MORT CINDER: EL PASADO RESPIRA
Desde el anaquel de roble, los objetos observan con una única mirada, un destello del pasado.
Las tiendas de antigüedades no tienen polvo ni reliquias durmiendo en la trastienda. Ahora a las tiendas de antigüedades las han inundado de luz y las han castrado la pátina del tiempo.
Aun así, la sensación persiste. El pasado respira.
Intentaré explicarme. No sé si les ha ocurrido, o quizás se confunda con el síndrome de Stendhal. Cuando entramos en la habitación de un edificio antiguo cuyos objetos y muebles permanecen anclados en el tiempo, el aire se vuelve más denso, nos embarga. Quizás veamos algún objeto concreto y nos produzca desazón o una mala impresión. Ahí está. Ahí tienen la sensación. Aun cuando el aire de la calle nos despeje, esa sensación nos acompañará un tiempo.
Ezra, el viejo anticuario, trasunto del propio Breccia. |
Mort Cinder es ese objeto antiguo que ha viajado en el tiempo hasta el presente, es más un objeto que una persona. Ezra Winston, el anticuario, es el presente fascinado por ese objeto del pasado.
«¿Está el pasado tan muerto como creemos?», nos interroga con su ceño fruncido, con su mirada profunda e incierta, el viejo anticuario desde el cuadro de una viñeta. No hay respuesta.
El pasado respira.
«Las aventuras de Mort Cinder se inician siempre con un objeto que aparece en la tienda de Ezra, el anticuario. Siempre me han fascinado los objetos viejos, no por su estética sino por las historias que encierran; todo objeto está impregnado de vida pasada. Me atraen los recuerdos, aunque no sean míos ni de nadie. Mort Cinder es la muerte que no termina de serlo. Un héroe que muere y resucita. En Mort Cinder hay angustia, hay tortura. Respondía quizás a un particular momento mío, pero mucho de ese clima lo determinó Breccia, mucho más “torturado” que yo. El dibujo de Breccia tiene una cuarta dimensión de sugestión que lo aparta de los demás dibujos que conozco: esta sugestión inacabable lo valoriza y suscita ideas en el guionista».
Héctor Germán Oesterheld
Hace más de cincuenta años de la primera publicación de Mort Cinder, una de las obras cumbres de nuestro medio, escrita por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por Alberto Breccia.
Una tienda de antigüedades; un anticuario: Ezra Winston; una premonición: Mort Cinder. Objetos antiguos, intenciones olvidadas, recuerdos amargos, memoria viva, golpes de efecto, terror, ciencia ficción, realismo fantástico, la aventura en estado puro...
Ezra Winston es un anticuario de los de antes, de los de trastienda de reliquias: algunos de los objetos que adquiere resultan ser más de lo que aparentan. Es la voz de la historia; es quien nos cuenta las historias que ha escuchado de Mort Cinder; es el compañero humano que encuentra al héroe y, sin comerlo ni beberlo, se ve involucrado en una peripecia vital ajena, en una situación contraria a sus costumbres y a su forma de ser; es el Sancho Panza que huye a la menor oportunidad; es el Watson de Conan Doyle que habita un Londres incierto.
Mort Cinder, "el hombre de las mil y un muertes". |
Quizás la verdadera naturaleza de Mort sea el silencio tras los puntos suspensivos.
La historieta no se lee; se escucha: es la impresión que se tiene con su lectura. Los personajes narran desde sus cuadros, y nos parece sentir el hálito y la calidez de una voz, la del narrador, una voz que nos envuelve, que nos atrapa y nos retrotrae al tiempo de la acción, y como si mirásemos a través de las épocas, se nos muestra el pasado vivo en las mágicas ensoñaciones del dibujante que acrecientan el sentido de “lo real” en nuestra percepción. Cuando acabamos la lectura esta impresión permanece, la impresión de haber escuchado una voz, la impresión de haber sentido una ficción como algo real. Muy pocas obras consiguen este efecto.
El ritmo interno de la prosa —acompasada como una melodía cuidada—, la armonía de los bloques de texto —salvada la sorpresa que nos producen a primera vista debido a su extensión, tanto a nivel de página como a nivel de historia— son al fin una suma, la de los cientos de narraciones escritas con anterioridad por su guionista, Héctor Germán Oesterheld.
