MAX FRIDMAN. ESPÍA A SU PESAR
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La primera aparición de Fridman en España tuvo lugar en la revista Cairo. |
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Se ha dicho que Vittorio Giardino (Bolonia, 1946) constituye un caso curioso de vocación tardía a la historieta, pero no suele tenerse en cuenta la notoria maestría con que inició su carrera, lo que ya de por sí avala años de entrenamiento constante y silencioso. Graduado en 1969 en Ingeniería Electrónica, abandona a los treinta y un años una carrera profesional prometedora y de buenos ingresos[i] para dedicarse íntegramente al cómic. En 1978 aparecen sus primeras historietas en la revista La Città Futura, y en 1979 crea para otra publicación, Il Mago, al primero de sus personajes emblemáticos: Sam Pezzo[ii]. Se trata de un detective privado con el que homenajea la larga tradición de la novela negra y su vertiente cinematográfica y donde demuestra la influencia que sobre él tiene en esa época el atractivo dibujo de José Muñoz, creador gráfico de Alack Sinner[iii]. A partir de 1980 comienza su andadura en una nueva revista, Orient Express, donde verá la luz el segundo de sus grandes personajes y aquel que ahora nos ocupa: Max Fridman. La primera de sus aventuras (el título de la serie es Las aventuras de Max Fridman), “Rapsodia húngara”, fue publicada en 1982 en formato álbum y pronto se convirtió en un gran éxito europeo que, entre otras distinciones, recibió los premios Yellow Kid del Salón Internacional del Cómic de Lucca y el St. Michel de Bruselas a la mejor obra del año. Había nacido el fenómeno Vittorio Giardino.
Su estilo de dibujo está considerado como heredero y prolongación de la línea clara instaurada por Hergé en Europa a partir de referentes más clásicos, como el norteamericano George McManus (Bringing Up Father), pero Giardino ha asegurado que su estilo e influencias no proceden de Hergé ni de otros relevantes autores de la línea clara (E. P. Jacobs o Jacques Martin), sino de las influencias comunes que tuvieron todos ellos y que Giardino asegura haber asimilado también:
«Sobre esto lanzo una hipótesis de lo más presuntuosa: en mi opinión, ambos hemos copiado de la misma fuente… Lo cual no está mal como presunción, ¿verdad? Me explico: la “línea clara” surge, creo yo, de la tradición de un grafismo europeo, pero principalmente francés, a caballo entre dos siglos, lindando con Lautrec así como con grandes ilustradores como Daumier, etc. Y todos estos precursores, a su vez, miraban a los japoneses, Hokusai, Utamaro, la ilustración de ese país en general. Ahora bien, a mí, ya de muy joven, me impresionaron mucho los libros de ilustración japoneses, al igual que los dibujos de los post-impresionistas; éste es un periodo que siempre me ha gustado mucho. Por lo tanto, esta filiación, a mi modo de ver, no procede de Hergé, sino que es más bien una fraternidad. Yo seré menos audaz que Hergé, ciertamente, pero lo que quiero decir es que no ha sido él quien me ha enseñado directamente, y que muy posiblemente ambos hemos aprendido de maestros comunes.»[iv]
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En estos dos grupos de viñetas extraídos de La Puerta de Oriente se aprecia el detallismo de Giardino, así como la calidad de su documentación y la ambientación conseguida en sus obras.
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La característica del arte de Giardino en las aventuras de Max Fridman es su academicismo formal y su gran detallismo en el dibujo de la silueta humana y los edificios, pero también en la utilería y el vestuario de los personajes. Sus historietas parten de una laboriosa tarea de investigación documental. Giardino se revela como un artista total capaz de meter el mundo en una viñeta que recrea con laboriosidad de orfebre, característica que, según confiesa, quizá devenga de su carencia de una verdadera formación académica, lo que le impediría una labor de síntesis más grande:
«Ten en cuenta que, en cuanto a dibujo, yo no fui a ninguna escuela y soy un completo autodidacta. De manera que es posible que este cuidado mío por el detalle no sea más que mi incapacidad de omitirlo o de simplificar. Claro que hay además una explicación más sutil. Diría que también son detalles que te dan una idea del todo, que son significativos. Y luego, por fin, no hay que olvidar nunca que yo, personalmente como autor, disfruto mucho, me divierte hacerlos.»[v]
Si bien esta naturaleza autodidacta parece implicar un carácter rebelde, uno de esos que acuden directamente a sus influencias concretas para extraer de ellas sus lecciones y aprendizaje, en ningún momento podríamos pensar que no implica grandes dosis de disciplina y de sacrificio, lo que permite entender que el estilo de Vittorio Giardino se muestre muy maduro desde sus primeras apariciones con Sam Pezzo hasta la eclosión total de Max Fridman y su prolongación con Little Ego y, sobre todo, Jonas Fink[vi].
