HERMANN Y GREG: HISTORIA DE UN TÁNDEM
ANGEL OLIVERA

Resumen / Abstract:
Repaso a la obra de dos autores fundamentales de la "bande dessinée", Greg y Hermann, constituyendo su obra en común, Bernard Prince y Comanche, el eje principal de este artículo. / Review of the work of two great authors of "bandes dessinées", Greg and Hermann, focusing in their common work, Bernard Prince and Comanche.
Notas:
Texto publicado en Yellow Kid n° 5, revisado, ampliado y actualizado por el autor para esta ocasión. A la derecha, ilustración de Hermann con algunos de sus personajes más conocidos.
HERMANN Y GREG: HISTORIA DE UN TÁNDEM

 

DOS SERIES DE EXCEPCIÓN

En el panorama de la historia de la historieta europea, y más exactamente en el período crítico y decisivo, por muchas razones, que lleva de mediados de los sesenta a finales de los setenta, destacan dos célebres series que, en buena medida, marcaron un antes y un después en el tratamiento de los géneros en los que se encuadraban: Bernard Prince, en el de aventuras, y Comanche, en el del western. Ambas series se publicaron por entregas en la revista belga Tintin y fueron obra de los mismos autores, ambos nombres clave del tebeo francófono, y sin los cuales, y sin menospreciar a otras figuras no menos esenciales de todos conocidas, la evolución actual de la historieta de este lado del Atlántico nunca hubiera sido la misma. Greg, el guionista, y Hermann, el dibujante, crearon dos series quizá no muy largas (su colaboración en la primera de ellas se prolongó durante catorce álbumes, y en la segunda, durante diez), al menos si las comparamos con las de otros héroes míticos de su entorno, pero su calidad y su trascendencia las colocan por méritos propios entre las primeras.

 

EL GUIONISTA DIBUJANTE

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Al igual que su viejo amigo, colega, compañero y compatriota Jean-Michel Charlier, cuya decisiva trayectoria creativa y editorial ya hemos rememorado en estas páginas, Greg comenzó su carrera como dibujante, y en poco tiempo acabó desarrollando también el oficio de guionista; si bien, al contrario que Charlier —que como ilustrador nunca pasó de correcto—, nuestro hombre jamás abandonó el lápiz ni el pincel, convirtiéndose en un excelente dibujante humorístico y un espléndido y ágil narrador. Y también, quizá precisamente por ello, como otros muchos artistas de ambas orillas del océano, en un dotado argumentista, elaborador de infinidad de guiones que, sencillamente, tenía que dar a ilustrar a otros porque él nunca habría tenido tiempo para dibujarlos. Esa carrera paralela como guionista le permitió, asimismo, ampliar su campo de acción a la historieta realista, a la que muy probablemente nunca hubiera llegado como dibujante.

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  Arriba: logoforma de la serie Les nouvelles aventures de Zig, Puce et Alfred, serie a la que Greg se incorporó en 1963.
Abajo: plancha de Rock Derby publicada en el número 17 de la edición belga de la revista Tintin (1961).
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Su verdadero nombre era Michel Regnier, y había nacido en Bruselas en 1931. Discípulo de André Franquin, realizó sus primeros trabajos para Spirou, y luego para la agencia International Press, de donde acababan de ser despedidos Uderzo, Goscinny y Charlier, retomando varios de los personajes de éstos, como Luc Junior y Tiger Joe, y creando varios más, todos ellos de corte humorístico, en los que fue desarrollando un estilo de dibujo de un nivel muy alto a la vez que expresivo, deudor en gran medida de su maestro. Gracias a Franquin se inició en el oficio de guionista, oficio que, por otra parte, en aquella época no existía: el editor pagaba al dibujante, y éste, si lo consideraba necesario, se buscaba a alguien que le escribiera los guiones, y le pagaba un porcentaje; Greg escribió así innumerables guiones para Modeste et Pompon, que Franquin realizaba para Tintin[1]. Ello le abriría el camino para convertirse en guionista habitual de series importantes, como Chick Bill, de Tibet (creador de Ric Hochet), y, en especial, Spirou y Fantasio, coincidiendo con la etapa de madurez de Franquin, la más fructífera; juntos crearon historias en las que la dosificación de humor y aventura trepidante alcanzaba sus cotas más altas, sobre todo en los álbumes dedicados al supervillano Zorglub, claramente inspirado en los memorables antagonistas de James Bond, entonces en su apogeo.

Greg no sólo no se limitó a escribir, a pesar de su creciente éxito como guionista, sino que siguió creando y dibujando numerosas series humorísticas: Rock Derby, Babiole et Zou, Brousaille, Les As... Colaboró con todas las revistas de la época: además de Spirou y Tintin, entró en Vaillant, y, en 1963, en la pujante Pilote, donde daría vida a la que acaso sea su obra más célebre y exitosa: el desternillante, inclasificable y genial Achille Talon, Aquiles Talón para los amigos de este lado de los Pirineos. Este orondo caballero pequeñoburgués, sabihondo, erudito y locuaz hasta extremos increíbles, patoso y que fracasa en casi todo lo que emprende, ha sido considerado como uno de los dos máximos antihéroes del tebeo francobelga, el otro de los cuales es ni más ni menos que Gaston Lagaffe, la célebre y no menos genial creación de Franquin. Sus andanzas, de un humor sarcástico muchas veces salvaje, cuando no surrealista, se prodigaron tanto en historias cortas de una o dos páginas como en relatos extensos, no por ello menos delirantes, extendiendo su vida editorial más allá de la existencia de la revista que le vio nacer, hasta totalizar su recopilación la cifra record de 42 álbumes[2].

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Reproducción del original de media plancha de Achille Talon publicada en el número 269 de Pilote (1964).

El momento decisivo de Greg llegaría en 1965, cuando explicó a Raymond Leblanc, editor de Tintin, los motivos por los que deseaba dejar la publicación: la revista se había ido anquilosando, se había anclado en el pasado, a causa de que Hergé, a la sazón director artístico de la misma, se empeñaba en mantener el tono y estilo clásicos con los que trataba de emular a Le Petit Vingtième, la famosa y conservadora revista donde debutara, allá en 1929, su celebérrimo Tintin, que para algo daba nombre a la revista en la que Greg colaboraba, aunque, por aquel entonces, hacía años que no aparecía en sus páginas una nueva historia del intrépido jovencito de los pantalones bombachos. Eran otros tiempos, y Greg se veía limitado y encorsetado por un modo de entender la historieta que, por muy respetable que fuera, y que había dado joyas como el mismo Tintin, Blake y Mortimer, Alix, Lefranc y Corentin, entre otros muchos, que aún tendrían bastante que decir en el futuro, no le permitían desarrollar las mil y una ideas que bullían en su cabeza y que requerían de un entorno más libre y favorable.

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  Greg caricaturizado por Tibet en la época en la que era redactor jefe de Tintin.
Hay que decir, por otra parte, que el gran éxito popular de Pilote, con sus innovadoras propuestas, exigía una urgente puesta al día por parte de las otras cabeceras del mercado si querían permanecer en él. Leblanc quedó convencido: acto seguido, e inesperadamente, le nombró nuevo redactor jefe de la revista[3].

Así comenzó la llamada "era Greg". La revista que Franquin llamaba "el elefante enfermo" se renovaría con una multitud de nuevos autores, muchos de ellos procedentes del "estudio Greg" que nuestro hombre acaba de crear: Eddy Paape, Dany, Dupa, Auclair, Van Hamme, Wasterlain... Greg sería acusado de "vampirizar" la revista, pues no sólo escribía buena parte de los guiones de las historietas que se publicaban, sino que también se ocupaba del correo de los lectores[4]. Personajes antiguos y modernos compartieron desde entonces las páginas de la revista, que compaginó clasicismo y lo que luego había de ser conocido como "línea clara" con ideas muy avanzadas incluso para Pilote, con relatos caracterizados por la agilidad narrativa, la acción y el movimiento, la casi desaparición de los textos de apoyo y la preponderancia de la imagen, aumentando con ese fin el tamaño de las viñetas, que pasaron, en muchos casos, de las cuatro tiras tradicionales a sólo tres. Durante la "era Greg", que se prolongaría hasta 1974, la hasta poco antes decadente revista Tintin llegaría a alcanzar la cifra de 600.000 ejemplares de venta por número.

