1974...
«MUÑOZ.- Luego
de trabajar cinco años en el estudio de Solano López para
Inglaterra, me fui a Europa a fines del 72 a ver si podía
acercarme a lo que podía hacer. Había terminado una etapa. Pero
llegué tarde a las citas del Lucca 72 porque tenía información
errada y anduve un mes por Milán buscando trabajo. No encontré y
terminé en Londres, trabajando para la misma editorial para la que
trabajaba desde aquí. La diferencia era que ahora recibía yo
directamente el encargo. Duré un año exacto. Era una nueva etapa
que terminaba; tenía un poco de dinero ahorrado y me decidí a
intentar otra cosa. Oscar Zárate, precisamente, que estaba en
Londres, fue quien me propuso que me comunicara con Carlos, que
vivía en España y andaba como yo, en circunstancias de cambios
feroces… Le escribí una carta, viajé a Barcelona y nos conocimos
en Junio del 74. Nos pusimos a charlar y en los primeros quince
minutos habíamos acordado las líneas de trabajo para los próximos
quince años. Parece una estupidez pero es cierto: dónde nos íbamos
a poner a explorar, con qué bagaje llegaba cada uno, los miedos,
la inexperiencia… Y explorando fuimos descubriendo lo que ni
siquiera hubiéramos imaginado. Desde ese punto de partida, el
trabajo nos fue trabajando a nosotros.» (Extracto tomado de la
entrevista a Muñoz y Sampayo realizada por Juan Sasturain y
publicada en el número 1 de Fierro, historietas para
sobrevivientes, Ediciones de la Urraca, Buenos Aires, 1984)
El artificio (Alack Sinner).
En enero de 1975, en las páginas de la revista
italiana Alterlinus se inicia la publicación de una de las
obras más representativas de la historieta mundial de finales del
siglo XX, Alack Sinner.
¿Cómo definir algo tan complejo? ¿Cómo el sin vivir
de un tipo taciturno, reflexivo que no encuentra su lugar en el
mundo? ¿Cómo las aventuras del detective solitario que lo es por
pura anécdota? ¿Cómo? No lo sé. Incluso no sé si lo mejor sería
dejarse de tanta pregunta y atender simplemente al espíritu que
representa: el de una mirada interior que halla en la ficción la
voz más apropiada para salir y exponer las dudas que despierta ese
lento aprendizaje que es vivir cada día. Resulta así Alack
una inquietud (por eso a la vez que es todo es nada) que se
construye a sí misma a base de idas y venidas o, parafraseando a
Muñoz y Sampayo, de encuentros y desencuentros con uno mismo. Y si
no, sigamos sus trayectorias personales antes y después de este
punto para comprobarlo.
Las motivaciones que llevan a estos autores a
encontrarse obedecen a realidades diferentes. Muñoz, por ejemplo,
venía de un largo periplo por Europa buscando las raíces de su
arte y lógicamente de sí mismo. Él, que ya era un autor con cierto
nombre dentro de la industria argentina, llegó a principios de los
setenta a un estado de estancamiento, de parálisis, en el que se
preguntaba por qué hacía lo que hacía y su sentido. Entendamos que
Muñoz siempre había tenido, desde su aprendizaje en la
Panamericana y sus incipientes comienzos como ayudante de Solano
López, una clara vocación artística y de ahí sus dudas. ¿La
historieta puede darme lo que quiero? ¿Debería seguir
cultivándola? Necesitaba tiempo y distancia para romper con todo,
con ese aburrido trabajo (porque para él la historieta era eso,
una herramienta de trabajo; justo lo que menos deseaba), con el
mundo que le rodeaba y en el que sentía atrapado (no era para
menos. En 1971 había sido incluido en una lista negra de editores
tras haber intentado fundar un sindicato de dibujantes junto a
Rubén Sosa). Y así el 30 de Noviembre de 1972 parte hacia Italia
esperando poder encontrar algo de aliento que le ayudara a mejorar
como artista y persona.
