«La
Patria significa juventud, por lo tanto el hecho de estar lejos de
ella ha hecho que mi humor se haya vuelto un poco menos vivaz pero tal
vez algo más profundo.»
Quino
A imagen y semejanza del Todo Mafalda,
recopilación de todas las tiras creadas por Quino sobre este
personaje, que hace unos años pretendía recoger en un solo volumen
todas las tiras ya anteriormente publicadas como cuadernillos
apaisados, Esto no es todo es una recopilación de los distintos
álbumes que Lumen había ido publicando a lo largo de varias décadas.
Todo Mafalda supone para casi todo el mundo la obra cumbre de
este maestro del humor argentino, pero al mismo tiempo es una obra que
acaba por ocultar muchas de las numerosas páginas que Quino ha
escrito, ha dibujado, a lo largo de su vida. Páginas que alcanzan en
muchos momentos la categoría de magistrales, auténticas estampas del
comportamiento humano. Esto no es todo ofrece una magnífica
unidad de pensamiento y visión de su autor, que acerca sus lápices y
su mirada a veces sarcástica, a veces crítica, a veces ingenua y a
veces surrealista, siempre poética, al ser humano en sociedad, ya sea
unido a ella o enfrentado a ella, con sus contradicciones, sus tics y
sus manías y miserias. La religión, la muerte, los impuestos, el amor
y el sexo, el matrimonio, la niñez, la guerra, la oficina, el
individualismo y el colectivismo, la medicina, el capital, la vejez,
la pobreza, el arte y la ciencia, todo es sometido a la visión lúcida
y feroz de un autor que, por si fuera poco, es un maestro del dibujo y
lo mismo cuenta una historia en un solo panel con multitud de pequeños
detalles que recurre a la serie de tres o cuatro viñetas donde se
narra un acontecimiento jocoso, pero a la vez, claro, triste,
extremadamente humano, bien sea con o sin palabras.
La visión de Quino es atemporal y al mismo tiempo
rabiosamente contemporánea, más allá de tiempos y espacios, mágica,
como acertadamente observa Rafael Marín. Más allá de tiempo y espacios
porque en ningún momento debemos olvidar que Quino sufre, como tantos
otros exiliados, el destierro obligado, que convierte al ser humano,
como bien se encarga de decirnos Mempo Giardinelli, otro de esos
tantos exiliados argentinos, en un hombre sin tiempo y espacio, un
hombre que acaba por sentirse extranjero en todas las partes, en todos
los lugares. Es ésta una de las cualidades más características del
tomo, la de alguien que observa al ser humano desde fuera,
resultándole en todo momento la actitud del mismo absolutamente
absurdo, ajeno por completo comportamientos medianamente lógicos,
comportamientos que acercan al autor en muchos momentos al sentimiento
surrealista usado para mostrar ese ser absolutamente fuera de sí mismo
que es el ser humano.
¿Es ser un ser
humano una enfermedad incurable?: es la pregunta que determina todo el recorrido de
Quino, pregunta a la que en ningún momento encuentra respuesta. Si las
páginas de este libro de humor resultan atemporales, es por el hecho
de que el hombre, el ser humano apenas ha cambiado desde que puso sus
dos pies sobre la tierra sobre la que tanto ha construido, sobre la
que tanto ha destruido, incapaz en momento alguno, como nos dice José
Antonio Marina, de controlar su propia desmesura. A este pregunta
Quino no ofrece ninguna respuesta, sólo la mirada lúcida y
desquiciante, desquiciada, de alguien que perdió, exiliado, su sitio.
Es Quino forzadamente claro, en una sociedad de la que formaba parte,
y en la que muchos de sus personajes parecen no tener acomodo, como
aparecen en muchas de esas páginas donde el surrealismo tiene una
presencia brutal, páginas donde los seres humanos son castigados por
exceso de imaginación, castigados por no saber aceptar que somos
nosotros, como individuos, los que debemos aceptar que nuestra
felicidad nos pertenece siempre a nosotros mismos, y en ningún
momento, nos puede ser inculcada como parte de una educación social,
que acaba por convertir al hombre en números de serie. Quino nos habla
de los temas más divertidos, aparentemente más diversos, en un
amplísimo abanico del mundo en que nos ha correspondido vivir, pero su
mirada, su forma de contemplar el mundo en que vivimos en ningún
momento es inocente, sino una mirada ácida, corrosiva, propia de
alguien que ha contemplado al ser humano en toda su amplitud, y ha
decidido que carece por completo del más absoluto de los sentidos.
