. A partir de ahí busca el paraíso al revés,
deseando volver a su lugar de origen. La consciencia de esta
contradicción y desilusión permanente produce el arte, la filosofía, la
religión, la revolución... o la locura.
El exiliado consigue liberarse con su arte para soportar el exilio y nos
ayuda a los lectores / contempladores a liberarnos también de nuestros
exilios personales.»
París,
mayo de 2002 |