|
Alfredo P. Alcalá
comenzó su carrera en su archipiélago natal tratando de
enmascarar la influencia asiática de sus trazos para acomodar su
estilo al demandado por los americanos, utilizando para ello
grises a la aguada, la pluma como base y unos conocimientos
técnicos y anatómicos clásicos. Ofició de ilustrador durante la
ocupación japonesa de las Filipinas en la II Guerra Mundial.
Trabajaba en metro de Manila, lo cual le permitía observar las
posiciones japonesas sobre la ciudad y luego trazar mapas que
luego serían utilizados por los líderes de la guerrilla. Alfredo
siguió estudiando dibujo, admirando las revistas americanas
ilustradas que cayeron en sus manos adolescentes, y leyendo
cómics americanos como Doll Man, Tarzan, Captain Marvel,
Uncle Sam y otros. Cuando trabó conocimiento con la obra de
los ilustradores J.C. Leyendecker, Dean Cornwell, N.C. Wyeth o
Frank Brangwyn (el muralista británico, quizá el artista que más
le influyera de todos), tuvo claro cuál iba a ser su oficio.
Tras la guerra,
Alfredo se convirtió en un ilustrador independiente para, en
1948 y con ayuda de su hermano Larry Alcalá (creador del
personaje Ang Kalato para la popular publicación de entonces
Filippine Komiks), pasar a dibujar cómics para el sello
Bituin Komiks. Acto seguido, intentó fundar su propia editorial,
que murió en 1951 debido a las restricciones que impuso el
gobierno para la importación de papel. Entonces tuvo que volver
a contratarse con otra empresa, Ace, dirigida por Tony
Velásquez, que le tuvo ocupado con historietas ciento para las
publicaciones quincenales: Filipino Komiks, Tagalog Klasiks,
Hiwaga Komiks y Espesyal Komiks. Por entonces, el
arriesgado Alcalá sembró el germen del descontento entre algunas
facciones de la sociedad filipina tras empecinarse en publicar
cómics de guerra en los que los nazis salían mal parados,
planteamiento de su historieta “Bismark”.
Alcalá, autor
seguro de sí mismo, retomó las labores editoriales a comienzos
de los años sesenta. El 9 de julio de 1963 apareció la obra
Voltar en la que hacía lápices, tintas, rotulación y edición
bajo el sello Fight Komik. El guión era del historiador de los
cómics e historietista Manuel Auad. Voltar es una
aventura de corte mitológico basada en una leyenda local que
Alcalá aderezó con criaturas extraordinarias entre las que se
desenvolvían héroes de laya bárbara y constituye un referente
extraordinario de los cánones de la fantasía heroica que
conocemos, pues la imagen de Voltar es la que luego se
instauraría como la habitual de Conan en las revistas en blanco
y negro de Marvel. La obra fue luego exportada a los Estados
Unidos, donde apareció publicada en 1977 en la muy buscada
publicación Magic Carpet del sello Comic & Comix, algunas
láminas en el portafolio de Schanes & Schanes que en 1979
apareció bajo el título Voltar, y también en la colección
The Rook, de Warren Pub., en cuyos números 1 a 9 volvió a
aparecer el personaje, esta vez con nuevos guiones escritos por
Will Richardson (seudónimo de Bill DuBay).
Cuando Alcalá
acaba de publicar sus primeros Voltar en las Filipinas, ya era
considerado el dibujante más rápido de las islas, pero el mayor
renombre lo cosecharía este autor fuera de su país, tras la
diáspora de historietistas filipinos que se produjo en 1971 y
siguientes años hacia los Estados Unidos. Fue uno de los
primeros en ser contratado por Joe Orlando cuando aterrizó en
las islas para contratar nueva mano de obra barata y rápida para
DC. La leyenda cuenta que Orlando quiso cuantificar su
prolificidad y le preguntó que cuántas páginas podría hacer a la
semana. Alcalá le dijo que cuarenta. Orlando le corrigió
añadiendo que quería dibujo, tinta e incluso el rotulado de esas
páginas. Cuarenta, insistió el filipino. Orlando volvió a
corregirle pensando que el interpelado pensaba en páginas de una
o dos viñetas apenas sin fondos, y le mostró varios comic books
dibujados por Neal Adams y Andy Kubert y folvió a formularle la
pregunta sobre cuántas que aquellas páginas podría hacer por
semana, lápiz, tinta y rotulado. Alcalá meditó un momento y
dijo: «Ah, esto cambia las cosas. Entonces, ochenta».
En 1976, Alfredo
se mudó a los Estados Unidos, estableciéndose en Los Ángeles.
Comenzó, curiosamente, dibujando a jornada completa para PS
Magazine, un tebeo del gobierno dirigido a las tropas que en su
día produjo Will Eisner. Cuando este encargo terminó, se dedicó
por completo a dibujar cómics para adolescentes en tres frentes
editoriales principalmente: DC, Warren y Marvel.
