Libro con 256 páginas impresas en color, encuadernación cartoné, con sobrecubiertas en color.
Libro de ensayo, profusamente ilustrado, sobre la representación de los magrebís en nuestra cultura, en todas las facetas artísticas, incluyendo la historieta y el humor gráfico (en páginas 162 a 192).
La democracia no ha curado a España de su morofobia secular. Con más de ochocientas ilustraciones, La imagen del magrebí en España prueba que el insulto al vecino del sur es constante en nuestra iconografía.
Doce siglos de estereotipos peyorativos sobre los musulmanes en general y los marroquíes en particular no han preparado a la población española para dar una cálida bienvenida a los inmigrantes procedentes del sur del Estrecho. Así que, aunque los medios de comunicación y las organizaciones progresistas se esfuercen por denunciar la xenofobia y el racismo, mucha gente en la calle, y también en el Gobierno de Amar, asocia al marroquí con la suciedad, el ruido y la delincuencia. Lo constata Eloy Martín Corrales en su La imagen del magrebí en España, un libro que explora un camino valientemente abierto por Juan Goytisolo y que, recién aparecido, ya puede ser considerado un clásico en esta materia.
Martín Corrales ha recopilado más de 800 imágenes sobre el moro producidas en España entre los siglos XVI y XXI, y en su inmensa mayoría son negativas para el vecino del sur. Constituyen toda una propaganda de guerra, vinculada a los que Antonio Miguel Bernal señala en el prólogo: “España es el único Estado europeo occidental que, en buena parte de su territorio, y en el transcurso de tres a ocho siglos según regiones, perteneció al ámbito de los países islámicos, y el único que, a su ves, en una especie de desquite histórico, mantiene desde hace cinco siglos una presencia controvertida en el norte africano”.
Comienza esta propaganda con la Reconquista, que, para desprestigiar al enemigo musulmán, le atribuye las supuestas características de falsedad, traición, perfidia, maldad, perversidad, crueldad, cobardía y sexualidad –cabría decir bisexualidad– desenfranada. Y continúa con las razias en las costas españolas de los corsarios de Berbería, durante los siglos XVI y XVII, España libra en Marruecos la guerra cuando se forja la advertencia de “Moros en la costa”. Ya en el XIX de 1859-1860 al grito de: “Guerra, guerra al infiel marroquí”, y en ese periodo nace el orientalismo pictórico de los Mariano Fortuny y Antonio Muñoz Degrain, que sirve para fijar los clisés de indolencia, ferocidad, fanatismo y lujuria, lo último con imaginarias escenas de odaliscas en el harén.
En el siglo XX a España le costó 20 años hacerse con el control de las zonas del Rif y la Yebala que le tocaba colonizar. Las derrotas del Barranco del Lobo (1909) y Annual (1921) convirtieron a los marroquíes en unos “cafres”, a los que había que “aplastar sin contemplaciones”. No obstante, una vez asentado el Protectorado, nació una nueva imagen: la del “morito bueno”, el primitivo, ingenuo, simpático y dolicocéfalo individuo en chilaba que decía: “Paisa, yo estar amigo”. Y, como observa Martín Corrales, se desarrolló una segunda ola de pintura orientalista, más realista y respetuosa, liberada en gran medida de prejuicios y fantasmas, que tuvo en Mariano Bertuchi su figura más señera.
El romance duró poco. La participación de tropas moras en la guerra franquista contra la República resucitó, esta vez entre la izquierda, los estereotipos de brutalidad y lascivia. Y mientras Dolores Ibarruri denunciaba a “la morisima salvaje, borracha de sensualidad, que se vierte en horrendas violaciones de nuestras mujeres”, la derecha tenía que inventarse mitos, como en de la comunidad de creencia en Dios de marroquíes y franquistas, para justificar el recurso a la ayuda militar de los sarracenos. El contrasentimiento terminó con la mascarada de la Guardia Mora de Franco y la escena valleinclanesca de Mohamed Ben Mizián, capitán general de Balicia, haciendo la ofrenda a Santiago Matamoros.
Observa acertadamente Martín Corrales que la visión positiva de lo moro que intentó difundir el franquismo jam´ás llegó a cuajar popularmente, como lo prueban los tebeos de El Guerrero del Antifaz o El Capitán Trueno. Además de imágenes bien explícitas, Martín Corrales espiga de estos comics los siguientes insultos dirigidos al vecino sur: “Moro del infierno”, “puerco sarraceno”, “vil traicionero”, “pajarraco de mal agüero”, “sabandija”, “chusma”, “esbirro del diablo”, “cara de betún” y “morángano”. ¡Y eso que era amigo del régimen!
Un fenómeno curioso descrito en La imagen del magrebí en España es que junto al odio al moro real y cercano existe a veces en España una simpatía por el moro lejano o imaginario. En tiempos fue la leyenda del buen Abencerraje, el noble exiliado granadino, y hoy es el entusiasmo por el militante del Polisario. Martín Corrales recuerda que la imagen del fiel y noble guerrero saharaui, el muy literario hijo de la nube, en contraposición a la del desleal y cobarde marroquí, comenzó a ser forjada a fines de los cincuenta por los militares españoles destacados en el Sáhara Occidental. ¿Es posible que muchos progresistas la adopten ahora como coartada inconsciente para su morofobia?