I. EL APLAUDIDO COMIENZO: CREPÚSCULO. VIRTUOSISMO E
HIPERTROFIA.
“Crepúsculo fue un trabajo hecho con las
entrañas. Una especie de liberación personal. Una cuenta
pendiente de la que siempre me sentiré orgulloso, más allá de su
imperfección (...)”
Con Crepúsculo, cuya primera entrega se
publica en 1988, Pascual Ferry se inicia en el campo de la
historia larga. Libérrimamente basada (más bien inspirada) en el
relato de Cornell Woolrich, “En el Crepúsculo”, supone
asimismo su debut, a los ojos de gran parte del público
de los ochenta, como autor del entonces denominado cómic adulto.
Sin embargo, en este momento, Ferry lleva ya
algo más de seis años como profesional, y necesita demostrar, en
esta falsa opera prima, su solvencia como autor completo.
El resultado es una obra hecha para impresionar, en la que Ferry
busca introducir todos los recursos aprendidos en este período.
Crepúsculo
nos presenta una historia de misterio desarrollada alrededor de
la figura de León Miller (primero de una larga serie de
homenajes), un escritor que se verá envuelto en una historia de
asesinatos que lo hará enloquecer. A lo largo de la historia,
diversos flashbacks nos introducen en el pasado del
personaje. Será aquí donde la historia de thriller
psicológico comience a adquirir tintes esotéricos, sufriendo
una progresiva complicación que terminará por desconcertar al
lector. Así, la aparición de nuevos personajes (Lia, Smith,
Woods, el tío Lone) y subtramas de las que sólo captamos
destellos, se multiplican a lo largo del álbum, al tiempo
que, cada nueva introspección en el pasado de Miller desdice
parte de lo apuntado anteriormente.
Asistimos a un juego de contradicciones que
complica la trama hasta llegar al poco resolutivo final, que no
hace sino abrir nuevas incógnitas. En la entrevista / relato
Dentro de Crepúsculo ofrecida en Octubre, Ferry nos
desvela que Crepúsculo era, en realidad, la primera parte
de una trilogía, en cuyas segunda y tercera partes (Limbo
y Éxodo) todos estos aspectos aparecerían hilados dentro
de una historia global. Esta será una constante en la obra de
Ferry, que planificará cuidadosamente todas sus obras,
más ambiciosas siempre de lo que luego la realidad editorial
permitirá.
Viñetas de
Crepúsculo
La lectura de Crepúsculo como obra
autoconclusiva, resulta sin embargo confusa, y la constante
introducción de nuevas subtramas hace avanzar la historia a
trompicones. Durante todo el álbum encontramos referencias a los
hombres del Crepúsculo, sociedad secreta cuya naturaleza
no termina de ser convenientemente aclarada. La caracterización
de los personajes va variando según el álbum avanza, y esto hace
parecer que el guión se va improvisando sobre la marcha. Esto le
valió a Ferry una quizás excesivamente dura crítica de Lorenzo
Díaz
para una obra hipertrofiada, y que, por ello mismo, resultó
fascinante a los lectores de aquella época.
Pese a lo anterior, si bien es cierto que puede
achacársele a Ferry una cierta bisoñez en su faceta de
guionista, no ocurre lo mismo con su técnica narrativa, que, con
una diagramación directamente importada de Watchmen, al
igual que el recurso a las citas, ofrece una composición de
página elegante y eficaz, mostrándose especialmente hábil, ya
que no en hacer avanzar la trama, sí en la creación de escenas
interesantes. Crepúsculo es un cómic que remite
constantemente a lo cinematográfico, tanto desde el punto de
vista de la propia mecánica de la narración y la construcción de
las secuencias: uso recurrente del zoom como transición entre
secuencias (recurso tomado de Orson Welles, vía Alan Moore), del
plano / contraplano, alternancia de planos subjetivos y
generales, etc... como en el plano estético.
Viñetas de
Crepúsculo
Desarrollada en la ciudad de Octubre –hallazgo
urbano al que Ferry retornará en sus siguientes obras–
Crepúsculo combina una estética general de film noir
de Nicholas Ray (la estación de ferrocarril, en el capítulo
sexto) con el expresionismo que será la norma de aquí en
adelante (siendo el encuentro con Woods sobre el tejado, en el
capítulo 5 quizá la escena que ilustra mejor este hecho).
