GRACIAS, DOCTOR
DRAMA MÉDICO EN VIÑETAS
En la década de los años sesenta, los cómics de superhéroes inundaban los puestos de periódicos y revistas en México. Editorial La Prensa publicaba material de Marvel Comics como El Asombroso Hombre Araña, Los Vengadores, Los 4 Fantásticos o Diabólico. Por su parte, Editorial Novaro ya llevaba varios años deleitándonos con traducciones de DC Comics como Supermán, Batman y Marvila. Editora Sol tenía grandes títulos de horror y ciencia ficción. Y es en este mercado, saturado de historias fantásticas, superhéroes voladores, dioses nórdicos y justicieros enmascarados, en el que aparecieron dos publicaciones homónimas dedicadas a narrar el drama que ocurre en la vida del médico, no solo en su desarrollo profesional, sino también en la vida diaria. Ambas fueron tituladas con una oración sencilla pero profunda: Gracias, Doctor.
1. GRACIAS DOCTOR: EDICIONES JOSÉ G. CRUZ [1]
Corría el año de 1962 cuando Ediciones José G. Cruz, famosa casa editorial conocida por sus publicaciones de tipo fotonovela y su serie insignia Santo. El Enmascarado de Plata, decide ampliar su mercado y lanza la colección titulada Gracias Doctor. Esta publicación narra historias dramáticas, basadas en casos médicos reales, tomados directamente de los archivos de la benemérita Cruz Roja Mexicana. Aquí, el editor rescataba un caso clínico, y no solo describía los hechos que llevaban al paciente a sufrir un padecimiento, sino que también creaba historias dramáticas para cada personaje.
Al igual que otras publicaciones de esta casa editorial, la historieta se realizó en formato fotonovela. El director de esta publicación fue Guillermo Marín, y entre los protagonistas centrales de las historias se identifican varios personajes recurrentes: los jóvenes doctores Sergio Terán, Mejía y Márquez, y el profesor de todos ellos, un médico de mayor edad llamado Dr. Ayala. Héctor Godoy, joven actor con amplia trayectoria en cine y televisión, se encargó de dar vida al Dr. Terán.
Acotaré aquí una observación importante acerca del Dr. Ayala, al cual los demás médicos se refieren cariñosa y respetuosamente como maestro, ya que ha sido su mentor durante todo su ejercicio médico. El término “maestro” es un gesto de respeto hacia el médico que nos instruye y nos orienta en lo profesional, y es relativamente común el uso de esta palabra para dirigirse hacia médicos más experimentados durante el desarrollo de los médicos jóvenes. No son maestros por poseer grado académico de maestría, sino porque clásicamente el crecimiento y aprendizaje del médico en formación se lleva a cabo en la práctica clínica, y a través de la tutela y consejo de médicos con experiencia. Existe amplia información acerca de las enfermedades en libros, revistas médicas y artículos de divulgación científica, sí, pero el arte de curar a los enfermos, de analizar sus síntomas, la forma de hacer un interrogatorio dirigido para obtener información clara sobre su enfermedad, así como el tacto para poder hacer una exploración física completa respetando el pudor del paciente, solo se obtiene a través de la convivencia diaria con médicos de mayor edad (y experiencia) en el campo clínico.
Esta relación maestro-alumno puede equipararse a lo expuesto en la saga Star Wars, donde un maestro jedi toma a un joven padawan como su pupilo, y además de instruirlo en el uso y manejo de la Fuerza, también le aconseja y le orienta, de una forma casi paternal, sobre cómo conducirse con honestidad y decoro en la vida.
Otro punto importante acerca de la publicación es el contenido. Ya comenté antes que se escogían los casos clínicos que aportaran cierto dramatismo a la historia, no solo por el diagnóstico, sino por la historia que acontece alrededor de cada caso: la historia del paciente y la historia de los médicos en turno. Por ejemplo, en el número 3 identificamos varias situaciones dramáticas que analizaré a continuación. En primer lugar, se revela que el personaje del Dr. Mejía, médico cirujano y protagonista de esta historia, sufre de alcoholismo. Aquí, el médico en cuestión acude a solicitar trabajo en la clínica de su maestro, el Dr Ayala. Este, al conocer su desempeño previo como estudiante, le otorga un voto de confianza y lo acepta dentro del grupo de trabajo de la clínica, sin saber de su problema oculto con el alcohol.
