Introducción.
Cuando Frank Miller se da el paseo por el mainstream, paseo
que por otra parte remodela los márgenes estéticos del estilo
superheroico, alcanza la categoría de autor mítico. Argumentaciones
sostenidas, narración concisa, relato en primera persona, drama
épico y enfoques crepusculares enmascaran con creces sus carencias
plásticas. Si a ello le añadimos diseños innovadores (Daredevil
y Batman Year One), coloraciones de lujo realizadas por
su esposa Lynn Varley (Ronin, Dark Knight, Elektra
Lives Again) cuando no una realización gráfica en manos de
estrellas del dibujo (Romita Jr., Mazzuchelli o Sienkiewicz) sus
obras se sitúan en estándares únicos muy difíciles de superar. Un
engranaje perfecto entre la porción literaria y conceptual del
cómic, entre la calidad y la comercialidad.
Ese
devenir por las grandes editoriales (Marvel y DC) fija una nueva
perspectiva del género que por otra parte siempre demanda revisiones
constantes que retrasen su agotamiento estético. Ensancha el cerrado
y circunscrito libro de estilo del “género sacro” (el superheroico
claro, entendido así en EE UU) con la única premisa de ampliar las
argumentaciones a conceptos más universales. Algo más que las
simples peleas incruentas entre buenos y malos. En definitiva,
historias en la que los grandes temas campen- o al menos lo
intenten- sin trabas.
La
personalidad de Miller y el concepto empresarial de las grandes
editoriales son realidades de difícil comunión por lo que el
matrimonio terminará rompiéndose. Entre las causas que facilitan el
“divorcio” se encuentran la censura y la dificultad empresarial de
tratar a los autores como lo que son, en vez de cómo asalariados,
apropiándose y manipulando las ideas y personajes de una manera
distinta a la impuesta por su (¿legítimo?) creador (el famoso caso
de Elektra). La causa determinante es el hastío del propio Miller y
la constante búsqueda de pastos más verdes donde pueda dar rienda
suelta a su contenida rebeldía (no fue el caso de su paso por la
industria cinematográfica, en donde debió de salir más escaldado que
entró tras la escritura de las dos secuelas de Robocop). Ni
ha sido el primero, ni probablemente el último de los rebeldes.
En
los años noventa, pone su dilatado y personal saber creativo en la
entonces emergente e “independiente” Dark Horse, escribiendo
originales guiones para Dave Gibbons (miniseries de Martha
Washington) y para Geoff Darrow (Hard Boiled) obras que
no superan sus grandes trabajos en el circuito principal. El
gusanillo de ser el propietario de su obra (tampoco será el primero,
ni el último) le corroe por lo que hábilmente inspira una asociación
formada por otros prestigiosos autores del mainstream con
inquietudes similares (siempre y cuando sean como mínimo dibujantes,
sino autores completos). El producto nacido de aquel parto se llama
Legend y emerge con la suficiente independencia para editar
en Dark Horse o cualquier otra empresa, en asociación o
independencia, siendo los autores propietarios de su obra en su
acepción más genérica. John Byrne, el otro de los principales
impulsores, lo define como sello flotante. La nómina inicial de
Legend, la integran además de los citados, o sea sus
inspiradores, un registro de los autores más prestigiados de la
última década del pasado siglo como son Arthur Adams, Dave Gibbons,
Geoff Darrow, Paul Chadwick, Mike Mignola, a la que pronto se unirá
Mike Alred. Las escasas obras que lucen el emblema son publicadas
por Dark Horse, así como la más emblemática, Sin City, el
último de los grandes trabajos de Miller en una carrera cuajada de
éxitos. Su integración en Legend es a partir del segundo título A
Dame to Kill For publicada como serie limitada en comic books de
noviembre de 1993 a mayo de 1994.
El
culto al exceso.
Sin
City
es
la condensación estética e ideológica,
de su creador en un trabajo personal, arriesgado por una
difícil figuración gráfica, y ajeno por completo a muchos de los
conceptos del mainstream. No sólo a una agónica censura,
vulnerada en todo su ideario, sino a una buena parte del epítome
comercial del cómic estadounidense. Obras en blanco y negro con
dibujos y diagramación desabrida, narrativa muy densa pese a su
simplicidad con exceso de texto y módulos de edición muy variados
que incluyen desde serializaciones en magazines (“Sin City”,
propiamente dicha en Dark Horse Presents en los números
publicados entre enero y diciembre de 1992), limitadas en comic book
(A Dame to Kill For, The
Big
Fat
Kill, That Yellow Bastard
y
Hell's
Back),
libros (Family
Values) y ejemplares unitarios con
historias cortas o exageradamente cortas, tanto en distribuciones
one shots como en otras publicaciones de intencionalidad
promocional (como por ejemplo Wizard).