Los personajes, de facciones muy definidas, gesticulan, se mueven, sienten, se expresan. La trabajada y precisa puesta en escena, la unidad narrativa de la página, el juego de sombras y luces creando ambientes irrespirables y opresivos, transmitiéndonos inquietudes y silencios, la diversidad de planos, el dominio de un lenguaje gráfico, en resumen, nos acercan a la figura de un trabajador incansable, el dibujante Alberto Breccia[2].
La angustia, la desesperación, están presentes en Mort Cinder. |
La obra fue publicada por entregas, aunque adquiere una apariencia de unidad en la recopilación en libro. Los episodios, originalmente publicados cada semana, se nos revelan como un todo, como si hubieran sido realizados expresamente para su edición en este formato. Frente al álbum dudamos de esta génesis; nos parece improbable.
La historieta fue realizada sin tener una idea ni precisa ni clara de su posterior desarrollo, sin ni siquiera tener claro el concepto de su personaje principal.
UN POCO DE HISTORIA, APUNTES
Héctor Germán Oesterheld trabajaba para la editorial Vea y Lea y realizaba material de encargo para otras empresas del sector. Atravesaba una época terrible: sus revistas habían fracasado y su editorial había desaparecido. Se encontraba desmoralizado y en una penosa situación económica, prácticamente arruinado.
Alberto Breccia, por cansancio y hastío, había abandonado su colaboración para Fleetway, con la que realizaba historias del Oeste. Su esposa enfermó de gravedad, y con el dinero que ganaba no alcanzaba a pagar ni los medicamentos. Se encontraba moralmente hundido.
Editorial Yago había comprado no hacía mucho los fondos y cubiertas de la editorial Abril y comenzó un relanzamiento de sus publicaciones y personajes bajo la dirección de Francisco Romas, poniendo gran énfasis en toda la línea y en especial en la revista Misterix. La revista iniciaba su segunda época. Era una revista de cadencia semanal, pequeña, tanto de tamaño como de tirada, y los autores cobraban muy poco por su trabajo.
Viñeta de "Los ojos de plomo". |
Más tarde, Oesterheld reconoció que cuando empezó la publicación serializada de la historia no tenía todavía muy claro qué o quién era Mort Cinder. Como ya hemos comentado, los múltiples encargos y su estado anímico alicaído hacían inviable que pudiera pensar la historia con un poco de adelanto: «Y empecé a construir los primeros episodios a fuerza de oficio, hilvanando una historia que fue creciendo en el momento de su construcción, al hacerla. Yo no tenía tiempo, por todos los trabajos que hacía, para detenerme una tarde a pensarla un poco. Las deficiencias, las indefiniciones de Mort Cinder, son las que luego fueron festejadas como un acierto. Pero yo mentiría si aceptara que lo son. En realidad ese acierto, si lo es, es hijo de las circunstancias»[6].
Breccia empezó a preocuparse del diseño de los personajes. Para el anticuario Ezra Winston se utilizó como modelo, envejeciendo su propio rostro, «porque como tengo una cara bastante fea, pero muy expresiva, se adapta muy bien al personaje»[7]. El rostro del personaje principal no aparecía; Mort Cinder, el hombre muerto que resucitaba, no tenía rostro. Breccia le pidió al guionista que le diera tiempo, ya que no conseguía encontrar el rostro del personaje: «Le pedí a Héctor que no lo hiciera aparecer hasta nueve semanas después. La historieta comenzó sin Mort Cinder; solo estaba el viejo Ezra Winston. Sabía que en cuanto empezara a trabajar, me metiera en clima y me fuera posesionando de la trama, el personaje iba a surgir espontáneamente»[8].
Oesterheld y Breccia se enfrentaron a multitud de problemas a la hora de comenzar a publicar Mort Cinder: a la indefinición de la historia que tenía Oesterheld se le unieron los problemas de caracterización que para Breccia presentaba el protagonista, un personaje huidizo cuyo rostro le era esquivo. Ni uno ni otro se planteaban la obra de una manera pretenciosa. Los dos autores siempre se habían considerado unos trabajadores de base: Oesterheld, como un «obrero intelectual»; Breccia, como un “laburante”.
La primera historia que realizaron los autores, “Ezra Winston, el anticuario”, no llegó a publicarse al principio, sino cuando finalizó la serie. Los autores comenzaron a trabajar “tirando de oficio” en la que sería la primera historia publicada, “Los ojos de plomo”. Mort Cinder aparecía el 20 de julio de 1962 en las páginas de Misterix.
