Dentro de
la atractiva serie de lanzamientos con la que la editorial Planeta
saludó la pasada edición de Expocomic 2001, destaca la
publicación completa por primera vez en España de Maus;
obra que supone la inauguración de un nuevo proyecto editorial, la
Colección Trazado.
El primer volumen de los dos que componen originariamente la
obra, ya había contado con una edición por parte de Norma
Editorial y Muchnik Editores en 1989; habiendo permanecido los
cinco capítulos que forman la segunda entrega –And Here My
Troubles Began– inéditos hasta la presente publicación. Pese a
lo dilatado de su periodo de producción –Spiegelman
comienza Maus en 1973 y la finaliza en 1991, apareciendo a
lo largo de estos años serializada principalmente en la revista
Raw que el mismo cofundó– la historia presenta una
sorprendente unidad temática y gráfica, por lo que su presentación
en un único volumen no sólo facilita su lectura sino que resulta
algo lógico.
En su edición Planeta-DeAgostini no ha tenido en cuenta la
publicación previa del primer libro, mostrando la presente
reproducción una serie de luces y sombras respecto al trabajo
previo de Norma / Muchnick o a la versión de la británica Penguin
Books. Tal vez Planeta tenga pensada una futura presentación de
Maus que mejore la actual, tal y como acaba de hacer con
From Hell, producción que Eddie Campbell ya intentó que
apareciese en su primer lanzamiento tal y como lo ha hecho ahora.
Uno de los problemas a los que se enfrenta una obra como
Maus, y que puede llegar a condicionar su lectura, es el que
se circunscriba su interpretación al desarrollo de un único tema;
máxime en un caso como el presente, en el que el trasfondo es una
realidad tan atroz como el Holocausto Judío. Aun está reciente el
caso de Guerra de clanes, saludada por muchos como una
trasposición de las luchas que asolaban Los Balcanes; pues su
escenario es una interminable guerra civil, y sus dos creadores (Darko
Macan y Edvin Biukovic) son croatas. Pese a que Macan negó repetidamente su intención de reflejar la
situación bélica que lo envolvía, su historia continua siendo
limitada por muchos a un brillante resumen del conflicto que asoló
un país; olvidándose de que la obra habla de toda una serie de
sentimientos eternos, y en absoluto circunscritos a un espacio
geográfico.
Lo que convierte al trabajo de Spiegelman en
inquietante, emocionante, ameno y único, no es el tema que aborda,
sino la habilidad con la que convierte su trabajo artístico en una
sucesión de escenas vivas, que trascienden la condición de
memorias autobiográficas, documentos históricos o retablos
costumbristas. Independientemente de la voluntad inicial del
creador, su relato va más allá de la plasmación y denuncia del
genocidio sufrido por su raza, pues como lectores establecemos con
él un proceso comunicativo de intercambio de experiencias
familiares y personales. La lectura de Maus, nos sumerge en
una atractiva charla con un amigo con el que intercambiamos
experiencias sobre las dificultades de crecer a la sombra de un
padre más cercano al bíblico Abraham que al televisivo Michael
Landom, sobre esas pequeñas cosas que nos hacen tomar grandes
decisiones, o sobre el proceso de descubrir que querer a alguien
implica aceptar, que no justificar, su lado negativo.
Ya desde el pasaje inicial en el que un niño que acaba de
descubrir la fragilidad de la amistad, recibe de su padre –en
lugar de palabras de consuelo o un abrazo protector– una fría
corrección y una amarga reflexión sobre la amistad, Spiegelman
inicia un diálogo con sus lectores –similar al de un paciente con
su psiquiatra– en el que se van intercalando saltos narrativos,
silencios e incluso digresiones que contribuyen a presentar una
disección conmovedora de las relaciones padre-hijo.
La dificultad de crecer junto a
alguien que te está corrigiendo constantemente, buscando no que
hagas las cosas bien, sino a su manera; la sensación de ser un
David en eterna pugna con un Goliat al que deberías imitar y no
rechazar; la contrariedad de convivir con alguien que cree que las
muestras de afecto son síntoma de debilidad; el sacrificio de tus
vocaciones en el altar de orientar tu vida hacia campos donde
puedas crecer individualmente; la imposibilidad de compartir
espacio por mucho tiempo con alguien cuya forma de quererte hace
que lo rechaces; el reconcomio que te invade cuando desatiendes a
quien toda tu vida te ha protegido; ... toda una serie de lugares
comunes y experiencias compartidas que convierten la lectura de
Maus en un agridulce paseo por las avenidas afectivas.
Art Spiegelman realiza esta catarsis de su relación
con su padre, muerto mucho antes de que el autor finalizase la
obra, intentando mostrarse lo más respetuoso posible con su
progenitor, y sin evitar escenas en las que el comportamiento con
su padre le lleva a crisis emotivas. Una de las interpretaciones
posibles tras la lectura de esta fábula antropomórfica, es el
reconocimiento implícito por parte del autor de que no son tantos
los aspectos que le separan de su padre, lo que ocurre es que la
vida le ha tratado mejor. Ambos son supervivientes, y no pueden
evitar por ello cierto sentimiento de culpa. El recuerdo de un
hermano muerto –Spiegelman– o de un pueblo exterminado –su
padre– puebla sus recuerdos. Su perseverancia, tozudez y capacidad
de sacrificio posibilitan el que ambos logren triunfar en sus
objetivos
Una lectura recomendable a todo aquél que alguna vez ha sido
hijo.
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