TEBEOSFERA \ TEBEOTECA \ COLABORACIÓN ESPECIAL

TINTÍN, ÉSE SOI DISANT PERIODISTA.

Texto de Ignacio Fontes.

[ Cubierta del núm. 141 de la revista Leer, correspondiente a abril de 2003, en el cual apareció publicado primeramente este artículo. ]


Ignacio Fontes (Lo Pagán, Murcia, 1947), es escritor y periodista. Fue uno de los integrantes de los gloriosos tiempos de Bang!, esforzado comentarista de historieta en prensa y antologista del cómic underground. Faneditor de Abraxas, escribió sobre cómics en Imagen y sonido, Estudios de Información, El arte del comic, Humor y contestación y en otras publicaciones y revistas. Como periodista ha desempeñado cargos de responsabilidad en Cambio 16, Interviú, Diario 16 y otras cabeceras; y en su dimensión de novelista caben destacar sus obras: Cuentos al amor de la lumbre (1981), Rojo, rosa, negro (1983), Poemas de ausencia (1986), Jardín Meridional (1986)... Su último libro es Atlas de la democracia en España: Sus Señorías los diputados (en colaboración con Manuel Ángel Menéndez, Foca Ediciones).


El arquetipo del periodista en la cultura popular es ambivalente: por una parte, representa una especie de antihéroe, por bohemio y descreído, que busca la verdad por curiosidad y por un sueldo escaso con el que pagar su alcohol y su soledad; por otra, en cambio, es un aventurero quijotesco que, ausentes los problemas cotidianos, dedica su vida a hacer el bien rodeado de mujeres enamoradas y/o de fieles amigos que lo admiran. Y como entre ambas caras cabe de todo, no es extraño que el periodismo haya servido como profesión para numerosos héroes de historieta. Desde los tebeos de la posguerra civil española –el Periodista Pérez, de Pena, en el Chicos de los años 40- al italo argentino Lucas Amato, coprotagonista y novio de Cyber, la heroína de Cybersix, cómic de los argentinos Carlos Meglia y Carlos Trillo (1992), hay una pequeña legión de periodistas variopintos en la historia del cómic y de los tebeos de todos los países. Y si a ello se une que los primeros pasos profesionales de Georges Rémi (Hergé) fueran en una Redacción, no es extraño que disfrazara a su personaje Tintín de, efectivamente, periodista.

Los profesionales de la información abundan entre los superhéroes del cómic norteamericano: Supermán, que apareció en los cuarenta, es periodista en la vida civil y trabaja, como Clark Kent, en The Daily Planet de Metrópolis; Spiderman, de los años 60, es el fotógrafo en The Daily Bugle neoyorkino Peter Parker; The Question, la creación de Steve Ditko en vísperas de los 70, no es sino Vic Sage, reportero de investigación del canal KBEL-TV de Hub City; en los 80 aparece un aliado de Batman, The Creeper, que, de persona, es el periodista Jack Ryder, conductor del programa de televisión Gotham Insider, de una de las cadenas de Ciudad Gótica... Y, en fin, uno de los guionistas más reconocidos, Warren Ellis, es el autor de la reciente Transmetropolitan, una fábula sobre el futuro inminente y deprimente que protagoniza por un periodista desequilibrado, Spider Jerusalem, un crítico feroz del sistema de la cruz a la raya, desde la religión a los propios medios de información.

Y en otras culturas, lo mismo: el italiano Hugo Pratt, autor de culto, es el creador de Asso di pícche (1945) con guión de Alberto Ongaro –quien con Dino Battaglia y Mario Faustinelli conformaban el Grupo de Venecia-, un superhéroe a la americana disfrazado bajo la personalidad de Gary Peters, periodista. Y una de sus grandes creaciones fue dibujar las aventuras de un personaje creado por uno de los grandes escritores de cómics, el argentino de origen alemán Héctor Oesterheld, quien se inspiró para su personaje en un periodista real, el corresponsal norteamericano de guerra Ernie Pile, ganador del Pulitzer y que murió en una acción bélica poco antes de que terminara la guerra. Pile escribió: «Aquel día había visto matar fríamente a un hombre, a un soldado. Eso me indujo a escribir para desahogarme de tanta muerte... Sé que ni Life ni Time ni ninguna otra publicación que se respete compraría este relato. Quizá sea un relato amargo, pero creo que así es el verdadero heroísmo. El relato que mira a la realidad de frente sin falsos pudores... Con sus porquerías, sin buenos ni malos...». De modo que Ernie Pike, el corresponsal de guerra de papel, recogía esa realidad: con la guerra pierden todos e incluso los que ganan, lloran, sufren y mueren... Como el propio Oesterheld, secuestrado por los sicarios de la dictadura militar argentina de los años 1970 y asesinado junto a la mayor parte de su familia. En el tenebroso Buenos Aires de los setenta y en el superviviente de los ochenta vive El Loco Chávez, un periodista “muy piola” creado por el citado Carlos Trillo y dibujado por Horacio Altuna.

