MIGUEL. 15 AÑOS EN LA CALLE.
MEMORIA DE UNA AUTODESTRUCCIÓN
Biografías en viñetas
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"Desarraigados", pintura original que se utilizó para la portada del libro que se reseña. | |
El fallecimiento de Harvey Pekar nos sorprendió en julio de 2010 porque no implicaba solamente la marcha de un autor interesante del panorama internacional de los cómics, también significaba la muerte de uno de los primeros interesados por el cómic autobiográfico. La autobiografía, entendida como modalidad narrativa (para otros, un género), ha significado mucho para la evolución de la historieta. Corrijo: para la interpretación de la evolución de la historieta. Se ha pactado, por un grupo de amantes de los cánones, que el cómic halló su desarrollo principal cuando entroncó con el interés por explorar la condición humana desde esa misma condición, o sea, desde la exploración que el autor practica sobre sí mismo y sobre su obra. El interés de esta idea no radica en si la historieta obtuvo su pase a la madurez con la posmodernidad, propuesta de raíz absurda, sino en que describe un “yo desdoblado” más complejo que el literario. El de la historieta es un “yo multiplicado”, porque no sólo bascula entre lo vivido y lo evocado, también obliga a tomar en consideración lo representado gráficamente.
Pero nos interesa remarcar ahora la pertinencia y la pertinacia de lo autobiográfico en el cómic. Se suele olvidar que el cómic nació como relato biográfico, pendiente de las preocupaciones vitales, sociales e ideológicas de una burguesía que buscaba su lugar en la emergente sociedad industrial. Lamentablemente, el medio acabó relegado temática, genérica y espacialmente (estructuralmente, pues) a falta de una tecnología singular y por la carencia de soportes propios, desembocando en lo infantil y en el entretenimiento vano. Una vez estabilizado el mercado en unos grupos temáticos costó reconducir la historieta hacia temas “adultos”, pero finalmente ocurrió con la explosión del underground (y del gekiga y de la bd adulte, ya desde Pilote), que abrieron puertas de expresividad y creativas, y la posibilidad de dominar el producto, hasta ese momento en manos siempre de los editores. No nos engañemos, la “novela gráfica” surge de un querer estar de los tebeos y de un querer figurar de los autores, pero el cómic ya fue “adulto” anteriormente.
Pekar fue uno de los autores que decidieron que querían contar otras cosas menos infantiles, decididamente adultas y suyas, y lo hizo hasta la catarsis, para sublimar el miedo motivado por el cáncer. El propio sufrimiento es el germen del peor miedo. Y mejor relato que éste, ¿cuál? Más importante que la discusión sobre si la autobiografía es género o modalidad es la de si se trata de un grupo temático comparable a la abierta y dinámica aventura tradicional, que queda recluida y detenida en el yo si es aventura emocional. Pekar, Crumb, Eisner, B, Thompson, Bechdel, Burns, Sfar, Brown, Satrapi, Sattouf, Bashi, Tatsumi, incluso Gallardo, se miran al ombligo porque se han percatado de que tras el tsunami de la posmodernidad ya no quedaban relatos, como no les quedaron proclamas a los políticos, ni postulados a los filósofos. El cuento se condensó en el ego. Fuster, un autor español olvidado por todos, hasta por sí mismo, se ha sumado a esta corriente de vivir para contarlo, o de contar lo vivido, en un libro que ha editado el sello Glénat.
De un tiempo a esta parte están apareciendo algunos productos en los que la historieta tiene un valor principal pero que no son estrictamente tebeos. Glénat es una de las empresas editoriales que han arriesgado en este sentido, con lanzamientos como Pompa y circunstancia de Luis García, donde se combina arte pictórico e historietas, o como MIGUEL. 15 AÑOS EN LA CALLE, una obra de Miguel Fuster en la que se entremezcla la ilustración a modo de grabado, el relato ilustrado y la historieta. Quizá no resulte extraño encontrar un punto de conexión entre este autor y el anterior, puesto que en la presentación de este libro Fuster reclama a García como su maestro.
En parte lo es, o lo parece. Fuster fue un dibujante de historietas románticas para los mercados europeos en los tiempos boyantes de las agencias. García también dibujaba este tipo de cómic que, con el paso del tiempo (y con la crisis del año 1973), fue dejado de lado a favor de otras metas más personales, aquella etapa en la que se hablaba del “comic de autor”, con la voz cómic aún sin tilde. Este producto, el de Fuster, parece hijo de aquellos tiempos. En un primer acercamiento recuerda a la obra de Joan Boix, aunque más agria, como protagonizada por un “Robny el vagabundo” venido a menos. Pero no, se trata de un recorrido biográfico descarnado por el peor sendero que puede escoger el ser humano, el de la dependencia.
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La indiferencia ante la necesidad, y la necesidad de soberbia. |
15 años de alcoholismo.
Quince años en la calle fue el tiempo que pasó Fuster sometido por el alcohol tras sumergirse en la miseria, debido al alcoholismo en parte, y finalmente abandonado por todos. Durante esa larga temporada sobrevivió en calles, plazas, puentes y bosques sin ayudas, y sin querer recibirlas; y con miedo, y sin querer reparar ese miedo. Lo más interesante de este libro es que el autor se describe (y dibuja) a sí mismo como realmente es/era, con la poca vergüenza que admite quien se ha reconocido culpable de todo. Fuster se dibuja soberbio, autocomplaciente, incapaz de admitir la lástima ajena, desafiante ante el dolor a cambio de unas gotas de vino. Como retrato es el más descarnado que podamos leer, y más por saber que es cierto y que es sincero.