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Uno de los primeros nuevos autores que entrarían en la revista, en enero de 1966, sería un joven y aún novato dibujante de 27 años llamado Hermann Huppen, también procedente del "estudio Greg", para el que nuestro hombre escribiría una modesta historia de corte policiaco de cuatro páginas, cuyo protagonista respondía al nombre de Bernard Prince. Nadie lo sabía, probablemente ni siquiera sus autores, pero acababa de nacer una leyenda.

Hermann, como desde el principio empezó a firmar sus obras el recién llegado, no parecía, en sus años mozos, destinado a la historieta. En su adolescencia había aprendido el oficio de ebanista, labor que desempeñó tan sólo durante quince días antes de empezar a trabajar en el estudio de un arquitecto. Por las noches asistía a clases de dibujo aplicado a la arquitectura y de decoración en una academia de Bellas Artes. Se sintió atraído por los cómics, pero uno de sus profesores le recomendó que "aprendiese un verdadero oficio". La familia Huppen se trasladó durante cuatro años a Canadá, donde seguiría estudios de arquitectura y de gestión de restaurantes. A su regreso a Bélgica es, curiosamente, su matrimonio el que le aproxima nuevamente, y esta vez en serio, a la historieta: su cuñado, Philippe Vandooren, futuro redactor jefe de Spirou, le anima a dibujar, y le publica su primer cómic en la revista scout que entonces dirigía. Realiza algunas historias cortas más para Spirou, y es entonces cuando Greg se fija en él y le anima a unirse a su estudio, por un período de prueba de seis meses. Estos seis meses serían el comienzo de una larga e ininterrumpida colaboración que iba a durar quince años.

 

BERNARD PRINCE, O LA AVENTURA CON MAYÚSCULAS

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El proceso de creación de un cómic resulta ser, a menudo, mucho más enrevesado e imprevisto de lo que parece haber sido a los ojos del lector que cree conocer bien una obra de la que ha leído bastantes episodios pero cuya génesis real desconoce. Muchas veces se parte de un origen más o menos modesto para ir creciendo luego en calidad y envergadura, pero que, en esencia, la obra resultante responde a los propósitos iniciales de sus creadores, si bien los héroes de papel tienden a cobrar vida propia y a ir mucho más allá de lo que aquéllos esperaban, evolucionando en función de los condicionamientos editoriales y de los cambios sociales, además de, claro está, la propia evolución personal de sus autores. En otros casos, el camino inicialmente previsto se ve interrumpido o torcido por circunstancias imprevistas y la serie sigue un rumbo que no tiene nada que ver con el anterior y acaba convirtiéndose en algo completamente distinto. La mayoría de las veces, para mal; en otras, como ocurrió con Bernard Prince, para bien.

Aquellas primeras historias cortas del personaje, siete en total, de cuatro a seis páginas cada una, eran unos relatos de corte policiaco protagonizados por un inspector de la Interpol y un crío hindú, Djinn, adoptado por el primero, que le sirve de ayudante oficioso y escudero, muy al estilo de tantas otras historietas tradicionales[5]. Las historias, muy convencionales, no aportaban gran cosa al género, género por otra parte representado muy solventemente en Tintin por el periodista detective Ric Hochet, dibujado por Tibet; sin embargo, eran de agradable lectura, y el dibujo, sencillo y sin florituras en un principio, similar al de muchos otros autores del montón del área franco-belga, fue dejando entrever a un gran dibujante y excelente narrador en potencia que sólo esperaba una oportunidad para eclosionar y salir a la luz[6].

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Primeras tiras de la serie publicadas en enero de 1966 en el semanario belga Tintin (en el homólogo francés se publicaron unas semanas después).

De forma parecida a como cuando al querer dejar Tintin Greg se convirtió, sin esperárselo, en su redactor jefe, fue otro tropiezo el que acabó transformando su Bernard Prince en un éxito. La serie, aun con sus limitaciones, empezaba a destacar y a ganarse el favor de los lectores. El ya veterano Tibet temió ver su Ric Hochet eclipsado por el nuevo valor en alza, y se enfrentó a Greg diciéndole que en Tintin sólo había sitio para un héroe policiaco, y que éste, por supuesto, sólo podía ser Ric Hochet. Greg era el redactor jefe, sí, pero Tibet era uno de los pilares de la revista, de forma que se vio obligado a interrumpir la prometedora carrera de su flamante agente de la Interpol. Sin embargo, le había cogido cariño al personaje, así que le hizo heredar un pequeño yate, el Cormorán, y dejar la carrera policial por la libertad de la aventura, el mar y los grandes horizontes, junto con el joven Djinn.

Inmediatamente, la serie pasó a adoptar la forma de relatos más o menos extensos. Greg probó con dos historias seriadas de poco más de veinte páginas cada una, que, juntas, componían material suficiente para un álbum de 48. A partir de entonces, casi todos los episodios alcanzarían las 44 o 46 páginas reglamentarias; algunos, más cortos, se complementarían con relatos de pocas páginas para alcanzar las necesarias para su publicación en álbum. El cambio implicó, pues, un arriesgado salto hacia delante, cualitativo y cuantitativo. Greg puso toda la carne en el asador, Hermann se destapó finalmente, mostrando de lo que era capaz, y triunfaron.

En las primeras páginas del primer episodio de 23 páginas, “Les pirates de Lokanga”, hace su entrada en escena Barney Jordan, un maduro y obeso lobo de mar, bronquista, iracundo y encantador, que pasará a completar el desde entonces trío protagonista. Al mismo tiempo, se define lo que va a ser, en principio, el leitmotiv de la serie: no basta con tener un barco, hay que ganarse la vida de alguna manera, de forma que Bernard Prince alquila el Cormorán para transportar pequeños cargamentos de un puerto a otro, actividad que será, la mayoría de las veces, el desencadenante imprevisto de la aventura. O mejor dicho, la excusa, el macguffin, que diría Hitchcock, pues Prince no busca deliberadamente la aventura, no es un antecesor de Indiana Jones en pos de la peripecia, el misterio y el peligro. Prince ama el mar y su barco, que le permite moverse por el mundo entero, pero no se mete deliberadamente en líos. En principio procura apartarse de ellos, pero una vez se ve involucrado, por una causa o por otra, llegará hasta el final, pero a su manera, no a la que quieran imponerle los demás.

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Aventuras a raudales. Viñetas correspondientes al episodio "Le général Satan".

Hemos dicho aventura con mayúsculas, y de eso se trata. En Bernard Prince, como luego en las películas de Indiana Jones, se trata de revivir las historias de aventuras en estado puro que nos legó el mejor Hollywood de los años treinta, cuarenta y cincuenta. Ello queda expuesto con claridad meridiana en el segundo episodio, “Le Général Satan”, en el que el trío protagonista se ve enfrentado a un sanguinario pirata del mar de China y a su bella y aguerrida lugarteniente, Loto Púrpura, personajes más que inspirados no sólo en la mitología hollywoodiense, sino en los cómics de Milton Caniff, a su vez enormemente deudores del cine clásico americano , y que también, por la misma época, influyeron poderosamente a otros autores, como Hugo Pratt. Las costas e islas del sudeste asiático, los mares del Sur, los ríos y selvas sudamericanos, serán los escenarios predilectos de la serie, sin hacer ascos a la península Arábiga, el Canadá, el círculo polar ártico, el África negra o, incluso, la jungla de rascacielos de Manhattan y sitios aparentemente tan tranquilos y pacíficos como la Costa Azul. Unas veces es un flete vulgar y corriente, al menos sobre el papel, el que les mete de lleno en el follón, otras son abordados, secuestrados u obligados de una forma u otra a saltar en él de cabeza y sin paracaídas; algunas, sencillamente, hay personas en peligro y, como buenos chicos, se lanzan al rescate sin pensárselo dos veces; pero siempre, o casi siempre, es porque pasaban por allí en el momento equivocado y, naturalmente, no se convirtieron en héroes porque ya lo eran, pero hubieron de actuar como tales.