A fecha de hoy, las aventuras de Max Fridman se componen de tres títulos: Rapsodia húngara (1982), La puerta de Oriente (1986) y ¡No pasarán! (editado éste en tres libros en 1999, 2002 y 2008). Todos de extensión variable, en función de las necesidades de cada argumento, pues mientras que Rapsodia húngara consta de 90 páginas y La puerta de Oriente de 62, ¡No pasarán! es un largo relato dividido en tres álbumes de 54, 46 y 62 páginas que conforman un total de 162. Las aventuras de Max Fridman, que transcurren durante los acontecimientos que condujeron a la II Guerra Mundial, forman parte del género de espías por las influencias literarias concretas que inspiraron la saga, así como por su adherencia al más grande género de la novela negra y policiaca. Pero ya es una novela policiaca “adulta” y política, donde los personajes no son movidos por pasiones íntimas producto de un entorno social adverso o confuso, sino por razones de índole política o ideológica que, en el marco histórico de la época, condujo el devenir de pueblos enteros y sometió las conciencias individuales y los comunes deseos a los intereses de los grandes bloques envueltos en cada conflicto bélico.
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Rapsodia húngara, una de las mejores historietas europeas de los ochenta. Véase la eficacia de las viñetas/detalle y la tensión conseguida en la página de la derecha. |
2. Las aventuras de Max Fridman: Rapsodia húngara
Como ya se ha dicho, Rapsodia húngara condujo a Vittorio Giardino al estrellato y quizá sea, a fecha de hoy, el relato más emblemático de Max Fridman por lo compacto de su historia y desarrollo, así como por la sorpresa e impacto que produjo su aparición en el mercado europeo, lo que no se ha repetido a semejante escala en los siguientes álbumes de la serie. Publicada en cuatro entregas en la revista Orient Express, su publicación en libro la hizo merecedora de los premios antes consignados. En España fue publicada por entregas en la revista Cairo, de Norma Editorial[vii], y su aparición también resultó todo un acontecimiento. Posteriormente, Rapsodia húngara también se editó en álbum[viii].
Es esta la primera aparición de Max Fridman, un comerciante judío de origen francés radicado en Ginebra, donde vive holgadamente como comerciante de tabaco. No se trata de una tapadera. Aunque a lo largo de los álbumes de Fridman no vamos a saber mucho de su pasado (incluso Giardino confiesa desconocer mucho sobre él)[ix], sí sabremos que tuvo una larga trayectoria previa realizando trabajos de espionaje para La Firma (el servicio secreto francés), y que ahora se halla felizmente retirado dedicado a sus lucrativos negocios y también al cuidado de su única hija, Esther, fruto de su matrimonio con Vera, una mujer cuyo recuerdo le atormenta y sobre la cual no sabremos nunca nada. Es Max Fridman un heredero del universo de los grises espías de John le Carré más que de los de Ian Fleming con su paradigmático James Bond: Max Fridman tiene miedo frecuentemente, siente convulsiones cuando escucha cañonazos, añora la tranquilidad de su hogar y de sus negocios, así como el cuidado y la educación de su hija. Su aspecto físico se corresponde mucho más al del próspero hombre de negocios o intelectual judío que al de un héroe prototípico de relatos de espionaje o acción: una barba rubia es su seña de identidad, así como ciertos signos de progresiva calvicie; no es muy alto (pero tampoco bajo) ni especialmente musculoso; viste con elegancia y es un hombre de mundo, que fuma en pipa, gusta de la lectura y de la música y sabe demasiado sobre los hilos que mueven en la sombra la turbia política de aquella época cargada de ominosas profecías. Es, como lo describe sucintamente uno de los superiores de La Firma en la página 6 de Rapsodia: «Alguien que no se quema fácilmente, alguien imprevisible… En resumen, hábil pero aficionado».
