«ALLA
POR 1992, UN IGNOTO IMPRINT DE LA OSCURA EDITORIAL MALIBU SE SUBIA A LA
CRESTA DE UNA OLA IMPARABLE Y ARROLLADORA Y SE APODERABA -AL MENOS POR
UN RATITO- DE UNA ENORME PORCION DE UN MERCADO QUE VIVIA SU MOMENTO DE
MAYOR ESPLENDOR. ¿LA FORMULA? COMICS SIN GUIONISTAS. PERO LA COSA SE DIO
VUELTA: HOY LOS ESCRIBAS SON EL PRINCIPAL ARGUMENTO DE VENTAS DE MUCHOS
DE LOS MEJORES Y MAS EXITOSOS COMICS QUE NOS LLEGAN DE LOS EEUU. SI
PREFERIS LAS HISTORIAS COPADAS A LOS MUCHACHONES GIGANTESCOS DE
DIENTITOS APRETADOS, RODEADOS DE ARMAS MONSTRUOSAS Y YIROS DE IMPOSIBLE
ANATOMIA, PONETE CONTENTO, RELAJATE Y DISFRUTA DE
LA
VENGANZA DE LOS GUIONISTAS
1. ¿QUIEN QUIERE SER GUIONISTA?
En un medio claramente visual como es el comic, la idea de alguien que
se especialice en la faz literaria del asunto es, por lo menos,
arriesgada. No es casualidad que, en la historia del comic
norteamericano, hayan pasado más de 35 años para que comenzaran a
aparecer verdaderos profesionales abocados a esta tarea, casi siempre
considerada menor respecto de la del dibujante. Es que, ¿para qué nos
vamos a engañar? La identidad de un comic está dada, a simple vista, por
el dibujo. Disfrutar del guión, llegar a reconocer estilos de guión y
memorizar los nombres de los guionistas, es algo así como una etapa
posterior, reservada sólo para algunos. El público en general, reconoce
a la historieta por el dibujo y si esta cuenta con más de un autor,
recordará casi seguro al responsable de la faz gráfica.
O
por lo menos esto fue así hasta la década del ‘30, cuando irrumpió en
escena Lee Falk, creador de Mandrake y The Phantom. El segundo grosso (y
la primera super-estrella del guión) fue Stan Lee y desde entonces, la
firma del guionista pasó a ser garantía de interés por parte de un
creciente grupo de lectores cada vez más exigentes, que empezó a seguir
a los autores de comics (de Gardner Fox a Steve Englehart, de Harvey
Kurtzman a Steve Gerber y de Archie Goodwin a Chris Claremont) como
quien sigue a Tolkien, Asimov o Stephen King. Y ya en los ‘80, cuando
parecía que lo único que podía hacer un guionista era clonar a Stan
hasta el infinito o repetir las fórmulas de la EC en comics de
monstruitos que ya no asustaban a nadie, desembarcó en los EEUU un tipo
cuyo currículum no incluía justicieros enmascarados, ni zombis, ni
vampiros. El tipo era Alan Moore y... estaba todo bien: pronto le daría
cátedra a todo el mundo de cómo se escriben comics de justicieros,
zombis y vampiros, por citar sólo algunos de los géneros en los que
descolló, sin importar en lo más mínimo la calidad de los distintos
dibujantes que lo secundaron en cada uno de sus revolucionarios
emprendimientos.
Y
sí, los dibujantes SECUNDARON a Moore. Moore le devolvió al guionista el
status de estrella protagónica de la historieta, aquel del que habían
gozado (en otras décadas y en otras geografías) el ya citado Stan Lee,
Héctor Oesterheld, René Goscinny, Jean-Michel Charlier o Robin Wood. Y
este nuevo prestigio, sumado al gran éxito obtenido por el barbado bardo
británico, trajo aparejada la irrupción de toda una oleada de guionistas
ingleses que, tras recalar mayoritariamente en DC, afianzaron la
renovación del comic yanki liderada por Moore. En apenas tres años
(entre el ‘87 y el ‘90), presenciamos la aparición en el país de los
superhéroes de Grant Morrison, Neil Gaiman, Alan Grant, Jamie Delano y
Peter Milligan, todos ingleses, todos responsables de títulos de notable
calidad y algunos de ellos (Gaiman y Morrison) llamados a ser las
estrellas excluyentes de la generación post-Moore.
Los yankis, que tampoco comen vidrio, aprendieron de los ingleses y
permitieron una renovación generacional, que le dio cabida a autores con
voces más personales y que -sin alejarse demasiado de las fórmulas
tradicionales- le dieron al comic de superhéroes el aire que estos
necesitaban luego de los potentes embates deconstructivistas de obras
como Watchmen, Dark Knight y Bratpack, entre otras. Fue entonces el
turno de J.M.DeMatteis, John Ostrander, Ann Nocenti, Peter David, Mark
Waid y Kurt Busiek (entre otros, claro), todos ellos miembros de una
generación llamada a hacer el aguante frente a lo que se venía. Si
creían que la competencia con los ingleses era brava, ni se imaginaban
con qué se estaban por enfrentar...
