EL HOMBRE DE LAS CIEN MIL FICHAS. IN MEMORIAM: LUIS GASCA
JOSE MARIA CONGET

Title:
The man of the hundred thousand files. In memoriam: Luis Gasca
Resumen / Abstract:
Luis Gasca, obituario. / In memory of Luis Gasca.
Palabras clave / Keywords:
Luis Gasca/ Luis Gasca

EL HOMBRE DE LAS CIEN MIL FICHAS

IN MEMORIAM: LUIS GASCA

 

Le debo a Luis Gasca, aparte de bastantes risas durante algunas cenas en Nueva York, la pérdida de una hipocresía cultural que me incomodó en mi juventud. Como he recordado en diversas ocasiones, fui lector compulsivo y omnívoro de tebeos desde la primera infancia —aprendí a leer a los tres años, ya con la ilusión, según me cuentan, de que los mayores no me tuvieran que explicar las viñetas que me fascinaban— hasta que, como estudiante de Filosofía y Letras y asiduo de Sartre y de Joyce, me avergoncé de aquella afición infantil, que oculté en la trastienda de la conciencia, como otros ocultan un vicio bochornoso o un pecado secreto. El verano de 1969 o 1970, en Pamplona, de vacaciones, me llamó la atención en el escaparate de la librería Gómez un libro de gran tamaño cuya portada cobijaba imágenes del Capitán Trueno, Zipi y Zape, El Coyote, Cuto y otros personajes de la historieta nacional. Se titulaba Los comics en España, y su mera existencia y exhibición allí, en medio de recientes éxitos literarios, se me antojó un acto desafiante que denunciaba mis prejuicios y mi cobardía. En esa época las librerías tradicionales, y casi todas lo eran, no distribuían sus novedades en expositores para consulta y hojeo del hipotético cliente, que debía dirigirse al mostrador donde un empleado atendía su solicitud, de forma que no me atreví a entrar en la tienda —eran tan circunspectos— para pedir que me permitieran echar un vistazo a aquella audaz rareza. Que muy pronto se completó con otra, Los héroes de papel, del mismo autor, Luis Gasca, también de gran formato y precio por encima de mis posibilidades de estudiante. Cuando pude, comprobé, con cierto asombro, que el primero de esos milagros lo había publicado la editorial Lumen, que por aquel entonces competía con Seix Barral en el intento de modernizar nuestro conocimiento de las letras contemporáneas de Europa y Estados Unidos, y el segundo se debía a Taber, una pequeña firma creada por el escritor de culto Joan Perucho, que tampoco hacía ascos a la literatura de masas (había rescatado varios importantes folletines del siglo XIX), o sea que, al parecer, los vehículos de transmisión de productos culturales consagrados no se abochornaban, como yo, por difundir material tan modesto en volúmenes dirigidos, no me cabía duda, a un público a la última y pudiente. Ignoraba todavía que individuos como Fellini, Resnais, Eco y otros capitostes de la élite intelectual no escondían, al contrario, su afición por el que algunos, entre ellos más de un esnob, empezaban a llamar noveno arte. Quien ya era mi pareja, Maribel Cruzado, me regaló por sorpresa los dos tomos por los que yo había manifestado mis deseos imposibles. Comenzó así un proceso de agradecimiento al misterioso Gasca por la lenta redención de mi abandono farisaico del cómic. No mucho después el mismo Gasca lanzó la enésima reedición en fascículos de Flash Gordon y El Hombre Enmascarado, y luego otros clásicos de las comic strips americanas, es cierto que con colores añadidos y sin respetar los formatos originales, como enseguida denunciaron los puristas, pero en fin, el completarlos, hasta cierta fecha, y ordenarlos cronológicamente me pareció tarea loable y fui uno de los coleccionistas, así como de las revistas El Globo y Zeppelin, publicadas por la misma editorial que dirigía Gasca, Buru Lan, y orientadas ya a connaisseurs, con series esenciales pero inéditas en España, como Li’l Abner, Pogo, Andy Capp y otras. Con el tiempo descubrí también algún fallo en la información factual de aquellos dos primeros libros —creo que Gasca se fiaba tanto de su memoria, desde luego fabulosa, que de vez en cuando no cotejaba su recuerdo con los originales que él poseía—, errores que quedaban compensados por las referencias de primera mano, gracias a sus relaciones personales con editores y dibujantes, sobre cabeceras del pasado de las que él, y solo él, conservaba datos fehacientes. Pronto su nombre dejó de ser una excepción, la del ciudadano ilustrado que se apasiona por los tebeos, pues nuevos teóricos surgieron en ese campo del que él fue primera vanguardia, amén de que con el tiempo tuve noticia de otros pioneros, como Antonio Martín o Antonio Lara. Además, mi pasión por el cine me llevó a tropezarme con la firma de Gasca en Fotogramas, Terror Fantastic y otras publicaciones especializadas, en las que el autor hacía alarde de unos conocimientos casi esotéricos sobre películas preteridas o los escándalos de las vidas privadas de las estrellas de Hollywood. Cuando en 1977 fue nombrado director del Festival de San Sebastián, yo ya me había convencido de que aquel que yo consideré al principio una rara avis era en realidad un prestigioso experto en la cultura popular que más me interesaba. Pensé que me gustaría conocerlo.