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Un espía inusual, característico por su pipa y su barba rubia, pero aparentemente como el amable vecino de al lado, que tiene una hija a su cargo.
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Estas son las características que obligan a Max Fridman a regresar, bajo la amenaza de ser expulsado de Suiza, para implicarse de nuevo en labores de espionaje. Un aficionado de confianza, en definitiva, un instrumento de las circunstancias políticas del momento que debe acudir a Budapest para investigar el asesinato casi total de la célula de espionaje del servicio secreto francés en esa ciudad, el grupo Rapsodia. Corre el año 1938, y las sospechas apuntan tanto hacia los nazis como hacia los soviéticos.
En Rapsodia húngara afloran las influencias literarias de Giardino, que serán una constante en las aventuras de Max Fridman, y abarcan destacados autores del siglo XX como Graham Greene y sobre todo John le Carré, pero también ciertos libros de Joseph Conrad o de Rudyard Kipling. La pasión que Giardino siente por la historia (que le conduce a investigar bien los lugares y condiciones en que transcurren sus relatos) se mezcla con el interés que suscita en él la lectura de ciertas obras de George Orwell, Arthur Koestler, Ernest Hemingway, William Faulkner o André Malraux. Sus influencias cinematográficas también están vinculadas a dos grandes representantes de aquel periodo que incurrieron también en el género de espías: Orson Welles y Alfred Hitchcock.[x]
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La Puerta de Oriente. Tensión a orillas del Egeo, en el marco de Estambul, con reminiscencias de Le Carré. |
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Rapsodia sigue siendo una obra excelente, una de las mejores del tebeo europeo de los años ochenta, en la que se unen la solidez dramática de la evolución del relato con el exquisito detalle para recrear la ciudad de Budapest como escenario de una terrible intriga internacional que al final resulta ser sólo una pantalla para acontecimientos históricos más terribles, como descubriremos en la última página. Pero esto no actúa en demérito de las peripecias de Fridman en aquella urbe monumental por la que corretean espías de toda Europa y en la que se ven envueltos personajes pintorescos como el barón Manfred von Kluberg, sensuales como Cleo (quien bajo el nombre de Olimpia regenta el burdel La Luna Verde), o los que proporcionan a Fridman un sentimiento de protección y complicidad erótica, como Etel Möget. Y es que aflora también un delicado erotismo al servicio de la historia, erotismo sin excesos, de gran finura y aprovechamiento dramático que nos hizo descubrir a Giardino como un delicado dibujante del cuerpo femenino, algo que explotó de manera más comercial en su serie Little Ego. Destacan en Rapsodia, sobre todo, un trazo más fino de las figuras, viñetas más pequeñas y llenas de detalles, así como el uso recurrente, incrustado en el diseño de página, de viñetas de aspecto diminuto con primeros planos para enriquecer de matices la historia sin ralentizarla ni volverla tediosa. Estamos de acuerdo con lo que expresó Vittorio Giardino sobre su obra: “Rapsodia está llena de errores, pero en muchas cosas me parece genial. No logro comprender cómo pude meter en ella tantas ideas. En ese sentido, es magnífica”.[xi]
3. La puerta de Oriente
Cuatro años después del gran éxito de Rapsodia húngara, Giardino y Fridman regresaron con La puerta de Oriente, que también fue publicada por entregas en la revista Cairo poco después de la conclusión de la primera aventura de Max Fridman[xii], y recogida posteriormente en álbum[xiii]. La acción transcurre en Estambul, capital de tres imperios y conocida precisamente como la puerta de Oriente, a finales del verano de 1938, inmediatamente después de los acontecimientos de Rapsodia húngara, que se cierran en marzo con la invasión de Austria por las tropas alemanas de manera pacífica (aunque amedrentadora) y la posterior anexión refrendada en plebiscito por una abrumadora mayoría casi absoluta. España llevaba dos años en guerra, con el apoyo no oficial de Alemania e Italia, por una parte, y de la Unión Soviética por otra, pero las potencias democráticas tampoco intervinieron en esta ocasión. Como bien explicó el mismo Giardino:
«Para la gente de la calle todo esto no era más que una noticia en el periódico que no impedía ni mucho menos seguir la vida normal, y pese a que la situación general no era demasiado aleccionadora, antes también hubo otros malos momentos y pasaron, por lo que era razonable suponer que esta vez también se arreglaría la cosa, ya que al fin y al cabo no se podía hacer nada y había que pagar las facturas y ocuparse de todas las demás preocupaciones cotidianas. Así, también aquel agosto, quien se lo podía permitir, se iba de vacaciones.»[xiv]
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El tratamiento de Giardino de los personajes femeninos es delicado y sensual, así como su reconstrucción de los ambientes exóticos. |
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Y precisamente es a Fridman a quien encontramos de vacaciones en Estambul durante aquel tórrido y dramático verano en el que, nuevamente, las circunstancias le obligan a implicarse en un caso de intriga internacional relacionado con Stern, quien dirigía las fábricas más importantes de aeroplanos de la Unión Soviética y que ahora se refugia en Estambul mientras es buscado intensamente por el servicio secreto soviético para impedir que pueda vender sus secretos a los nazis o al mejor postor.