Estamos en pleno auge del Dark Knight de Frank Miller, y
la revisión gótico / pop de la estética urbana del cine de
Burton se gesta ya en el cómic. En lo gráfico encontramos, pues,
a un Ferry ya en plena madurez, que combina con soltura
diferentes técnicas en un blanco y negro, puro, en unas
ocasiones, ricamente texturado en otras; siempre espectacular.
Releída hoy, Crepúsculo tiene el regusto
demodé que acompaña siempre a la novela negra pero que,
debido principalmente a su espectacular grafismo, conserva su
vigencia. Crepúsculo sienta además las que serán las
bases de Ferry para esta etapa: historias cuya complejidad
excede la capacidad del álbum para resolver, personajes
atormentados y cínicos enfrentados a una realidad ambigua y a un
destino del que no pueden escapar, sociedades secretas,
aprendices de brujo... Y como telón de fondo, la futilidad de la
acción individual en una sociedad controlada por poderes ocultos.
Todo ello encuadrado en una exhaustiva –casi enfermiza–
planificación que abarcará tanto aspectos de narrativa gráfica
como puramente estéticos. Y vehiculado por los excepcionales
dibujos de Ferry.
II. LA RÁPIDA CONSOLIDACIÓN: SEBASTIAN GORZA. TERRORES
COTIDIANOS.
Tras el éxito de Crepúsculo, Ferry
decide aprovechar su buen momento creativo para realizar la que
será su obra más rápida: Sebastian Gorza, realizada entre
los meses de marzo y agosto de 1989, y, tal vez por eso mismo,
la más conseguida. Frente a la grandilocuencia de su anterior
álbum, Gorza es una obra intimista –más que parcialmente
autobiográfica- , de aparente perfil bajo, que tiende a ser
considerada como una obra menor, y que sin embargo condensa la
esencia del mejor Ferry.
En este
Nociones de Realidad/1 asistimos al desarrollo de la vida
del protagonista, Sebastian –alter ego del propio Ferry-, desde
su infancia hasta su muerte. Una vida marcada por misterios que
irrumpirán en ella y que nunca serán resueltos. Aquí Ferry crea
un personaje que nos permite una mayor identificación. No con
Sebastian, sino con sus circunstancias, con su mundo cotidiano,
casi anodino, pero lleno misterios. La sensación al leer
Sebastian Gorza es de un inquietante dejá vu. Nos
remite a esas ocasiones en que no podemos evitar sentir que algo
va mal... que la realidad no es tan aprehensible como nos gusta
pensar. Que bajo su manto de normalidad, hay cosas que
justifican ese escalofrío que a veces sentimos en la base de la
columna.
Sebastian Gorza
acierta allí donde Crepúsculo fallaba. Y no es que sea un
borrón y cuenta nueva; los personajes atormentados, lo
esotérico, la inevitabilidad del destino, los recursos
cinematográficos, la meticulosa planificación o la composición
de página a la Moore están ahí, pero aplicados con una
naturalidad que antes se echaba de menos. En Gorza Ferry
domestica el desarrollo de la trama a una férrea estructura de
episodios de idéntico desarrollo, creando una historia circular,
llena de desasosegantes pero fascinantes simetrías de ecos
floydianos -el propio círculo sirve como leit motif para la
división de los episodios. Se atisba en esta obra una tranquila
madurez, más serena pero más efectiva que el apabullante
espectáculo de fuegos artificiales de Crepúsculo. Ferry
no cae siquiera en el error de tomarse demasiado en serio la
arquitectura que ha creado para la obra, ofreciéndonos una
evocadora última viñeta que se escapa levemente del esquema
general, como poético final a una historia que funciona como un
reloj.
Viñetas de
Sebastian Gorza
En lo gráfico, lo ajustado de las fechas de
entrega obligó a someter al dibujo a un proceso de depuración.