Para las series en color de DC destinó Alcalá tinta sobre todo.
Apareció en: Witching Hour, Forbbiden Tales of Dark Mansion,
Weird War Tales, Ghosts, Unexpected, House of Secrets, Secrets
of Sinister House, Kamandi (sobre lápices de Jack Kirby),
Our Army at War o la extraordinariamente singular Kong
the Untamed. Quizá el Cro-Magnon más famoso de los cómics
yanquis, junto con Anthro, fue el que dio título a la serie de
DC Kong the Untamed, nacida en 1975 y de cinco números de
duración en los cuales el máximo aliciente lo fueron las
cubiertas ilustradas por Berni Wrightson y los dibujos de
Alcalá. En la tónica de otros cómics de trogloditas, Kong es un
joven gran guerrero que descubre por sí mismo cómo hacer fuego y
que se encuentra con un hombre bestia, Gurat, un
neanderthalensis al que convierte en su mejor amigo y
compañero de viajes (el esquema es muy similar al de la leyenda
de Gilgamesh) en el curso de los cuales hallan un valle
escondido donde habitan dinosaurios y otras tribus que pilotan
pterodáctilos. Creado por el editor Joe Orlando y por el
escritor Jack Oleck, las aventuras de Kong principian por
mostrar un aire serio si las comparamos con las de Anthro,
pero cambiarían de tono cuando los héroes penetran en el valle
perdido, a partir del ejemplar núm. 3, y todo se vuelve mucho
más desenfadado y alejado de las virtudes heroicas de las que
partió.
En los magazines
de la editorial Warren encajó perfectamente el filipino debido a
que su estilo neoclásico recargado de sombras casaba
perfectamente con la temática del horror. Desembarcó este autor
en el abanico de revistas dirigidas por Jim Warren cuando se
desestimó la mano de obra española (hasta entonces, casi autora
del 50% de los dibujos de esta editorial) en aras de la filipina
y en el núm. 93 de Creepy, de noviembre de 1977, ya
aparecían las firmas de Alcalá y Alex Niño. Alfredo dibujó sobre
todo guiones de DuBay, Bill Pearson, Bob Toomey, Ferry Boudreau...
quienes explotaron bastante su capacidad para la carnosidad y
las atmósferas lujuriosas de sombras. Hizo una quincena de
historietas para esta revista, hasta 1981. También, una decena
para Eerie, comenzando también en su número 93 y con la
creación del personaje “The Rook”, héroe de DuBay que Alcalá
diseñó junto a su compatriota Abel Laxamana y del que se ocupó a
lo largo de varios números hasta que obtuvo serie propia (donde
el personaje fue dibujado por el español Luis Bermejo). En 1984,
Alcalá se hizo cargo de algunos guiones de space opera,
entre los cuales varios mezclaban fantasía heroica con ciencia
ficción, si bien el tono general de esos guiones fue paródico.
También hizo tres historietas para Vampirella y The
Rook ya dijimos que reeditó su Voltar.
De los trabajos
de Alcalá aparecidos en Marvel Comics destacan aquellos que hizo
para las revistas de terror (Vampire Tales, Tales of the
Zombie), de licencias (Planet of the Apes), de
superhéroes (The Rampaging Hulk, donde este autor definió
un Hulk desazonador, sumido entre grises y aguadas), o de
fantasía heroica, como The Savage Sword of Conan, revista
en la que vertió las mejores tintas de toda su carrera sobre los
lápices de John Buscema.
Alcalá debutó en las series de Conan con la historieta “Black
Colossus”, originalmente aparecida en The Savage Sword of
Conan núm. 2. Su gran dominio de la luz convirtió a esta
historia de Howard en la más angustiosa de las historietas
dibujadas de Conan hasta el momento. Su imagen del héroe estaba
cargada de rudeza y de felino poder a punto de estallar. Había
creado la imagen del Conan “adulto” por excelencia, pese a las
protestas de algunos puristas intérpretes de la obra escrita.
Con su siguiente colaboración, “Iron Shadows under the Moon”,
terminó por convencer a la afición de que se trataba de uno de
los autores que mejor maleaba las atmósferas de óxido, sangre y
violencia salidas de la mente de Howard.
De esta guisa,
siguieron apareciendo en el magazín a blanco y negro historietas
suyas de Conan, todas adaptaciones de relatos originales del
padre literario del cimmerio, en los núms. 7, 12, del 15 al 20
en un alarde de vertiginosidad con la plumilla, en el 23 para
terminar una saga cuyas tintas inició su compatriota Sonny
Trinidad, y en el 24 para la historieta “The Tower of the
Elephant”.