La puerta de Oriente sigue la línea de Rapsodia húngara, si bien destaca que en esta ocasión las viñetas se han hecho más grandes y el trazo de la línea clara de Giardino es más robusto, pero igualmente efectivo. Como dice Oreste del Buono en su introducción a este álbum, se trata de un relato “muy interesante”, apreciación que este autor contrapone a un concepto de nuevo relato más embelesado en sus propias virtudes literarias (o gráficas, podría entenderse subrepticiamente) que en la efectividad de la propia historia que se cuenta. Del Buono ejemplifica aludiendo a las novelas de John le Carré, influencia insoslayable de Giardino para Max Fridman, a quien Del Buono recrimina haber olvidado las prioridades de artesano de que hizo gala en otra época para creerse una vedette de la Gran Literatura y haber olvidado, consecuentemente, las buenas maneras que otrora tuvo Le Carré para contar historias efectivas protagonizadas por un personaje como Smiley, capaz de ganarse las simpatías de los lectores y opacar a su propio creador. La larga perorata de Del Buono contra el “descarriado” Le Carré no tendría mucho sentido si no viéramos en ella una apreciación de Giardino como un gran dibujante “de los de antes”, aquellos que buscaban ir más allá del lucimiento de sus innegables talentos pictóricos para ponerlos humildemente al servicio de una buena historia que tiene sus propias exigencias a la hora de ser contada con efectividad. Resulta grato, por ejemplo, que Giardino no abuse de su talento para dibujar doncellas hermosas y que en sus aventuras de Max Fridman sólo incurra en algún desnudo eventual dentro de la sosa vida sexual de su protagonista para que no olvidemos que estamos ante otra clase de tebeo, un tebeo más narrativo y presuntamente intelectual. Sin embargo, estamos hablando de un artista tan privilegiado como Giardino, y no cabe duda de que una de las bazas fundamentales de La puerta de Oriente es la misma ciudad de Estambul, que Giardino recrea con un gran sentido de la belleza y usando su monumentalismo no sólo en servicio de su propia historia, sino de su lucimiento personal como artista y superdotado plasmador de urbes.
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Un espía en el fragor de la batalla. |
4. ¡No pasarán!
La Guerra Civil española fue la gran tragedia nacional del siglo XX y, desde la muerte de Francisco Franco, comenzó a ser una presencia constante y obsesiva en los cómics nacionales. Por lo menos, dejó de ser un tema prohibido en la historieta española. Eran muchos los autores que ya no querían seguir callando lo que durante cuarenta años habían debido callar. También fue un tema abordado en los cómics extranjeros, pero en éstos el recuerdo de la guerra había sido recurrente al menos desde los años cuarenta, tanto en el cómic como en el cine. A este respecto, es fácil evocar aquí y ahora al Rick Blaine de Casablanca (Michael Curtiz, 1942), que había luchado en las Brigadas Internacionales, o al Michael O’Hara de La dama de Shanghai (Orson Welles, 1947), que había asesinado a un espía de Franco en Murcia. Durante décadas no pudo haber un gran perdedor romántico de la cultura popular que no hubiese combatido por el bando republicano en la que ha sido considerada como la “última guerra romántica” de la historia (si es que alguna vez existió alguna, quisiera apostillar). Las Brigadas Internacionales, que aglutinaron a miles de idealistas de todos los rincones del mundo, fueron el panal de sueños que conformaron extranjeros que llegaron a España a combatir y hasta morir, si la suerte se les presentaba torcida. Hasta que los moscardones de las democracias del mundo exigieron el licenciamiento de las Brigadas y aquellos extranjeros, que habían partido de sus países como héroes, tuvieron que regresar a oscuras como villanos. En la cultura popular del siglo XX, luchar contra el fascismo en la Guerra Civil española no fue sólo una guerra, sino una causa justa. Como bien expresaron Pepe Gálvez y Norman Fernández: “En el orden de la perspectiva ideológica es significativa la aportación de Giardino y su ¡No pasarán!, por la importancia que otorga a nuestra guerra en el devenir histórico de la Europa del siglo XX y que transmite en su narración ese componente internacional, así como su carga simbólica de antesala de la Segunda Guerra Mundial y campo de batalla ideológico”[xv]. Estamos, por tanto, ante una de las obras mayores que han abordado el tema de nuestra Guerra Civil fuera de nuestras fronteras.