El dibujo de Ferry, acostumbrado a vestirse de suntuosos
ropajes, tal vez por una desconfianza del autor en sus propias
virtudes, aparece aquí prácticamente desnudo: los grises,
omnipresentes en Crepúsculo, languidecen aquí y
desaparecen en el tercer capítulo para no reaparecer hasta el
último. El opresivo fondo negro da paso a páginas cuyo peso
visual queda reducido al interior de las viñetas. Esta rapidez
en la ejecución, que en un autor menos capaz darían origen a un
resultado desaliñado, inacabado, hace, sin embargo, que la obra
gane la frescura y espontaneidad que se echa de menos en
Crepúsculo. Ferry economiza trazos y manchas, lo que no le
impide incluir, en un álbum de trazo liviano, casi de línea
clara, viñetas generales donde incluye los espectaculares
contrastes en blanco y negro que en Crepúsculo pasaban
desapercibidos en el abigarrado conjunto general.
El intimismo de la historia hace que el
protagonismo en los escenarios pase a los interiores, que
marcarán la vida de Gorza: la habitación del Sebastian niño (la
habitación de Ferry), el piso que le deja Chus (realmente el
estudio de Toni Garcés), la taberna de Aquiles, la habitación de
Orzz, el interior de la cripta destinada a alojar sus restos...
permanecerán entre las mejores arquitecturas dibujadas por Ferry
en esta etapa.
Sebastian Gorza
es una obra intemporal (lo que resulta paradójico, si
consideramos su marcada carga autobiográfica), que se lee ahora
igual que entonces, porque apela a una parte de nosotros más
profunda, más íntima: aquella fascinada y aterrada a un tiempo
por los misterios cotidianos.
III. LA
RUTA DE LA MEDUSA. INSÍPIDA
PERFECCIÓN.
Con La Ruta de la Medusa, Ferry da por
concluido su ciclo urbano, para cambiar de registro y sumergirse
de lleno en otro género, el de la aventura fantástica y –no muy
solapadamente– superheróica. En esta historia se dejan de lado
los desgraciados personajes anteriores (Miller, Gorza), que
viven atormentados por una realidad que los supera y acorrala
contra sus difusos límites para describirnos un rito iniciático,
el de Zimmermann, en el que el desasosiego y la opresión son
sustituidos por la fascinación y el puro deleite.
Manierismo pictórico
Gráficamente, Ferry posee a estas alturas un
incontestable dominio de su propio estilo, que maneja en esta
ocasión con enorme soltura. Tal vez excesiva. Y es que, a lo
largo del álbum, uno no puede eludir la sensación constante de
que el autor se encuentra demasiado cómodo, de que el álbum es
una celebración de sí mismo en la que Ferry aprovecha para
recrearse, en un ejercicio que tiene menos de riesgo que de
autocomplacencia.
Así, la frescura, la tensión gráfica y
narrativa que percibíamos en Sebastian Gorza da paso aquí
a un virtuosismo formal, más preocupado en ofrecernos una
colección de impresionantes imágenes que en ofrecer una
auténtica unidad argumento – dibujo. La historia avanza así como
una sucesión de escenas más utilitarias (las menos), unidas
entre sí por espectaculares viñetas a toda –incluso a doble-
página: un guiño al cómic americano que tanto gusta a Ferry y en
el que conseguiría introducirse apenas tres años después.
La colección de láminas que componen el álbum
son, desde luego, una delicia gráfica, en la que Ferry vuelve a
mostrar su habitual gama de diferentes influencias y técnicas (pluma, pincel, aguada, rotring,
lápiz) perfectamente domesticadas esta vez al servicio de una
estética coherente y preciosista, a la que da su especial
textura el acabado con grandes manchas de aerógrafo, como
elemento unificador. El aerógrafo, aunque ya utilizado en las
obras anteriores para ofrecer láminas más pictóricas dentro del
desarrollo de la trama cobra aquí un papel protagonista, y
sustituye a las tramas mecánicas habituales hasta el momento (la
historia corta Boy, de la misma época, da fe de esta
evolución). Junto a él, un trazo que se vuelve más cartoonist
que nunca, perdiendo la aspereza que encontrábamos en Gorza,
contribuye a dar unidad al conjunto.
