TEBEOSFERA \ SECCIÓN 


NOSTALGIA / 5

 

Urda. Cuando los tebeos alcanzaron la mayoría de edad ( y 2 )

[ Chiste de Urda ]


Artículo por Manuel López.    Leer primera parte del artículo


Un lúcido e inteligente humor en TBO

En mi caso, recuerdo, de niño, pasarme las horas muertas leyendo, o devorando, más bien, tebeos. Y era algo divertido, compatible, dígase lo que se diga, con la literatura escrita. Fueron ellos los que me enseñaron a leer o, mejor, los que me enseñaron a apreciar la lectura. Fueron ellos los que me pusieron en contacto con las letras, presentadas en el atractivo envoltorio de las imágenes. Sí, fueron ellos los que ayudaron a ampliar mi vocabulario de niño.

Hoy, en cambio, son pocos los niños que leen tebeos y en los quioscos se ven cada vez menos números de aquellas revistas de mi niñez; tan sólo algún recopilatorio de Mortadelo, de Zipi y Zape o similares.

Ciertamente en el mundo actual se tiende a borrar la memoria. Y a convertir la cultura en una papilla de fácil digestión homogeneizada, desnatada y pasteurizada. Puede que entonces los tebeos ni siquiera fueran algo mejores que los de hoy, no lo sé. Pero eso no quita validez al hecho de seguir escribiendo sobre aquello en lo que uno cree. Estamos acostumbrados a que en nuestro país, se conciba la historieta como una forma inferior y marginal de entretenimiento, sumida casi en la clandestinidad cultural.

Aún así, nosotros queremos seguir escribiendo, tratando de recuperar la historieta y la memoria, conscientes de que esto, no deja de ser sino uno de esos actos de obcecada voluntad. En España encontramos las primeras manifestaciones en revistas como TBO (de aquí el termino tebeos para los cómics en nuestro país), en 1917. De carácter humorístico y sencilla, esta publicación se hizo popular en muy poco tiempo.

De la vieja guardia de la revista TBO merece especial mención, sin por ello actuar en detrimento de otros, Manuel Urda, autor de las más hilarantes situaciones sobre la base de un lúcido planteamiento e inteligente humor. La sensación errónea que puede generar en el lector el echar un primer vistazo a su obra debe evitarse: me refiero a la consideración de Urda como un artista demasiado apegado a soluciones gráficas de corte clásico -malentendiendo el vocablo como algo peyorativo-. Un análisis un poco más detenido nos demostraría todo lo contrario, ya que hablamos de uno de los artistas más personales, interesantes y, en algunos sentidos, moderno del panorama del tebeo de posguerra. Un dibujante más preocupado por la efectividad que por los alardes, con una capacidad de síntesis narrativa más allá de toda duda. Si le sumamos los recursos del oficio, el manejo de la técnica narrativa, y los cuadros magistrales de Urda, nos encontramos frente al gran salto de calidad de la historieta, ante la confirmación de un medio que decididamente alcanza, en esos años cuarenta, la mayoría de edad.

La efectividad del vínculo existente entre el texto y el dibujo de Urda, es más que patente. Su esmerado dibujo cede paso a una fuerte expresividad, para crear inteligentes parodias, en las que la representación visual, aunque produzca imágenes de gran belleza y cierta poesía, no es dominada por la estilización y menos aún por un enfoque idealizante.

Este tipo de recursos que pasan desapercibidos por estar sabiamente utilizados son los que marcan la diferencia entre los historietistas del montón y los historietistas de altura, de verdadera raza. Pero que nadie se llame a engaño, las historietas de Urda se deben leer hoy con espíritu infantil y gozarlas con ese talante. Si lo hacemos así, pasaremos algunos de los mejores ratos que se pueden tener en esta afición de leer tebeos. Las viñetas de Urda resultan sorprendentemente frescas y dinámicas pese a los años de evolución plástica que nos separa de ellas. El talento narrativo y gráfico de Urda mantiene vivo el producto, incluso cincuenta años después.

Por supuesto, ya sabe el hipotético lector qué puede esperar entre las páginas de este autor, ningún rastro de trascendencia, mensajes profundos o ceños fruncidos. Son una estimulante celebración de la levedad. Esa levedad tan incomprendida, tan denostada. Y tan necesaria por cierto.

Manuel Urda en la revista El Coyote

La revista El Coyote es uno de los mayores mitos de la historieta española. Surgida a partir de una raíz literaria, evolucionó pasando por todos los formatos comunicativos posibles: cómics, radioteatro, televisión y cine. En cada uno de ellos fue un éxito.

La ausencia de televisión reunía a las familias en torno a la radio en los primeros años de posguerra. En las tardes de invierno, los culebrones de la Sociedad Española de Radiodifusión escandalizaban a la sociedad bienpensante con historias secretas de matrimonios divididos e hijos bastardos. Los adolescentes también consumían su ración de radionovela: Las historias galácticas de Diego Valor y las del lejano oeste protagonizadas por El Coyote o los Dos Hombres Buenos. Su desaparición fue una lástima, porque nos había dejado gratas sorpresas como las páginas de humor pasadas por el tamiz de lo auténticamente hispano, como las realizadas por Urda en El Coyote y otras publicaciones.