2. MI REVISTA ES UN DIBUJO
La ilustre tradición de historietas de géneros “realistas” a cargo de un
sólo autor (aquella que alcanzara la cima con el Flash Gordon de Alex
Raymond, el Terry and the Pirates de Milton Caniff y el Spirit de Will
Eisner), se esfumó en algún momento de los ‘50, para dar paso a los
equipos creativos donde un autor escribía y el otro dibujaba. A fines de
los ‘60, el movimiento underground recuperó la idea de un autor único y
pronto varias luminarias del mainstream (obviamente con Jack Kirby a la
cabeza) probaron suerte en esto de escribir sus propias historias. Los
primeros éxitos en este sentido se hicieron esperar hasta los inicios de
los ‘80 cuando Frank Miller, John Byrne, Walt Simonson y Howard Chaykin
demostraron que algunos grandes dibujantes podían ser también muy buenos
autores integrales. El ejemplo cundió más de la cuenta y por cada Keith
Giffen, Tim Truman o George Pérez que se proponían (con éxito, claro)
crear sus propios guiones, empezaron a aparecer dibujantes sin más
condiciones para el guión que su popularidad (como dibujantes) entre los
aficionados de la época.
La bomba explotó en Marvel, en 1990: Rob Liefeld, Jim Lee y Whilce
Portacio empezaron a participar cada vez más en la creación de las
historias que ilustraban para los distintos títulos mutantes y, para no
ser menos, Todd McFarlane pidió hacerse cargo de una nueva serie mensual
de Spider-Man, donde además de dibujar, escribiría íntegramente los
guiones. Los cuatro millones de ejemplares vendidos de esa infausta
Spider-Man nº 1 abrieron las jaulas a las fieras: ahora cualquier
dibujante de moda se sentía capaz de escribir y los editores, temerosos
de perderlos, decían todo que sí. Y ni hablar cuando los dibujantes,
convencidos de que no necesitaban guionistas, decidieron que tampoco
necesitaban editores. Así surgió Image, la editorial de los dibujantes
más hot de Marvel, donde dieron sus primeros pasos como guionistas
algunos autores notables (Erik Larsen, Sam Kieth) y otros francamente
espantosos, totalmente incapaces de generar historias coherentes y
personajes interesantes. El ejemplo cundió fuera de Image y se largaron
a escribir comics autores como Alan Davis, Dan Jurgens, Mike Mignola,
Art Adams, Karl Kesel, Jason Pearson, Dave Gibbons (aunque por ahora
sólo escribió para otros), Kelley Jones, Bart Sears, Joe Quesada y hasta
verduleros nefastos como Chris Marrinan o Tony Daniel. Todos afirmaban
querer ser el próximo Frank Miller, pero muchos se embarcaban en torpes
gestas empresariales, so–ando con los millones de McFarlane, mientras
que en varios casos la calidad los emparentaba más con un Liefeld o un
Silvestri. El mercado daba para todo, pero estaba la sospecha de que el
comic como arte podía subsistir sin aportes como Tribe, Brute & Babe,
Wetworks y otros conceptos que -vistos en perspectiva- resultan de una
bizarrez casi setentesca.
3. NO ESCRIBE EL QUE TIENE GANAS
Cuando en 1996 Marvel vio fracasar la movida de Jim Lee y Rob Liefeld en
los títulos clásicos de la editorial, el sueño de los comics sin
guionistas se terminó. El boom grotesco de los primeros años ‘90 ya era
un grato recuerdo y el público que quedaba después del temblor quería
otra cosa. O por decirlo de otra manera: ya nadie se acordaba de The
Pitt, pero DC seguía amasando fortunas con Sandman. Los autores de “la
generación del aguante” volvieron al primer plano, junto con los
ingleses y los más dignos dibujantes devenidos en guionistas durante el
boom. Y pasó algo grosso: surgieron nuevos guionistas, algunos iniciados
tímidamente en Marvel o DC durante la brutal expansión, otros paridos en
el under y otros reclutados a las huestes del comic tras haber acumulado
mucha chapa en otros medios.
Hoy, once años después de que McFarlane decidiera que estaba capacitado
para escribir guiones sólo porque al público le gustaban sus dibujos,
todavía aparecen dibujantes que se largan a escribir y a muchos (Phil
Jiménez, David Mack, Linda Medley, Gary Frank, Carlos Pacheco, Jill
Thompson) les sale bien. Pero también se da otra variante: autores
completos que cuelgan el lápiz para especializarse únicamente en el
guión, como Brian Michael Bendis, Dylan Horrocks o Ed Brubaker. Es que
hoy por hoy, los buenos guionistas son garantía de buenas ventas y no
somos pocos los que nos enganchamos con tal o cual serie “porque la
escribe Fulano”. ¿Estaremos yendo hacia los comics sin dibujantes? Y...
algo de eso hay. ¿O me vas a decir que Promethea o Top Ten venden más
por los dibujantes que por Alan Moore?
Conjeturas aparte, te invitamos a conocer a los doce guionistas más
impactantes del momento, como para que los vayas fichando. ¿Quién de
ellos será el próximo Moore? ¿Cuáles quedarán en el camino?¿Qué autores
deberían sumarse a esta lista? Como siempre, la última palabra la tiene
el lector...
(A.A.)
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