Un lúcido e inteligente humor en
TBO
En mi caso, recuerdo, de niño, pasarme las horas muertas leyendo,
o devorando, más bien, tebeos. Y era algo divertido, compatible,
dígase lo que se diga, con la literatura escrita. Fueron ellos los
que me enseñaron a leer o, mejor, los que me enseñaron a apreciar
la lectura. Fueron ellos los que me pusieron en contacto con las
letras, presentadas en el atractivo envoltorio de las imágenes.
Sí, fueron ellos los que ayudaron a ampliar mi vocabulario de
niño.
Hoy, en cambio, son pocos los niños que leen tebeos y en los
quioscos se ven cada vez menos números de aquellas revistas de mi
niñez; tan sólo algún recopilatorio de Mortadelo, de
Zipi y Zape o similares.
Ciertamente en el mundo actual se tiende a borrar la memoria. Y a
convertir la cultura en una papilla de fácil digestión
homogeneizada, desnatada y pasteurizada. Puede que entonces los
tebeos ni siquiera fueran algo mejores que los de hoy, no lo sé.
Pero eso no quita validez al hecho de seguir escribiendo sobre
aquello en lo que uno cree. Estamos acostumbrados a que en nuestro
país, se conciba la historieta como una forma inferior y marginal
de entretenimiento, sumida casi en la clandestinidad cultural.
Aún así, nosotros queremos seguir escribiendo, tratando de
recuperar la historieta y la memoria, conscientes de que esto, no
deja de ser sino uno de esos actos de obcecada voluntad. En España
encontramos las primeras manifestaciones en revistas como TBO
(de aquí el termino tebeos para los cómics en nuestro país), en
1917. De carácter humorístico y sencilla, esta publicación se hizo
popular en muy poco tiempo.
De
la vieja guardia de la revista TBO merece especial
mención, sin por ello actuar en detrimento de otros, Manuel
Urda, autor de las más hilarantes situaciones sobre la base de un
lúcido planteamiento e inteligente humor. La sensación errónea que
puede generar en el lector el echar un primer vistazo a su obra
debe evitarse: me refiero a la consideración de Urda como un
artista demasiado apegado a soluciones gráficas de corte clásico
-malentendiendo el vocablo como algo peyorativo-. Un análisis un
poco más detenido nos demostraría todo lo contrario, ya que
hablamos de uno de los artistas más personales, interesantes y, en
algunos sentidos, moderno del panorama del tebeo de posguerra. Un
dibujante más preocupado por la efectividad que por los alardes,
con una capacidad de síntesis narrativa más allá de toda duda. Si
le sumamos los recursos del oficio, el manejo de la técnica
narrativa, y los cuadros magistrales de Urda, nos encontramos
frente al gran salto de calidad de la historieta, ante la
confirmación de un medio que decididamente alcanza, en esos años
cuarenta, la mayoría de edad.
La efectividad del vínculo existente entre el texto y el dibujo de
Urda, es más que patente. Su esmerado dibujo cede paso a una
fuerte expresividad, para crear inteligentes parodias, en las que
la representación visual, aunque produzca imágenes de gran belleza
y cierta poesía, no es dominada por la estilización y menos aún
por un enfoque idealizante.
Este tipo de recursos que pasan desapercibidos por estar
sabiamente utilizados son los que marcan la diferencia entre los
historietistas del montón y los historietistas de altura, de
verdadera raza. Pero que nadie se llame a engaño, las historietas
de Urda se deben leer hoy con espíritu infantil y gozarlas con ese
talante. Si lo hacemos así, pasaremos algunos de los mejores ratos
que se pueden tener en esta afición de leer tebeos. Las viñetas de
Urda resultan sorprendentemente frescas y dinámicas pese a los
años de evolución plástica que nos separa de ellas. El talento
narrativo y gráfico de Urda mantiene vivo el producto, incluso
cincuenta años después.
Por supuesto, ya sabe el hipotético lector qué puede esperar entre
las páginas de este autor, ningún rastro de trascendencia,
mensajes profundos o ceños fruncidos. Son una estimulante
celebración de la levedad. Esa levedad tan incomprendida, tan
denostada. Y tan necesaria por cierto.
Manuel Urda en la revista
El Coyote
La revista El Coyote es uno de los mayores mitos de la
historieta española. Surgida a partir de una raíz literaria,
evolucionó pasando por todos los formatos comunicativos posibles:
cómics, radioteatro, televisión y cine. En cada uno de ellos fue
un éxito.
La ausencia de televisión reunía a las familias en torno a la
radio en los primeros años de posguerra. En las tardes de
invierno, los culebrones de la Sociedad Española de Radiodifusión
escandalizaban a la sociedad bienpensante con historias secretas
de matrimonios divididos e hijos bastardos. Los adolescentes
también consumían su ración de radionovela: Las historias
galácticas de Diego Valor y las del lejano oeste
protagonizadas por El Coyote o los Dos Hombres Buenos. Su
desaparición fue una lástima, porque nos había dejado gratas
sorpresas como las páginas de humor pasadas por el tamiz de lo
auténticamente hispano, como las realizadas por Urda en El
Coyote y otras publicaciones.