Y lo conocí unos cuantos años después, cuando yo ejercía de jefe de actividades culturales del Instituto Cervantes de Nueva York. Tuvo la culpa mi amigo y paisano José Luis Borau, que, en uno de sus arriesgados impulsos, decidió editar los libros sobre personalidades o aspectos del cine que no se encontraban en el mercado, y así fundó una editorial con el mismo nombre de su productora, El Imán. El músico Xavier Cugat había muerto en 1990, un tanto arrumbado en el olvido, y Borau pensaba que merecía el homenaje de una biografía. Se la encargó a Luis Gasca o Luis Gasca lo persuadió de la necesidad de un estudio definitivo sobre la vida y obra del cubano-catalán, que se tituló sencillamente Cugat. Yo quería establecer lazos de unión entre las culturas hispánicas y norteamericanas, y el entonces director de la Hispanic Society, Theodore Beardsley, era un apasionado coleccionista de la música latina en Estados Unidos y gran admirador de Cugat, de manera que pensé que con su apoyo sería buena idea presentar el libro de Gasca, que salió a la venta en 1994, para atraer a un público concreto de neoyorquinos amantes de la rumba y el merengue. La presentación no fue un gran éxito, acudió público pero no las masas que yo había previsto. Cugat fue inmensamente popular en la época de las big bands de los treinta y cuarenta, sus ritmos acompañaron las cursis acrobacias acuáticas de Esther Williams, los bailes de Jane Powell y otras divas de los musicales de la Metro, y protagonizó frecuentes espectáculos en Las Vegas. Todavía Woody Allen lo incluye en algunas de las nostálgicas bandas sonoras de sus películas. Yo lo recuerdo como gran figura invitada del programa televisivo español Amigos del martes, que dirigía Artur Kaps y presentaba el inefable Franz Johan: Cugat tocaba el violín, dirigía la orquesta con un perrito chihuahua bajo el brazo y hacia mover las caderas a su esposa, la cantante Abbe Lane, “explosiva” pelirroja, en el lenguaje de entonces, y si no recuerdo mal llegué a verlo actuar en el mismo programa, aunque había pasado al lunes, con su quinta mujer, Charo, también conocida, cielos, como Cuchi-Cuchi. Pero si el atractivo de la figura de Cugat se había disipado en gran medida, le guardo un reconocimiento póstumo por haberme permitido tratar a su biógrafo.

Fui a buscarlo al aeropuerto y de inmediato la sintonía y la comunicación fueron perfectas. Era un gran conversador, y el intercambio de datos personales puso en evidencia que ambos habíamos padecido educación jesuítica en la infancia y que conocía bien mi ciudad, Zaragoza, donde había estudiado la carrera de Derecho. Y por supuesto los tebeos, sus inmensas colecciones y sus duelos —«le presté a un amigo, porque estaba enfermo, la colección completa de Aventurero de antes de la guerra y nunca me la devolvió»—, y el cine, sobre cuyos entresijos transmitía sabrosas y muy reveladoras anécdotas. Era juguetón y de estudiada, y en ciertos casos genuina, frivolidad. En la presentación de su Cugat, actué como abogado del diablo comentándole que me extrañaba que en el relato de las conexiones del violinista con la mafia y de sus comportamientos machistas mantuviera una distancia que lo alejaba de cualquier connotación ética, sin necesidad de moralina, y enseguida me percaté de que ese aspecto le tenía sin cuidado y mi puntualización lo desconcertaba un poco. Permaneció cinco días en Nueva York y tuvimos oportunidad de pasear, comer y cenar juntos varias veces. A mi mujer le regaló su obra más reciente, Chicas malas, mujeres perversas, con una dedicatoria pintoresca: «A mi amiga Maribel Cruzado, para que aprenda a matar al marido con una sola frase. Para que no me olvide, ni siquiera un momento». Frases de películas, como todo el libro, muy característico de la personalidad de Luis: escaso texto discursivo y una selección magnífica de fotos de actrices en producciones casi siempre de cine negro, acompañadas de palabras emitidas en plan femme fatale, desde las muy famosas, como «Cuando soy buena soy muy buena, pero cuando soy mala soy mejor», de Mae West, hasta otras que no suelen recordarse —la estupenda de Judy Holliday cuando su abogada, en La costilla de Adán, le pregunta: «¿Y después de disparar a su marido, cómo se sintió usted?»; respuesta: «Hambrienta»—, y alguna rarísima —véase la entresacada de la olvidable Cásate y verás, donde una amiga se interesa por la boda de Barbara Stanwyck: «¿Por qué os casasteis?», y la surrealista contestación es: «¡Ah, no lo sé! Llovía y estábamos en Pittsburgh»—, pero quien mejor borda el cinismo contra la cursilería romántica, y una de las favoritas del recolector, sigue siendo Mae West, que en No es pecado, al recibir esta declaración de su enamorado: «Quiero poseer tu pelo dorado, tus fascinantes ojos, tu sonrisa atractiva, tus brazos adorables, tus formas divinas», comenta: «Un momento. ¿Es una proposición o estás haciendo inventario?». Como el poeta Vicente Núñez, que me contó que iba al cine de su pueblo, Aguilar de la Frontera, con lápiz, papel y una linternita, para apuntar los diálogos que le impresionaban en las películas, imagino a Gasca frente a la pantalla blandiendo también su propio recado de escribir sobre las tarjetitas que se convertían en fichas innumerables. No sé si en ese viaje o en el siguiente, cuando formaba parte, creo, de la comitiva del ciclo de cine español que el Instituto Cervantes celebraba cada año con el Lincoln Center, lo acompañé a su cuarto del hotel y me enseñó una cajita repleta de fichas, «mira lo que he estado haciendo durante el vuelo», me dijo, las miré con atención y vi que con su letra diminuta dedicaba cada cartulina a un título de película, fecha de rodaje, director y actores y una breve información sobre su argumento. Estaba preparando un diccionario de todas las producciones de cine español hasta ese momento, y me pregunto cómo podía trabajar en un avión, qué documentos traía para ir transcribiendo los datos. No se utilizaban ordenadores esos días, fuera de oficinas, y me causó admiración la meticulosidad y el trabajo ímprobo de la empresa, para la que recurrió a dossiers de diversas filmotecas nacionales y sobre todo a su archivo personal. Al año siguiente nos entregó Un siglo de cine español, con 6.765 entradas, o sea, 6.765 fichas copiadas a mano, una tarea admirable que internet ha hecho inútil. Nos lo dedicó a Maribel y a mí «con mi agradecimiento por su amistad, ayuda, vino y queso», debió de ser en nuestro apartamento durante una merienda improvisada.

