La explosión Pacific
A la etapa de trabajo relativamente anónimo sigue
un despliegue de autoría. Jones vive en una pequeña isla de la
costa Oeste, escribiendo a tumba abierta dos revistas de
historietas cortas, Twisted Tales y Alien Worlds. La
fertilidad inventiva de Bruce Jones se desata: un caudal de
relatos sorprendentes, de rica variedad, dibujados por excelentes
autores y, por si fuera poco, escritos con un dominio técnico
objetivamente superior al que el guionista había alcanzado en los
tiempos de Warren. La profusión de cartelas de otros tiempos
remite de acuerdo con las necesidades de cada historia: las hay
desprovistas por completo de ellas, mientras otras, como “Friends”,
relato sobre la amistad de un anciano y una araña, están contadas
exclusivamente por medio de prolijos textos.
La superior maestría técnica optimiza y da relieve
a las virtudes “naturales” de Jones. Sus historias son a menudo
estudios detallistas de personajes que conducen por su propia
lógica interna a una conclusión inexorable (con un ejemplo tan
sobresaliente como “Friends”) antes que cajitas de resorte
esclavas de la exigencia de un final sorpresa.
Para terminar de convertir al guionista en
equivalente tebeístico de sus influencias juveniles (Rod Serling,
Hitchcok, Bradbury), los Twisted tales fueron recopilados y
reorganizados por Glénat
como
Bruce Jones presents en elegantes tomos para el público
francés e italiano. Afortunados ellos.
Otros productos de aquellos tiempos que han llegado
a España de forma un tanto irregular son la space opera
titulada Silverheels, publicada en su día por Norma en la
colección Made in USA, aquel entretenido Rip, tiempo atrás
con Richard Corben, y un trauma infantil para muchos, esa Feria
de monstruos
que dibujó un Berni Wrightson totalmente entregado
(cosa que, por desgracia, no siempre ocurre) a aquel material
escrito a su medida.
También de este periodo sale uno de sus trabajos
más ambiciosos, Somerset Holmes, una novela negra dibujada
por Brent Anderson que se atreve a adoptar una buena cantidad de
riesgos formales. Cada número es planificado minuciosamente, con
auxilio de fotografías de referencia para las que posan el mismo
Jones o la editora de la serie y su pareja por aquel entonces,
April Campbell. Los excesos verbales del Jones de Warren se podan
aquí al máximo: la narración es eminentemente visual,
cinematográfica. Hasta tal punto que consiguen que Hollywood se
fije en ellos y la carrera de Jones da un giro.
A peor.
La etapa Barton Fink
El siguiente salto responde a una vieja ambición de
Bruce Jones, que siempre quiso ser director de cine. Hollywood le
ofrecerá, como suele ocurrir, mucho dinero y escasas recompensas
creativas. El guionista, igual que tantos otros, invierte años con
April Campbell escribiendo borradores y más borradores que nunca
ven la luz del día, bloqueados en cualquiera de las infinitas
etapas del proceso de preproducción. Entre lo poco que llega a la
pantalla están el telefilm para la NBC My Boyfriend’s Back,
algún capítulo de Daniel el travieso y la serie El
autoestopista, que en su día emitió TVE. Esta última es de
alguna forma un regreso al espíritu Creepy / Twisted
tales: historias autoconclusivas, a menudo con final sorpresa,
presentadas por un autoestopista melenudo y aceptablemente
inexpresivo.
Como respuesta al desengaño cinematográfico, Jones
se dedica a escribir novelas de suspense (Tarotown, In
deep), donde los modelos de referencia vuelven a estar
bastante claros: William Goldman (autor de Marathon Man, La
princesa prometida o Magic) y Thomas Harris, el creador
de Hannibal Lecter.
En thrillers como Sprinter (1998) Jones
combina la trama conspiratoria de espionaje con la concepción
sobrehumana del antihéroe de Thomas Harris para producir un relato
de lectura compulsiva. El que fue prodigio deslumbrante en sus
primeros trabajos profesionales de escritura es ya un autor maduro
que lleva a sus lectores de la primera página a la última sin
perder su atención en párrafos gratuitos.