Escena de "Los ojos de plomo". |
En el archivo del estudio de Alberto Breccia trabajaba un muchacho, jugador de fútbol, que estudiaba dibujo. Horacio Lalia era una especie de ayudante: servía como modelo ocasional, y cuando Breccia dibujaba, le cebaba mate. Su rostro terminó inspirando la cara de Mort Cinder. Se llevaban más de veinte páginas publicadas de la primera historia cuando, entre sombras, entre dudas, una silueta negra recortada contra el paisaje, aparecía al fin, sumido en la penumbra: era el rostro del personaje principal de la serie.
Uno tras otro fueron publicándose los capítulos de Mort Cinder. A “Los ojos de plomo” lo siguieron “La madre de Charlie”, “La torre de Babel”, “En la penitenciaría. Marlin”, “En la penitenciaría. El Frate”, “La tumba de Lisis”, “La nave negrera”, “El vitral”, “La batalla de las Termópilas”, y finalmente, aunque, como ya se ha apuntado, fuese la primera historia realizada, apareció, “Ezra Winston, el anticuario”.
Viñeta de "La torre de Babel". |
La obra se compuso de 206 páginas y se publicó completa en Misterix hasta el año 1964, con solo un pequeño percance: Oesterheld interrumpió la serie. «Sufrió un paréntesis de seis meses» [9], comentaba Breccia en una entrevista[10].
Breccia tuvo a su esposa gravemente enferma durante todo el proceso de creación. Su muerte y el bajo precio que cobraban por página fueron las razones de que abandonara, no solo Mort Cinder, sino el medio de la historieta: «Mi esposa enfermó muy gravemente, se le hizo un trasplante de riñón y al final murió. Eso me hundió en todos los sentidos, moral y económicamente. Entonces dejé la historieta, cuando ya había dibujado doscientas seis páginas de Mort Cinder. Porque mientras lo estaba haciendo yo tenía que ir a los institutos de fabricantes de remedios y pedir medicación con certificado de indigencia, porque yo ganaba entonces cuatro mil quinientos pesos a la semana y mi mujer necesitaba cinco mil pesos diarios de remedios. Entonces me dije “se va a la puta madre que la parió la historieta”, lo dejé todo...»[11].
Los autores dejaron el proyecto, nunca habían cobrado mucho por hacerlo: era una obra que, al margen de las circunstancias adversas, realizaban por amor a un medio, por amor a la historieta. Decía Oesterheld: «Tomé el trabajo de Mort Cinder por unos pesos, que eran pocos, escasos. Y aunque me hubieran dado la mitad lo habría hecho igual»[12].
El reconocimiento a su obra llegó unos años después, y fue entonces cuando se comenzó a ver, no ya las excelencias de la historieta, sino la cima que habían coronado ambos autores.
Misterix acabó derrumbándose en 1967 debido a los problemas financieros y a la falta de una infraestructura editorial.
Tras un paréntesis de unos años sin hacer historieta, Alberto Breccia, que se había estado dedicando a la docencia, volvió acompañado por Oesterheld en 1968 con una historieta corta de tan solo tres páginas, “Richard Long”, de arriesgada factura gráfica y guión poético. Después siguieron obras de una gran envergadura que los situaron entre los mejores de la historia del medio.
Aunque siempre les faltó algo. Algo que siempre les rondaba por la cabeza. Continuar Mort Cinder fue una idea que nunca abandonaron. En el año 1973, Alberto Breccia declaraba, en relación con un posible intento de continuación: «A lo mejor lo sigo; voy a intentarlo, aunque no sé si podré hacerlo con esa sinceridad... o ya es una etapa quemada de mi vida...»[13].Un año más tarde, en 1974, los dos autores se volvieron a reunir con la intención de continuar la historia, pero esta vez ambientándola en un lugar y época distintos de los que habían tratado, como siempre había sido premisa de la historieta: «Con decirles que Breccia y yo teníamos ganas de seguir con Mort Cinder, pero en el Oeste. Con todos los ingredientes clásicos —la diligencia, el duelo final, todo—, pero con algunas variantes», comentaba Oesterheld[14]. Fruto de estas charlas, unas cuantas frases “dactilografiadas” quedaron escritas en un papel rugoso. Jamás pudieron continuar la historia.
Reminiscencias de "El grito" de Edward Much en estas ilustraciones de Mort Cinder. |
Como es sabido, Héctor Germán Oesterheld fue uno de los miles de “desaparecidos” de la dictadura argentina. Alberto Breccia guardaba el papel en su casa; unos años más tarde lo entregó a Carlos Trillo y Guillermo Saccomano para que lo publicaran, a modo de homenaje, en el catálogo de una exposición que se le rendía «al más grande escritor de aventuras de la Argentina».