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Fridman llega a España, a Barcelona, topa con las fuerzas del orden público y el estallido de la guerra que conmociona al país. |
El germen de ¡No pasarán![xvi], lo ha declarado el propio Giardino, estuvo en la lectura de la obra de Hugh Thomas Historia de la Guerra Civil española, aunque luego recurrió a otras fuentes para dar forma a su proyecto más ambicioso. Acerca del libro de Thomas, Giardino declararía:
«Para mí fue todo un descubrimiento, pues sigue la tradición del historicismo inglés, detallado, objetivo, muy pragmático, ateniéndose a los hechos. Lo que me ha impresionado ha sido leer otros libros sobre los mismos episodios escritos por otras “partes”, como por ejemplo historiadores marxistas o autores como Orwell y Koestler, que no sólo ofrecen otras interpretaciones, sino realidades, verídicas y concretas, diferentes. En suma, según el libro que lees ocurrió una cosa en vez de otra. Y así, la realidad de la Guerra de España, aun siendo más cercana que otras guerras del pasado y más rica en informaciones (había los periodistas, la radio y otros medios para conocer las cosas), es, no obstante, cada vez más difusa. De manera que los datos varían muchísimo. Esto me ha estimulado mucho.»[xvii]
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Una veraz recreación de lo sucedido en el frente del Ebro. En la página inferior, los estragos de la guerra. |
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¡No pasarán! (en español en el original), la última aventura de Max Fridman publicada hasta nuestros días, llevó mucho tiempo a su autor[xviii]. Ocho años costó a Giardino concluir esta historia de Max Fridman, durante los cuales desarrolló la serie Jonas Fink, que muchos consideran en conjunto su obra más importante. Lo cierto es que un personaje como Max Fridman no podía dejar de visitar España durante el conflicto bélico, pero la empresa era demasiado importante, enorme la responsabilidad de hacer un trabajo que estuviese a la altura, y ¡No pasarán! se convirtió en un proyecto que causaba cierta cautela al autor. Al final, los resultados estuvieron a la altura tanto de sus temores como de sus expectativas[xix].
Fridman regresa a una España sumida en la Guerra Civil para buscar al idealista Guido Treves, un viejo amigo desaparecido durante el conflicto bélico. Max Fridman ya había estado en España entre 1936 y 1937 y había formado parte de las Brigadas Internacionales, donde había trabado singular amistad con Treves, a quien ahora parte a buscar ante la insistencia de Ada, su esposa[xx]. Todo el relato de la búsqueda de Treves a lo largo de tres álbumes se entrelaza con los propios recuerdos del frente de 1936 que vuelven constantemente a su memoria.
Poco a poco descubrimos que la mirada de Giardino sobre la Guerra Civil es tremendamente realista y dedicada a consignar las atrocidades y contradicciones de ambos bandos, pero también la indiferencia de las democracias de la época, que dejaron hacer, dejaron pasar. Es la ironía terrible del título de la trilogía ¡No pasarán!, donde Giardino se pone del lado de quienes fueron derrotados, pero nunca rendidos, y es a todos ellos a quienes el autor italiano quiere rendir homenaje[xxi] enfatizando siempre la tragedia de lo que pudo parecer el fracaso de los ideales frente la expansiva maquinaria fascista que trituraba los restos de la República ante la indiferencia del mundo. El idealista Treves es una víctima más de una conflagración donde los idealistas son un verdadero estorbo frente a otros intereses cuando estos idealistas son molestamente sinceros. Lo terrible, en este caso, es que Treves no es capturado ni desaparecido por el bando fascista, sino por sus propios camaradas, lo que viene a poner de realce un fenómeno muy triste que se desarrolló también durante la Guerra Civil entre el bando republicano: las numerosas fisuras que condujeron a que se enfrentaran unos contra otros, y a veces, como en este caso, a propiciar “depuraciones” internas propiciadas por servicios secretos ligados al KGB.