Echemos un vistazo más de cerca a los protagonistas. Bernard y Djinn fueron los primeros en ser creados, sobre patrones muy conocidos y convencionales, pero no por ello dejan de ser personajes de interés, quizá porque Greg era un guionista excepcional y, a partir de un material poco prometedor, supo darles una personalidad consistente y atractiva.

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El trio protagonista (ilustración para un póster publicado en la revista Tintin).

Bernard es, claro está, el héroe de siempre, el de toda la vida: alto, joven, guapo, fuerte, honrado a carta cabal, muy inteligente, valiente como él solo, enormemente respetuoso con la ley, siempre al servicio del bien y muy seguro de sí mismo; pero no solamente eso. En los primeros episodios parece tomarse los conflictos un poco a broma, como si supiese que no son sino un simple divertimento, una espectacular e inofensiva traca de fuegos artificiales creada por el guionista de la que al final van a salir indemnes y sonrientes, pues todo va a acabar de color de rosa. En ellos, ni siquiera se le arruga la camisa, ni se despeina, pese a saltar de locomotoras en marcha que arroja sobre juncos piratas (de verdad que ocurre tal cosa) y lanzarse a caballo al asalto de ricos palacios señoriales al frente de una hueste de revolucionarios sudamericanos salidos de una película sobre Pancho Villa. Luego, el carácter de las aventuras se irá haciendo menos festivo, más realista, dramático y repleto de suspense, y el héroe perfecto, socarrón y casi indestructible deja paso a otro más complejo, el que tiembla ante la proximidad del peligro, el que incluso está a punto de dejar morir a su amigo y camarada, Barney Jordan, porque su intervención implicaría su propia muerte, y que, sin embargo, acaba dominando su miedo y echándose de cabeza en el avispero porque no puede hacer otra cosa. Es el héroe que combate a los malvados de turno hasta el final, que se deja engañar por éstos y que a menudo acaba comprendiéndolos y, de alguna manera, simpatizando con ellos o compadeciéndolos. El héroe pulcro y elegante que viste trajes almidonados y pantalones acampanados sin una arruga acaba las aventuras sucio, con la ropa hecha jirones, barba de varios días, el rostro desencajado, ojeroso, agotado y, a veces, irritado y desmoralizado, cuando descubre que ha sido utilizado, que la causa noble por la que ha luchado ha resultado ser sólo la menos mala, y que el final presuntamente feliz tiene mucho de engañoso.

Se ha comparado a Barney Jordan con Obélix y, sobre todo, con su colega el capitán Haddock, y lo cierto es que no sólo parece un cruce entre ambos, sino que ocupa en la serie un puesto similar al de aquéllos: es el compañero del héroe, un personaje mucho más estruendoso y mucho más imperfecto que el protagonista, peleón y malhablado, y por ello mucho más humano e interesante, hasta el punto de que no sólo la serie sería impensable sin él, sino que casi arrebata el protagonismo al héroe titular, como de hecho ocurre también con Astérix y Tintin. Gruñón, juerguista, bebedor, pendenciero, frecuentador de bares y garitos que acaban la mayoría de las veces hechos añicos a su paso (si bien no es él el que suele empezar las peleas), es el compañero fiel que nunca abandona a sus amigos, un grandullón de corazón de oro y noble como él solo; es el contrapunto cómico del trío y, claro está, el más entrañable de sus componentes.

Djinn, que cambió desde el primer relato largo su turbante hindú por un gorrito de marinero, asumiendo su papel de grumete, es el personaje con el que se identifican los lectores más jóvenes y que sirve para que éstos sigan la serie. Jovial y descarado, despierto e inteligente, astuto y escurridizo, con una habilidad increíble para salir airoso de todos los peligros, de todas las encerronas, ha salvado en más de una ocasión el pellejo de sus compañeros adultos.

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Escena cargada de acción correspondiente al episodio "Le souffle de Moloch" (1974).

Pasemos a los adversarios: éstos suelen ser piratas, bandoleros, atracadores de bancos, gánsteres y mafiosos de todo pelaje, pero también tiranuelos del tres al cuarto y señores de la guerra diversos. Entre ellos destacan el ya citado general Satán, malvado recurrente que con el tiempo ha resultado tener debilidades y hasta cierto sentido del honor, y el trío de canallas formado por Hot Shot, Ho y Do, éstos limitados a una única aparición en “Le souffle de Moloch”, pero memorables precisamente por componer uno de los grupos de individuos más retorcidos, sin escrúpulos, inmorales y desleales (incluso entre ellos mismos) que se haya visto nunca en un cómic de aventuras. Los componentes de esta larga colección de bandidos, al menos los más malvados, acaban pereciendo víctimas de su propia perfidia, sin que el héroe tenga que ensuciarse las manos dándoles muerte; cosa que, sin embargo, ha ocurrido en algunos casos extremos, en los últimos, y quizá más violentos, episodios de la serie, como es el de la despampanante y peligrosísima Opale de “Objetiv Cormoran”, a la que Prince mata de un disparo cuando la buena señora, cuchillo en mano, iba a destripar a Barney y a Djinn. Con este acto, por otra parte más que justificado, nuestro héroe echaba por tierra una vieja tradición y una ley no escrita que decía que un héroe masculino jamás puede matar a una mujer, por muy malvada que ésta sea, ni siquiera en defensa propia, y mucho menos en un tebeo dirigido al público juvenil[7].

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Opale encuentra su fin de la mano de Bernard Prince (1976).

Quiero aquí llamar la atención sobre algunos villanos y situaciones que de alguna manera me chocan, como son los casos del zarrapastroso salteador andino Tuxedo o el cacique polinesio Lallotuo, enfrentados, uno y otro, al rico hacendado europeo de turno. En ningún momento se pone en cuestión la bondad de una presencia que a un servidor se le antoja colonialista; y los malos, en estos casos, lo son porque se enfrentan al señorito del lugar. Es cierto que en otras ocasiones los términos se invierten, como en “Tonnerre sur Coronado”, pero en este caso hay que reconocer que el turbio y tiránico terrateniente Bronzen, un advenedizo, dicho sea de paso, es un malvado de segunda, mucho menos siniestro que los anteriormente citados. Todo ello, unido a la buena imagen que se da a lo largo de la serie de la autoridad oficial de casi cualquier parte del mundo, le da a Bernard Prince un tono que no sabría calificar si de conservador o, simplemente, de excesivamente ingenuo y maniqueísta. Los malvados parecen ser, en la mayoría de los casos, aquellos que están contra la ley (cualquier ley), y ésta siempre acaba triunfando, la verdad siempre prevalece, como en “La frontière de l´enfer”, donde, cuando se descubre la maraña de corrupción que ha llevado a nuestros héroes a su infecta prisión asiática, los villanos, perseguidos por la justicia, tienen que poner tierra de por medio, final muy poco creíble después de haber echado un somero vistazo al país en cuestión.

Hablo de maniqueísmo, y éste es más que notorio en las primeras historias de la serie. Sin embargo, Bernard Prince evolucionará, y esa frontera clara y meridiana entre el bien y el mal se irá haciendo más difusa a lo largo de los años. El paso de los sesenta a los setenta, mayo del 68 de por medio, provocará un paulatino cambio en la percepción del mundo por parte de autores, lectores y personajes. Ello es especialmente apreciable en “Guérilla pour un fantôme”, donde los "buenos", los servidores de la ley y del poder legalmente constituido, por otra parte, no sólo son antipáticos, sino además muy ambivalentes: nuestros héroes saldrán pitando, asqueados, en dirección a alta mar, en busca de un lugar donde se respire mejor. Por “Le port des fous”, la última historia dibujada por Hermann, desfila toda una galería de personajes turbios en diferentes grados, desde el psicópata que mata fríamente, sin inmutarse, al marinero corrupto que no es mal tipo pero que trapichea con droga: todos los supervivientes acabarán pactando con Prince para salir vivos del lío en que están metidos.

