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TINTÍN, ÉSE SOI DISANT PERIODISTA ( y 2 )

Texto de Ignacio Fontes.

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[ Cubierta del núm. 1 de la revista Tintin, correspondiente a 1948, donde las aventuras del joven periodista sufrieron una transformación. Clic sobre la imagen para ampliar ]


Una pasada por lo “políticamente correcto”.

Porque, tras esos devaneos fascistas de juventud, Hergé no sólo se convierte en un ciudadano democrático occidental comm’il faut sino que, a cambio de concesiones al statu quo de la posguerra, denuncia de forma clara y sin rodeos situaciones propias del vademécum del progresista occidental.

Cuando en 1946 se reincorpora a la vida profesional, aparece la revista Tintin y Hergé redibuja las aventuras de su personaje para publicarlas en forma de álbum y a todo color –no en negro, como era en el original de antes de la guerra-, de sus páginas desaparecen, desde luego, las ingenuas referencias a la superioridad (supuesta) del hombre blanco e incluso de las filacterias, o bocadillos, el tono que la cultura popular colonialista imponía a los negros –ése que dice: «Amito blanco, negrito bueno»...-. Así, si en la primera versión de Tintín en el Congo el Tintín profesor enseñaba a los pequeños congoleses que su patria era Bélgica y Leopoldo II, su rey, ahora se traviste en voluntario de ONG avant la lettre para enseñar a los alumnos las primeras letras y números, aunque como las cosas son como son, el nuevo bocadillo recoge que ni un sólo negrito sabe cuántos son dos más dos...

Pero también hay nuevos planteamientos de fondo que, tras la guerra, son los políticamente incorrectos. Así, en el Tintín en el país del oro negro original, anterior a la guerra, se retrata la angustiosa situación de una Palestina bajo la feroz dominación del Imperio británico, que, de acuerdo con la Declaración Balfour, se propone instalar el “hogar nacional judío” en su territorio. Lo que, para una mejor tramitación del expediente, se acompaña por un terrorismo no menos feroz de las organizaciones clandestinas del sionismo judío, las Irgún y Stern amparadas por la Hagannah. En 1947 se consuma el expolio de Palestina y da lugar a la primera guerra árabe-israelí. La primera versión, que se comienza a publicar en 1939 y se interrumpe el 10 de mayo de 1940 con la invasión de Bélgica por los alemanes, retrata fielmente la situación: los soldados británicos arrestan a Tintín, que luego es secuestrado por los terroristas judíos y finalmente por los resistentes árabes. La segunda versión, que Hergé reemprende en 1948, es aún más precisa –la precisión histórica y de ambientación fue una verdadera obsesión para el autor- y Haifa se llama Haifa, los buques de guerra son de la Navy y los terroristas judíos son identificados como miembros del Irgún. Pero en una segunda versión añade un detalle de suma importancia histórica para la comprensión del conflicto: Palestina no es más que el prólogo de otra guerra más oculta y más trascendente, que Hergé personifica en dos grandes compañías petrolíferas, la Arabex inglesa y la alemana Skoil. Por último, en la tercera y definitiva versión de Tintín en el país del oro negro –la más difundida, de 1971, cuando ya es un suceso camino de universal- elimina las referencias a la implicación de los británicos, al parecer a petición de sus editores en Gran Bretaña, que dicen que alusiones tan directas afectarán a las ventas. Así, ya no existe conflicto árabe-israelí, Tintín llega directamente al Khemed, campo petrolífero donde libran su batalla las citadas compañías y a la que ejército y políticos británicos son ajenos ni los terroristas israelíes tienen arte ni parte... En fin, la vida misma...