Fue un bello epílogo para una gran obra.
«Llegó a mí franqueando una puerta.
No una puerta como todas, de esas que te traen el sol de la calle o te juntan con la gente o te cierran con llave el mundo.
La puerta que abrió Mort Cinder para llegar hasta mí fue una tumba. Sí, Mort Cinder vino de “allá”, del otro lado de la muerte y el tiempo. Y desde entonces está conmigo. Me ayuda a atender el negocio. Pero hace más, mucho más, que ordenar o restaurar las cosas viejas, las antigüedades que vendemos. Las cosas viejas quedan impregnadas de la vida que las envolvió. Pero pocos pueden captar las angustias, las emociones que quedaron atrapadas, fósiles, invisibles, dentro de las cosas viejas. Soy de esos pocos, por eso mi vocación de anticuario. Y mi fascinación por los templos, del credo que sean.
Tanto ruego, tanta esperanza, tanto dolor duermen en los muros de un templo. Mi fascinación también por las armas, cargadas para siempre con la muerte que alguna vez dieron. Muerte quizás criminal, quizás liberadora.
Mort Cinder capta más, mucho más que yo o cualquier otro toda esa vida cristalizada para siempre.
Mort Cinder es quizá esa vida que quedó incrustada en la materia inerte (nunca diré muerta) de las cosas.
Y digo quizá porque ni yo, que viví tanto con él, sabría decir quién es Mort Cinder.
EZRA»
Al final, parecía que Oesterheld seguía dudando de quién o qué era su personaje.
Algunos ejemplares de la revista Misterix llegaron importados a España, así como un libro que recopilaba parte de la obra[15]. En 1969 llegaron también importados ejemplares de la revista argentina Literatura dibujada, que en su número 3, de enero de ese año, publicaba “La batalla de las Termópilas”[16].
Escena de "La batalla de las Termópilas". |
No fue hasta noviembre de 1973 cuando comenzó a serializarse Mort Cinder en las páginas de la revista Zeppelín, de Buru Lan Ediciones, en los números 3 a 12, finalizando su publicación en agosto de 1974. No se publicó íntegramente, faltando los episodios “La nave negrera”, “La tumba de Lisis” y “El vitral”. Algunos episodios sufrieron cambios de título, caso de “Ezra Winston, el anticuario”, que se llamó “El escarabajo sagrado”, o “La torre de Babel”, titulada como “Babel”. El episodio de “Los ojos de plomo” se dejó sin titular. Además, la edición traicionó la original argentina, mutilando encuadres y realizando remontajes. Con esta edición, Mort Cinder se dio a conocer al gran público en nuestro país.
Tuvieron que pasar unos años hasta la primera aparición de Mort Cinder como una monografía en formato álbum. Era febrero de 1980, y fue llevada a término por la editorial Lumen. Ocurrió como la anterior, se mutilaron encuadres y se remontaron las páginas. La obra se publicó íntegra con todos sus capítulos. La titulación fue correcta.
Al año siguiente, en 1981, en el número 2 de la publicación mensual Vilán, editada por Ediciones Vilán, se publicó el episodio “Ezra Winston, el anticuario”. Dos años más tarde, dentro del fascículo 23 del segundo volumen de Historia de los cómics, de Josep Toutain Editor, se publicaba, a modo de muestra, el episodio “En la penitenciaria. Marlin”. En 1984 y dentro de la revista Rambla, de García y Beá Editores, se publicó una edición desordenada de la obra.