La popularidad alcanzada por la historieta en los años cuarenta y cincuenta decayó poco a poco hasta prácticamente desaparecer en estos últimos diez años. A finales de los años sesenta empiezan a declinar las ventas. ¿Qué había pasado? El auge de las importaciones agrede la producción local, incluyendo a la industria editorial. Otra de las claves vinculada estrechamente al retroceso del "tebeo" español, lo constituye el avance de la televisión. Recordemos, también, que los sesenta fueron años de cambios culturales profundos y el tebeo no pasó virgen de esas transformaciones.

En nuestros recuerdos siempre tendrán tiene un lugar preponderante los Pulgarcito, Yumbo, Nicolás, El Coyote, TBO, Jaimito, etc., Esos tebeos que ya no adornan los kioscos prendidos con pinzas de tender la ropa. Esos tebeos que tanto nos ayudaron a exorcizar los miedos y frustraciones en aquellos duros años de nuestra posguerra, ofreciéndonos momentos felices y de ensoñación.

Una justa reivindicación

¿Por que Manuel Urda Marín y no otro de los muchos que configuraron nuestra historieta humorística? Es difícil elegir entre la pléyade de auténticos genios del humor que nos deparó la historieta española de la época, sobre todo porque la elección debe realizarse sobre la base de criterios personales. Al final la única opción es plantarse delante de un montón de tebeos y mirar con que autores hemos disfrutado más. La respuesta así obtenida es muy distinta de la que daría si me pidiesen la lista de las diez mejores colecciones de aventuras. Puestas así las cosas, se nos hace difícil comprender que Urda sea un autor casi olvidado mientras que otros, sean tan famosos.

¿Que decir de alguien con más de sesenta años en el candelero? Quizá resaltar que su obra sigue ahí, gozando de buena salud. En el caso de este autor, no cabe hablar de constantes temáticas o de obsesiones personales sino de puro y simple humor blanco o casto como se suele denominar este tipo de historieta, en la el que el verdadero gancho reside en la muy personal concepción gráfica. Una autentica exhibición de recursos narrativos. Y lo mejor es que esos recursos sirven para transmitir unas historias que sorprenden por la equilibrada mezcla de sencillez y profundidad. Las narraciones nacen siempre de una anécdota sencilla que sirve para bien originar un gag.

A mí entender, para disfrutar de una obra tan densa como la Urda, sólo hay que dejarse llevar por la magia de sus viñetas, de sus páginas, donde se esconden los pequeños detalles narrativos, en la maestría gráfica con la que su autor retrata todo lo que toca, en la elegancia, en la contundencia y la rotundidad de las composiciones

Por supuesto, las valoraciones que hemos realizado son totalmente personales. No es nuestra intención desatar aquí una querella de gustos y opiniones que todas son defendibles, pero para nosotros, que únicamente proponemos la reivindicación de la memoria, la vida, nuestros tebeos y sus autores.

Urda fue uno de los autores más regulares del panorama historietístico español de posguerra. Manuel Urda es uno de esos autores que permanecerá siempre en nuestra memoria junto con otros muchos de aquellos inolvidables creadores.

Hablar de Manuel Urda es hacerlo de uno de los grandes del tebeo autóctono. La maestría de su dibujo tiene su paralelo en la facilidad que posee para la narrativa gráfica, que a lo largo de su colaboración en TBO, Yumbo y otras muchas publicaciones, demostró en infinidad de ocasiones con páginas realmente antológicas, provistas de una cuidadosa plástica que hacía que ninguna viñeta tuviera desperdicio, como solía ser habitual en los creadores humorísticos de ante y posguerra, debido básicamente a la profesionalidad que siempre demostraron en aquellas duras circunstancias.

Al igual que en los demás países cuidan sus propios héroes infantiles, nosotros deberíamos mimar a los nuestros, y no se debería permitir que aquellos tebeos queden sumidos en el olvido por ser un auténtico legado que nos ofreció a los que ya pasamos los cincuenta, horas y horas de distracción, que ejercieron de catarsis al oscurantismo de la época.

El tebeo forma parte de la literatura infantil, a la que a nuestro juicio no se le ha dado la suficiente importancia hasta el momento; por lo que deberíamos intentar conseguir un tratamiento riguroso y serio. En esa España nuestra, sigue pendiente la gran obra que se debe realizar, y no se ha hecho hasta el día de la fecha, en relación a estas creaciones.

Nosotros sólo hemos pretendido recordar y homenajear, a uno de aquellos dibujantes que con su quehacer justificaron el eslogan: “TBO la revista infantil de los 600.000 lectores”.

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 [ © 2003 Manuel López, para Tebeosfera, 031223]  [ Tebeosfera no está necesariamente de acuerdo con las opiniones y los juicios de quienes participan en esta sección ]