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  Portada del nº 104 de Nouveau Tintin (edición francesa, 1977), donde se serializaba el episodio "Le port des fous".
Las historias de Bernard Prince no son, argumentalmente hablando, demasiado espectaculares, ni mucho menos largas y extensas epopeyas épicas al estilo de las escritas por Charlier. La ausencia casi total de textos de apoyo, la marca de fábrica del nuevo Tintin dirigido por Greg, y el recurso continuado a viñetas de gran tamaño para los momentos culminantes, así como la extensión de los diálogos, dan al relato un ritmo muy ágil y cinematográfico, pero al mismo tiempo, al no rebasar nunca el máximo de 46 páginas de historieta del álbum, ni permitir que continúe la historia en el siguiente, obliga a acortar considerablemente la narración, que nunca rebasará, en tiempo de lectura y sucesión de acontecimientos, la duración de un episodio de cualquier serie televisiva. Solución de Greg: llenar la historia de acción y aventura desde su mismo comienzo, sin tiempos muertos, convirtiendo el relato en una sucesión ininterrumpida y trepidante de momentos culminantes en crescendo, que desembocan casi siempre en un final apoteósico y apabullante seguido, en la última página, de un epílogo en el que el Cormorán, con Prince, Jordan y Djinn, escapados de la muerte por un pelo, enfila hacia alta mar, en busca de una temporada de paz y sosiego hasta la próxima aventura.

Es la aventura con mayúsculas en escenarios remotos, exóticos, salvajes y grandiosos, escenarios que irán cobrando protagonismo en detrimento de los personajes, y especialmente de los villanos de turno, cuya amenaza va quedando relegada a un segundo término ante la que supone la naturaleza desencadenada, como molesta por la intromisión del hombre en los últimos rincones del mundo libres del azote de la civilización: los malvados más recalcitrantes no son nada frente a la jungla infestada de fieras y de nubes de mosquitos de “La frontière de l´enfer”, los vendavales de arena de “Oasis en flammes”, el devastador tornado de “La loi de l´ouragan”, o la erupción volcánica de “Le souffle de Moloch”, catástrofes que se producen siempre cuando Prince y sus amigos pasan por allí. El protagonismo de las fuerzas de la naturaleza es total en “La fournaise des damnes”, donde los villanos brillan por su ausencia; bastante tienen ya nuestros héroes con hacer frente a un devastador incendio forestal que está a punto de acabar con ellos y con la población entera de toda una ciudad atrapada entre las llamas y el mar embravecido.

Hay series que funcionan igual con un dibujante que con otro; no es el caso de Bernard Prince, que debe tanto a los excelentes guiones de Greg, salpicados de diálogos extensos, sabrosos e incisivos que dan cuerpo y sustancia a los diversos personajes que aparecen (característica esencial de toda la obra de Greg, y muy especialmente de su gran Aquiles Talón), como al explosivo dibujo de Hermann. La agilidad del guión se ve correspondida por el creciente vigor del trazo del dibujante, cada vez más elegante y estilizado, al mismo tiempo que lleno de fuerza. La soltura y precisión con la que construye barcos y maquinaria, mobiliario y palacios barrocos, se conjuga, cada vez más, con la descripción de parajes salvajes y hostiles donde la naturaleza es reina y señora y el hombre no es nada: selvas inmensas e impenetrables, pantanos ponzoñosos y traidores, desiertos ardientes, riscos y montañas agrestes y vertiginosas, mares embravecidos con olas de diez metros... Pocos dibujantes han sabido crear unos escenarios naturales tan creíbles y reales, y por ello tan terribles y amenazadores, y ésa es una de las causas esenciales del éxito de la serie. Sin olvidar, naturalmente, su habilidad y agilidad en la puesta en escena, su maestría en las secuencias de acción, y la belleza de las figuras estáticas y, sobre todo, en movimiento, que rara vez precisan del uso de las líneas cinéticas.

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Tiras correspondientes al capítulo titulado "La fournaise des damnés" (1971).

Se ha comparado en más de una ocasión a Hermann con Giraud, y probablemente con razón, pues ambos artistas eclosionaron al mismo tiempo y tienen muchas características comunes, pero difícilmente se puede decir que el primero sea un aventajado seguidor del segundo. Ambos deben mucho al maestro Jijé, que en muchos sentidos revolucionó el cómic franco-belga al crear un estilo muy diferente de la línea clásica que luego sería conocida como "línea clara", pero Hermann era ya un dibujante muy formado y evolucionado cuando Gir llegó a la cumbre de su talento creativo, y se limitó a añadir algunas de las características del estilo de su colega al suyo personal, que, al igual que el de Gir, ha tenido también muchos seguidores.

Resaltemos, finalmente, que las historias de Bernard Prince fueron publicadas por primera vez en España reproducidas en bicolor en las revistas Bruguera, y, en los noventa, al menos en parte, en álbumes a color de Grijalbo. Sin embargo, hay que leerlas en la reciente y definitiva edición francesa para poder apreciar en todo su esplendor la enorme belleza y fuerza plástica de esta obra.

 

COMANCHE: EL WESTERN CREPUSCULAR POR EXCELENCIA

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El impacto que causó Pilote en los años sesenta en el mercado del cómic francófono fue enorme, y aún mayor el que provocó la que, año tras año, se fue convirtiendo en su serie estrella, Blueberry. De la misma manera que Greg remozó la revista Tintin emulando, a su manera, a su competidora, también decidió, en 1969, crear un western que hiciera frente a la célebre creación de Charlier, pero a su estilo. Fue su amigo Goscinny, el celebérrimo creador de Astérix, además de doble colega suyo (no sólo era guionista, sino también redactor jefe a su vez de Pilote, donde el mismo Greg colaboraba activamente con Aquiles Talón[8]), quien le dijo un día que, después de Giraud con Blueberry, era ya imposible hacer un western. Greg no necesitó más para tomárselo como un desafío, y se puso manos a la obra.

Naturalmente, fue Hermann el dibujante elegido para el encargo, aunque su estilo aún no había evolucionado hasta su forma luego característica. Para ello tuvo que dejar a un lado la nueva serie que había iniciado en el mismo Tintin con textos de Vernal, Jugurtha, un interesante "peplum", interesante sobre todo por su vigorosa resolución gráfica, sobre el célebre rey de Numidia que tuvo en jaque durante años a los invasores romanos[9]. Durante casi una década simultanearía su trabajo en Bernard Prince y en el nuevo western.

Contra lo que pudiera esperarse, Comanche, como fue bautizada, no iba a parecerse en casi nada a Blueberry; y además, también iba a ser muy distinta de Bernard Prince. En efecto, Comanche en modo alguno es un Bernard Prince en clave de western: el tono, el espíritu, las historias, la continuidad de los episodios, son completamente diferentes. Se podría decir que Bernard Prince es un simple divertimento, casi una comedia desenfadada, mientras que Comanche se perfilará muy pronto como una obra más "seria", de más calado dramático, de tonos sombríos y melancólicos. A Blueberry se le ha catalogado como un western crepuscular; esta descripción, con ser muy cierta, aún lo es más en el caso de Comanche, como veremos a continuación.