Alcalá en sus siguientes colaboraciones abandonó un tanto su
habitual corte abigarrado a las tintas y restó oscuridades a los
tebeos de Conan que le llegaban con lápiz de Buscema, quien
también abocetaba cada vez con más ligereza. Siguen siendo
memorables sus trabajos para The Savage Sword of Conan
núms. 28 , 34 (“The Lair of the Ice Worm”), y 36 (“Hawks over
Shem”), pero entonces ya fueron criticados sus trazos por parte
de un reducto del público lector al que se le antojaba estúpido
el porte facial del Conan que salía de los lápices y plumillas
de Buscema y Alcalá, llegando a compararlo con la mirada estulta
del Li’l Abner de Al Capp. Pero fueron murmullos entre el
vocerío, puesto que el dúo de autores logró elevar las ventas de
la revista a un nivel sin parangón y definieron el llamado
“canon Conan”, la imagen del personaje que se impuso en el
imaginario popular y que luego sería tomada como patrón para
hallar un actor que interpretase al guerrero en la pantalla
grande.
Con este estilo
se definió la madurez del personaje, el brutote de nariz rota y
mirada ardiente que volvería a aparecer bajo la mano de Alcalá
ya más escasamente durante una temporada en la que el autor
estuvo ocupado con otras empresas, para volver posteriormente a
dibujar páginas en The Savage Sword of Conan con total
autoría, al lápiz y a la tinta, pariendo obras como “The City of
Skulls”, por entonces la única historieta desligada de la
cronología en cómics “oficial” del bárbaro por haber sido
adaptado el mismo argumento para la serie Conan the Barbarian
con anterioridad a la consecución de los derechos de los
padres literarios del relato. Y Alcalá volvería por los fueros
bárbaros siempre que pudo. Probó fortuna en las series de Kull y
también tramitó algún capítulo de Conan the Barbarian,
tanto al lápiz como a la tinta, y de The Savage Sword,
como el que vio nacer al villano Bor Ack Sharaq, pero relegadas
al olvido la mayoría de ellas por pertenecer a un período de los
tebeos de Conan escasos de brillantez al haber sido urdidos por
otros guionistas no tan respetuosos con la crónica del cimmerio.
Entre 1977 y 1980
estuvo Alfredo ocupado también con los cómics realizados para
los periódicos, en las tiras diarias del clásico de Stan Lynde
Rick O’Say, las de Star Wars por un tiempo y, por
supuesto, en las de Conan the Barbarian que ofrecían
diariamente cuarenta periódicos diferentes del país. En los años
ochenta volvió a DC, de la mano de Roy Thomas, para dibujar y
entintar Arak Son of Thunder, una serie de fantasía
heroica que transcurre en una Europa bizantina por la que
pululan vikingos y mohawks. Allí, también, recaló en las páginas
juveniles de Masters of the Universe, hizo colaboraciones
puntuales para Batman y Detective Comics, y
depositó sus últimas tintas en la segunda etapa más recordada de
la serie Swamp Thing, cuando la escribía Alan Moore. Su
último trabajo en DC fue para Hellblazer.
Heidi MacDonald y
el experto en cómics e ilustradores filipinos Phil Yeh editaron
en 1994 el libro Secret Teachings of a Comic Book Master -
The Art of Alfredo Alcala (International Humor Advisory
Council, Lompoc, CA). Durante los ochenta y los noventa, Alfredo
también estuvo trabajando como autor de dibujos para la
preproducción de series animadas en Los Ángeles, dibujó campañas
publicitarias, ilustró bastantes libros (como Daddy Cool
de Donald Goines), y fue mentor de artistas locales en los
festivales de cómics de California (como Tom Luth, que fue su
ayudante durante años). Después de una larga carrera llena de
esfuerzos y de un encono envidiable, fijó su residencia en Nueva
York para desde allí proseguir con los estudios que le ocupan
todo el tiempo que no está sobre el tablero de dibujo: la
Historia de América. Declaró en los últimos años noventa que su
mayor deseo sería ver publicada bajo su firma, antes de morir,
una serie de historietas sobre California y el Viejo oeste. Al
menos escribió una sobre este tema, Ukala, que él mismo
ilustró. También escribió la saga vikinga Voltar.
Uno de sus
últimos trabajos fue destinado a la compilación Raymond
Chandler's Marlowe: A Trilogy of Crime, escrita por Jerome
Charyn, James Rose y Tom DeHaven e ilustrada por David Lloyd,
Lee Moyer, Rian Hughes y el filipino. Alfredo se ocupó de "Trouble
is my Business", de James Rose, un relato de género negro
convencional, de esos de atmósferas viciadas por el humo del
tabaco. Como la del estudio de Alcalá, donde pasaba horas
dibujando y fumando.
Eso le mató:
falleció el 8 de abril del año 2000 tras una larga batalla
contra el cáncer.
ENLACES
Galería de Conan
Galería Voltar |
|