La “canallesca” española.

Muy distintos a los periodistas de los tebeos españoles. Aquí, El Reporter Tribulete, que en todas partes se mete, la creación de Guillem Cifré para el Pulgarcito de Editorial Bruguera de los primeros cincuenta es un retrato bastante aproximado de la consideración social del periodista en la posguerra: trabaja en El Chafardero Indomable, sufre la tiranía laboral de su jefe, un individuo aficionado al maltrato a quien el mobbing le parecería sinónimo de hacer el amor, y de sueldo tan escaso ha de mudarse de su humilde piso de alquiler en la calle del Pez a una miserable pensión piojosa... Pero a la competencia no le va mejor: los periódicos que aparecen en las historietas de posguerra se llaman como se merecían: La Bola, La Trola..., lo que eran. Luego hay quejas de los pocos periódicos que se leen en España...

Es decir, que lo que en otras culturas era arquetipo de aventurero, noble y generoso, en la España de la misma época era gente apenas común, superviviente en el franquismo... En fin, lo que eran: para el director general de prensa Tomás Cerro Corrochano: «Un periodista digno de este nombre no puede tener otros señores que la verdad, la patria y el servicio a ella», como para otros fascistas de la misma calaña: Gabriel Arias Salgado: «Toda la libertad para la verdad, ninguna para el error», o García Venero: «Un periodismo técnico y políticamente al servicio absoluto de la patria (...) El periodismo no será un negocio económico ni un arma política contra el Estado(...). El periódico y el periodista servirán al Estado». Ya lo había dicho el partido único de la dictadura, Falange Española: «Para una tarea de siglos como lo es el nacionalsindicalismo necesitamos armas inéditas que jamás se hayan empleado. A un Estado fuerte corresponde una prensa fuerte. No puede existir fortaleza en la prensa si ésta obedece a otros móviles, políticos o particulares, diferentes a los que inspira el mismo Estado», siguiendo el dictado de Franco: «El periodismo es una actividad al servicio del Estado; el periodista, un trabajador de la Administración y la Prensa, un instrumento de acción política». O sea, eso, El Repórter Tribulete, La Bola, La Trola...

Aunque aquí también tuvimos un héroe periodista de historieta, eso sí, repeinado, replanchado y con corbata, en cuyo rostro Terenci Moix creyó adivinar los rasgos del Ausente por antonomasia –el que no está ni se lo espera-, José Antonio Primo. Se llamó Roberto Alcázar –ojo al apellido y a Toledo- y se debió a las plumas del dibujante –si así puede llamarse a todo el que dibuje- Eduardo Vañó y del guionista Juan Bautista Puerto, fundador de Editorial Valenciana en el año 1940, que publicó sus aventuras en cuadernos apaisados con el título Roberto Alcázar y Pedrín. El protagonista es presentado en el primer cuaderno de la serie como “un periodista e intrépido aventurero” que, en viaje trasatlántico a Argentina para hacerse cargo de una cuantiosa fortuna, se topa con un polizón, Pedrín, muchacho al que se aficiona -según Terenci Moix, que de eso entiende- y al que hace su ayudante. El tal Alcázar debía ser un periodista de ocasión, porque a pesar de la riqueza, en vez de escribir terceritas de ABC, se enrola de agente de la Interpol y, misógino y violento, se dedica a difundir el nombre de “¡Eh-pa-ña!” por la rosa de los vientos, al tiempo que su protegido prefiere el más racial «¡Ostras, Pedrín!», versión edulcorada del radical «¡Hostias, Pedrín! ».

Las “malas compañías” ideológicas.