La segunda y última monografía de la obra la realizó la Editorial Planeta-DeAgostini dentro de su prestigiosa colección Trazado en mayo de 2002. Se trató de una edición que se denominó “restaurada”. Siendo la más fiel hasta la fecha a la edición original aparecida en la revista Misterix. Dicha revista cambió su formato originalmente dando lugar a que esta edición tenga bloques de la obra en vertical y en apaisado, consiguiendo que por fin nos olvidemos de los remontajes y mutilaciones de antaño. Tanto se llegó al respeto hacia la misma que se recuperaron las cartelas originales de la edición seriada. Cada semana aparecían en la revista Misterix, a modo de apertura, como una primera viñeta con el titulo de la serie y el nombre de los autores. En las cartelas de esta edición se sustituyeron los nombres de los autores por el número y fecha de publicación original del capítulo. Anteriormente, tanto en Europa como en Argentina, Mort Cinder se publicó siendo una impresión en blanco y negro con tramas de gris. La presente edición considera que dichos grises se deben interpretar como negros: «Aunque el resto de ediciones que conocemos (a excepción de la primera y de una reedición parcial llevada a cabo en Argentina en los años setenta) han partido de la hipótesis contraria (y de ahí la aparición de grises tramados en todas las ediciones europeas), en esta edición partimos de la hipótesis de que Breccia no buscaba que se reprodujeran esos “grises”, sino que trabajaba deprisa y sabiendo que no tenía que rellenar perfectamente, porque posteriormente, el proceso industrial haría el resto (como, de hecho, hacía). Otras razones para pensar que esto es así las aporta el hecho de que dichos grises son completamente incoherentes (no aparecen en todas las páginas, y donde aparecen, lo hacen de forma errática y, en muchos casos, desafiando las leyes de la iluminación coherente)”[17].
Los trazos atrevidos e impactantes de Alberto Breccia dieron vida a una de las mejores creaciones de Oesterheld. |
Esta del año 2002 es, con toda probabilidad, una de las mejores ediciones. Aunque en su contra juega el hecho de que la impresión ha sido un tanto quemada, dando lugar a la perdida de una parte de la tinta original debido a un papel satinado en exceso, que hace que el golpe de impresión pierda un cierto porcentaje de saturación. Este hecho, imperceptible a primera vista, se puede constatar comparándola con la edición argentina de Ediciones Colihue del año 1997. Pese a todo, reitero que esta es la mejor edición de la obra llevada a cabo en nuestro país, teniendo en cuenta que el acceso a las páginas originales tiene mucha dificultad debido a que están dispersas por todo el mundo en colecciones privadas.
La muerte marcada en la pulsión de una mano, la vida condensada de Noah Stellus, los jeroglíficos de Orman, el brillo de las navajas sevillanas, el rostro ajado de Charlie McLarnin, la angustia vital de Marlin, el brazo desnudo de Wangó, el irreal túnel vitrificado, la mirada sabia y resuelta de El Frate, momentos que marcan a fuego la retina del lector.
Esta obra es un cúmulo de elementos, un mecanismo cerrado y abierto a la vez, una huida hacia delante de dos autores “torturados” que mostraban sus fantasmas en la sinceridad de su trabajo. Con esta obra tocaron fondo, un fondo difícil de alcanzar.
Una curiosidad, cuando terminen de leerla: vuelvan a hacerlo en voz alta. Es algo extraño.
Zeppelín 3 a 12. Buru Lan Ediciones, San Sebastián, noviembre 1973-agosto 1974.
Héctor Germán Oesterheld, Alberto Breccia, Mort Cinder. Editorial Lumen, col. Imagen núm. 8, Barcelona, febrero 1980. Vilán 2. Ediciones Vilán, Madrid, 1981.
Historia de los cómics, vol. II, fascículo 23. Josep Toutain Editor, Barcelona, 1983. Rambla, García y Beá Editores, 1984.
Héctor Germán Oesterheld, Alberto Breccia, Mort Cinder (Edición Restaurada). Editorial Planeta-DeAgostini, col. Trazado 8, Barcelona, mayo 2002.
Bang! 10. Martín Editor, Barcelona, 1973.
Carlos Trillo, Guillermo Saccomano, Historia de la historieta argentina. Ediciones Record, 1980.
Germán Cáceres, Oesterheld. Ediciones del Dock, col. Narradores Argentinos, Buenos Aires, 1992.
Jesús Cuadrado, Blokes 01: Breccia para siempre. Colectivo de Comunicación Nutria, Madrid, 1994.
Juan Sasturain, El domicilio de la aventura. Ediciones Colihue, col. Signos y Cultura, Serie Mayor núm. 1, Buenos Aires, 1995.
Jesús Cuadrado, Atlas español de la cultura popular. De la historieta y su uso 1873-2000. Ediciones Sinsentido, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, Madrid, 2000
Judith Gociol, Diego Rosemberg, La historieta argentina. Una Historia. Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2000.
Héctor Germán Oesterheld, Alberto Breccia, Mort Cinder. Editorial Lumen, col. Imagen núm. 8, Barcelona, febrero 1980.
Héctor Germán Oesterheld, Alberto Breccia, Mort Cinder. Ediciones Colihue, col. Narrativa Dibujada, Serie del Aventurador, Buenos Aires, diciembre 1997.