La popularidad alcanzada por la historieta en los años cuarenta y
cincuenta decayó poco a poco hasta prácticamente desaparecer en
estos últimos diez años. A finales de los años sesenta empiezan a
declinar las ventas. ¿Qué había pasado? El auge de las
importaciones agrede la producción local, incluyendo a la
industria editorial. Otra de las claves vinculada estrechamente al
retroceso del "tebeo" español, lo constituye el avance de la
televisión. Recordemos, también, que los sesenta fueron años de
cambios culturales profundos y el tebeo no pasó virgen de esas
transformaciones.
En nuestros recuerdos siempre tendrán tiene un lugar preponderante
los Pulgarcito, Yumbo, Nicolás, El Coyote, TBO, Jaimito,
etc., Esos tebeos que ya no adornan los kioscos prendidos con
pinzas de tender la ropa. Esos tebeos que tanto nos ayudaron a
exorcizar los miedos y frustraciones en aquellos duros años de
nuestra posguerra, ofreciéndonos momentos felices y de ensoñación.
Una justa reivindicación
¿Por que Manuel Urda Marín y no otro de los muchos que
configuraron nuestra historieta humorística? Es difícil elegir
entre la pléyade de auténticos genios del humor que nos deparó la
historieta española de la época, sobre todo porque la elección
debe realizarse sobre la base de criterios personales. Al final la
única opción es plantarse delante de un montón de tebeos y mirar
con que autores hemos disfrutado más. La respuesta así obtenida es
muy distinta de la que daría si me pidiesen la lista de las diez
mejores colecciones de aventuras. Puestas así las cosas, se nos
hace difícil comprender que Urda sea un autor casi olvidado
mientras que otros, sean tan famosos.
¿Que decir de alguien con más de sesenta años en el candelero?
Quizá resaltar que su obra sigue ahí, gozando de buena salud. En
el caso de este autor, no cabe hablar de constantes temáticas o de
obsesiones personales sino de puro y simple humor blanco o casto
como se suele denominar este tipo de historieta, en la el que el
verdadero gancho reside en la muy personal concepción gráfica. Una
autentica exhibición de recursos narrativos. Y lo mejor es que
esos recursos sirven para transmitir unas historias que sorprenden
por la equilibrada mezcla de sencillez y profundidad. Las
narraciones nacen siempre de una anécdota sencilla que sirve para
bien originar un gag.
A
mí entender, para disfrutar de una obra tan densa como la Urda,
sólo hay que dejarse llevar por la magia de sus viñetas, de sus
páginas, donde se esconden los pequeños detalles narrativos, en la
maestría gráfica con la que su autor retrata todo lo que toca, en
la elegancia, en la contundencia y la rotundidad de las
composiciones
Por supuesto, las valoraciones que hemos realizado son totalmente
personales. No es nuestra intención desatar aquí una querella de
gustos y opiniones que todas son defendibles, pero para nosotros,
que únicamente proponemos la reivindicación de la memoria, la
vida, nuestros tebeos y sus autores.
Urda fue uno de los autores más regulares del panorama
historietístico español de posguerra. Manuel Urda es uno de esos
autores que permanecerá siempre en nuestra memoria junto con otros
muchos de aquellos inolvidables creadores.
Hablar de Manuel Urda es hacerlo de uno de los grandes del tebeo
autóctono. La maestría de su dibujo tiene su paralelo en la
facilidad que posee para la narrativa gráfica, que a lo largo de
su colaboración en TBO, Yumbo y otras muchas
publicaciones, demostró en infinidad de ocasiones con páginas
realmente antológicas, provistas de una cuidadosa plástica que
hacía que ninguna viñeta tuviera desperdicio, como solía ser
habitual en los creadores humorísticos de ante y posguerra, debido
básicamente a la profesionalidad que siempre demostraron en
aquellas duras circunstancias.
Al igual que en los demás países cuidan sus propios héroes
infantiles, nosotros deberíamos mimar a los nuestros, y no se
debería permitir que aquellos tebeos queden sumidos en el olvido
por ser un auténtico legado que nos ofreció a los que ya pasamos
los cincuenta, horas y horas de distracción, que ejercieron de
catarsis al oscurantismo de la época.
El tebeo forma parte de la literatura infantil, a la que a nuestro
juicio no se le ha dado la suficiente importancia hasta el
momento; por lo que deberíamos intentar conseguir un tratamiento
riguroso y serio. En esa España nuestra, sigue pendiente la gran
obra que se debe realizar, y no se ha hecho hasta el día de la
fecha, en relación a estas creaciones.
Nosotros sólo hemos pretendido recordar y homenajear, a uno de
aquellos dibujantes que con su quehacer justificaron el eslogan: “TBO
la revista infantil de los 600.000 lectores”.
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