Al principio, el médico se desarrolla con toda naturalidad, diagnosticando pacientes y operando sin problemas; pero poco a poco sale a relucir su lado oscuro: bebe grandes cantidades de alcohol para tratar de olvidar sus problemas. Incluso bebe en el trabajo, en la cafetería del hospital. Su compañero de trabajo, el Dr. Terán, le exhorta a que deje de beber, pero el Dr Mejía se limita a contestar que no le parece que sea un problema, y que no dejará de beber.
Es ampliamente conocido el problema de alcoholismo que aqueja a los médicos en la vida real. Un estudio clínico publicado en la revista German Medical Science confirma que existe un problema severo de alcoholismo en el 12% al 16% de los médicos que participaron en el estudio, y un problema de dependencia en un 6%-8% [2] . Otro dato muy interesante: el personal médico masculino es el más propenso a padecer de alcoholismo. El fuerte estrés al que se está sometido durante las largas horas de trabajo puede ser un factor predisponente muy importante para este padecimiento. Lo más lógico sería pensar que los casos relacionados con abuso del alcohol en los profesionales de la salud serían cercanos a cero, ya que como médicos conocemos el daño que provoca el alcohol en el organismo, pero no es así.
Ahora bien, Terán, ya entrado en confianza, le pregunta a Mejía acerca de la razón por la cual bebe a diario. Él le confiesa que fue abandonado por su madre siendo muy joven, y esa ausencia materna es la que le causa una gran tristeza y es el motivo de su problema con la bebida. Ahora no solo bebe en el trabajo, sino que llega tarde o no asiste a la clínica por estar bebiendo en una cantina. En alguna de esas ocasiones en que llegaba ebrio al trabajo, su jefe, el Dr. Ayala, lo ve llegar en mal estado y se decepciona profundamente, tanto que decide suspenderlo del servicio.
El Dr. Terán, ahora amigo y confidente de Mejía, habla con Ayala y aboga por él, porque su habilidad quirúrgica no se compara con la de nadie en esa clínica, llegando a decir que «… sus manos son un tesoro…», pero el jefe responde: «… pero también son instrumento de muerte, y la vida humana merece nuestro máximo respeto. Después de Dios, somos nosotros, los médicos, sus más celosos guardianes…».
El Dr. Mejía es claro ejemplo de esta dualidad. Es decir, es un excelente cirujano y médico, pero el fantasma del alcohol lo acompaña a todos lados. El Dr. Terán sabe que esto puede traerle problemas a largo plazo, poner en riesgo su prestigio y su desempeño en el quirófano, o, peor aún, poner en riesgo al paciente que esté en sus manos en el quirófano. En la realidad, lidiamos con esto todos los días: conocemos a grandes cirujanos, gente de temple, carácter firme y decisión oportuna, pero que en algún momento han caído víctimas del alcohol. Vemos con mucha frecuencia que los especialistas en áreas quirúrgicas (cirugía, ginecoobstetricia, ortopedia, oncología) están sometidos a niveles muy altos de estrés, motivo por el cual en ciertos círculos de la comunidad médica es hasta cierto punto aceptado que se beba alcohol para tratar de calmar los nervios.
Ahora bien, el panorama de los enfermos también es dramatizado. En este mismo número se desarrolla simultáneamente una subtrama: una paciente aquejada de una enfermedad mental, conocida ya hace varios años por el personal de la clínica, recae y es internada para tratarla nuevamente. Un día que Mejía no acude a la clínica, esta paciente se inquieta de nuevo, y Terán la auxilia. Al verla se da cuenta que en sus manos tiene una marca de nacimiento idéntica a la de Mejía, y Terán sospecha que pueda ser su madre, que no lo abandonó por despecho, sino por una enfermedad mental. Con esta idea en mente, sigue en su cotidiano oficio de salvar vidas cuando le notifican que la paciente sufre un evento cerebral hemorrágico y el único que puede ayudarla es Mejía, que nuevamente faltó al trabajo por estar ebrio en su departamento. Terán va por él y entre ambos operan y salvan a la mujer. Después de la cirugía, Terán le revela a su compañero que ella es su madre, y Mejía se reúne alegremente con ella, deja la bebida y cierra el capítulo con un «Gracias, doctor» dirigido a su amigo y compañero, el Dr. Terán.
Como vemos en estas situaciones, el drama está presente en cada número de esta publicación. Basta ver el agregado que se muestra en portada: “Historias palpitantes como el corazón”. El otro agregado, que funge también como subtítulo, es: “La lucha eterna de la ciencia por conservar el divino tesoro de nuestra VIDA”. Esta frase confirma que el personal médico se enfrenta a una lucha interminable contra las enfermedades. Pero también da esperanza: en el último siglo hemos tenido más avances médicos que en toda la historia de la humanidad, todo en pos de conservar ese equilibrio biopsicosocial y emocional de los pacientes.
