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Casi desde que nació, Thomas ha sido uno de los más apasionados
aficionados a la historieta yanqui. En su infancia leyó comic
books de la llamada Golden Age (Edad de Oro) de los cómics de
superhéroes, en su adolescencia los coleccionó y los creó
también, impulsado por la necesidad de contar sus propias
historias. Pasaba horas y horas escribiendo y dibujando cómics
que mostraba incansablemente a sus pacientes amigos y parientes.
Comenzó a escribir sobre los cómics que le gustaban
(preferentemente los protagonizados por Captain America, The
Human Torch y The Sub-Mariner) en fanzines locales y, al cumplir
la veintena, fundó junto con el profesor universitario Jerry
Bails uno de los fanzines americanos más recordados, Alter
Ego, donde incluso publicó algunos dibujos de superhéroes y
chistes gráficos de su mano. Allí destinó su primer esbozo de
guión de fantasía heroica: “Warrior of Llarn”. Graduado en la
Universidad con méritos, magna cum laude, su primera
profesión remunerada fue ser profesor de lengua inglesa en un
instituto de Missouri desde 1961, pero llegó un momento en que
su verdadera vocación se impuso y, tras pasar la primera mitad
de los años sesenta escribiendo cientos de cartas y bombardeando
con sugerencias, críticas e ideas a las editoriales de cómics,
finalmente llamó a la puerta de DC Comics y fue admitido entre
sus filas de colaboradores. Una admisión breve, sin embargo:
trece días de octubre de 1965, pues la oferta de Marvel Cómics
fue más jugosa e inmediatamente trasladó sus bártulos a la
empresa de Stan Lee.
Poco tiempo le hizo falta para demostrar su valía en Marvel.
Durante cuatro años desarrolló una actividad versátil e intensa,
asesorando, coordinando y escribiendo etapas de series de cómics
que Stan Lee dejaba en sus manos por falta de tiempo o de
interés y que él, el emprendedor muchacho de Missouri, logró
convertir en clásicos: Incredible Hulk (la etapa con Herb
Trimpe), The Amazing Spider-Man (la saga de Morbius y del
Spiderman con ocho extremidades), Daredevil (con
historietas dibujadas por Gene Colan y Barry Smith), The
Uncanny X-Men (la etapa previa a la cancelación de esta
serie, dibujada por el colosal Neal Adams), Dr. Strange
(el de Colan y Tom Palmer), The Avengers (creando a La
Visión y escribiendo la archifamosa saga “La Guerra Kree-Skrull”,
dibujada por Adams), Amazing Adventures (también con
Adams, dibujando unos episodios inolvidables protagonizados por
The Inhumans), Namor. The Sub-Mariner, Iron-Man...,
series que en muchos casos también editó.
Pero su labor más ardorosa como editor, a la vez que como
guionista, fue la que hizo con los tebeos que recogían el
testigo épico de la obra literaria de Robert E. Howard. Thomas,
tras algún titubeo inicial, consiguió con Conan the Barbarian
un éxito fulminante en la primera mitad de la década de los
años setenta y, tras ese primer paso, surgirían nuevas series
protagonizadas por bárbaros que gozaron de una gran acogida
durante dos décadas: Giant Size Conan, Kull the Conqueror /
Kull the Destroyer, Red Sonja, King Conan / Conan the King,
Savage Tales, Kull and the Barbarians y The Savage Sword
of Conan (siendo esta última la revista en blanco y negro
más duradera en el mercado estadounidense hasta la fecha).
Pero no fue Conan alimento suficiente para el insaciable
espíritu creador de “Rascally” Roy (como le apodaban
cariñosamente en Marvel). A finales de los años setenta siguió
ocupado con series como The Mighty Thor o Captain
America, para las cuales escribió sagas memorables o las
editó con gran inteligencia, todo ello sin menoscabo de haber
sido el guionista de una de las series de cómics de más éxito en
su momento: La adaptación de la película La Guerra de las
Galaxias, Star Wars, que fue dibujada por Howard Chaykin.
En los comics que escribía Thomas, ensayó con ideas que había
ido desarrollando desde su infancia y durante su adolescencia,
tiempos en los cuales escribió cientos de historietas que él
mismo dibujaba. A su llegada a Marvel, mezcló con pericia la
fascinación por aquel nuevo universo, todo colorismo y fantasía,
con una poderosa memoria y una capacidad sin límite para
relacionar entre sí referentes culturales. Por ello, no tardó en
acentuar sus colaboraciones para Marvel con algunas gotas de la
cultura mainstream: algo de Mark Twain, un poco de
Fenimore Cooper, una pizca del espíritu de Homero o Virgilio, y
en este plan. Cuando escaseaban las ideas, Thomas sólo tenía que
localizar una subrutina alternativa en su empapado cerebro para
moldear una idea ya inventada o bien construir una nueva idea
desde un planteamiento previo.