A través de Luis Gasca conocí a Maurice Horn, un hombre de similar talante obsesivo aunque sin la cordialidad del compatriota. Horn acudía a la biblioteca del Cervantes porque yo le había comunicado que en Argentina había adquirido para los fondos del centro bastantes colecciones recientes de historietas porteñas y él estaba preparando la reedición corregida y aumentada de su Enciclopedia mundial del cómic, en la que Luis se había hecho cargo de la parte hispánica, de selección arbitraria, como todas lo son. Durante un par de semanas, Maurice Horn tomó notas rodeado del material comiquero que le íbamos pasando, nunca supe qué valió la pena de aquella búsqueda. Cuando se cansaba, me buscaba y charlábamos unos minutos, habitualmente sobre nuestro común amigo, al que el franco-americano apreciaba mucho. También Gasca fue tema de conversación con Román Gubern, no en vano colaboraron en tres diccionarios / enciclopedias para Ediciones Cátedra; de una de ellas —la de las onomatopeyas de cómic—, Umberto Eco escribió una reseña elogiosa de la que Luis estaba muy orgulloso. De ella hablamos la última vez que lo vi, ya en España, creo que en Sevilla, y no recuerdo en qué circunstancia, nunca he llevado un diario y no tengo con qué reconstituir las flaquezas de la memoria. Eso sí, conservo la impresión de que Gasca estaba algo apagado y creo que no le abandonaba la sensación de que se subestimaba su importancia en los campos del cómic y del cine, más recordado por su exposición de Mickeys en Angulema que por otros méritos suyos más relevantes. En efecto, yo mismo pensaba que para muchos estudiosos posteriores sus equivocaciones destacaban por encima de sus numerosos aciertos y del impulso que proporcionó para la valoración de géneros menospreciados. Ahora que ha fallecido, las necrológicas han sido razonablemente laudatorias. No entro en la balanza de virtudes y defectos. Yo me quedo con su imagen de hombre dicharachero, mordaz —su evocación de Elizabeth Taylor en San Sebastián no tenía desperdicio—, su mirada entre inocente y pícara, el claro anclaje en una infancia que nuca estuvo demasiado lejana de su memoria y que influyó en la particular o parcial visión de los temas que abordaba. Lamento no haber tomado la iniciativa de ir a visitarlo en sus últimos años. Hoy reviso los libros con su dedicatoria y pienso que esa grafía de hormiga pulcra ha registrado todos nuestros tebeos, todas nuestras películas, que es como apuntalar la educación sentimental de varias generaciones de españoles.

TEBEOAFINES
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Creación de la ficha (2021): Félix López
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
JOSE MARIA CONGET (2021): "El hombre de las cien mil fichas. In memoriam: Luis Gasca", en Tebeosfera, tercera época, 18 (27-XII-2021). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 21/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/el_hombre_de_las_cien_mil_fichas._in_memoriam_luis_gasca.html