En parecido potaje ideológico nació, diez años antes, el periodista Tintín. Un joven Georges Remí, que desde joven firmaba sus dibujos con el sonido de sus iniciales cambiadas, Hergé (Er-yé), que venía de pasar infancia y adolescencia en un colegio y en el escutismo católicos, entró a los veinte años a trabajar en el departamento de suscripciones del diario también católico y de extrema derecha Le Siécle XX, de Bruselas. Su afición al dibujo y su talento lo condujo a ser aprendiz de fotógrafo e ilustrador en el periódico y en 1928, el director del periódico, el abate Norbert Wallez –un cura trabucaire, y tan furibundo admirador de Mussolini como antisemita y anticomunista-, le encargó crear un suplemento infantil, Le Petit Vingtiéme, donde el 10 de Enero de 1929 apareció por primera vez Tintín. Hergé tomó como modelo a Totor, el personaje que dibujaba para la revista scout, lo repeinó con un tupé de la época, le dio como compañero a un fox terrier llamado Milú, como su primera novia, y, siguiendo las instrucciones del extremista cura Wallez, lo hizo periodista y lo mandó como enviado especial de Le Petit Vingtiéme a la Rusia soviética. La historieta se titulaba Tintín en el País de los Soviets y que se sepa es la única ocasión en que Tintín hizo de periodista. O, dicen otros, de libelista, pues para trazar su apocalíptica visión de la Unión Soviética Hergé se sirvió de un panfleto llamado Moscou sans voiles.

Por aquellos años, la Rusia soviética era, naturalmente, el imperio terrestre de Satán para una Iglesia católica asustada porque la URSS se convertía en el faro de los proletarios de todo el mundo y en la bienaventuranza de obreros y pobres en el reino de este mundo, y la antigua esperanza y consuelo de los marginados para mejorar su estatus en el más allá, la Iglesia se quedaba reducida al brutal epítome de opio del pueblo.

Aunque Hergé no necesitaba argumentos que su estricta educación y observancia cristianas ya le había imbuido. Y, por si faltara algo, de compañero de mesa en el periódico tenía a un impulsivo periodista llamado León Degrelle, que luego aspiraría a convertirse en el führer belga con su partido nazi Rex y llegaría a ser colaborador de Hitler, quien le otorgó uno de sus ridículos grados paramilitares, el de sturmbannführer, de las tétricas SS. Un sujeto despreciable que, tras la derrota del nazismo, vivió el resto de su vida escondido bajo las faldas dictatoriales de Franco en España, pero que no sólo no renunció a su vieja amistad con Hergé sino que en 1992 publicó un libro, rápidamente prohibido, secuestrado e incluso quemado –siguiendo la tradición nazi, quizá universal...- que se titulaba Tintin, mon copain! Y en el que no sólo reivindicaba que Hergé se inspiró en él para su personaje sino la ideología fascista de Hergé y de su héroe; para probarla publicó cartas, fotos, testimonios y, ¡horror!, dibujos inéditos de Tintín con el uniforme del ejército belga colaboracionista con los invasores alemanes. Los tintinólogos y administradores de su fundación y obra, que no pueden negar las raíces ultras de su ídolo, achacan aquella etapa a “errores de juventud” y rechazan la mayor parte de las afirmaciones del nazi Degrelle con la juiciosa observación de que los muertos no pueden declarar pero en su boca se le puede poner cualquier clase de declaraciones. En todo caso, Hergé dijo en vida que se inspiró en las características físicas de su hermano menor, Paul, para su personaje.

Sin embargo, lo cierto es que, el país bajo dominación alemana, y cerrados Le Siécle XX y su suplemento Le Petit Vingtiéme por las restricciones de guerra, Hergé pasó a trabajar en el diario colaboracionista de los nazis Le Soir. Tan cierto como que las aventuras que escribió y dibujó de Tintín antes de la guerra, después de la contienda las sometió a una profunda censura para reeditarlas, podarlas e incluso talarlas de secuencias y expresiones con las que, en los dulces años de la juventud, había proclamado su ideología fascista, racista y autoritaria.

De hecho, siguiendo la lógica del vencedor, Hergé sufrió la depuración que siguió a la liberación de los países invadidos por los alemanes. En pequeña medida, pero si un pájaro nazi como Alfred Krupp, el magnate de la industria pesada alemana que armó a Hitler no sólo con interés sino con amor y convicción, era excarcelado antes de que cumpliera su pequeña condena y devueltos todos sus bienes incautados, como a tantos, ¿a qué se podía castigar a un dibujante de historietas cuyo fascismo era producto de su educación católica integrista y de las “malas compañías”? Su mayor error fue ilustrar un panfleto de Degrelle, su Histoire de la guerre scolaire, pero nunca se había implicado ni en la estructura ni en la violencia de los invasores y de sus correligionarios belgas.