No han faltado las voces que acusaron a Roy Thomas, y a otros
guionistas de la Casa de las Ideas, de haber construido sus
tebeos magníficos con ideas de prestado. En sus tiempos mozos,
Thomas no dudó en rescatar y emplear a su antojo la memoria,
como en sus historietas de terror escritas para los comic books
de miscelánea de Marvel. Más tarde, no tardó en utilizar para
sus sagas cósmicas / superheroicas, caso de “La Guerra Kree-Skrul”,
ideas entresacadas de relatos de ciencia ficción leídos en su
adolescencia. Tampoco hizo Thomas ascos a la idea de tomar
prestados elementos de obras escénicas o cinematográficas en
candelero y tintar con ellas los argumentos de sus cómics.
Thomas aprovechó las viñetas que Marvel iba publicando mes tras
mes para alojar allí retazos de cultura oficial, guiños,
segundas lecturas ocultas, alguna referencia subliminal... Eso,
el fenómeno del que se apropió Thomas, que ha sido visto como
vulgarización o como popularización y que para algunos
estudiosos amantes de la historieta y de la literatura puede
resultar censurable, entonces contribuyó al crecimiento de una
afición ilusionada y satisfecha con los productos que deseaba
leer: historietas de entretenimiento y que, además, le permitían
disfrutar del cómic sin separarse por completo de la realidad.
El hecho es que, Thomas, como escritor y como editor, detectó en
la segunda mitad de la década de los años sesenta que el público
joven americano disfrutaba más con ciertas películas que con los
superhéroes al estilo de la Golden Age. En consecuencia, y no
obstante el amor que sentía por aquellos héroes, se puso al día
y supeditó su afán contando historietas que olvidaban el estilo
del pasado. También entonces, se percató de que muchos lectores
de historietas coincidían con los gustos de los que paladeaban
narrativa fantástica, la cual había experimentado un
resurgimiento sorprendente: J.R.R. Tolkien, Edgard R. Burroughs,
Sax Rohmer... así que intentó por todos los medios convertir los
cómics Marvel en domicilio para las creaciones de esos autores
(no lo consiguió él con ninguno de los tres citados). También
decidió que dos tímidos fenómenos coetáneos podían conformar
sendas series de comic books, como Star Wars, fenómeno
cinematográfico, y Conan, fenómeno editorial. Ambos fueron
éxitos.
Con respecto a la adaptación de Conan, se le reprochó que
desvirtuaba la literatura de Howard y que extralimitaba en sus
adaptaciones de los personajes bárbaros (Conan, Brak, Talon o
Starr) para convertirlos en una suerte de “Hamlets” con espada y
taparrabos. No andaban desencaminados, el de Missouri desgajó el
lenguaje de Howard y lo pulió para volverlo a montar con
palabras más aseadas; así popularizó sus historias y consolidó
el éxito del personaje en los cómics, tejiendo además, con un
amor desmedido y con el hilván del cronista más meticuloso, las
vivencias de un ladrón cimmerio que llega a monarca a modo de
saga que orquestó con sabiduría ejemplar. Además, se preocupó
por dotar de un halo más intelectual, si así puede calificarse,
a las series del bárbaro y no tardó en solicitar aprecios,
ayuda, relatos, argumentos y permisos para encastrar otras
historias fantásticas en la biografía de Conan. Con esta última
intención invitó a Michael Moorcock, Lin Carter, Gardner Fox y
David A. English, y de todos sacó partido, desvirtuando algo la
figura de Conan, según ciertos analistas, pero contribuyendo a
inflar la saga de apasionantes aventuras del bárbaro. Más tarde,
entreveraría la serie con relatos de otras sagas del propio
Howard, con elementos de otros relatos no de bárbaros del
escritor tejano; cuajaría sus historias con ideas tomadas de las
cosmologías de Howard Phillips Lovecraft, Robert Bloch, Harlan
Ellison, Clark Ashton Smith, Phillip Wylie y Tennesse Williams.
La década de los años ochenta estuvo marcada por su paso a la
competencia y por su participación en otros medios de
comunicación. Thomas abandonó Marvel y dedicó sus esfuerzos para
la distinguida competencia, DC Comics, empresa par la cual
trabajó sobre personajes añejos, como All Star, creó
nuevos grupos de superhéroes, como Infinity Inc (serie en
la que dio sus primeros pasos el hoy multimillonario Todd
McFarlane), y nuevos bárbaros, como Arak Son of Thunder.
