Editorial ;
Usted está a punto de leer la historia de un amor que no fue. Uno como el de tantos adolescentes como este, Tincho, que tuvo que comerse unas vacaciones que no quiso y una maldición telúrica y que apenas le dió el cuero para abrazar con agradecimiento al objeto de su deseo. E irse y no tenerla ya nunca.
Esta sería una historieta más acerca de la mitología campera si no fuera que su autora se crió en esos campos, en ese cercano y a la vez lejano San Pedro. Goly sabe de esa llanura fértil y de ese río, de sus flores y sus noches llenas de luna y sabe cuándo puede haber un lobisón o una llorona y sabe cómo dibujarlos. Entonces uno entra en un mundo que sí existe, Goly no va de visita a esta leyenda de tierra adentro: la dibuja desde ahí. Y lo dibuja con trazos que cubren una narrativa venida del japón (ella tiene esa bella sangre), trazos que no parecen, que son cuchilladas gauchas, bien argentinas. Y la cámara lenta que también le debe al buen cine del Asia.
Ese es el chiste pero lo más serio es que Goly apenas tiene veintiún años y yo tuve el privilegio de tenerla como alumna en un curso plagado de bichitos hembra como ella que han venido a darle aire fresco a una historieta en la que había demasiados hombres. Minas que no le temen a la autogestión y salen a comerse el mundo a fuerza de plumazos y cuadritos. Goly tiene talento y ovarios para hacer historieta y aquí lo ha vuelto a demostrar, una vez más. Ojo con ella.
Cristian Mallea