El resultado comercial de la aventura es bueno pero
no espectacular. Después de cinco libros, cuando le ofrecen la
oportunidad de volver a Marvel, Jones acepta.
El regreso del monstruo
Uno de los primeros títulos para los que escribe,
Spider-Man’s Tangled Web, resulta sintomático de su enfoque
actual del género fantástico, probablemente por pura casualidad.
La serie cuenta las historias de aquellas personas por cuyas vidas
pasa Spiderman fugazmente. El superhéroe, por tanto, casi ni
aparece.
Cuando se hace cargo de The Incredible Hulk,
Jones escoge un punto de partida que le permite llevar la historia
hacia donde él quiere. Cargando contra el muro de un edificio,
Hulk sepulta involuntariamente a un niño en los escombros. La
narración comienza con un Bruce Banner fugitivo, que tiene ahora
mejores motivos que nunca para mantener oculto a su vistoso alter
ego y un peso intolerable sobre la conciencia. Por desgracia,
también se le presentan mejores motivos que nunca para perder la
paciencia. El Hulk de Stan Lee salía a la superficie cuando algún
fumador desconsiderado lanzaba una bocanada de humo a las narices
de Bruce Banner. Con Jones al volante, Banner se ve obligado a
recurrir a técnicas orientales de relajación si quiere reprimir la
ira justificada que despiertan en él los que se aprovechan de la
miseria y la pobreza en el submundo marginal por el que ahora
tiene que moverse si quiere sobrevivir.
Hulk aparece, como mucho, un par de páginas en cada
episodio, y a menudo ni lo llegamos a ver entero. Jones dosifica
los recursos con sabiduría: acostumbrados como estamos a
coloristas encuentros de titanes, a la demolición festiva del
mobiliario urbano resuelta con unos pocos chichones, ahora Hulk es
una sombra sugerida,
como
el monstruo de una buena película de terror.
Lecciones de narración gráfica: “Silent Run”, el
segundo número escrito por Jones (The Incredible Hulk #
35), donde prescinde por completo de cartelas y bocadillos para
contar su tenso relato exclusivamente a través de imágenes.
Bueno es señalar que Bruce Jones no sigue aquel
“método Marvel” que Stan Lee se sacó de la manga para poder
escribir simultáneamente varios manojos de títulos mensuales.
Jones no escribe argumentos que después sus dibujantes desglosan
en páginas y viñetas para que más tarde el guionista regrese y
escriba el contenido de los bocadillos. Jones, dibujante antes que
escritor y con esa vocación de realizador cinematográfico que ya
conocemos, proporciona guiones detallados, con la planificación
resuelta. Aunque después los dibujantes pueden modificar lo
propuesto por el guionista de acuerdo con su criterio personal
(cosa que el guionista aplaude cuando se trata de dibujantes como
John Romita Jr.), éste marca el ritmo de la narración, el tempo
visual de cada segmento.
Que Bruce Jones es un profesional sin ínfulas no
puede estar más claro: ahí lo tenemos, en un punto álgido de su
carrera y escribiendo con su mejor oficio las adaptaciones de
películas tan endebles como Daredevil y Hulk,
especialmente cuando esta última hubiese ganado horrores con un
guionista como él. Tal vez haber conocido las mieles de la gloria
precoz le ayuda a poner en perspectiva la fugacidad de estas
cosas: su nutrido currículum está repleto de encargos, resueltos
con mayor o menor acierto pero siempre con una solvencia
innegable.
No obstante, si necesitamos justificar nuestro
interés por su trabajo distinguiéndolo como autor, no cuesta nada
caracterizarlo en dos elementos clave: estilo y preocupaciones
temáticas.
En cuanto a estilo, el Bruce Jones maduro sobresale
por la depuración de recursos y el uso ponderado de la elipsis.
Viene entrenándose de antiguo: muy frecuentemente los relatos
cortos con final sorpresa se basan en la reconstrucción de una
situación de la cual no contamos con todos los elementos.
