Libros de historieta de 80 pags. en color, encuadernado en rústica.
Año 1504
El anciano señor de Bulnes y Culiembro es escoltado hasta Ribadesella por dos vecinos de Culiembro, los hermanos Fernando y Alvar. En el camino son atacados y el señor de Bulnes muere.
Una vez en Ribadesella, los hermanos descubren que el asesino es Martino, un miembro de la casa de Junco que aspira a heredar el señorío de Bulnes.
Acusados injustamente, Fernando y Alvar huyen a su aldea. Les ayuda y acompaña Rodrigo, el hospitalero de la villa, que fue vecino de ellos años atrás. Portan el testamento del señor asesinado, donde afirma que Fernando es su hijo bastardo y sucesor suyo.
Una vez en Culiembro, la vida de los personajes cambia:
Rodrigo inicia una relación con Cina, la hermana de Fernando y Alvar.
Fernando, con su mujer Teresa, y su hijo Juan Alonso, ocupa la torre de Bulnes con la aprobación del vecindario.
El padre de Martino, el asesino, es Gonzalo. Este, engañado por su hijo, capitanea una fuerza militar y asalta la torre de Bulnes. Bernardo el Tuerto, y dos secuaces de su banda de salteadores solicitan acogida a Fernando para librarse de la justicia. A cambio de apoyo bélico, Fernando accede. Los lugareños resultan vencedores.
Las personas
No todos los personajes de este relato son imaginarios. La genealogía de la casa de Bulnes sitúa a un Fernando casándose en 1491 en segundas nupcias con Teresa de la Canal, con la que tuvo a Juan Alonso. El padre de Fernando era García Gonzalez de Bulnes y Teleña.
En la casa de Junco hubo varios Gonzalos a lo largo de su árbol genealógico. El que nos ocupa es Gonzalo Ruiz de Junco, casado con una ovetense hija del mayordomo de los Reyes Católicos. Solo consta su hijo primogénito, Lope. El segundo hijo, Martino, está inventado para el cómic.
Desde luego no hay constancia de que Fernando fuese hijo bastardo de García; ni de que hubiese un choque armado entre los Junco y el territorio de Bulnes. La trama simplemente es una hipotética muestra de los conflictos de intereses de la época.
Los lugares
A lo largo de las páginas de esta historia se representan varios lugares del oriente de Asturias. Algunos han cambiado mucho. A continuación aportaré unos pocos apuntes de los que utilicé para representar a los sitios como aparecen.
Covadonga
Comenzamos este viaje por la Asturias de 1504 pasando bajo el santuario de Covadonga. En tiempos de Alfonso II (siglo ix) ya se hizo el vertiginoso «templo colgado» de madera. Tirso de Avilés (hacia 1590): «Los maderos vuelan tanto, que no hay nadie que no tenga miedo». Ardió en 1777.
Cangas de Onís
Tenía esta ciudad dos barrios principales. El inferior era el del Mercado, vertebrado a lo largo del camino de Oviedo y apuntando al puente bajomedieval que cruza el Sella.
Subimos por lo que un antiguo visitante llamó «agria cuesta» y alcanzamos el otro barrio, Cangas de Arriba. Debió de ser el núcleo más antiguo, donde estaba la sede de la Corte de los reyes asturianos. Aquí se levantaba la iglesia parroquial (a la izquierda en la viñeta grande), del siglo xv. Aún no estaba construida la capilla de San Antonio.
Ribadesella. Esta villa no estaba amurallada. Pero es fácil que tuviese una puerta de control de entrada. El nombre de la «calle del Portiellu» actual tal vez alude a este hecho. Junto a esta puerta dibujé los alfolíes (almacenes) de sal. Avanzando por la calle principal, un gran edificio a la izquierda con capilla anexa es el convento de la Victoria. Se dice que fue alojamiento de Carlos V. Desde sus ventanas el monarca contempló los espectáculos que le ofrecían en la playa.
Más adelante, la plaza de la iglesia. Ésta era del siglo xv, y estaba en lugar distinto a la actual. Bajo su pórtico se reunía el concejo. Había también la fuente pública y el hospital (albergue) para pobres y peregrinos, con una capilla adosada.
Al fondo está la torre de la Atalaya. Unía visualmente el mar abierto con la villa, y servía para avisar del paso de las ballenas (la torre actual es de 1900). Al otro lado de la ría, en el arenal de Santa Marina, estaba la «Casa de las Ballenas», donde se fundía la grasa y se despiezaban los cetáceos.
Torre de Leces. La casa de Gonzalo Ruiz de Junco está hoy día casi irreconocible tras siglos de reformas. En la planta baja se abrieron ventanas cuadradas y una puerta. La entrada primitiva estaba en la primera planta, pero está tapada por un edificio posterior en el tiempo. Desde esa puerta se veía Ribadesella, a menos de 5 kms.
A juzgar por los huecos de las vigas, tenía todo alrededor un cadalso (una especie de corredor sin suelo desde donde arrojar proyectiles a las «visitas no deseadas»).
Los hórreos son del estilo de la época y la zona: sin corredor y con un arco en el liño, sobre la puerta, a modo de arco románico.
Culiembro
El otro poblado del señorío de Bulnes era Culiembro. Para 1801, el abad de Santa María de Llas, actual parroquia de Arenas de Cabrales, escribió: «de la población no hay memoria, escrito ni libro sacramental que dé razón». ¿Tuvo algo que ver el empeoramiento del clima? ¿Se fue despoblando Culiembro porque su situación le perjudicó más que a otros pueblos de Picos?
Una descripción de julio de 1800 revela que, al acabar el siglo xviii, Culiembro ya era ruinas. Por ella sabemos que la mítica iglesia (más bien ermita) bajo la advocación de San Julián, obispo, medía 24 × 12 pies; y que había hórreos (luego también agricultura). Tenía la aldea una parcela con manzanos, viñas y más de 200 nogales.
Es difícil creer que aquí, en mitad de uno de los desfiladeros más fragosos de Europa, hubiese un poblado. Aún es más increíble si borramos de nuestras mentes del siglo xxi toda idea relacionada con el ruidoso trajín turístico de la actual senda del Cares.
Es así como débilmente alcanzamos a comprender cuán dura y hasta heroica fue la existencia de las gentes que vivieron en estos parajes: en un mundo vertical donde durante milenios y hasta hace bien poco solo era posible oír una avalancha de nieve, el eco de un derrumbamiento de rocas y, de fondo, el perpetuo rugir del Cares.
Torre de Bulnes
De la torre que fue el orgullo del linaje de los Bulnes (su figura quedó en el escudo familiar) casi no quedan restos. Poniendo en orden las referencias que encontré, es patente el deterioro al que los siglos sometieron a la torre:
1641. «Paredes muy anchas y fuertes y almenas y defensas, que de todo no
falta una piedra».
1801. «Hay un castillo redondo, sin techo».
1850. «Puertas, reducto y almenas se conservan en bastante buen estado».
1893. «Una vieja torre, cuyas ruinas se alzan
».
Hoy, permanece un arco (en planta) del muro sur, y un trozo mínimo del muro norte. Por estos estimé el diámetro interior en cerca de 8 metros. Dimensiones similares pues a la torre de Olloniego o a la de Prada en Proaza. Teniendo en cuenta que la puerta debió de estar al este (siempre estaba al sur o al este, pero aquí existe un cortado al sur) «reconstruí» la torre apoyándome en estas premisas. Aquí tienes el croquis de la torre que me sirvió para ubicar las escenas.