Héctor Germán Oesterheld, Alberto Breccia, Mort Cinder (Edición Restaurada). Editorial Planeta-DeAgostini, col. Trazado 8, Barcelona, mayo 2002.
Quisiera agradecer a Jesús Cuadrado su ayuda inestimable en la aportación documental, a Francisco Marchante por descubrirme y proporcionarme una de las fuentes, a Rafael Marín por su confianza en tan arriesgada apuesta, a Tebeosfera por su interés constante en la recuperación y mejora de textos creando una importante fuente documental de inestimable valor. Sin ellos este artículo jamás habría sido posible.
[1] Juan Sasturain, El domicilio de la aventura, pág. 126. Ediciones Colihue, colección Signos y Cultura, Serie Mayor núm. 1, Buenos Aires, 1995.
[2] «Y en Mort Cinder había estudios muy profundos de iluminación. Antes de llegar a graficar —es decir, con lámparas, con velas—, yo estudiaba con mucho cuidado la iluminación, buscando efectos que me importaban y utilizando, en aquel entonces, más que nada las hojas de afeitar para trabajar en lugar de la pluma o el pincel [...]. He usado hasta manubrios de bicicleta para dibujar, por ejemplo, aunque puede parecer exótico, pero los he usado, y los he usado en Mort Cinder». “Breccia”, en la teleserie documental Maestros del Cómic. Guión y entrevista: Antonio Altarriba. Euskal Pictures International, Vitoria, 1991. Fuente recogida de la transcripción realizada por Jesús Cuadrado en Blokes 01: Breccia para siempre. Colectivo de Comunicación Nutria, 1994.
[3] Carlos Trillo, Guillermo Saccomano, Historia de la historieta argentina, pág. 112. Ediciones Record, Buenos Aires, 1980.
[4] Germán Cáceres, Oesterheld, págs. 32-33. Ediciones del Dock, col. Narradores Argentinos, Buenos Aires, 1992.
[5] Judith Gociol, Diego Rosemberg, La Historieta Argentina. Una Historia, pág. 462, nota 14. Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2000.
[7] Jesús Cuadrado, Blokes 01: Breccia para siempre, pág. 101. Colectivo de Comunicación Nutria, Madrid, 1994.
[10] Un año antes, en otra entrevista, Breccia aportaba una variación de este dato, como refleja el prólogo “Morir cansa”, de Pablo de Santis, en la edición monográfica de la obra realizada por Ediciones Colihue en 1997: «Oesterheld es el mejor guionista, aquí y en todas partes —dijo Breccia en 1991—. Daban ganas de dibujar sus guiones porque eran imaginativos, porque sabía contar. Pero hacía muchas cosas al mismo tiempo, y por eso era difícil trabajar con él. “La batalla de las Termópilas”, por ejemplo, estuvo un año parada».
[11] Bang!, núm. 10, Antonio Martín, Carlos Giménez, Luis García, Adolfo Usero, págs. 4-7.
[13] Bang!, núm. 10, op. cit.
[14] Historia de la historieta argentina, op. cit., pág. 113.
[15] El libro fue editado poco más tarde de la aparición de Mort Cinder en la revista Misterix a cargo de un editor ocasional, Martínez Peyrou, en Buenos Aires. Se publicaron 64 páginas. Era un libro de tapas blandas y formato especial, 28 x 38 cm. Según Ludolfo Paramio, en un artículo aparecido en el número 10 de la revista teórica Bang!, del año 1973, titulado “Aproximación a la obra de Oesterheld/Breccia”, en el libro aparecían los episodios “La madre de Charlie”, “La torre de Babel”, “En la penitenciaría. Marlin” y “En la penitenciaría. El Frate”.
[16] Como explicaba Antonio Martín en un artículo aparecido en la revista Rambla en su extra primer aniversario, del año 1984, titulado “Maestros universales del cómic. A. Breccia - H. Oesterheld”: «Algunos pocos ejemplares de Misterix cruzan el océano y llegan a España, sirviendo en más de un estudio de profesionales como base para el homenaje, la inspiración y el plagio. No será hasta 1969 cuando los lectores españoles conozcan Mort Cinder, gracias a la publicación del episodio “Las Termópilas” en el número 3 de la revista argentina LD, de la que se importan mil o dos mil ejemplares».
[17] De la Nota sobre la edición del editor Jaime Rodríguez de la edición de Editorial Planeta-DeAgostini de 2002.