También durante este período, alternó su sabia pluma para otros
proyectos de cariz más independiente, ejemplo de lo cual fueron
sus adaptaciones al cómic del personaje Elric para Epic
Illustrated o para las series homónimas de Pacific y First
Comics ilustradas por el delicado lápiz de P.C. Russell o por
M.T. Gilbert, émulo del anterior. Asimismo, Thomas participó en
varios proyectos cinematográficos entonces, bien escribiendo
cómics que aparecían en pantalla (caso de The Hand,
película de 1981 dirigida por el polémico Oliver Stone), bien
colaborando en los argumentos sobre los que luego se escribieron
guiones cinematográficos (caso de las películas ligadas a Robert
E. Howard Conan the Barbarian, Conan the Destroyer y
Red Sonja; la película Kull the Conqueror también usó
como argumento de partida una idea de Roy Thomas).
A finales de los años ochenta volvería a Marvel con nulo interés
por recoger las riendas de un Conan en decadencia y máximo
interés por escribir historietas de los superhéroes fundadores
(que existían desde 1938). A este respecto, suyos fueron los
guiones para Saga of the Sub-Mariner y Saga of the
Original Human Torch. Luego intervino en series como West
Coast Avengers, Thor o Fantastic Four Unlimited y
algún otro título ligado siempre al subgénero de los
superhéroes. Mas, poco después le pudo la añoranza por lo
bárbaro y, al tiempo que escribía algunas historias de
personajes de Howard para series de Dark Horse (Ironhand of
Almuric, Kings of the Night, Cormac Mac Art), volvió a
escribir nuevos guiones de Conan para las etapas finales de las
series Conan the Barbarian y The Savage Sword of Conan,
algo que la afición le agradecimos enormemente puesto que
aplicó orden donde el caos se había adueñado, tanto con sus
guiones reparadores como en sus textos –los de Conan Saga-
conciliadores. A continuación compartió tripa en la
renovada revista Conan the Savage y condujo dos comic
books que gozaron de escasa suerte en el mercado: Conan the
Adventurer y Conan Classic.
En los últimos años del siglo XX colaboró con Topps Comics y con
artistas consagrados para series como: Secret City Saga
(el último proyecto en vida de Jack Kirby), Bram Stoker’s
Dracula (una excepcional obra del cómic dibujada por Mike
Mignola), Mary Shelley’s Frankenstein (un tebeo dibujado
por el filipino Rafael Kayanan), The Frankenstein-Dracula War,
The Dracula Chronicles (con nuestro autor patrio Esteban
Maroto), The X-Files (con John Van Fleet), Space:
Above and Beyond-The Gauntlet (junto con Yanick Paquette) y
Hercules: The Legendary Journeys (junto a Jeff Butler,
adaptando la serie de televisión para la cual el propio Thomas
ha escrito algún episodio). También cofundó la malograda
editorial Cross Plains Comics con la intención de adaptar al
cómic otros héroes salidos de la mente de Howard. También
colaboró con la pequeña pero brava editorial asturiana Dude
Cómics, para la cual proyectó escribir los guiones de las series
Anthem, La Guerra del Anillo, y Carmilla.
De su obra publicada en España destaca el último lanzamiento
(con dibujos de Isaac del Rivero y Rafael Fonteriz) por su
solidez, pero sus superhéroes de Anthem no resultaron
interesantes en absoluto. La Guerra del Anillo no la
llegó a terminar.
Su actividad
en EE UU ha proseguido imparable, dedicando esfuerzos para
editoriales varias: DC (Ring of the Nibelung, la obra
magna de Gil Kane), Blue Comet (Thomas dio el pistoletazo de
salida a Crime Smasher), Dark Horse (Classic Star Wars:
A New Hope) o Millenium (guionizó Cthulu, the festival,
núm. 2). Por descontado, no dejó de lado a Conan y fue el
guionista de las últimas miniseries del personaje publicadas por
Marvel: Conan and the Lord of Spiders (una secuela de
tres episodios de la mítica historieta “La torre del Elefante”),
Conan and the Scarlet Sword, ambas dibujadas por Stefano
Rafaelle en 1998, y de Death Covered in Gold, de 1999,
con dibujos de John Buscema. Y trabajó sobre Conan en España
también, con la editorial Planeta DeAgostini, redactando
prólogos, presentaciones y textos de diversa índole destinados a
los productos de la línea “Héroes de la Fantasía Heroica”, de
entre los que destacaron la sección quincenal “Conan the
Marvelous”, una serie de escritos sobre la historia de la serie
Conan the Barbarian que comenzaron a desgranarse en la
clausurada Conan Classic y que prosiguieron apareciendo
en castellano como un adecuado y aplaudido aderezo para los
números de la nueva serie de Conan el Bárbaro.
Durante estos últimos años parece sentirse más cómodo en el
campo teórico que escribiendo guiones (una de las excepciones
fue
Red Sonja:
Death in Scarlet,
un
lanzamiento único de esta guerrera de la Edad Hyboria que fue
dibujada espectacularmente para la ocasión por Steve Lightle
para el sello Cross Plañís Comics),
y ha desarrollado una labor encomiable en la revista teórica
Alter Ego, que edita TwoMorrows, donde recupera la memoria
de los autores del comic book clásico estadounidense. |
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