¿Héroe, canalla, ciudadano del montón?

Ésos son los hechos, las interpretaciones son libres y tan idiotas como la capacidad de los intérpretes. Así, mientras que el actual movimiento neonazi europeo reclama al primer Tintín casi como un nuevo Mein Kampf y la Iglesia más conservadora lo reclama como «un dibujante de Acción Católica de fama internacional» (en la Revista Arbil, tengamos en cuenta que el partido nazi belga, Rex, se llamó Christus Rex), los del extremo de enfrente siguen viendo en el Tintín evolucionado las raíces extremistas del primero: en Milú, a un perro racista que desprecia mezclarse con “perros piel roja” (En Tintín en América); en la dipsomanía del capitán Haddock, un homenaje al abstemio Hitler; en los dos detectives idiotas Dupont y Dumond (Hernández y Fernández), una crítica de la debilidad de los cuerpos de seguridad de las democracias; en el profesor Tornasol, tópico de sabio loco, cuyas locuras ambicionan potencias extranjeras casualmente comunistas y, por último, pero no la menor acusación, en la ausencia de relaciones heterosexuales la homosexualidad de Tintín, o por lo menos su misoginia, dada la ausencia de mujeres en sus historietas -peor, la cruel caricatura de la mujer en la figura de la cantante de ópera Bianca Castafiore-, sin entrar en que algunos, quizá definitivamente obnubilado por los efluvios dopamínicos de su pensamiento, lo tachan de zoófilo por su relación con el de todas formas manejable, e imagino que adorable, Milú...

Los tintinólogos, especie de Legionarios de Cristo si Hergé fuera el Mesías, devuelven argumentos como quien da reveses a una pelota de tenis. Y concluyen lo que concluiría cualquiera: Como gran parte de los dibujantes de historietas, Hergé es un artista venido a menos, y si los artistas adolecen del vicio de la cultura, los dibujantes de historietas suelen ser autodidactas, de manera que recogen en sus historias los tópicos corrientes en la sociedad, los que refleja la cultura popular. En la que, por ejemplo, la idiotez policial es moneda corriente –desde Charlot al chiste: la policía no es tonta: ve colillas con marcas de lápiz de labios y dice: ha fumado una mujer-; el alcohol es un grave problema social y un drama en muchas familias y círculos restringidos; la liberación de la mujer empezó en los años setenta (¡En Suiza no pudieron votar hasta 1953!) y anteayer, como quien dice, fue la marcha por los derechos civiles de los negros de Martin Luther King... Hemos avanzado mucho desde 1968, pero no se puede pedir que lo asuman de la misma manera el nacido en 1907, Hergé, que al nacido en 1947 ni mucho menos a quien vivía antes de la II Gran Guerra que a finales del siglo XX.

Un tal Alex Tornasol, un tintinólogo que escribe en una de las numerosas páginas de la Red dedicadas a Hergé-Tintín (la chilena http://www.ergocomics.cl), define el raro atractivo del personaje con lúcida sencillez:

«¿Y juzga? ¡Jamás! Tintín es un liberal. No entra nunca en los defectos ajenos. Con similar paciencia tolera el carácter dipsómano de Haddock, que la ineptitud de Hernández y Fernández, como los desvaríos vocales de la Castafiore. Sólo cuando se pone en peligro la situación del grupo es cuando denuncia la actitud improcedente de alguien. Pero es un pronto, un instante, un ajuste de la acción. Entonces, si Tintín es tan sencillo, si su personaje aporta tan poco, ¿cuál es su papel, cómo ha llegado a protagonista? Pues precisamente gracias a su modo de ser».

Es verdad que no se refiere al primer Tintín, el que militó contra los revolucionarios soviéticos y el que enseñó a los negritos del Congo que su patria era Bélgica y el putero compulsivo Leopoldo II, su monarca “por la gracia de Dios”, pero sí es el que, convenientemente pasado por el tinte de los modales democráticos vencedores de la II Guerra Mundial, se ha fijado en la retina de la memoria histórica universal.

Dos versiones de la misma viñeta, procedentes de la historieta Tintín en el Congo, con las modificaciones en el dibujo y en el mensaje que se deseaba transmitir al público lector que se explican en el texto.

 

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[ © 2003, Ignacio Fontes. Este texto es casi idéntico al publicado en el número 141 de la revista Leer, y su autor ha cedido -con permiso de sus editores- para Tebeosfera 030716  ]