A pesar de su título, el protagonista de la obra no es Comanche, sino Red Dust. La aparición de éste en la primera viñeta del primer episodio de la serie, a pie, con la silla de montar a cuestas, deteniendo a la diligencia en medio de la pradera, emulando a John Wayne en la célebre película de John Ford, es casi una declaración de principios. Buena parte de este primer episodio, precisamente titulado “Red Dust”, es toda una antología de los tópicos del género: Dust es un cowboy solitario sin pasado y venido de ninguna parte, que recala en un pueblucho llamado Greestone Falls y encuentra trabajo en el Triple Seis, rancho perteneciente a una joven a la que apodan Comanche, una chica desamparada, pues todo su apoyo es el de un viejo carcamal, Ten Gallons, en lucha solitaria y desigual contra los villanos que quieren echarla de su propiedad; villanos que, por supuesto, acabarán derrotados (y masacrados) tras un violento tiroteo que debe mucho a Río Bravo, a El Dorado y a los spaguetti-westerns de Sergio Leone. El final del primer episodio, con los protagonistas, a los que se han agregado el negro Toby y el adolescente Clem, a la entrada del rancho, mirando hacia delante, hacia el futuro que se abre ante ellos, dispuestos a convertirlo en el más grande y próspero del Oeste, parece decirnos que va a tratarse de una historia coral, que es la epopeya del Triple Seis lo que se va a contar, con la emprendedora y valerosa Comanche a la cabeza y Red Dust a su diestra.

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Llegada de Red Dust a Triple Seis en el primer álbum. En realidad se corresponde con el segundo episodio original, de ocho páginas, publicado en Tintin en 1970 y tilulado "Ten Gallons" (en la portada rezaba: "Red Dust rencontre Comanche!"). El primer episodio, también de ocho páginas, se publicó en 1969.

Como ocurriera en Blueberry, donde el aparente protagonismo colectivo inicial fuera acaparado desde el segundo episodio por el díscolo teniente de caballería, la crónica del Triple Seis dejará en buena medida de serlo muy pronto. Antes de ello, en la segunda entrega, “Les guerriers du desespoir”, nuestros personajes se enfrentan a un conato de rebelión por parte de los cheyennes, vecinos también del rancho y de Greenstone Falls, un relato bien construido en el que el dibujo de Hermann se reafirma espectacularmente, en el que las influencias de Gir se hacen notar sobremanera sin por ello perder su estilo personalidad propia, y en el que se siguen apreciando los préstamos de los clásicos del western cinematográfico, en especial de las películas de Jonh Ford.

En “Les loups du Wyoming” la serie alcanzará su mayoría de edad. El dibujo de Hermann llega a su punto más alto, y quedan fijadas las coordenadas de lo que a partir de ese momento va a ser Comanche: Red Dust asume el protagonismo absoluto, y la serie pasa a narrar sus andanzas, y sólo las aventuras y desventuras de Comanche y del Triple Seis cuando el héroe esté presente en el rancho. El relato del enfrentamiento con una banda de forajidos especialmente depravados, los Dobbs, nos presentará a los primeros de una larga serie de adversarios a cual más brutal y sanguinario, que se irán relevando álbum tras álbum. La serie adquiere, pues, unos tonos sórdidos y sombríos que ya nunca la abandonarán. A lo largo de ella, los lugares comunes del género seguirán teniendo cabida, pero de forma más contenida, elegante y original: Greg demuestra haber visto y asimilado mucho cine del Oeste, bagaje cultural al que añade cuanta información histórica real ha pasado por sus manos; todo ello, unido a una gran imaginación, le permite crear una obra fiel a los cánones del género y a la vez muy personal.

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Espectacular viñeta/plancha final de "Les loups du Wyoming".  
Hemos visto ya que Greg era en principio poco amante de las largas sagas proseguidas de álbum en álbum que son marca de fábrica, sobre todo, de Charlier. Como guionista y redactor jefe de la revista Tintin, tenía muy claro que una historia por episodios había de acabar recopilada en álbum, que éste álbum debía de tener 46 páginas, y que debía ser una unidad en sí mismo, con una historia completa con su presentación, nudo y desenlace. Lo hemos visto en Bernard Prince y hemos comprobado su habilidad para crear emoción, intensidad y suspense en historias en realidad muy breves. En Comanche, la tónica es aparentemente la misma, pues cada álbum es un relato unitario que empieza y termina. Sin embargo, aquí Greg hace trampas. Y las hace porque, como queda dicho, Comanche es una obra muy diferente de Bernard Prince: narra, ante todo, la trayectoria de un personaje, o, mejor dicho, la transformación de un mundo alrededor de un personaje; las historias se siguen unas a otras, los personajes cambian, el Triple Seis crece, Comanche se convierte en una rica terrateniente...

De hecho, “Les loups du Wyoming” es el comienzo de una trilogía, pues en el siguiente episodio, “Le ciel est rouge sur Laramie”, lo que se nos cuenta es la implacable persecución de Red Dust en pos del villano Russ Dobs, al que acabará matando a sangre fría, pues el otro ha quedado desarmado, en un callejón infecto, verdadero hito en el mundo del cómic franco-belga; y en el que le sigue, “Le désert sans lumière”, el calvario que sufre el protagonista como expiación de ese crimen: cuando sale de la cárcel y vuelve a Greenstone Falls, es un hombre distinto; lo ha pasado muy mal en prisión, y además tropieza con la incomprensión y la hostilidad de un pueblo que ha evolucionado mientras él estaba ausente, que tampoco es ya el mismo de antes, y que soporta mal la presencia de un asesino en sus calles. La amenaza exterior de una nutrida horda de forajidos, primero, y de una nueva y sangrienta insurrección india, después, volverá a dejar las cosas en su sitio, y el héroe acabará convertido en ayudante del sheriff, pero ya nada será igual: el ferrocarril ha llegado al pueblo, Greenstone Falls se civiliza y aburguesa a pasos agigantados, y Comanche también. Red volverá a marchar, esta vez sin despedirse, huyendo de una civilización cada vez más asfixiante en la que no hay lugar para alguien como él, y marchará hacia Montana, hacia aquellos territorios donde el Oeste es todavía el salvaje Oeste, sin buscar problemas, pero metiéndose en ellos por su innato deseo de justicia.

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  Plancha correspondiente al octavo episodio de la serie: "Les sheriffs" (1979).
Es, sin embargo, el saber a Comanche en peligro lo que le moverá a unirse en “Les sheriffs” a una descabellada expedición hasta la frontera canadiense, en peligro precisamente por los últimos, pero sangrientos, estertores de ese mundo salvaje y violento en vías de desaparición que en realidad él prefiere. Red Dust volverá así al Triple Seis, acaso para no volverse a marchar, quizá por devoción a una mujer a la que ama en secreto, tan en secreto que no lo confiesa ni delante de los lectores, y que quizá le corresponde, aunque nunca lo demuestre. No en vano Comanche es su jefe, y él su empleado, aunque ella le deba en parte su prosperidad y su vida; además, la chica ha ido puliendo su lado salvaje e indómito y haciendo buenas migas con la civilización, la política y los sombreritos de Boston y París, mientras que él es y será siempre un rústico vaquero, y, si no un pistolero, un hombre que se ha ganado la vida, o el derecho a la vida, con el cañón de su revólver.

En los últimos episodios dibujados por Hermann, Greenstone Falls ya no se parece en nada al villorrio destartalado y sin ley del comienzo: es una auténtica ciudad poblada de caballeros con chaqueta y corbata, donde aparecen ya las primeras farolas de gas, el Triple Seis se parece ya más a Tara que al O.K. Corral, y los bandidos no se atreven ahora a campar a sus anchas por las calles, aunque aún den problemas, eso sí, en las granjas de los alrededores, con sigilo, nocturnidad y alevosía, no con cargas a caballo y a cara descubierta como en los viejos tiempos. En el último y definitivo álbum de Hermann, “Le corps d´Algernon Brown”, el argumento nos remite al salvaje y turbulento pasado de la región, que sale al encuentro de los protagonistas, un pasado que ya no tiene cabida en esta sociedad civilizada donde los desplazamientos se realizan en tren en vez de en diligencia o a lomos de caballo. No sólo ha cambiado Greenstone Falls, sino también todo el viejo Oeste, como comprueba Red Dust en su rápido viaje a Laramie, cuyas calles limpias, repletas de comercios y hoteles, en nada se parecen a las de la ciudad sin ley donde abatió a Russ Dobs... El desdichado Doc Clayton, último, trágico e involuntario villano de la saga, desaparecerá para siempre engullido por las arenas movedizas del Triple Seis, enterrando consigo una época, un mundo y una forma de vida, y con todo ello acaba también una serie, por la marcha de Hermann, y también quizá porque Greg había contado ya todo lo que tenía que contar.