Un ejemplo muy conseguido lo tenemos en
“Gentlemen’s agreement”, historia en tres entregas escrita por
Jones para Spider-Man’s Tangled Web (números 7 a 9). En
ella, un taxista que conoce la identidad secreta de Spiderman se
ve empujado a venderle el secreto a un grupo de gángsteres de poca
monta para conseguir dinero rápido. ¿Y por qué necesita el dinero?
Principalmente, porque el médico le ha dicho que la enfermedad es
terminal, que le quedan dos telediarios y que sólo hay esperanzas
con una carísima operación.
Jones va administrando los datos en una escena tras
otra, sin recurrir ni una sola vez a las cartelas, y permite que,
en el equivalente psicológico a la persistencia retiniana,
llenemos los huecos entre cada una. La clave de la historia está
en las escenas que omite. De la misma forma, el brevísimo resumen
del relato que hemos hecho más arriba no miente, pero oculta datos
fundamentales, que en el caso del comic de Bruce Jones se van
haciendo manifiestos paulatinamente, hasta llegar a un final
inevitable pero no por ello menos sorprendente. Quizá no sea su
trabajo más original, ni el más sentido, ni el más memorable, pero
técnicamente roza la perfección. El Bruce Jones de la mítica
“Jennifer” no habría sabido por dónde empezar.
El dominio maestro de lo que no se cuenta es
también el dominio de lo que se cuenta, todo para mayor beneficio
de la historia que se tiene entre manos. Volvamos a The
Incredible Hulk. Evidentemente, economizar la violencia del
monstruo lleva a sacar el máximo partido a sus muy esporádicas
apariciones. Pero ese no es el único provecho que se puede sacar
de la elipsis. Sin ir más lejos, Jones empieza su historia cuando
el suceso que la desencadena (el estallido de violencia en el que
muere un niño) ya se ha producido. Nos mete de cabeza en el giro
que quiere dar a la serie desde el mismo momento en que la ponen
en sus manos. Sin largas explicaciones ni farragosos diálogos
expositivos, la historia se va desplegando ante nuestros ojos.
Todo lo que cuenta empuja el relato hacia delante, todo lo que
calla enciende nuestro interés. ¿Quiénes son esos personajes en
sombras que siguen los movimientos de Banner? ¿Por qué caminan los
muertos con una bala en la frente?
Y eso nos lleva a las preocupaciones temáticas.
Quizá las novelas de suspense de Jones fuesen intentos de producir
best-sellers viables, aproximaciones al campo de los Tom Clancy y
similares. Tal vez. Pero ocurre lo mismo con David Morrell, el
autor de Primera sangre (es decir, la novela en que se basó
Acorralado; hablamos del padre de Rambo). Es imposible no
reconocer a quien escribió un cuento tan terrorífico como Azul
para la angustia, naranja para la locura en las páginas más
retorcidas de los best-sellers “convencionales” que llevan su
firma: Testamento, La hermandad de la rosa o incuso
las novelizaciones de Rambo y Rambo III que acometió
con innegable modestia.
Bruce Jones puede escribir una novela de espionaje,
de acuerdo, pero no se va a privar de explotar al máximo el alto
potencial paranoide del género ni de regalarnos más de un
sobresalto en el experimento. Pasa tres cuartos de lo mismo con
The Incredible Hulk. ¿Alguien esperaba ver a La Masa en el
centro de no se sabe bien qué temible conspiración, perseguida por
serenos muertos vivientes?
Paranoia, miedo, una realidad voluble pero
esencialmente cafre que siempre nos reserva sorpresas
desagradables en los parajes de apariencia inofensiva, bajo la
fresca mantita que envuelve a un precioso bebé. Una oscura
cosmovisión expresada con el lenguaje que debería ser más libre,
el del fantástico, y que por desgracia suele estar tan preso de
estereotipos.
Imaginaciones rebeldes como la de Bruce Jones
fuerzan desde dentro las rigideces del canon, las empujan hasta el
límite y recompensan nuestra atención con buenas historias y un
vocabulario mil veces más rico con el que comentar las bromas
macabras de la existencia. |