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Una serie fantástica.
Fue un relato de Kull el que
inauguró en literatura el género llamado de espada y brujería, o
fantasía heroica. Su autor, Robert Ervin Howard (1906-1936), se
formó como profesional en la escritura a muy temprana edad.
Contaba apenas diecinueve años cuando publicó su primer relato,
“Spear and Fang” (Lanza y Colmillo) en la revista Weird Tales,
pulp que acogería el grueso de su obra dedicada a la
fantasía, incluidos los cuentos de Conan. Aquel primer relato,
fue escrito a la edad de quince años.
Antes que Howard, varios fueron los
escritores que se aproximaron a las aventuras de espadachines
enfrentados con la magia. Ahí están los nombres de Clark Ashton
Smith o Lord Dunsany para corroborarlo. El escritor tejano,
frente a ellos, inventó un género nuevo porque aportaba a este
tipo de literatura un sentido más crudo y realista de la
aventura; la visión romántica del pasado fue atajada por él con
una óptica amarga y hosca, sus héroes se desenvolvían entre
sudor, polvo y sangre, y el escenario se tiñó con una violencia
súbita y la angustiosa presencia de lo sobrenatural.
Howard
creó las constantes del nuevo género con un relato, el
protagonizado por el nuevo regente de la Ciudad de las
Maravillas llamado Kull. El escrito vio la luz en el número de
agosto de 1929 de Weird Tales y llevaba el título de “The
Shadow Kingdom” (su adaptación al cómic se publicó en el número
uno de la colección Kull el Conquistador). Aquí estaban
las constantes y la estética: el contexto era una edad
extemporánea e ignota, datada 18.000 años antes de Jesucristo,
salpicada de lugares por civilizar y horrendos, y entre sus
reinos se incluía el enclave pseudo histórico Atlantis. A este
respecto, los estudiosos de la obra del creador de Conan no han
querido asimilar esta Atlántida con la referida por Platón en
Timeo y Critias; ni tan siquiera con la utilizada por
Clark Ashton Smith, pese a la coincidencia de fechas. De esto
únicamente se concluye lo mucho que le gustaba a Howard hacer
usufructo de los mitos de la antigüedad en su rol de demiurgo.
El personaje de su creación, Kull,
recordaba de forma difusa su origen, al igual que otros héroes
del autor, y sólo se le conocen aventuras de juventud en el
relato “Exile of Atlantis”. El resto de las historias se
asientan sobre el prototipo del héroe maduro, uno de maneras
bárbaras y de actos honorables, el guerrero salvaje pero
melancólico, el rey amante de la batalla y a disgusto con la
burocracia de la vida reglada y urbana. El hombre seguro de sí
frente al enemigo armado, pero temeroso de las intangibles artes
de la hechicería.
Con esos puntos de partida se
desarrolla la serie de Kull, constituida en su totalidad por
trece cuentos y un poema. El exiguo número de relatos no actúa
en detrimento de su calidad, antes bien, ha sido calificada como
la mejor serie de fantasía heroica por autores tan reputados de
la literatura fantástica como Robert Bloch o Fritz Leiber (quien
llegó a comparar al personaje de la cicatriz con el Macbeth de
Shakespeare). También el genial Howard Phillips Lovecraft
declaró en su día que la serie de relatos del rey Kull era el
apogeo de lo fantástico, superando con creces a la mayoría de
los escritos de Conan.
En efecto, el tratamiento de la
fantasía en Kull resulta tan hermoso como la crudeza lírica de
los episodios de Conan. Pero Kull proporciona un toque
metafísico adicional, un escarbar en la abstracción que a
algunos puede repeler, pero que a otros fascina en sobremanera.
Y siempre está la cuestión de su carácter de fundante, al
constituir Kull la plataforma de lanzamiento de Conan.
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