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| El miedo, cada noche. |
Esto es importante, porque suelen confundirse corrientes con subgéneros literarios, y debe quedar claro que lo autobiográfico no es equivalente de lo memorístico. La autobiografía debe respetar un pacto de sinceridad, el que implica el cuestionamiento personal, la interpretación de lo vivido y la transmisión crítica de una experiencia. En la última década hemos asistido a un auge constante del género en todos los ámbitos narrativos (J. M. Pozuelo Yvancos, Jaime Céspedes o Philippe Lejeune han dado fe de ello; en cómic ha teorizado sobre el asunto Santiago García), pero en ocasiones este tipo de biografías circulan por otras vertientes, las de la escritura confesional, el diario o la autoficción, siendo esta última más habitual en la historieta. Si difícil es decidir narrarse uno mismo, más difícil es decir toda la verdad sobre uno mismo. Desnudarse.
Fuster parece que no miente, que se desnuda del todo, por cuanto le avala una asociación solidaria que utiliza su caso –en el buen sentido- como ejemplo para otros que quieren rehabilitarse de su adicción al alcohol. Hay en este relato grafico sobre los 15 años de Fuster en la calle un tema que se repite, un leitmotiv, que parece confirmar esta certeza por su calidad de humano: otro miedo, el miedo a quedarse dormido. Este temor recurrente tiene varios orígenes, desde el miedo a ser agredido durante el sueño hasta el miedo a soñar que no se halla realmente en la situación por la que atraviesa, pasando por el miedo a despertar y ver que su circunstancia sigue siendo la misma. Estos despertares, o reflexiones sobre el sueño, son los que marcan varios momentos álgidos del libro. Sorprende percatarse, desde nuestra comodidad ultramoderna y ultramontana, que es peor soñar con una normalidad y luego despertar para enfrentarse a la realidad más cruda que soportar esa misma realidad despiertos.
A la larga, y pese a que este libro es producto de un triunfo, porque es evidente que Fuster ha escapado de las garras del alcohol para realizar este tebeo, pesa sobre la obra una sensación de amargura implacable. No hay redención en el mensaje final. La desesperación alcanzada es tal, tan intensa, tan duradera, que no importa haber salido del infierno porque sigue estando ahí. El mismo autor lo confirma: “Soy alcohólico en abstinencia, pero consciente de que seguiré siendo alcohólico toda mi vida” (p. 7).
Fuster, dibujante de lindezas durante los sesenta y setenta, realiza una obra dura, de las más duras publicadas por Glénat (junto con las de Giménez), un tebeo resuelto con furia, turbio, emborronado. Las imágenes son turbadoras por describir un mundo enmarañado y sucio, en el cual el personaje central destaca por la insistencia que el dibujante deposita en reafirmar sus contornos. Por fortuna, la personalidad de autor sobresale por entre la maraña de rayones y raspaduras, y se concibe y se afirma en el conjunto del relato. Es posible que sin esa presencia de ánimo que aquí delatan estas viñetas Fuster no hubiese soportado tantos años en la calle.
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Autorretrato de Miguel, por él mismo. Imagen tomada del blog de Juan Royo. |
En Fuster adivinamos estilemas de cierta generación. Hay rasgos de Usero en los rostros. Algo hay de García en los gestos, y en el altivo mirar de algunas mujeres. Y hay otros trazos, tortuosos o vencidos, que parecen acercarle a las resoluciones de Auraleón o Gómez Esteban, otros dibujantes de lo romántico que cayeron en el abismo del alcohol. Y entristece constatar que el libro parece representar, ilustrar, un eco horrísono de lo que fue aquello, una época recordada como gloriosa por algunos autores y lectores nostálgicos, pero por la cual ningún joven, autor o aficionado, siente interés hoy. A las ventas de ciertos productos me remito (Font, García, Fernández, De la Fuente). En las páginas de 15 años en la calle no hallaremos ninguna mención a dibujantes de la época, ni tampoco referencias a los tiempos de las agencias, ni al modo de procesar aquellos guiones románticos tan simplones. Aquí hallamos una niebla garrapateada y turbia sobre la decadencia humana, que podría ser una parábola de la decrepitud de una industria, la de los tebeos, si apuramos los símiles, pero que sobre todo es la muestra de un orgullo superviviente, capaz de reconstruir un relato con imágenes.
La lectura de este tebeo remite muy fácilmente a la obra de Altarriba y Kim, El arte de volar, debido a que constituye la puesta en página de una biografía para mostrar la asunción de la propia derrota, lo cual deja un nudo en el estómago tras haberlo leído, pues retrata nuestra indolencia e insensibilidad hacia quienes lo perdieron todo. Es decir, nuestro fracaso colectivo, social y humano.
Es lo que tiene la autobiografía, que si no la maquillas acabas asumiendo tus esclavitudes y fracasos irremediablemente. Al igual que otros medios, como la novela o el cine, el cómic también sirve para demostrarlo, como podemos comprobar con esta obra.