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Las tres portadas españolas de ¡No pasarán! |
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En el tren que le conduce a Barcelona, Fridman conoce a Claire Blon, una periodista belga a la que frecuenta junto con sus colegas en el Gran Hotel Aurora de Barcelona, donde asiste a las discusiones entre los profesionales de la noticia y sus distintos puntos de vista éticos a la hora de abordar el conflicto español. Giardino aprovecha para poner todas las cartas sobre la mesa y exponer la posición política e intelectual internacional sobre el conflicto. Pero Fridman no se va a quedar en aquella Barcelona bombardeada y castigada por el asedio y la hambruna, sino que con los periodistas se interna en el frente en esa búsqueda de Treves que ha comenzado a molestar a cierta gente que conoce el expediente de Fridman. Se trata de la historia más extensa de este espía a su pesar, pero no necesariamente de la mejor. Los acontecimientos resultaban mejor comprimidos e hilvanados en Rapsodia húngara, obra que a fecha de hoy sigue siendo el Fridman por excelencia; pero es que en ¡No pasarán! había mucho más que contar, y en los dos álbumes previstos, que acabaron siendo tres, hubo que hacer, por fuerza, numerosos cortes para que la trama no se extendiese todavía más. Fue un tour de force de Giardino que acabó por consumirle[xxii] y que concede a los tres álbumes, vistos como unidad, un cierto aire disperso por lo dilatado de su ejecución. Como siempre en Giardino, juegan a favor de la historia la superlativa habilidad del dibujante para recrear ciudades y paisajes, y aunque en este caso tengamos a la semiderruida Barcelona como telón de fondo, el autor aprovecha como puede, no sólo para lograr un retrato del horror, sino para ensalzar aquellos lugares emblemáticos de la Barcelona de postal que, como el Parque Güell, las Ramblas o la Plaza Real, forman parte de la esencia de esa Barcelona imperecedera que ha sido testigo de tantos avatares. Una de las grandes virtudes de Giardino en las escenas barcelonesas de ¡No pasarán! lo constituye el hecho de reflejar de manera excelente lo que es la vida cotidiana de una ciudad en guerra, donde la muerte puede saltar sobre ti en cualquier momento, con la misma “naturalidad” con que las víctimas civiles de situaciones semejantes tienen que seguir viviendo a pesar de todo, guardándose siempre las espaldas y convirtiendo al miedo en una segunda piel para salvaguardar el futuro de la realidad de un presente inhóspito y desesperado.
Se trata hasta ahora de la última aventura publicada de Max Fridman, pero quién sabe si no habrá ya una nueva entrega cociéndose en los fogones. Hace años había declarado Giardino su interés en realizar esta historia durante la Guerra Civil, pero también proporcionaba detalles sobre otro relato que posiblemente constituya, algún día, el próximo Max Fridman: “Sería básicamente una historia en los Alpes, digamos Suiza o Austria… Sería sobre la fuga de una familia de Austria, tras su ocupación, durante unas vacaciones en la montaña de Max Fridman”.[xxiii]
En definitiva, los fans de Max Fridman tendremos que seguir esperando, como ya se ha vuelto costumbre, las nuevas entregas de este espía cansado y burgués, filósofo y desengañado, que sólo aspira en realidad a intentar ser un buen padre y al que no le haría ninguna gracia saber que las turbiedades de su propia vida aparecen en los tebeos.
notas
[i] Gianni Brunoro, “Vittorio Giardino: un ingeniero en la línea clara”, entrevista publicada en Cairo 45, Norma Editorial, Barcelona 1986, pp. 22-4. Así lo expresaba Giardino: “Como ingeniero ganaba probablemente más, sobre todo en lo relativo a la seguridad del trabajo. Pero haciendo historieta me divierto mucho más” (p. 23).