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Las pulcras calles de Laramie en el último episodio de la saga dibujado por Hermann.

Hemos hablado de personajes, y lo cierto es que, al contrario que en Bernard Prince, donde existe un claro trío protagonista, aquí sólo hay un protagonista absoluto, y todos los demás, incluida la propia Comanche, no pasan de ser, como se va viendo a lo largo de la serie, más que secundarios, de mayor o menor peso en la narración, pero secundarios al fin y al cabo. Ten Gallons, Toby o Clem, aunque atractivos, son casi figurantes al lado de Jordan o Djinn, ya que aparecen y desaparecen de la narración en función de las idas y venidas del héroe. Más peso dramático tienen el joven indio Pequeña Luna —asesino involuntario de su propio padre, el jefe Tres Bastones, y con el corazón y la lealtad desgarrados entre sus dos hermanos, Caballo Erguido, el nuevo jefe, partidario de la paz con los blancos, y Fuego Solitario, el rebelde acérrimo— y también el sheriff Wallace, que representa la ley y la civilización y que, a la vez, comprende muy bien, demasiado bien, a Red Dust cuando éste deja el puesto de ayudante y marcha hacia el Oeste, y quizá lamenta ser ya demasiado viejo para seguir su camino... un camino que, en cierto modo, él mismo emprenderá más tarde y que le llevará a la tumba. Son personajes episódicos, a menudo, los que tienen más fuerza que los amigos habituales del protagonista, como ocurre en el caso de Duncan, el ex pistolero reconvertido en granjero al que el pasado se empeña en volverle a salir al encuentro... O bellacos como Doc Wetchin, al principio villano de segunda categoría y con el paso de los episodios canalla, aun de baja estofa, más molesto que un grano en el culo, que acabará, ocho álbumes después, recibiendo su merecido.

Comanche, como serie, debe su fuerza y su éxito no sólo, claro está, a los cuidadísimos guiones de Greg, capaz, como hemos visto, de construir una auténtica epopeya ensamblando una sucesión de historias en realidad bastante cortas, sino también al magnífico dibujo de Hermann, especialmente, como se ha dicho, a partir de la memorable “Les loups du Wyoming” y sobre todo con “Le ciel est rouge sur Laramie”, una auténtica obra maestra en sí misma y álbum culminante de la serie. En estos episodios el joven dibujante alcanza la maestría total con el pincel; el viejo Oeste resulta, en sus manos, casi tan salvaje, violento y destartalado como en la saga mexicana de Blueberry. Luego, sin perder apenas fuerza, ese trazo se irá suavizando, especialmente en los últimos episodios, en los que cambia la rudeza del pincel por la delicadeza de la plumilla y el rotring, y las grandes manchas de tinta por la suave luminosidad de los tonos de su colorista a partir de entonces y por muchos años, F. Raymond. La naturaleza es aquí, como en Bernard Prince, protagonista. Pero mientras en aquélla suele ser representada en el momento en que sus fuerzas se desatan, aquí en Comanche su función es más apacible y melancólica: Hermann se recrea en los grandes espacios abiertos, salvajes, vírgenes, aún apenas manchados por la mano del hombre y del mal llamado progreso. Estos paisajes irán adquiriendo, ya hacia el final, un carácter casi elegíaco, pues es un mundo el que está desapareciendo para no volver.

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Tanto el dibujo como el guión resultan soberbios en "Le ciel est rouge sur Laramie" (1973).

Por lo que se refiere al dibujo de los personajes, Hermann va estilizándose y, en cierto modo, amanerándose, perdiendo quizás en caracterización. Hermann ha gustado siempre de recrearse en personajes de físico y rostro vulgar y corriente, cuando no malcarado o patibulario, aunque le suelen salir demasiado parecidos unos a otros; sin embargo, falla al dibujar personajes presuntamente apuestos, que le salen casi siempre irremediablemente repelentes. Ello es especialmente notorio en el caso de las mujeres, por otra parte de poco peso en la saga, a menudo de carácter enérgico pero con escaso atractivo físico, incluso cuando se supone, por el texto, que lo tienen. Hermann nunca ha sabido dibujarlas, y el paso del tiempo no ha hecho que realice avances en ese sentido.

 

EL DIBUJANTE GUIONISTA

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"Si sabes dibujar, sabes escribir... Así nació Jeremiah", decía Hermann en las contraportadas de los álbumes de la nueva serie que, con guión propio, realizó para la editora alemana Koralle a partir de 1977. Como tantos otros dibujantes de éxito, sintió la necesidad de escribir sus propios guiones, y en cuanto se le presentó la oportunidad abandonó Bernard Prince en beneficio de este curioso western futurista ambientado en unos Estados Unidos deshechos tras una guerra nuclear.

Jeremiah es la serie más extensa de Hermann hasta la fecha, contabilizando ya los 24 álbumes, aunque no la más interesante, desde el punto de vista del que suscribe. En ella, nuestro hombre reafirma su progresiva estilización y simplificación, para bien o para mal, en el dibujo y caracterización de personajes, así como su definitiva adopción del rotring en detrimento del pincel. Su dominio de los fondos y escenarios es total, y también vuelve a demostrar, por si tal cosa fuera necesaria, su gran talento como narrador gráfico y su sentido de la continuidad y del montaje. Los argumentos, sin embargo, son en general poco imaginativos; todos ellos suenan a cosa ya vista, y despiden un tufillo como a telefilme americano del montón. Hermann se defiende bastante bien con los diálogos, y sale bastante airoso del empeño en cada álbum, pero se trata, al fin y al cabo, de historias que se dejan leer y se olvidan acto seguido, sin más. Si bien lo que asevera la frase arriba transcrita no deja de ser una estupidez, una falacia absurda que demasiados grandes artistas se han creído y se siguen creyendo, para desgracia del tebeo contemporáneo, ha resultado ser en parte cierto en el caso de Hermann, aunque ello no ha sido del todo evidente hasta algo más tarde.

Después de realizar unos pocos álbumes de una nueva serie, Nic, ésta fantástica e infantil, con evidentes influencias de Little Nemo, escrita por Vandooren, dejará también definitivamente Comanche, y, con ella, su larga y fructífera colaboración con Greg, en 1982, para iniciar Les Tours de Bois-Maury. Esta larga saga medieval, realizada para Glénat, es un paso adelante muy importante en su carrera. Primero, porque se trata por primera vez de una obra dirigida exclusivamente al público adulto, lo que le permite trabajar sin cortapisas, resultando una serie de tono duro, realista y sin concesiones, muy al estilo de otras obras del mismo género publicadas por la citada editorial. Segundo, porque en ella Hermann hace de la necesidad virtud, y, lejos de crear una epopeya colorista y espectacular para la que tal vez no estuviese preparado, nos hace acompañar, por senderos paralelos, a una serie de personajes variopintos muy diferentes entre sí, a lo largo de una sucesión de aventuras y desventuras poco espectaculares que tienen poco que ver con la imagen del medievo legada por Hollywood y sí mucho con lo que realmente hubo de ser la vida miserable y a menudo sórdida de las gentes que vivieron en aquella época.

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Aquí, Hermann está a sus anchas dibujando personajes vulgares si no horribles y deformes, muy en consonancia con el tono realista de la obra, donde los propios héroes, o mejor, protagonistas, son individuos físicamente muy corrientes, muy lejanos de la imagen tradicional de un Ivanhoe o de un Robin Hood. Les Tours de Bois-Maury, que en los últimos años ha iniciado un segundo ciclo, se ha ido convirtiendo en un gran fresco histórico que recrea muy convincentemente una sociedad, con sus usos y costumbres, y, sobre todo, las inquietudes, anhelos y temores de la gente corriente a la que le tocó vivir en ella. Sin ser una obra completamente redonda, sí se trata de un trabajo muy estimable, el mejor de Hermann como guionista, que de por sí justifica, aunque lo lamentemos, su abandono de Bernard Prince y Comanche para buscar su propio camino como autor completo.