Los
escenarios, igualmente fríos y perfectos, recuerdan más que
nunca a decorados –parecen directamente sacados de Batman:
The Animated Series-; y es que al leer La Ruta de la
Medusa, uno no puede evitar tener la sensación de estar
contemplando la adaptación al cómic de una serie de animación.
Viñetas de
La ruta de la medusa
Temática
y mercado
En el contexto anterior, la historia avanza
linealmente, deteniéndose tanto en los tópicos del fantástico
(ciudades submarinas, animales legendarios, poderes
sobrenaturales) como del propio Ferry (sociedades secretas, lo
esotérico integrado en el mundo real, individuos atrapados por
destinos inevitables), y en algunas de sus preferencias
literarias (la sociedad de los oscuros recoge estética y
concepto de los hombres grises de Michael Ende en Momo).
El lector se convierte así en mero espectador, al entender que
se trata de un puro entretenimiento visual, y llega así al
previsible final (nuevamente el principio) sin que su pulso se
altere en ningún momento.
Es curioso que esta obra fuera calificada como
excesivamente experimental, en su momento, cuando se trata de un
álbum genuinamente involucionista, en el que Ferry deja abandona
las prospecciones de los álbumes anteriores. La experimentación
ha quedado atrás, y se centra en contarnos una historia de
aventuras al uso que le permita, eso sí, dar rienda suelta a sus
inquietudes gráficas. Se trata éste de un álbum “de diseño”, tan impecable como intrascendente, que parece
pensado como tarjeta de presentación hacia otros mercados, el
franco belga y el americano, donde Ferry demuestra su solvencia
en un estilo más asequible y comercial. Una obra que, una vez
leída, no deja la urgencia de volver a ella más adelante, si no
es para hojearla como libro de ilustraciones.
IV. MARIUS
DARK: LA TORRE. LA ÚLTIMA CANCIÓN.
“Marius Dark es un vómito sobre
lo que yo sentía en aquel momento respecto al cómic.(...)
Faltaba la ilusión que había invertido en otras obras, pero
estaba hecha con ganas.(...) No conseguí vender los derechos de
la historia en ningún país; estaba amargado, y la historia salió
amarga.” (Pasqual Ferry en una entrevista realizada por
Antoni Guiral el 23 de Febrero de 1994. Publicado en la edición
española de Plasmer. Planeta–DeAgostini, 1994)
En 1991, Ferry comienza la publicación de la
que será la última de sus cuatro obras largas. El trabajadísimo
La Ruta de la Medusa ha resultado un relativo fracaso: la
historia no ha sido entendida, no se ha vendido a ningún país, y
ni siquiera es recopilada en álbum por Norma Editorial.
Paralelamente, el intento de comenzar una nueva serie, Max
Orbe, queda abortado tras el primer episodio. Ferry está
cada vez más desalentado, y la desconfianza que siente por el
medio y por sí mismo como autor se trasluce en La Torre,
una obra que cierra un ciclo y a la que es imposible desprender
de su carácter de obra terminal.
Ni escenarios urbanos ni ciudades submarinas. La historia de La
Torre se desarrolla en un gris pueblecito escocés, cuya
tranquila vida se va viendo progresivamente alterada por la
presencia de un inquietante recién llegado: Marius Dark. La
trama se desarrollará, como de costumbre, según una estructura
de capítulos autoconclusivos, en cada uno de los cuales veremos
cómo la presencia de Dark afecta a una persona o un grupo de
personas del pueblo, muy en la línea de La Tienda (Needful
Things) de Stephen King, al que también rinde homenaje en el
Capítulo 4: “El Torvo Miedo”, una historia con tres adolescentes
–el propio Ferry, Montecarlo y Beroy, probablemente– y macabro
payaso incluído.
Viñetas de
Marius Dark. La torre en color.