Pero el humor de
Quino no se agota, no versa siquiera –aunque trate temas como el
fútbol, la televisión o la gastronomía-, sobre lo anecdótico o en lo
coyuntural. De ahí que ese conjunto de su quehacer, realizado a lo
largo de tantos años, difiera sin duda en el estilo –cada vez más
sabio, más preciso, y a la par más suntuoso-, pero mantenga en el
fondo una inalterable coherencia y una sorprendente actualidad: la
condición humana, el absurdo, la grandeza y la miseria, pero ante todo
la miseria, de la condición humana, que apenas ha cambiado desde
nuestra más tierna infancia, desde nuestra más antigua prehistoria. La
obra de Quino trata con humor pero también con acritud, del casi
general fracaso de la relación de pareja, con los consiguientes
desamor, frustración y soledad a dos; de los tragicómicos achaques de
la vejez y de la inevitabilidad nunca aceptada de la muerte; de la
impotente lucha por mantener una individualidad amenazada incluso en
el campo de los sentimientos en una sociedad implacablemente
unificadora, la imperturbabilidad con que todos los poderosos de todos
los tiempos pisotean a los humildes, a los desposeídos de todos los
tiempos, sin que se les mueva un pelo, y la torpe insistencia con que
los humildes de todos los tiempos luchan por abrirse un rinconcito en
el mundo; el disparate de la guerra; el desmedido papel que desempeña
la burocracia; lo ridículo de la vanidad, la ostentación y el
consumismo; la necedad y/ o maldad de los cerebros descerebrados que
rigen el mundo; el desvalimiento profundo de parte de los seres
humanos.
1. En el amor y en
la guerra...
En Esto no es todo el mundo de las relaciones de pareja se
convierten una parábola del absurdo de lo cotidiano: relaciones mal
llevadas siempre, más cercanas a escenas vividas en un campo de
batalla que a una idílica relación entre hombre y mujer, que se
comportan como seres humanos incapaces de entenderse a sí mismos, y
mucho menos capaces de entender a la persona con la que conviven, cuyo
ejemplo más claro lo encontramos en la página en que dos interrogantes
se convierten en hombre y mujer para volver a ser interrogantes en la
última viñeta. Recorren esta trayectoria circular muchas de las
parejas que aparecen en las páginas de Quino, personajes llenos de
alguna grandeza, pero sobre todo de grandes miserias; personajes mucho
más cercanos a las cosas que comparten, que a la persona con la que
comparten estas cosas, en un proceso de cosificación que hace de los
protagonistas símbolos de una inhumanidad propia, para Quino, de la
sociedad consumista en que los seres humanos desarrollan todas sus
relaciones, ya sean económicas, sociales o, en este caso, amorosas.
La pregunta ¿es ser
un ser humano una enfermedad incurable?, ha sido trasladada aquí sin
atisbo de piedad dando razón a la máxima: “Si amas a alguien déjalo
libre”. Así que la pregunta trasladada a casi las primeras cien
páginas del libro, debería ser: ¿es el amor algo más que un campo de
batalla? Tristemente, la respuesta no deja lugar a la duda: no, como
aprendemos en viñetas donde los corazones no son más que ropas por
planchar (pág. 43), donde los regalos de matrimonio no son más que una
excusa para encarcelar a la novia en su vida de casada (pág. 33), etc.
Ya sea en páginas de una sola viñeta, en las que Quino muestra su
asombrosa capacidad de síntesis, su maestría al necesitar apenas unas
palabras, una imagen, para dejarnos entrever todo un mundo
subterráneo, soterrado, el de las batallas cotidianas que el amor
enciende, batallas que este autor argentino muestra con gran
escepticismo. Para él, pese a todo el amor eterno es posible, como nos
muestra en una de las páginas más hermosas del libro, pág. 509,
aquella en que una anciana le dice a su marido muerto “¡Por
nosotros!... Metidos en esta familia de locos que insiste en creer que
has muerto, porque, ¡pobres!, no han entendido todavía para qué sirve
el amor”. Mas, por lo general , a menudo el amor tiende a ser una
cruenta guerra desarrollada en ese campo de batalla llamado hogar,
dulce hogar.
2. Y el hombre
¿dónde queda?...
¿Y qué decir
entonces de las eternas obligaciones cotidianas en las que el hombre
contemporáneo se enfrasca? Son mostradas como en los cuentos de
Cortázar o en la obra cumbre de Miguel Mihura, Tres sombreros de
copa: absolutamente absurdas a los ojos de Quino, como
obligaciones presentadas siempre desde un punto de vista surrealista,
de alguien que observa con asombro cómo el ser humano se pierde en
laberintos de obligaciones consuetudinarias, dejando de lado detalles
que hacen del hombre algo más que un animal social y sometiéndolo a lo
convencional. Todas estas convenciones son además signo de una
sociedad absolutamente unificada, donde poseer un pensamiento distinto
del de la masa resulta casi un crimen. Por tanto no hay lugar en
ningún momento para acciones tan sorprendentes como la de una sonrisa,
como la de una pequeña porción de felicidad, porque los seres humanos
que nos muestra Quino no son ahora mismo más que números de serie
totalmente perdidos en una sociedad deshumanizada. Los personajes
pueden tener sus desventuras por "circular con exceso de imaginación
por la sociedad consumista" o "emborracharse en defensa propia". A
veces se salva el individuo, pero a un precio demasiado costoso a
juicio de Quino.
