Si trazáramos un imaginario árbol genealógico
de la historieta mundial, las raíces se hundirían profundo hasta las
pinturas rupestres de Altamira, darían vueltas por las vasijas
grecorromanas, se ensortijarían entre el norteamericano Yellow
Kid y el británico Ally Sloper, se tomarían un fuerte
trago junto a las calaveras de Guadalupe Posada y, de toda esta
mescolanza, saldría un tronco fuerte, alto e inabarcable, capaz de
alimentar infinitas ramas de abundante follaje, diferentes formas y
cambiantes colores. Ese tronco sería, sin lugar a dudas, Little
Nemo in Slumberland, el cómic que Winsor McCay alumbró para la
prensa estadounidense en 1905. Hace exactamente un siglo. Poca cosa
para un clásico que parece hecho mañana.
Casi al mismo tiempo en que McCay supuraba su
inconsciente en los suplementos dominicales, el físico
estadounidense de origen alemán Albert Einstein escribía tres
artículos que cambiarían radicalmente la concepción del pensamiento
humano. En el primero, desnudaba la estructura atómica del universo.
En el segundo, analizaba el fenómeno de la luz. Y en el tercero,
introdujo la teoría de la relatividad. O sea, a muy grandes
rasgos, que el espacio y el tiempo están lejos de ser valores
considerados absolutos.
No es que McCay se haya propuesto trasladar los
principios de Einstein al noveno arte (¿o sí?), pero lo cierto es
que en la arquitectura narrativa que fue formulando hasta el primer
final de la tira en 1914 (la vuelta de 1924-1926, a decir verdad,
fue bastante fallida), pueden buscarse (y encontrarse)
conceptualizaciones similares. Einstein sostenía que las partículas
suspendidas en un fluido se movían desordenadamente. Y estos
movimientos nacían del choque entre los diferentes componentes
moleculares. En Little Nemo, McCay estipula al reino de los
sueños como fluido principal y vital desde donde contar los
conflictos oníricos del niño protagonista. Conflictos que,
prescindiendo de un orden lógico, estallaban semana tras semana,
aislados y haciendo gala de un caos interno que, en última
instancia, terminó funcionando como marco referencial de las
aventuras. Cada idea, cada situación, cada nuevo personaje que iba
apareciendo, no fueron más que átomos en perpetuo rumbo de colisión
con los demás: Slumberland, el reino de los sueños; el gnomo Flip,
enemigo de Nemo al principio y luego su mejor amigo; y hasta el
propio Nemo, que constituyó su estatura heroica paso a paso,
aprendiendo a dominar las leyes de un universo tan vasto y laxo como
el de los sueños.
La luz (y su descomposición en el arco
cromático) encontró en la pluma de McCay mucho más que un prodigioso
dominio técnico y tecnológico. El color fue una de las herramientas
que el autor utilizó para separar, unir y/o comparar la densidad
emocional entre el mundo real y el de los sueños. La página como
gragea cromática que delimita contenidos, formas y ritmos,
facilitando la manipulación de la perspectiva, piedra fundacional
del subjetivo punto de vista que le sirvió de andamiaje narrativo a
algunas de las planchas más recordadas de la historia del cómic.
Y ya que lo más importante de la tira
transcurre entre sueños, McCay romperá el tiempo y el espacio como
parámetros conceptuales de la razón. Si nada hay más relativo que el
sueño, todo aquello que pueda subvertir la noción de realidad
cobrará forma física. Desde las asombrosas transformaciones de los
distintos personajes hasta la derogación unilateral de las leyes que
rigen la naturaleza. Lo inanimado cobrando vida (¿hace falta
mencionar aquí la secuencia de la cama caminante?) y lo ilógico como
fuerza motriz del mundo. Animales parlantes, humanos y cosas que
cambian de tamaño a voluntad, el infinito como límite, la
arquitectura conjugada como verbo en declinaciones gráficas que van
del barroco italiano al eclecticismo, pasando por el Art Nouveau y
el Art Déco. Un territorio donde aprender a bailar el tango es mucho
más difícil que domesticar a un dinosaurio o viajar a Marte.
Obviamente, porque en lugar de ciencia aquí estamos hablando de
arte. Si Einstein descifró parte de los mecanismos que hacen al
universo, McCay hizo los mecanismos para que su propio universo
nunca dejara de funcionar. Razón por la cual Little Nemo
tamizó el pensamiento intelectual a través del lienzo subjetivo de
las emociones, incorporando dosis de violencia, metafísica,
surrealismo y poesía que le permitieron subsumir el campo de las
ideas dentro del alma humana. La materia de la que están hechos
todos los sueños. |