Frédéric Soumois, un notable tintinólogo y periodista del Le Soir, el mismo diario en el que trabajó Hergé durante su etapa colaboracionista, concluye de las andanzas de esta aventura de Tintín:

«Estas tres versiones simbolizan las tres grandes etapas de la creación hergeana: a un periodo de preguerra, en el que fuertes denuncias son apenas disimuladas, sucede un periodo de posguerra en el que relatos más conformistas pueden permitirse el lujo de comenzar en la realidad para luego situarse en una completa utopía carente de referencias. El tercer periodo responde a una acentuación, que llega hasta el perfeccionismo, de la preocupación por la autenticidad del detalle, del respeto al documento como verismo que, paradójicamente, lleva a Hergé a extender la creación de la utopía al conjunto del relato y no solamente a su desarrollo».

Un boy scout humanista.

Si Hergé fue un niño católico integrista, un adolescente fascista, un joven colaboracionista y un buen burgués de posguerra..., también fue un boy scout, organización en la que militó de niño y de joven y con la que mantuvo vínculos toda su vida. Lo que, si no me equivoco, supone que su honor se basa en ser digno de confianza, leal, útil y servicial, amigo de todos y hermano de los demás scouts sin distinción de raza, credo, nacionalidad o clase social, cortés, obediente y disciplinado, no hacer nada a medias, ser animoso ante peligros y dificultades, trabajador, austero, respetar el bien ajeno, ser limpio, sano y puro en pensamientos, palabras y acciones y ver en la naturaleza la obra de Dios y proteger a los animales y plantas. Los principios del scout, coronados por el lema “Siempre listo”, el mismo que inventó el fundador, Baden-Powell, para los alguaciles de Sudáfrica, el cuerpo policial-militar que había creado en 1901: “Be prepared”.

¿Cómo explicar, si no, que en plena Anschluss germano-austriaca escribiese y dibujase El cetro de Ottokar (1938)? Aquí, Hergé traslada el argumento de la anexión a dos países balcánicos, la Syldavia monárquica y Borduria, que pretende anexionarse aquélla, bajo la dictadura férrea de un paramilitar llamado Müsstler... ¿Müsstler? ¡Mussolini-Hitler! ¿No está claro? Pues los invasores nazis, que prohibieron la difusión de dos de sus álbumes, Tintín en América y La isla negra, que tachaban de “propaganda anglo-sajona”, no lo hicieron con El cetro de Ottokar, pues aunque nombres, insignias de los aviones y uniformes y tácticas no dejan lugar a dudas, o bien eran “gilipollas” -como le gustaba decir al dibujante italiano Bonvi (Franco Bonvicini, 1941-1995, autor de una tira cómica sobre la torpeza del ejército nazi llamada Sturmtrupper)- o, dados los antecedentes de Hergé, ni se les pasaba por la cabeza que el malvado Müsstler fuera un trasunto de los dos grandes líderes del fascismo y responsables de la inminente tragedia europea.

Como también hay que reseñar que en otro de sus álbumes de anteguerra, El loto azul (1936), Tintín denuncia la invasión japonesa de la Manchuria china y la actitud débil de las potencias occidentales, que también la ocupan y la siembran de opio. Hergé traducía la información que le proporcionaba un íntimo amigo chino, Tchang Tchoung-Jen, un estudiante de arte en Bruselas, lo que le permitió salpicar el álbum con carteles en ideogramas chinos que decían «¡Abajo el imperialismo!», «¡Abajo los productos japoneses!» o «¡Abolir los tratados desiguales!», lo que, de entenderlo, tampoco hubiera gustado mucho a sus correligionarios políticos.

Un hombre contradictorio al menos entre su espíritu scout y lo que le exigían amigos y circunstancia histórica, aun que también cumplió con ellos en La estrella misteriosa (1941). El Fondo Europeo de Investigaciones Científicas recluta una extraña expedición entre los fascismos europeos: un alemán, un francobelga, un español y un portugués y dos neutrales, un sueco y un suizo, y la envía a recuperar un aerolito caído en el océano, para lo que han de enfrentarse a la expedición de la América judía, financiada por un tal Blumenstein. Al ser redibujada tras la guerra, fue censurada la bandera norteamericana y sustituida por la del ficticio Sâo Rico y el malvado banquero Blumenstein, por el malvado banquero Bohlwinkel. Pero bien dice el refrán que Dios castiga y no da voces: luego se supo que el patronímico Bohlwinkel es también hebraico... ¿Una desgracia u otro guiño del autor, que, periodista al fin y al cabo, se documentaba de manera obsesiva? Los tintinólogos lo achacan a la mala pata; los fachosos, a que su corazoncito ario –en fin, siendo de Bélgica..., más o menos- nunca dejó de latir