Pero Frank Miller no sólo se muestra
excesivo en los aspectos formales. Su proyección conceptual es hacia
lo extremo tanto en su temática (sexo y violencia) como en su
ideología muy en contacto con posturas (¿fascistas?) radicales. El
ser humano avanza hacia su grandeza a base de amplificar su
individualidad y derivar su trayecto hacia la gloria o el honor. Un
código de nobles samuráis realizado por proletarios y desde aspectos
populistas que lo equiparan al pensamiento de los grandes santones
de la extrema derecha desde su acepción más abstracta. Una
concepción del superhombre mitad heroica y mitad ridícula. La
proyección más criptofascista de su obra se aprecia en todo su
esplendor en la valorada That Yellow Bastard,
editada como serie
limitada entre febrero y julio de 1996. Ese culto a la “justificada”
violencia fascista y al militarismo se hace evidente en el
extraordinario experimento visual 300, que narra desde su
particular punto de vista la batalla de las Termópilas, cuando aquel
número de heroicos espartanos imbuidos de un falso sentimiento de
panpatria defienden la civilización occidental de las hordas
orientales persas que pretenden acabar con ella, tal y como la
entiende Miller. El simple y maniqueo concepto histórico postulado
por el autor se da cabezazos con las interpretaciones históricas más
académicas, a la vez que rinde un homenaje a la película El León
de Esparta (The 300 Spartans) dirigida por Rudolph Maté
en 1962.
El
género negro.
Según confesión del propio Miller, Sin City comenzó como una
historia autoconclusiva de duración estándar (según cánones
comerciales europeos, o sea 46 páginas) y publicado por entregas a
lo largo de 1992 en el magazín genérico Dark Horse Presents.
En esta historia, a modo de homenaje, se resaltan
buena parte de las esencias que han caracterizado al género
negro, tanto en sus presentaciones de celuloide como literarias,
siendo su referente más evidente el estilo literario crudo del
novelista James Ellroy.
La implicación y el convencimiento del propio Miller dilató la trama
hasta las casi 200 páginas, modificando por enlentecimiento el ritmo
narrativo planteado inicialmente. La puesta de largo llega con la
reedición en libro y consiguiente añadido de páginas y premios que
sugieren al autor el hallazgo de un yacimiento creativo que se
mantuvo hasta marzo de 2000.
Este éxito de crítica y público le fuerza a la extensión ilimitada
de las historias de la ciudad (cuyo nombre real es Basin City) y a
incluir las siguientes entregas dentro de Legend. Pero la producción
de nuevas historias lastra su prestigio al repetir similares
supuestos de radicalidad y espectacularidad presentes en la primera
y genérica historia. En los siguientes relatos suaviza el argumento
en aras de la comercialidad,
sustituyendo a su protagonista primario (el gigante esquizofrénico y
limitado mental Marv) por otros más convencionales (Dwight,
Hartigan, Wallace) con los que los lectores puedan sentir más
afinidad. Personajes más cercanos al héroe “milleriano”, cuyas
ideologías se equiparan al fascismo redentor e intolerante.
Personajes con sentidos embotados por pecados veniales que los
traumatizan y que llegan a las catarsis liberadoras en matanzas
salvajes. Un maniqueísmo digestivo para el público y mercenario para
sectores más comerciales. Dicho de otra forma, sustituye el
referente Ellroy por el más populachero y extremo de Mickey
Spillane.
Miller trafica con su ideología extrema para mantenerse en el
circuito principal.
El
autor es uno de los grandes narradores actuales. Maneja como nadie
unos recursos pirotécnicos que lejos de añadir complejidad a la
trama la disimulan con tramoya escénica. Unos dibujos espectaculares
en su simplicidad a base de aguafuertes de alto contraste que sirven
tanto para estancar el argumento como para acelerarlo y que definen
a los personajes y al escenario con una extrema economía de medios.
La ciudad es un destino y una explicación de la vida de sus
habitantes. Sin grises, plena de contraluces y descripción de áreas
muy recurrentes, en especial el bar country y el barrio colonial
asiento de una feroz hermandad de prostitutas que dan significado y
nombre a la ciudad. Una narrativa en primera persona que tan sólo
resulta honrada en la primera historia al situar al protagonista
como acción o testigo en todas las secuencias. Una descripción de
personajes en mínimos y expresivos retales en donde destaca la
caracterización de la madre del protagonista en una sola viñeta
(pocas veces la debilidad, la ancianidad y el desvalimiento han sido
tan brillantemente descritos).
Marv nos cuenta la crónica de sus últimos días, y por ende de toda
su vida, con la inocencia de unos ojos infantiles que se acostumbran
a la oscuridad corrompida de la ciudad a medida que progresa hacia
su trágico destino. El autor cumple con uno de los estereotipos más
recurrentes del hard boiled. Lo que comienza con una simple
anécdota acaba con el desenmascaramiento estéril de una trama de
corrupción. Es el samurai que cree que el camino más corto entre dos
puntos es una línea recta, línea que simplifica su vida hacia un
bestial código de honor. Es uno de los personajes más matizados
salidos de la narrativa de su autor. Un personaje que reduce su
pasado a una sola reflexión y que no tiene futuro. Solo parece algo
cuando se le compara con un oligofrénico:
«Siempre se me dieron bien los rompecabezas. En el colegio estaba
aquel chaval, Chuck se llamaba. Era retrasado mental. Me veía poner
las piezas, y yo lo adoraba porque era la única persona que he
conocido lo bastante tonta coma para pensar que yo era un genio»
…y
su vida se orienta hacia su destrucción.
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