Encontramos también varios datos curiosos en la publicación: para empezar, contó con material e indumentaria hospitalaria real, cortesía de la empresa Madame Dubarry, S. A., distribuidor de material médico que inició su actividad en 1945 y a la fecha se encuentra abierta al público en el centro histórico de la Ciudad de México. Otro detalle es que se incluyó en segunda página de cubiertas el Juramento hipocrático, un texto de carácter ético que orienta al médico en la práctica de su oficio. En la tercera de cubiertas se incluían también cuidados para la salud, desde cómo sacar astillas de madera enterradas en la piel hasta recomendaciones higienicodietéticas.
Cada ejemplar de esta serie es una joya de la historieta dramática. Y aunque quizá su editor no era médico, supo capturar en viñetas las situaciones que acontecen en el día a día de todos los médicos, su relación con los pacientes y sus historias. Una verdadera muestra del drama que se vive en los hospitales, lugares donde una decisión tomada a conciencia y a tiempo puede reflejarse en la salud de los pacientes. Esta serie culminaría después de solo nueve números, dejando un legado imprescindible para todo aquel que disfruta las buenas historias.
2.- ¡GRACIAS, DOCTOR!: EDITORIAL TEMPORAE [3]
Algunos años después, en 1966, el sello Temporae del grupo Novaro lanzaría la homónima ¡Gracias, Doctor!. Esta publicación seriada narra el trabajo a diario del Dr. Carlos Mora, un médico cirujano adscrito a la Cruz Roja, en el área de Urgencias de la Clínica Central, en la Ciudad de México. Aquí, día a día se enfrenta a situaciones peligrosas que ponen en riesgo la vida de las personas que acuden a la clínica. Presenta situaciones quirúrgicas reales, escenificadas con apego a la realidad que se vive en las unidades médicas. Al igual que en el caso anterior, contó con el apoyo de la Cruz Roja Mexicana para su realización, y aunque no se tomaron casos reales, las resoluciones quirúrgicas y la terminología son las correctas, gracias al apoyo del personal antes mencionado.
La publicación no cuenta con artistas acreditados, ni guionistas ni dibujantes, aunque es probable que el equipo creativo sea mexicano. Recordemos que una de las características distintivas del sello Temporae era la libertad creativa y el impulso a la historieta de autores mexicanos, y entre sus éxitos figuraron el clásico del horror El Monje Loco y la primera historieta de Alejandro Jodorowsky: Aníbal 5, un cómic de culto y gran clásico de la ciencia ficción.
Además de ilustrar el drama que se vive entre quirófanos y salas de recuperación, la publicación aborda las situaciones que suceden en los pasillos de la clínica: el amor y admiración por el médico que ha salvado al paciente; la frustración del médico al no poder salvar a todos los pacientes que trata, y, claro, el romance que surge de la convivencia diaria entre médicos y enfermeras.
En el primer número inicia la historia del Dr. Carlos Mora, que, al ir absorto en sus pensamientos, choca y tropieza con una bella joven, de nombre Rita Campos. Ella es enfermera recién egresada de la Universidad de México y está ansiosa por iniciar su práctica profesional en la afamada clínica, por lo que también iba distraída y choca sin querer con el médico. Ambos recogen sus cosas y se retiran, no sin antes notar la presencia del otro: Carlos se sorprende de la belleza de Rita, y ella se intimida por la presencia y porte del joven médico.
Un flashback nos muestra que Rita decide ser enfermera para ayudar a los demás, incluidos su abuela y sus hermanos. Su carácter compasivo la hace inclinarse por la vocación de enfermera, cosa que la abuela aplaude, por la nobleza que esta profesión tiene. Y en otra secuencia similar descubrimos por qué Carlos Mora decide ser médico: debido al fallecimiento de su padre. Cuando era aún muy joven, y estando de visita en un país exótico en el trópico, su padre sufre un ataque de un animal salvaje; la falta de médicos en el área rural hace que la atención médica no sea oportuna, y finalmente pierde la vida. Carlos jura en el lecho de muerte de su padre que se convertirá en médico y promete nunca desatender a quien lo necesite.
