Libro de 128 páginas en blanco y negro encuadernado en rústica con solapas.
Prólogo del libro, publicado a modo del promoción por el editor:
Conocido en otros tiempos como la “Suiza de Oriente”, el Líbano fue entre 1975 y 1990 escenario de una devastadora guerra civil. Su capital, Beirut, fue arrasada por el conflicto fratricida y por las guerras interpuestas que allí se libraron. Uno de los momentos álgidos del conflicto fue el verano de 1982. El ejército israelí invadía la capital libanesa para forzar la salida de los combatientes palestinos liderados por Arafat. En septiembre se produjeron las matanzas de Sabra y Chatila en los campos de refugiados palestinos al sur de Beirut. Como ya había ocurrido en 1967, 1982 significó, además del recrudecimiento de la guerra civil, el final de muchos sueños, la evaporación definitiva de una ciudad que se llamaba Beirut, como dijo el poeta sirio Nizar Qabbani. Otro gran poeta, el palestino Mahmud Darwish, propone en su relato autobiográfico Memoria para el olvido una serie de juegos paradójicos en torno a Beirut. El título remite sutil pero explícitamente al documental de Alain Resnais, con guion de Marguerite Duras, Hiroshima, mon amour, donde una de las voces en off dice: “Je suis douée de mémoire. Je connais l’oubli/Tengo memoria. Conozco el olvido”. En el subtítulo Darwish propone además un intercambio de las coordenadas espaciotemporales (Tiempo: Beirut; Lugar: un día de agosto de 1982), pues da igual que lo llamemos tiempo o espacio, porque lo esencial es su combinación. La noción científica del cronotopo, importada a los estudios literarios por Mijail Bajtin, pretendía concretizar el carácter indisoluble de esa relación en los textos literarios. El espacio-tiempo, zamakan, se dice en árabe, se convierte en una suerte de cuarta dimensión y en un personaje más del relato. Un determinado cronotopo puede ser específico de la novela de una época. Así, el Beirut de la guerra civil –con ese cenit macabro del verano del 82– se ha erigido en uno de los más prolíficos cronotopos, hasta el punto de que algunos críticos, como los libaneses Yumna al-Id y Elias Khoury, plantean que la última renovación de la narrativa árabe es atribuible a textos que han buscado plasmar en la ficción la experiencia atroz de la destrucción. La devastación de la ciudad habría tenido un efecto catalizador en los narradores, instituyendo un nuevo modo de contar, en un tiempo suspendido en un lugar claustrofóbico e infinito al mismo tiempo: la guerra. Beirut 82 es, por extensión, la guerra civil libanesa, las guerras civiles, la Segunda Guerra Mundial de la protagonista de Yogur con mermelada, todas las guerras en cualquier tiempo y lugar.
Yogur con mermelada retoma esa tradición de hacer memoria de los ahdaz, los sucesos, eufemismo habitual para referirse a la guerra civil libanesa, cuando las madres sugerían con naturalidad a sus hijos que, en caso de que ocurriera algo, se separaran y volvieran por caminos distintos, para no morir todos juntos. Yogur con mermelada enlaza con esa tradición narrativa, la de hurgar en la memoria, la de recordar que en plena vorágine, en plena carnicería, la mayoría de las personas luchan por convertir la guerra en un lugar y un tiempo habitables. Una tradición narrativa que no pone el énfasis ni en los líderes ni en la historia política, sobre la que nunca habrá consenso, por lo que los libros escolares de historia acaban antes de la guerra civil. Y para eso hace falta imaginación, como la de la madre protagonista de Yogur con mermelada. La literatura pone el énfasis en las historias de vida de personas de carne y hueso, en su heroica y anónima supervivencia en medio de la guerra. La memoria se transforma mediante la escritura y el dibujo en la verdadera Historia.
La idea de Beirut, una ciudad que ha sido escenario de demasiadas guerras, como un ave Fénix está muy extendida. En plena reconstrucción tras la guerra civil la gran diva libanesa Fairuz compuso Li-Beirut (Para Beirut), donde la ciudad de jazmín se transformaba “en fuego y humo”, para convertirse una vez más en “gloria de cenizas”, canción que volvió a resonar por las redes tras la nueva algarada israelí contra Beirut en el verano de 2006. Si en Bayrut wa-al-hadatha (Beirut y la modernidad) Kamal Deeb destacaba la centralidad de Beirut en el proyecto literario árabe del siglo XX, hoy Beirut vuelve a renacer de sus cenizas para convertirse en uno de los epicentros de la modernidad artística del siglo XXI. A ese espíritu creativo que surge de la devastación pertenece Yogur con mermelada.
Una ciudad que se llama Beirut, por Gonzalo Fernández Parrilla