TEBEOSFERA \ DOCUMENTO  \ HOMENAJE   :    LITTLE NEMO DE WINSOR McCAY

EL SUEÑO ETERNO, artículo por Fernando Ariel García

Cien años atrás, un niño se caía por primera vez de la cama. Ocurrió en la última viñeta del debut historietístico de Little Nemo in Slumberland, la obra maestra del norteamericano Winsor McCay que revolucionó la cultura popular del momento, sentando de las bases de un arte y una industria que hoy lo tiene como paradigma clásico y moderno.

¿Una contradicción? No, en el mundo de los sueños todo es relativo.

[ Una imagen de un jovencísimo Winsor McCay, padre de Little Nemo ]


            Si trazáramos un imaginario árbol genealógico de la historieta mundial, las raíces se hundirían profundo hasta las pinturas rupestres de Altamira, darían vueltas por las vasijas grecorromanas, se ensortijarían entre el norteamericano Yellow Kid y el británico Ally Sloper, se tomarían un fuerte trago junto a las calaveras de Guadalupe Posada y, de toda esta mescolanza, saldría un tronco fuerte, alto e inabarcable, capaz de alimentar infinitas ramas de abundante follaje, diferentes formas y cambiantes colores. Ese tronco sería, sin lugar a dudas, Little Nemo in Slumberland, el cómic que Winsor McCay alumbró para la prensa estadounidense en 1905. Hace exactamente un siglo. Poca cosa para un clásico que parece hecho mañana.

 

            Casi al mismo tiempo en que McCay supuraba su inconsciente en los suplementos dominicales, el físico estadounidense de origen alemán Albert Einstein escribía tres artículos que cambiarían radicalmente la concepción del pensamiento humano. En el primero, desnudaba la estructura atómica del universo. En el segundo, analizaba el fenómeno de la luz. Y en el tercero, introdujo la teoría de la relatividad. O sea, a muy grandes rasgos, que el espacio y el tiempo están lejos de ser valores considerados absolutos.

 

            No es que McCay se haya propuesto trasladar los principios de Einstein al noveno arte (¿o sí?), pero lo cierto es que en la arquitectura narrativa que fue formulando hasta el primer final de la tira en 1914 (la vuelta de 1924-1926, a decir verdad, fue bastante fallida), pueden buscarse (y encontrarse) conceptualizaciones similares. Einstein sostenía que las partículas suspendidas en un fluido se movían desordenadamente. Y estos movimientos nacían del choque entre los diferentes componentes moleculares. En Little Nemo, McCay estipula al reino de los sueños como fluido principal y vital desde donde contar los conflictos oníricos del niño protagonista. Conflictos que, prescindiendo de un orden lógico, estallaban semana tras semana, aislados y haciendo gala de un caos interno que, en última instancia, terminó funcionando como marco referencial de las aventuras. Cada idea, cada situación, cada nuevo personaje que iba apareciendo, no fueron más que átomos en perpetuo rumbo de colisión con los demás: Slumberland, el reino de los sueños; el gnomo Flip, enemigo de Nemo al principio y luego su mejor amigo; y hasta el propio Nemo, que constituyó su estatura heroica paso a paso, aprendiendo a dominar las leyes de un universo tan vasto y laxo como el de los sueños.

 

            La luz (y su descomposición en el arco cromático) encontró en la pluma de McCay mucho más que un prodigioso dominio técnico y tecnológico. El color fue una de las herramientas que el autor utilizó para separar, unir y/o comparar la densidad emocional entre el mundo real y el de los sueños. La página como gragea cromática que delimita contenidos, formas y ritmos, facilitando la manipulación de la perspectiva, piedra fundacional del subjetivo punto de vista que le sirvió de andamiaje narrativo a algunas de las planchas más recordadas de la historia del cómic.

 

            Y ya que lo más importante de la tira transcurre entre sueños, McCay romperá el tiempo y el espacio como parámetros conceptuales de la razón. Si nada hay más relativo que el sueño, todo aquello que pueda subvertir la noción de realidad cobrará forma física. Desde las asombrosas transformaciones de los distintos personajes hasta la derogación unilateral de las leyes que rigen la naturaleza. Lo inanimado cobrando vida (¿hace falta mencionar aquí la secuencia de la cama caminante?) y lo ilógico como fuerza motriz del mundo. Animales parlantes, humanos y cosas que cambian de tamaño a voluntad, el infinito como límite, la arquitectura conjugada como verbo en declinaciones gráficas que van del barroco italiano al eclecticismo, pasando por el Art Nouveau y el Art Déco. Un territorio donde aprender a bailar el tango es mucho más difícil que domesticar a un dinosaurio o viajar a Marte.

 

            Obviamente, porque en lugar de ciencia aquí estamos hablando de arte. Si Einstein descifró parte de los mecanismos que hacen al universo, McCay hizo los mecanismos para que su propio universo nunca dejara de funcionar. Razón por la cual Little Nemo tamizó el pensamiento intelectual a través del lienzo subjetivo de las emociones, incorporando dosis de violencia, metafísica, surrealismo y poesía que le permitieron subsumir el campo de las ideas dentro del alma humana. La materia de la que están hechos todos los sueños.


Galería

     

Nemo se basó en Robert McCay, el hijo de 9 años de Winsor (comic book en 3-D de Blackthorne Publishing)

Formas y colores de un universo con su propia lógica (tercera plancha de la serie, del 29-X-1905)

La cama más famosa del cómic en una de las secuencias de historieta más recordadas y homenajeadas de la historia

La arquitectura urbana como patio de juegos para los personajes.

Cartel del filme animado de 1992 en el que participaron Moebius y Ray Bradbury

El exquisito trazo de McCay en una plancha original sin colorear.

Viñeta de una entrega de 1908


enlaces:

Viñetas y organización de la página en Little Nemo in Slumberland: Breve comentario sobre el modo de abrir ventanas al país de los sueños, por Federico Reggiani
La Edad de Oro del cómic: Sus pioneros estadounidenses, por Ubaldo C. Boyano


   [ © 2005 Fernando A. García, para Tebeosfera, 051230 ]