3. Poderoso
caballero...
Esta
deshumanización no afecta sólo a la unión / desunión de los hombres,
sino que se hace mucho más evidente en la parcela económica donde
Quino deja bastante claro, en una serie de historias a cada cual más
aterradoras, que la división entre pobres y ricos, lejos de quedar
atrás parece cada vez más clara. Así, aparece en numerosas páginas de
este amplio volumen, viñetas que acaban por ser una metáfora brutal de
los aspectos que hacen de la historia del ser humano un cuento
sobrecogedor, terrorífico, en el que los personajes principales, la
clase alta, pueden rescribir a su antojo, siempre que lo deseen, la
vida de los demás. Porque en la obra de Quino, como en toda
Latinoamérica, se da una ruptura brutal entre clase media y alta.
Sobre todo al haber desaparecido la clase media allí, Quino define
tipos sociales muy marcados: pobres y ricos, caperucitas y lobos
urbanos.
Sin embargo, esta mirada escéptica y
maliciosa de Quino no puede quedarse solamente en el muestrario de la
economía, del liberalismo económico que ha llevado a muchas zonas de
Latinoamérica al borde de la pobreza absoluta. Quino es capaz de
mostrarnos las más absolutas miserias del hombre, es capaz de poner de
manifiesto la eterna guerra del hombre consigo mismo, y sobre todo con
los demás: dirigentes políticos orgullosos de la capacidad destructora
de sus armas pero que son patéticos en la intimidad; soldados que
protegen Cristos mientras a su alrededor el mundo se desmorona; flores
sobre rifles; dirigentes políticos asustados de la capacidad
destructora de armas creadas por científicos militares que en la
soledad se abrazan a su osito de peluche; lugares donde la guerra, las
armas militares no son más que un negocio, y donde valores tan humanos
como la bondad, la solidaridad, la rectitud, acaban por resultar
anacrónicos... Quino, como todo individualista que se precie, podrá
defender en todo momento al hombre como individuo, al hombre como ser
humano personificado, pero jamás al hombre como parte de un grupo
social establecido. Quino se interroga sobre la condición humana;
observa con mirada crítica pero doliente la realidad que le rodea y se
reafirma en que la condición humana es en múltiples aspectos un puro
disparate, y en que no vivimos ni remotamente en el mejor de los
mundos, ni siquiera en un mundo con visos de mejorar.
En las tiras de Quino se maneja un concepto de hombre muy fatalista y
pesimista; sin ninguna fe en la humanidad, en el progreso, en Dios, en
la política, ni en el porvenir. Quino acusa usando páginas con el fin
de mostrarnos que hemos hecho las cosas mal, que nuestra cultura nos
lleva al lado contrario de donde queremos ir, que no somos, que la
sociedad no nos permite ser lo suficientemente buenos, como para ser
felices unos junto a otros. El humor de Quino está a un paso de la
tristeza, a un paso de la desesperación: es el grito de un hombre que
sabe que el hombre debe cambiar, y sabiendo como sabe, que su pequeña
aportación, grandiosa aportación, el humor, no es más que un testigo
lúcido de todo aquello que Quino observa. Quino frecuentemente
invierte el signo: crea humor de lo que de por sí no es nada gracioso
y lo elabora haciéndolo circular, elaborar, por cierta visión de la
condición humana.
Gran parte de sus tiras no tiene
palabras, son pura visualidad. Los dibujos son cuidados, oscilan entre
la economía del trazo que simboliza y la exposición detallista y hasta
barroca de escenas en salones, museos, cuartos de hotel o talleres
mecánicos. La calidad del dibujo es algo a lo que dedica especial
cuidado Quino, siempre pareja a la calidad de la historia, una
historia que suele dejar en nuestro pensamiento una "risa pensativa".
Y esa risa acaba por convertirse en una mueca amarga al comprender el
alcance de lo que nos cuentan, al comprender que el espejo en que
aparecen nuestras imágenes devuelve el claro reflejo de cómo es el
mundo en que estamos viviendo y los seres humanos que viven en él.
Parece claro que el humor de Quino es un el de un grito dolorido que
afirma que, a pesar de los pesares, no se puede ser otra cosa que no
sea un ser humano, "esa enfermedad incurable". |