Al final de ambas secuencias, Carlos y Rita se encuentran en el quirófano. Carlos está realizando una cirugía muy meticulosa y difícil, y la presión vence a Rita, que le entrega mal unas pinzas y logra que Carlos se moleste. Al final, la cirugía termina sin eventualidades, y Rita sale al vestidor contrariada, esperando hacer un buen papel y desempeñarse de forma adecuada en el quirófano.
En números subsecuentes, la historia de Carlos y Rita se va entrelazando poco a poco, a la par de las urgencias médico-quirúrgicas que deben resolver. Por ejemplo, en “Extraño sacrificio” ocurre un accidente que provoca la caída de un avión, y múltiples pasajeros fallecen. De los que logran sobrevivir, un joven llega a la Clínica Central, y el Dr. Carlos aprecia que ambos ojos del herido se ven dañados y será difícil salvar su visión. La hermana del paciente le ruega al médico que haga lo posible por salvarle los ojos al pobre desafortunado. Carlos hace maravillas con sus manos y logra salvar un ojo, aunque no la visión, ya que la córnea ha sido dañada. La hermana, en un acto altruista, decide donarle su propia córnea para que pueda tener visión. La cirugía corre también a cargo del Dr. Mora, y es todo un éxito, dándole una nueva oportunidad al joven de seguir adelante. El ver cómo Carlos maneja toda esta situación –su humanismo, su alta capacidad quirúrgica al preservar la vida, sí, pero también la función de un órgano– hace que Rita sienta una profunda admiración por él, y la joven decide no abandonar este trabajo por otro que le había sido ofrecido: Rita y Carlos seguirían trabajando juntos por mucho tiempo más.
En “Salvamento en las cumbres” Carlos invita a Rita a pasear al Popocatépetl, el volcán activo en el centro de México. Rita accede, con la intención de divertirse fuera del hospital y, claro, pasar momentos al lado de Carlos en un ambiente más relajado, lejos del estrés hospitalario. Ambos abordan un helicóptero que los llevará a la montaña, pero una nevada y vientos muy fuertes impiden el descenso, por lo que deciden suspender la excursión. Sin embargo, y justo antes de que el helicóptero se vaya, Carlos alcanza a distinguir unos cuerpos tirados en la nieve: un grupo de excursionistas quedaron atrapados en la nevada y hay que ayudarles. El piloto de la nave logra hacer un rápido aterrizaje, Carlos y Rita descienden rápidamente y empiezan a aplicar primeros auxilios a los heridos, mientras el piloto da aviso en la ciudad y un equipo de rescate es enviado. Carlos logra estabilizar a los heridos más graves, que son trasladados hasta la Clínica Central, donde son intervenidos por el equipo del Dr. Mora y logran salvar la vida. Al parecer, el Dr. Carlos Mora no descansa, ni en lo alto de la montaña, de su labor de salvar vidas.
Otro episodio muy dramático es “Cuando la vida es cruel”. Aquí, Carlos Mora acude a visitar a su madre. Ella conoció muy joven el puerto de Acapulco, y Carlos desea llevarla allí para revivir viejas memorias y hacerle pasar un rato agradable. Ambos parten rumbo al puerto, y deciden pasar a visitar una playa algo escondida, en un pueblo lejos del área turística. Se adentran en un tramo de terracería, y un animal atravesado en el camino hace que Carlos pierda control de su auto y caigan por un barranco. Carlos logra salir del auto, pero su madre no, porque está gravemente herida. Con dificultades, la saca del auto y la carga hasta el pueblo más cercano, solo para darse cuenta de que no hay médicos en ese pueblo. Pide prestado el teléfono en una casa y se comunica con Rita, quien envía ayuda inmediatamente. La madre de Carlos es transportada a una clínica en Acapulco, donde otro médico se ofrece a operarla, ya que, al ser familiar cercano, el juicio de Carlos puede verse nublado y poner en riesgo a la paciente. Él se queda en la sala de espera durante horas, mientras alguien más interviene a su madre. La noticia final es devastadora: su madre falleció en el quirófano. Carlos cae en una profunda depresión y no sabe a quién acudir. Solo alguien puede comprenderlo y apoyarlo en este momento: Rita. Carlos se dirige a su domicilio, y Rita, muy comprensiva, le abre sus puertas y lo acompaña en tan difícil momento.