El caso es que todas estas peripecias, entre luces y sombras, le acarrearon un par de noches de calabozo y un par de años de ostracismo. Y ésa fue toda su depuración, escasa para los que hubieran querido una mayor sanción por apoyar con su obra la ocupación alemana, pero Tintín ya era un símbolo belga, es decir, francés y como no había hecho mucho más que millones y millones de franceses y belgas con los invasores... Y Hergé, que nunca fue extremista, se condujo por el camino del humanismo cristiano, se psicoanalizó con un discípulo de Jung y se dejó fascinar por el progreso tecnológico, el arte de narrar y la exactitud de lo dibujado, en un estilo –la “línea clara”, sin volúmenes y colores planos- que creó una de las escuelas más fecundas y originales de la historieta europea.

Un humanismo que lo apartó incluso del anticomunismo más primario y, sobre todo, le inspiró acusaciones contra los regímenes autoritarios, el excesivo poder de las grandes corporaciones, la explotación y el maltrato de las minorías, los tráficos ilícitos, especialmente drogas, hombres y armas, a los que dedicó volúmenes e incluso alguna alusión directa y durísima... Es el caso de su personaje Basil Bazaroff, de la Vicking Arms Co. Ltd., remedo apenas disimulado, ni siquiera en el retrato gráfico, de un personaje real, Basil Zaharoff, un traficante de armas de origen húngaro, que a principios del siglo XX hizo una fortuna tan inmensa con su empresa Vickers Amstrong Ltd. que le permitió fundar nada más ni menos que el Casino de Montecarlo. Hergé denunció con Bazaroff-Zaharoff la venta de armas a ambos contendientes, los sobornos criminales, los asesinatos de los honrados, la utilización de la prensa y de los periodistas, el empobrecimiento de los países en la carrera armamentística sin sentido y los socorros mutuos entre traficantes, petroleros y financieros...

Cosas que hacen afirmar al periodista Michael Farr, experto en Tintín, que al menos el personaje y su autor eran ideológicamente de centro izquierda y estaban contra el fascismo.

Pero también hay explicaciones para la evidente misoginia. Es verdad que no era la mejor época para las mujeres, pero para Hergé nunca lo fue –apenas dos mujeres aparecen en sus historietas con papel relevante: la Castafiore y la mujer del general Alcázar, un golpista sudamericano sin escrúpulos, financiado por la International Banana Company –y enemigo del dictador de Tapioca, al que apoya la Borduria comunista-, traficante de armas y colérico, al que sólo le hace temblar...  su esposa, Peggy.

El citado Alex Tornasol explica por qué no hay mujeres en las historietas de Tintín con claridad sólo superable en altitud:

«Una mujer entorpece toda acción (que no olvidemos, es de lo que se trata en Tintín), una mujer representa la estabilidad (frente al movimiento y la aventura continua de Tintín y sus amigos), implanta cursilería, sensiblería barata, mojigatería, dogmatismo (frente al liberalismo vital de Tintín), y todo modelo de aventura se limitaría a una simple ensoñación pseudorromántica (frente a la imaginación activa de Tintín). Conclusión: si te apetece leer psicodrama de tercera regional, cómprate el último libro de Ana Rosa Quintana o abónate a una colección de literatura femenina; pero si te gusta la acción, la aventura y la imaginación, cómprate un Tintín».

O sea, misóginos irrecuperables (el personaje y sus caballeros) para la vida civilizada.

¿Tintín peridista?