Especialmente a lo largo de las dos última décadas, Hermann ha realizado numerosos álbumes "one shot", es decir, diversas historias completas y unitarias de contenido muy variado que no forman parte de serie alguna, y que abarcan diversos géneros, desde el western, con Wild Bill ha muerto, pasando por el relato histórico o de aventuras -Le diable des sept mers, Vlad l´empaleur-a la crítica políticosocial, con Missié Vandisandi o Sarajevo-Tango, incluyendo además algún trabajo con textos de otros, como en la reciente Luna de guerra, con Van Hamme, impagable relato en el que, a partir de una anécdota trivial, los acontecimientos se precipitan hasta degenerar en auténtica crónica negra.

Hermann sigue siendo, hoy por hoy, uno de los grandes de la historieta europea. Sin duda, tiene aún mucho que decir al respecto.

 

NUNCA SEGUNDAS PARTES FUERON BUENAS

Greg alcanzó su cenit como autor y editor durante sus años de colaboración con Hermann. Aparte de sus dos creaciones conjuntas, fue en esa época cuando creó las otras grandes obras por las que es recordado, todas ellas en Tintin: la saga de ciencia-ficción Luc Orient, donde había de dar lo mejor de sí el dibujante Eddy Paape, antiguo colaborador de Charlier y ayudante de Victor Hubinon; Olivier Rameau, una mezcla delirante de Alicia en el País de las Maravillas con El Mago de Oz, dibujado por Dany, uno de sus más aplicados discípulos; Bruno Brazil, agente secreto a cargo de William Vance, hoy célebre por XIII, y otras muchas series de diversa extensión y fortuna, dibujadas por muchos de los grandes dibujantes de la época.

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Portada del primer número del malogrado Achille Talon magazine (octubre de 1975).  
En 1974 dejará su puesto en Tintin para pasar a ser director literario de Dargaud, en Francia, todo ello sin dejar sus múltiples series como guionista en la revista que, gracias a él sobre todo, vivirá aún muchos años de gloria. Creará el Achille Talon magazine, con numerosas historietas con guión suyo, pero aquí nuestro hombre no ha sabido dar en la diana, y la revista, de periodicidad bimensual, desaparece al cabo de sólo seis números. Realiza diversos trabajos para la televisión, antes de desplazarse, en 1982, a los Estados Unidos para tratar de introducir allí los cómics franceses, es decir, los de Dargaud.

Esta experiencia, que le retendrá al otro lado del océano durante cinco años, será crucial para su vida y su carrera. Admirador ferviente de las películas y cómics americanos, serán unos años muy agradables y felices tanto para él como para su esposa, que ven realizarse sus sueños de juventud. Llegará a introducirse como guionista en la televisión, escribiendo episodios de Perry Mason y de Vacaciones en el mar (sí, sí, habéis leído bien). Sin embargo, y en lo que se refiere al objetivo que se había marcado, su aventura americana será un fracaso. Como él reconocería más tarde, la única manera de introducirse en el mercado estadounidense habría sido realizando las historietas al estilo, gusto y forma de pensar de los americanos,  y para ello habría tenido que olvidarse del público francés. Por otra parte, ese alejamiento y sus funciones en Estados Unidos le obligan a ralentizar su ritmo de trabajo como guionista, y ello también es causa de que la calidad de sus guiones, a juicio del que suscribe, se resienta. La reanudación de sus series estrella, Bernard Prince y Comanche, en manos de nuevos dibujantes, es buen ejemplo de ello.

En realidad, Bernard Prince no fue interrumpido cuando Hermann lo dejó. El ya mencionado Dany tomaría casi de inmediato el relevo, y en principio parecía una buena elección. Había demostrado ya sobradamente ser un brillante dibujante humorístico en Olivier Rameau, y también había dado la talla como dibujante realista, especialmente en Histoire sans héros, la crónica de la terrible odisea de los supervivientes de un avión estrellado en la selva del Amazonas, con la que el guionista Jean van Hamme dio la campanada. El primer episodio dibujado por el recién llegado fue “La piège aux 100.000 dards”, relato ambientado en una África negra que tenía poco que ver con las tópicas fantasías selváticas del primer álbum de Hermann y sí muchísimo con los demasiado reales conflictos y matanzas que ensangrientan aquella parte del mundo desde hace varias décadas. De hecho, los vistosos guerreros wadongos de “Les pirates de Lokanga” cobraban aquí el aspecto y las maneras de los sanguinarios rebeldes katangueños que sólo uno o dos años antes habían pasado a cuchillo a decenas de colonos belgas, la clase de noticia luctuosa tanto más impactante, para el público occidental, cuando las víctimas son un centenar de europeos y no medio millón de negros salvajes degollados en Ruanda.

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  Plancha del primer capítulo de Bernard Prince dibujado por Dany (Tintin, 1979).
En cualquier caso, la historia, repleta de suspense, aunque demasiado corta, unas treinta y tantas páginas, acusaba de forma aún más contundente el fin de la inocencia que había sido ya patente en los anteriores álbumes de la serie: el ancho mundo no era ya el escenario donde vivir maravillosas y emocionantes aventuras, sino un caldero en ebullición donde la barbarie y el horror en sus grados más extremos te salían al encuentro cuando menos te lo esperabas. Al dibujo de Dany, aunque eficaz, le faltaba el detallismo puntilloso de Hermann, además de advertirse cierta tendencia a la caricatura, normal en alguien procedente del dibujo humorístico, que había de hacerse aún más evidente en los siguientes episodios, todos ellos de corta o mediana extensión, realizados a lo largo de varios años y que no darían, una vez recopilados, junto con el ya mencionado, más que para dos escasos álbumes. El segundo de ellos, “Tonnerre sur le Cormoran”, estaba encabezado por el relato del mismo título, dibujado de forma demasiado espontánea y desganada, y, aunque bastante legible, no era más que un remake descarado y especialmente sanguinolento de Cayo Largo, la célebre película de John Huston. Dany había salido más o menos airoso del asunto, pero no cabe duda de que había hecho cosas mucho mejores. Parece ser que no se sentía a gusto en una serie de la que no era creador gráfico y en la que su trabajo siempre sería comparado con el de Hermann, al lado del cual está claro que saldría perdiendo. En mi opinión, sólo un dibujante más en la línea de Hermann, como Philippe Francq, autor gráfico de Largo Winch, habría quizá, sólo quizá, dado la talla.

Pasarían unos cuantos años más, esta vez hasta 1992, antes de que Greg reemprendiese de nuevo la serie, ahora con Édouard Aidans, un veterano compañero de la revista Tintin, donde había realizado buenos trabajos con Les Franval y, sobre todo, con Tounga, una serie de aventuras prehistóricas repletas de acción y movimiento con un dibujo muy realista y vigoroso. Su colaboración se limitaría a un sólo álbum, “Le poison vert”, y se comprende, pues la historia, por otra parte confusa y que parece arrastrarse a trompicones con el único objetivo de llegar a la página 46, está dibujada muy pobre y rutinariamente. El guión está muy por debajo de lo que se podía esperar de Greg, y una breve ojeada del álbum permite apreciar además que de aquel notable dibujante de trazo clásico y eficaz no quedaba ya apenas nada.

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45 años después de su creación apareció este nuevo episodio de Bernard Prince (Le Lombard, 2010).  
Muy recientemente, en 2010, acabaría retomando Hermann a su héroe más célebre, con guión esta vez de su hijo Yves, en “Menace sur le fleuve”, en el que unos incombustibles Bernard y Barney acuden en ayuda de Djinn, ahora convertido en un fornido muchachote, metido en problemas en la selva. Pero aunque es gratificante volver a ver a nuestros héroes de siempre en su ambiente habitual, a bordo del Cormoran y de nuevo dibujados por su creador gráfico, está claro que Yves H. no es Greg, y la historia no acaba de funcionar. Así parece haberlo entendido el mismo Hermann, cuyo retorno a la serie se ha acabado convirtiendo a la postre en otro “one-shot”, sin continuidad hasta el día de hoy.