A partir de aquí, Carlos se vuelve despersonalizado y estricto con su personal. En “Alta tensión” vemos que la pérdida de su madre en una situación similar a la del fallecimiento de su padre lo atormenta. Sabe, muy en el fondo, que quizás él pudo haberla operado y salvado, pero ahora nada puede hacer. Rita, al ver lo estresado y agobiado que se encuentra, lo invita a una reunión familiar. Aquí conoce a la familia de Rita, y ve que también a pesar de haber perdido familiares cercanos, han aprendido a seguir adelante: el dolor se lleva en el alma, pero la vida sigue su curso y debemos adaptarnos a la ausencia de seres queridos. Otro amigo de Carlos, Pablo, lo invita a su casa por un café. Los padres de Pablo ya son mayores y enfermos, pero cuida muy bien de ellos, especialmente de su madre, que al ser hemipléjica requiere de cuidados continuos. Carlos ve —y piensa— que cada uno debe lidiar con los retos de la vida de la mejor forma posible, no dejándose llevar por el dolor o la tristeza. Unos días después, reúne a su personal y les pide disculpas, argumentando que el duelo por la pérdida de su madre lo tenía así, pero que no volvería a ser déspota ni grosero con ellos.
Justo después de decir esto, se escucha en el altavoz de la clínica el nombre del Dr. Mora, para que se presente urgente a quirófano. Mientras vemos cómo se desarrolla la acción previa a la intervención quirúrgica, en el texto de apoyo podemos leer: «Lo bueno de un centro médico es que no hay mucho tiempo para sentimentalismos. Los problemas personales se olvidan ante el más grande e inmediato de un enfermo grave». Una vez listo y enguantado, el Dr. Mora lleva a cabo su trabajo, la tarea de rutina: salvar vidas humanas. En el hospital ocurren muchas cosas. Cientos de personas sufren allí padecimientos de mayor o menor gravedad, y les atienden otros que también sufren, o ríen… o lloran. Hombre y mujeres que entre sí pueden tener rencillas, odios o amores, pero que se olvidan de sí mismos cuando su deber los llama. Todos los que trabajan para socorrer a sus semejantes son seres humanos, con buenas o malas cualidades, pero con un interés común: aliviar el dolor ajeno. Carlos Mora es uno de ellos, sabe que no vivirá sino para sus enfermos. Las palabras de gratitud de algunos de ellos le dan ánimos para seguir en su tarea, siempre hacia adelante.
En el resto de los números, la relación de Rita y Carlos se desarrolla hacia un destino inevitable: ese beso de amor que sellaría para siempre el cariño, admiración, respeto y pasión que se tiene por esa persona que amamos. En la última viñeta de “Momentos de angustia”, Carlos le declara su amor a Rita, la toma firmemente por los hombros y la besa apasionadamente. Tristemente, este beso también marcaría el final de la serie en 1968, que durante escasos dieciséis números nos presentó el drama de la vida de un médico, sus motivos para seguir adelante en esta lucha por salvar la vida de sus semejantes, y cómo conocemos el amor de una forma diferente, no solo por el deseo y la atracción física, sino también por el respeto y admiración que provoca alguien que ha estado frente a frente con el dolor, con alguien que rescata vidas con sus manos, con alguien que, a pesar de las heridas, tiene la voluntad de dar sin medida, de combatir sin temor a las heridas, alguien que está dispuesto a trabajar sin descanso en largas jornadas en el hospital. A saber que la mejor recompensa que tenemos es un… “¡Gracias, doctor!”.
Editorial Temporae cerraría sus puertas algunos años después, y Novaro solo sobreviviría hasta mediados de los años ochenta. Hasta el momento, ninguna otra editorial ha retomado estas historias, ni se han reimpreso en ningún formato. En años siguientes aparecieron más publicaciones con temáticas afines, pero en ninguna se enaltecía tanto el papel del médico; al contrario, la mayoría trataba de casos de mala praxis o en los que el médico no tenía ni idea del padecimiento, dada su rareza y su difícil abordaje diagnóstico. Y aunque en televisión el drama medico siempre ha sido popular —series como E.R., Grey`s Anatomy y Dr. House son actualmente los ejemplos más claros— en cómic su éxito ha sido moderado. Quizás a futuro tengamos nuevas publicaciones, ya que en este nuevo siglo la ciencia médica avanza a pasos agigantados, diagnosticando las enfermedades en etapas más tempranas, corrigiendo problemas congénitos con mayor facilidad y dando acceso a la salud a prácticamente todos los estratos sociales, pero eso solo el tiempo lo dirá. Lo que es claro es que estas historietas son excelentes ejemplos de cómo vivimos el día a día en las unidades hospitalarias.
[2] GMS German Medical Science 2005, Vol. 3, ISSN 1612-3174. Disponible en línea en https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC2703249/pdf/GMS-03-07.pdf.