Pero, decíamos que Tintín era periodista... Lo cierto es que tras su Tintín en el país de los soviets –curiosamente, otro dato contradictorio, el único volumen de anteguerra que no quiso redibujar ni reeditar después y del que, una vez fallecido, se haría una reedición del original, pero fuera de la serie de lo que Hergé consideraba “el verdero Tintín”-, el personaje no volvió a ejercer nunca de periodista, aunque se le supone pagado por periódicos que nunca se nombran ni aparecen y toda la relación de Tintín con la prensa se limita a su condición de sujeto mediático, o, en una ocasión, como objeto del deseo de dos grandes diarios que tratan de comprarle su exclusiva...

En cambio, su autor sí lo era y todas sus historias son un prodigio de documentación histórica y gráfica. Quizá por eso no quiso reeditar nunca Tintín en el país de los soviets, pues el abate Wallez le impuso la pauta del libelo Moscú sin velos de Joseph Douillet, un antiguo cónsul de Bélgica en la Rusia zarista que mantenía que los soviéticos fabricaban decorados que simulaban fábricas, que habían impuesto un régimen dictatorial de terror, torturas y abandono de niños, en una Moscú que se derrumbaba en la miseria y en el que los dirigentes del Partidos Comunista amasaban inmensos tesoros arrancados al pueblo...

Hergé dibuja en Tintín quizá su ideal juvenil de periodista, un profesional dotado de astucia, amplios conocimientos, manejo de idiomas, capaz de investigar y analizar con tenacidad hasta descubrir la verdad, que, dada su lealtad y su profundo sentido de la ética, no está en venta sino que es el arma para oponerse a los malvados y a los corruptos... «En el fondo, mi único rival internacional es Tintín. Somos los pequeños que no se dejan avasallar por los grandes», dijo el presidente Charles de Gaulle. Será o no verdad, pero ahí ha quedado la frase para la eternidad, a mayor gloria de Tintín / Hergé.

Como la de Andy Warhol: «Hergé ha influido en mi obra tanto como Disney. Para mí, Hergé fue más que un dibujante de cómics. Tenía una dimensión política y satírica».

Por mi parte, he de confesar que aunque nunca me gustaron los dibujos de Tintín -la línea clara siempre me ha parecido, en los tebeos, un artificio artístico, una caricatura-, cuando cogía uno de sus álbumes no sólo no lo soltaba hasta llegar al final sino que al pasar cada página la acompañaba con un lamento porque no quedaran otras mil por pasar... Ésa es, como sabemos lectores y escritores, la principal virtud de un libro, de una película, de una historieta: nada menos que el arte de narrar.

Actualmente, Ediciones Casterman y sus franquiciados venden cada dos segundos y medio uno de los más de doscientos álbumes de Tintín en alguno de los cincuenta y tres lenguajes a los que ha sido traducido.

Paradojas de la vida: El traductor de Tintín al catalán, un periodista republicano represaliado por Franco

La vida es paradójica, sarcástica e injusta con los sujetos de su juego, las personas. Mientras que un fascista, Hergé, era recuperado y acogido por la democracia, numerosos antifascistas perdieron la vida, se hundieron en la miseria o fueron represaliados en regímenes fascistas que, como España o Portugal, ganaron la guerra mundial contra el fascismo.

Ese fue el caso del traductor de Tintín al catalán, de Joaquim Ventalló (1899- 1996), escritor y notable periodista republicano, que, además de ser el primer periodista que retransmitió un partido de fútbol en català (un Barça-Donosti a través de Ràdio Associació de Catalunya), fue concejal del Ayuntamiento de Barcelona por Esquerra Republicana (1931), dirigió los diarios L'Opinió (1931-34) y La Rambla (1934-36), tuvo que huir a Francia en 1936, amenazado de muerte por la FAI, y en 1939 al final de la guerra y aunque pudo volver a Barcelona en 1943, hasta 1967 no logró retomar sus colaboraciones, teniendo que mantenerse mientras tanto con trabajos como las traducciones del Tintín de Hergé al catalán.

Así son las cosas...


[ © 2003, Ignacio Fontes. Texto casi idéntico al publicado en el número 141 de la revista Leer, su autor lo ha cedido -con permiso de sus editores- para Tebeosfera 030716  ]