Juan
Carlos Hidalgo:
¿Creciste leyendo los cómics de la edad de oro argentina?
Horacio Altuna:
Sí,
Argentina tiene una importante tradición de cómics. En mi
adolescencia leía a Breccia, Pratt, Arturo del Castillo… El
nacimiento del cómic para adultos no fue en Europa, como parece, fue
mucho antes, en Argentina, con Oestherheld. Era una especie de
inductor, un tipo muy inteligente capaz de contar miles de
historias, hacía guiones para cuatro revistas mensuales. Argentina
es un país del tercer mundo en muchos aspectos, pero no en el
cultural. Allí en un concurso de cuentos o de poemas pueden
participar 8.000 personas perfectamente.
JCH:
¿Por
qué, siendo argentino, su obra posee una fuerte influencia de la
iconografía norteamericana?
HA:
En
Argentina todos los autores, de todos los campos, están muy
influenciados por la cultura de EE UU. Allí el cine se ve en versión
original subtitulada. Aquí, en España, la dictadura fue atroz, allí,
aunque no hubiera muchos gobiernos democráticos, igual había mucha
permisividad en todo lo que era cine o literatura norteamericano, no
había la censura que había aquí.
JCH:
¿Cómo llegan las historietas de El loco Chávez a tener tanta
repercusión social?
HA:
Hay
varias razones. Era época de dictadura y salía en el diario de mayor
difusión de habla hispana, Clarín, 500 o 600 mil ejemplares
diarios, 1 millón y pico los domingos. En esa época, además, no
había nada para leer, había una revista de humor que hacía oposición
al gobierno y Clarín, que no podía hacer una crítica
evidente. En las tiras de El loco Chávez mucha gente quiso
ver mensajes ocultos, pero a veces eran cosas que no pretendíamos
decir.
JCH:
¿Os
presionaron de alguna manera?
HA:
Lo
intentaron, lo que pasa es que los engañamos. La agencia oficial de
la dictadura nos pidió que hiciéramos la tira oficialista, inclusive
nos pagaban. Dijimos que no podíamos en aquel momento porque
teníamos adelantado material, cosa que era mentira, yo siempre voy
al día. Les dijimos al hijo de puta éste que nos vino a hablar que
tendría que esperar unas semanas. No nos dijeron nada. Igual
teníamos el apoyo del diario que nos respaldaba.
JCH:
¿Qué
tenían en contra el personaje?
HA:
Como
en la época de Franco aquí. El loco Chávez era mujeriego, no
hacía caso a sus jefes, era insubordinado, no creía en la familia,
dábamos a entender que se acostaba con una amiga que era maestra.
JCH:
¿Cuándo das el salto para hacer tus propios guiones?
HA:
Primero dibujé por encargo un tiempo para Columba, después con
Carlos Trillo trabajábamos juntos en los guiones de todo lo que
hicimos. Hablábamos de situaciones y yo desarrollaba la historia. El
gran salto lo doy cuando me vengo para aquí y Trillo se queda en
Argentina. No había internet en aquel entonces. La inspiración la
busco en la vida cotidiana. Tengo muchas más ideas anotadas de las
que podría dibujar el resto de mi vida.
JCH:
¿Cómo
comenzaste a realizar historietas para Playboy?
HA:
A
los 49 años me quedé sin trabajo, acababa de romper las relaciones
con los editores franceses. Y empecé con el Playboy italiano,
el mismo material se lo vendía a España y a otros países, yo sólo,
sin agente, eran un negocio brillante porque por cada página de
historieta me rendía 5000 o 7000 dólares. Era divertido, pero lo
dejé de hacer por cansancio, después de 10 ó 12 años.
JCH:
La
mayoría de los dibujantes que se han aventurado en la publicidad,
una vez pasado el boom de la historieta, han preferido
acomodarse…
HA:
La
publicidad a mí no me gusta, lo he hecho por necesidad. Soy un
fanático de la historieta, amo mi trabajo. Me cabrea un poco la
conferencia de hoy: yo vine a la Universidad de Málaga, ilusionado,
a hablar sobre historieta de contenido social,
no para hablar de batallitas ni para entretener al auditorio. Se
derivaba el tema y me fue imposible llevarlo hacia donde me
interesaba. Y realmente yo siento que la historieta tiene un
cometido social todavía, es una forma de expresión formidable, con
un poder de penetración espectacular, de concienciación en la gente.
Para mí ver un auditorio de chavales desmotivados, que podrían estar
reclamando una lectura de problemáticas más cercanas, me decepcionó.
JCH:
¿Es
una actitud generalizada la que has encontrado en tus charlas, aquí
o en otras ciudades?
HA:
Hay
una especie de frialdad. En general, no sólo la juventud, en Europa
hay una especie de pasotismo, como se dice en Argentina: «están en
un colchón de pedos». Como si nada los tocase, complacientes debido
a una bonanza económica que yo veo coyuntural. Si uno va a cualquier
país de Latinoamérica y hace una charla como la de hoy habría mucha
más inquietud, inconformismo, deseo de cambiar las cosas, ansia por
aprender, discutir, cuestionar. Hoy nadie cuestionaba lo que yo
decía. Este continente es viejo, se ven muy pocas mujeres
embarazadas, se rechaza al inmigrante que, en realidad, enriquece.
Yo llegué a España en 1982, con la llegada de Felipe al gobierno, y
la primera carta que le escribí a mi padre le decía: «es la primera
vez que me siento en libertad», yo: con 40 años. Ahora, tras 20 años
en España encuentro muchas más cosas cuestionables y criticables. En
aquel entonces estaba todo por hacer y ahora parece que estuviese
todo hecho. Culturalmente se está retrocediendo, eso lo tengo
clarísimo.
JCH:
¿En
el mundo de la historieta no hay demanda de temática social?
HA:
Hay
material de temática social. Pero no hay demanda de la gente joven.
La demanda de la gente joven es deudora de su formación: hace diez
años llegaron los superhéroes y los japoneses de una forma arrasante,
y se han formado con esa estética y esa forma de leer. Eso puede ser
una lectura que les puede durar hasta los veintitantos años, si les
divierte. Pero si leen eso sólo a los 30 años les falta cultura, no
hay un cómic que les acompañe en la madurez. Es como ver sólo
películas de efectos especiales. Existen historietas como Los
lunes al sol, la película de Fernando León, pero no tienen
demanda. |