[ii] Concretamente, en los números 86, 87, 93, 94, 96, 97, 98 y 99. Cf. Oreste del Buono, “Un espía de autor”, en Vittorio Giardino, La puerta de Oriente, Norma Editorial, Barcelona, 2000 [Cimoc Extra Color 41], p. 6.
[iii] Ignacio Vidal, “Budapest revisitada”, en Cairo 26, Norma Editorial, Barcelona, 1984, p. 34.
[iv] Brunoro, op.cit. pp. 23-4.
[v] Brunoro, op.cit. p. 24. La información que con el tiempo ha proporcionado Giardino sobre su ausencia o presencia en las escuelas es contradictoria: “De todos modos, me matriculé en la academia porque era una escuela fantástica, aunque no servía para casi nada”. Cf. Del Buono, op. cit., p. 8.
[vi] Vidal, op.cit., p. 34: “Naturalmente, un autor y una obra así no surgen por generación espontánea. En sus entrevistas al fanzine Fumo di China y a la revista Orient Express, Giardino recela del talento natural y afirma que formarse en la historieta es cuestión de aprendizaje y de experiencia.”
[vii] Concretamente entre los números 26-36 de Cairo, con la excepción de los números 27 (Extra de Vacaciones) y 34 (Especial Verano).
[viii] Vittorio Giardino, Rapsodia húngara. Norma Editorial. Barcelona, 1984 (1ª ed.) [Los Álbumes de Cairo, 5].
[ix] Vittorio Giardino, ¡No pasarán! tomo 1, Norma Editorial, Barcelona, 2000 [Cimoc Extra Color, 169], p. 5: “También hay otros muchos asuntos que ignoro, zonas oscuras de su pasado de las que conozco pocos fragmentos”.
[x] Brunoro, op.cit. pp. 22-3.
[xi] Citado en Vidal, op.cit. pp. 33-4.
[xii] En Cairo se publicó entre los números 38-43.
[xiii] Vittorio Giardino, La puerta de Oriente. Norma Editorial. Barcelona, 1988 [Cimoc Extra Color, 41].
[xiv] Vittorio Giardino, “La puerta de Oriente”, en Cairo 38, p. 26
[xv] Pepe Gálvez y Norman Fernández, Historias rotas. La guerra del 36 en el cómic. Gobierno del Principado de Asturias/Semana Negra/Ficómic. Gijón, 2006, p. 8.
[xvi] Como se sabe, el título procede de la famosa consigna que Dolores Ibárruri, Pasionaria, inmortalizó en su discurso en Madrid el 19 de julio de 1936. El de Giardino no ha sido, ni mucho menos, el primer cómic que ha recibido este título.
[xviii] La obra consta de tres entregas: ¡No pasarán! Tomo I, ¡No pasarán! Tomo 2: Río de sangre y ¡No pasarán! Tomo III: Sin ilusión. Norma Editorial. Barcelona, 2000, 2002 y 2008.
[xix] Así lo declaraba Giardino en Brunoro, op.cit., p. 24: “Es una historia que, para hacerla como quisiera, corre el riesgo de ser muy larga. Así que me da un poco de miedo afrontarla, pues significaría tener que trabajar en ella más de un año probablemente”.
[xx] ¡No pasarán! es una trilogía recorrida por la intertextualidad. En el primer volumen (p. 15) Fridman lee en el tren la novela The Rescue, de Joseph Conrad, que es uno de los autores favoritos de Giardino; además, Fridman también es amigo de Arthur Koestler, John Dos Passos y Robert Capa, cuya obra sirvió de estudio e inspiración para el mismo Giardino.
[xxi] Cf. Vittorio Giardino, ¡No pasarán!, tomo 1, p. 8.
[xxii] Giardino, en ¡No pasarán!, tomo 3, p. 5: “En un primer momento iban a ser sólo dos volúmenes, pero la complejidad del acontecimiento y la situación histórica me han obligado a alargar la narración. Además, tengo que confesar que he realizado numerosos cortes en la trama, sin los cuales se hubiera alargado incluso más. Cortes dolorosos, ya que muchos son argumentos que hubiera querido desarrollar, pero que no he podido afrontar. Algunos de los cortes han sido necesarios para mantener el equilibrio en la narración. Mi único pesar ha sido haber empleado casi diez años para terminar la obra”.
[xxiii] Brunoro, op.cit., p. 24.
1. Vittorio Giardino: antecedentes y estilo