Marius Dark es una obra triste,
nostálgica, ampliamente autoreferencial. En ella encontramos
también casi todas las obsesiones particulares de Ferry: los
maniquíes, los rostros vendados, el tarot, los gatos. La
historia, ya sea por la división en capítulos autoconclusivos o
por simple evolución, resulta más fácil de seguir de lo habitual
en Ferry. La composición de página es más libre, lejos de la
rigidez de Crepúsculo o Gorza, o de la espectacularidad
de La Ruta, lo que redunda en una mayor inteligibilidad de la
historia. El único experimento narrativo, realizado en la
publicación por entregas, es corregido en esta edición: allí, el
último capítulo apareció en mitad de la historia, desvelando
parte de lo que ocurriría en capítulos posteriores, tal vez en
un intento de demostrar a sus detractores su rigurosa
planificación de las historias.
Aquí, este capítulo aparece como sorprendente final, y como
agrio chiste metalingüístico, que nos habla de la situación de
Ferry (Ende) en aquella época.
Igual evolución sufre el dibujo, que en
Marius Dark se desprende de la dramática iluminación con
fuertes contrastes y grandes masas de negro de otras obras. Su
línea se hace más clara que nunca para permitir la aparición del
color, no muy logrado al principio (nadie diría en el primer
capítulo que la historia, con aquella luz mediterránea, se
desarrolla en Escocia) pero que evolucionará hasta el magnífico
capítulo final, realizado ya en color directo.
Marius Dark
es una historia lenta, de lectura sosegada, enfatizada aún más
si cabe por el uso de escenarios naturales, alejados de las
opresivas urbes de costumbre. Aquí las arquitecturas –si bien
tan espléndidamente dibujadas como de costumbre– pasan a un
segundo plano, como una parte más del paisaje, cediendo el
protagonismo a la figura y a la historia contada.
Como de costumbre, Ferry tenía prevista una
segunda parte para Marius Dark que, también como de
costumbre, nunca llegaría a realizarse. La historia no se
recopiló en libro, y todo parecía preparado para que Ferry se
decidiera a dar el salto a otros mercados.
V. EL SUEÑO
AMERICANO. FERRY DESPUÉS DE FERRY.
En 1993, Ferry decide dar el salto al mercado
de habla inglesa, realizando para Marvel UK la miniserie
Plasmer, con guión de Glenn Dakin y tinta de Sean Hardy. Los
resultados resultan francamente mediocres -es especialmente
doloroso comparar el interior del cómic con las portadas,
diseños de personajes e ilustraciones promocionales publicados
en la edición española en tomo-. Tras un lapso de algo más de un
año, en 1995 comenzará una colaboración ininterrumpida con el
mercado americano que se prolongará hasta la actualidad.
Tras este primer trabajo, Ferry pasará mucho
tiempo tratando de encontrar un estilo que se adapte a los
requerimientos del medio. Si en Plasmer, oculto bajo las
apresuradas tintas de Hardy, aún puede descubrirse el trazo
enérgico de Ferry, en los trabajos de los cinco años siguientes
apenas si queda algo del autor de los ochenta. El fuerte estilo
anterior se vuelve totalmente anónimo, y si algo es Ferry, es
dibujo. Dibujo en su sentido original. Es decir: diseño.
Las obras del Ferry de Octubre lo son en
un sentido estricto: están hechas de una sola pieza.
Historia, narrativa, dibujo, rotulación, composición...
todos ellos están íntimamente relacionados, merced a su paso por
el filtro creativo del autor. Pasqual Ferry es un autor
meticuloso, acostumbrado a controlar la propia geometría
de la obra, desde la concepción y la propia arquitectura
de la historia; a estudiar cada detalle para dotar a la obra de
la coherencia y el acabado deseados. El trabajo en el mercado
americano, más similar a una cadena de montaje donde guionista,
dibujante a lápiz, entintador, colorista o rotulista forman
departamentos más o menos estancos, ha supuesto un proceso de
desnaturalización para Ferry.
Trabajos para
Marvel: Howard the Duck (arriba), Dr. Strange,
Fantastic Four 2099, Heroes for Hire (y una página).
Debajo: Warlock, Fantastic Fourth Voyage of Simbad y
dos páginas de su Fantastic Four / X-Men para 2006.