En comparación, la continuación de Comanche, esta vez de la mano de Michel Rouge, en 1990, fue más afortunada, lo que no es decir mucho. Rouge parecía también una opción acertada: su estilo recordaba mucho al Jean Giraud de los primeros tiempos de Blueberry, y había demostrado su pericia en la serie histórica  Les Héros Cavaliers(en España Los héroes caballeros ), revisitación de la leyenda del rey Arturo. Posteriormente había de colaborar también en Marshall Blueberry.

En estos nuevos episodios, Greg parece especialmente empeñado en atar cabos y explicar el pasado y orígenes tanto de Red Dust como de Comanche, quizá para insuflar nueva fuerza a la serie, tal vez porque era consciente de que llegaba al final de su vida profesional y no quería dejar pendientes subtramas sin resolver. Así, nos enteramos, sin demasiada sorpresa pues ya se había dejado entrever en los episodios clásicos de la serie, que Red había formado años atrás parte de una banda de forajidos a los que abandonó cuando éstos empezaron a cogerle demasiado gusto al gatillo. Como a Gary Cooper en El hombre del Oeste, el pasado le sale al encuentro en forma de sus viejos camaradas, un grupo de bandidos aún más sanguinarios que toda la hueste de bellacos que había pasado ya por la serie, que vienen a ajustarle las cuentas. Su propio hermano menor, al que vuelve a ver después de muchos años, resultará ser una buena pieza no muy diferente de aquéllos. En cuanto a Comanche, acabaremos sabiendo que fue adoptada por los indios cuando niña y de ahí el apodo con el que desde entonces es conocida.

Pero, aun presentando ideas a priori interesantes, apenas se les saca partido. Greg ha perdido fuelle con los años y no parece saber graduar el interés ni el suspense, en unas historias farragosas a pesar de su brevedad, que carecen de fuerza y de garra. No sabría decir hasta qué punto la culpa es del dibujante más que del guionista, pues Rouge se limita aquí a dibujar rutinaria, apresuradamente y sin mucho esmero los guiones de Greg, cuando había demostrado muy recientemente que era capaz de trabajos mucho mejores. Su principal hándicap reside en la caracterización de los personajes, poco expresivos, carentes de vida y de interés.

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  Portada del decimoquinto y último álbum de Comanche; Greg no llegó a terminar el guión (Dargaud, 2002).
El quinto álbum de Rouge, “Red Dust Express”, que empezó a escribir Greg, fue acabado por el guionista Rodolphe, y publicado en 2002. Sin ser nada del otro jueves, hay que reconocer no obstante que este último, sin llegar a emular, claro está, al Greg de los buenos tiempos, se gana el sueldo, logrando una historia muy legible. Por otra parte el mismo Rouge se esfuerza más de lo habitual y hace, por fin –nunca mejor dicho- un buen trabajo, si no brillante, sí al menos bastante cuidadoso y profesional. Al acabar la historia, Red y Comanche, sin llegar a formalizar sus relaciones, sí parecen más unidos que nunca, y la serie concluye con un final digno. Si es que se puede hablar de un final, pues los héroes del cómic, más veces para mal que para bien, suelen sobrevivir a sus creadores.

Greg nos dejó definitivamente en octubre de 1999. Sus viejos compañeros Goscinny y Charlier, que, entre otros, renovaron completamente la historieta europea, hacía mucho que se le habían adelantado en el paraíso (o infierno) de los autores de cómics. Ellos ya no están, pero sus mejores obras, las de sus buenos tiempos, siguen reeditándose de forma continuada y nos acompañarán siempre.

 
 
 
 
 
Notas.-

[1] Se da la curiosa circunstancia de que Goscinny también escribía guiones para la misma serie. Ninguno de los dos firmaba las planchas, sólo Franquin. La contabilidad era, por otra parte, bastante fácil: tanto Greg como Goscinny tenían cada uno un personaje fijo en la serie, un vecino diferente de los protagonistas que aparecía constantemente; aunque parezca increíble, ambos personajes jamás coincidieron el uno con el otro a lo largo de los años, así que era sencillo determinar la autoría de cada guión.

[2] Aquiles Talón es bien recordado por los veteranos lectores españoles gracias a su publicación en las míticas Bravo, Gran Pulgarcito y Super Pulgarcito. Es lástima que, desde entonces, lo único que ha llegado del personaje a nuestro país sea su reciente ¿adaptación? a los dibujos animados a partir de su remodelación al gusto americano, Walter Melon, una serie que no tiene que ver con el original ni siquiera el nombre. Tal y como están las cosas, y después de haber visto lo que han hecho con Barbe-Rouge, por ejemplo, más vale que nunca les dé por adaptar Blueberry al mismo medio. ¡Dios nos asista!

[3] Georges Dargaud, editor de Pilote, era también el socio francés de la revista Tintin. Greg conversó previamente con él, por lo que no es ninguna tontería suponer que el primero debió influir en la decisión de Leblanc.

[4] Greg cuenta la siguiente anécdota, que da idea de hasta que punto estaba pluriempleado: un lector escribió a Tintin preguntándose por la filiación política de la revista, pues Bruno Brazil, de William Vance, (que Greg guionizaba con el seudónimo de “Louis Albert”) era, a su juicio, un cómic reaccionario, ya que estaba protagonizado por un agente de la CIA, mientras que Bernard Prince era, inequívocamente, un héroe que acaudillaba una revolución de izquierdas. Greg, que contestaba a los correos como "Tintin", le confesó que los autores de ambos guiones, así como el que contestaba a su carta, eran los tres la misma persona.

[5] Varios años atrás, en 1958, Greg había creado, con dibujos de un tal Louis Haché, las aventuras de Bob Francval, un agente de la Interpol, al que acompañaba un adolescente hindú ¡que también se llamaba Djinn! La serie, que se publicó sin pena ni gloria, y que gráficamente no era nada del otro mundo, se desarrolló a lo largo de dos episodios de treinta páginas y algunas historias cortas.

[6] Estas primeras historias cortas serían reeditadas, muchos años después, en un álbum especial de Bernard Prince, que incluía también cierto número de historias más modernas que no habían encontrado un hueco en los álbumes de la serie regular.

[7] Buck Danny, por ejemplo, ha sufrido en sus carnes las consecuencias de dicha tradición. Si le hubiese ajustado las cuentas a la pérfida Lady X en su primer encuentro, y la hubiese tratado de la forma expeditiva en que ha tratado a otros villanos, se habría ahorrado, con el tiempo, muchos disgustos.

[8] Goscinny y Charlier aparecen caricaturizados como dos personajes fijos de Aquiles Talón, precisamente en aquellas entregas que tienen como escenario la mismísima redacción de la revista: Goscinny es representado como un individuo bajito con los dientes afilados y muy mala leche; Charlier es un sujeto grande y gordo que está comiendo bocadillos enormes a todas horas.

[9] Esta serie fue reemprendida años más tarde con dibujos de Franz, conocido en España por la serie Muñeca de Marfil, publicada por Glénat. Quizá por la impericia del dibujante, entonces muy inferior a Hermann, quizá porque los guiones dejan mucho que desear, Jughurta (o Yugurta, como es conocido en España) bajó muchos puntos tras la marcha de éste.

 
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Creación de la ficha (2014): Ángel Olivera. Revisión de Alejandro Capelo y Félix López. Edición de Antonio Moreno · Imágenes tomadas de ejemplares originales y diversas fuentes como: ActuaBD, BDZoom, el libro "Hermann, le stakhanoviste du dessin", etc.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
ANGEL OLIVERA (2014): "Hermann y Greg: Historia de un tándem", en YELLOW KID. ESTUDIOS SOBRE LA HISTORIETA, 5 (7-VII-2014). Asociación Cultural Tebeosfera, Barcelona. Disponible en línea el 21/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/hermann_y_greg_historia_de_un_tandem.html