Y no sólo por la naturaleza fragmentaria del
trabajo, sino por las propias limitaciones del medio, cuyo
declive en los últimos quince años ha llevado a una progresiva
infantilización de un género ya de por sí orientado a un
público juvenil y con un nivel de exigencia limitado. El peaje
del género superheróico supone trabajar con personajes planos e
historias que, por propia naturaleza han de ser banales. La
introspección y el misterio son sustituidos por aventuras
manidas, el ritmo mesurado y estudiado por continuas escenas de
lucha, los planos por poses, y los diálogos por consignas. Con
semejantes corsés, parece difícil para cualquier autor
desarrollar una obra meramente coherente, y si en algún momento
–y pese al propio género– esto ha sido posible, fue,
definitivamente en otros tiempos.
El Ferry que vemos en estas páginas es un
profesional que se ha desarrollado sólo en determinados
aspectos. Y si su dominio de la anatomía, el movimiento, la
caracterización, la perspectiva y, sobre todo, la composición,
son muy superiores a los del común de sus colegas, estos
trabajos carecen de la entidad propia, de la autenticidad y el
sello personal que tenía su obra anterior. Con todo, Ferry lleva diez años de esfuerzo
constante, y esto da sus frutos. Si bien su actual estilo, más
realista y standard que el de sus comienzos resulta menos
atractivo –menos emocionante, quizás- desde un punto de vista
estrictamente plástico, bien es cierto que su manejo de la
figura humana, y la coherencia visual del conjunto, lo sitúan
entre los profesionales más interesantes de este –limitado,
insisto- género, como Alan Davis, cuando su carrera anterior
parecía condenarle a ser una atractiva rareza al estilo de Steve
Rude o Kevin Nowlan.
Trabajos para
DC: Action Comics, Superboy (cubiertas), Adam Strange
(dos páginas).
Debajo: páginas
de Tom Strong (para ABC) y de Mr. Miracle.
Regreso a Octubre.
«Obra
propia, lo que se entiende por obra propia, la tengo en América.
En España desarrollé una obra dispersa, entre historias de humor
y otras. Piensa que apenas tengo cuatro álbumes que podamos
considerar como obra personal. Mi carrera es en América. Yo
estoy muy a gusto y me lo paso bien. Aquellas personas que me
conocen bien, amigos, gente cercana, sabe que desde siempre me
han gustado los superhéroes y que mi ilusión era llegar a ser
dibujante de superhéroes.»
Hace casi veinte años, Pascual Ferrándiz
quería, por encima de todo, convertirse en un autor de cómics. Y
para ello desarrolló un mundo propio, híbrido de elementos
autobiográficos y oníricos. De esta realidad imaginada nacieron
numerosos proyectos, algunos de los cuales llegaron a ver la luz
como obras completas. Pero estas pocas obras no son, sin duda,
más que la punta del iceberg de lo que Pasqual Ferry tiene aún
por contar.
«¿Te has planteado realizar en un futuro alguna
obra para el mercado europeo?
Sí, y muy
seriamente. Quisiera compaginar ambos terrenos. Adoro el formato
de álbum francés. Puede que lo intente muy pronto...»
Ojalá.
En
su crítica, Lorenzo Díaz comenta lo siguiente sobre
Ferry:
«(...) [Ferry] es un dibujante que evoluciona y
mejora por páginas y su grafismo siempre reserva
sorpresas. Lástima que no pueda decirse lo mismo de
sus historias pues si sus argumentos son atractivos,
también es verdad que resulta ser un guionista
mediocre y un pésimo escritor (...). Todo resulta
confuso, que no oscuro, y parece hecho sobre la
marcha, improvisando cada capítulo sin saber lo que
pasará en el siguiente (...) algo de lo que carece
Ferry, muchas veces necesitado de un buen manual de
gramática» (“El Crepúsculo de Pasqual Ferry”.
Krazy Comics núm. 9. Junio de 1990)
Y
para comprobarlo, no hay más que examinar el propio
Octubre, donde cada elemento ha sido
rediseñado para la ocasión. Esta preocupación, no ya
por el cómic, en sí, sino por el propio libro como
artefacto material es algo que Ferry comparte con
otros autores tan meticulosos como él, como es el
caso de Schuiten.
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