Pero las cosas nunca surgen como se las espera uno
y Muñoz, como ya sabemos, acaba en Londres haciendo lo mismo que
hacía en Buenos Aires, tebeos comerciales para IPC sin otro
interés que el de no perder la soltura del oficio entre tanto
trajín. Hasta que inserto en esta encrucijada encuentra el camino
a seguir:
«(...) hay
alguien que tiene que ver directamente con el nacimiento de Alack:
Hugo Pratt. Cuando yo estaba en Londres y quería intentar otra
cosa sin saber qué, lo fui a ver a París y él me alentó a salir de
ese dibujo adocenado, a jugarme, porque se estaba muriendo mi
capacidad creativa. Pratt me había dado, cuando era director de
Misterix, el Precinto 56 [serie negra que en 1963 Muñoz realizaba
junto a Ray Collins] y ahora me sugirió que trabajara en esa
dirección. Fue un empujón, porque yo estaba muy dudoso entonces,
filtrado por haber tenido que traducirme constantemente, ser
obsecuente con el dibujo, ser lo que me pedían. Tenía pocas
confianzas en mis fuerzas y el tano dijo que no tenía derecho a
pensar así y volvía a Londres convencido de que debía hacerlo. De
ahí que, cuando nos encontramos con Carlos, surgió de parte mía –y
enseguida él se enganchó- la idea de trabajar en un relato
policial con un personaje definido»
(Fierro
número 1).
Sus palabras lo dicen todo.
En cambio, el caso de Sampayo es bien distinto.
Hasta su encuentro con Muñoz nunca había tenido un contacto
directo con la historieta y su mundo; así que menos aún se habría
planteado expresarse a través de ella. Era un autor de vocación
literaria, y esta se manifestó muy pronto:
«Yo, a los 22
años quería escribir, como ahora. Trabajaba en Acassuso en una
dependencia del Ministerio de Defensa, en Copistería, y teníamos
una revista literaria con Oscar Steimberg, Santiago Kovadloff y
Horacio Santana: Veinte y medio, se llamaba. Y ahí publicaba mis
cosas. Hasta que Oscar me sugirió que entrara en publicidad. Yo no
sabía que era una agencia… Pero lo supe: hice toda la escalera,
recorrí todas las principales, gané guita; pero hacia 1970-71
estaba reprodido. Entonces a principios del 72 me vine a España
con la vaga idea de escribir. Eso significaba publicidad y la hice
durante un año. Al final me harté y dejé todo sin tener ahorros ni
recambio a la vista. Hice trabajos manuales, como manejar un
camión, por ejemplo, hasta que entré en una editorial a hacer de
todo: solapas, correcciones, escribir libros por encargo. Justo
cuando me llamó José, escribía para Bruguera una serie de libros
de Astrología» (Fierro
número 1).
Ya sabemos de primera mano la distinta actitud con
la que nuestros autores encaraban el encuentro. Por un lado, uno
deseaba crear algo que por fin le convirtiera en lo que es hoy, un
autor de prestigio por la calidad de su obra. El otro, encontrar
un impulso, un estado de ánimo, que liberara las palabras
contenidas en su interior. De este modo el entendimiento era
inevitable, más aún cuando el tema de salida, la serie negra, era
del gusto de ambos. Para uno, por haber realizado sus mejores
páginas en una historieta de ese corte. Para el otro, por ser uno
de sus géneros literarios de cabecera, de los que más le habían
influido. En resumidas cuentas, asistimos a la reunión de dos
autores con una misma inquietud, demostrar su valía, y que estarán
de acuerdo en la forma y el modo de reivindicarse.
Ahora bien no será un reto fácil de asumir. Para
empezar Sampayo nunca había escrito un guión de historieta. Tenía
base cinematográfica, sí (hizo numerosos guiones para publicidad),
pero, seamos sinceros, no es lo mismo. La imagen en movimiento
requiere un tratamiento del ritmo que nada tiene que ver con el
mundo de la viñeta. Por eso era necesario que aprendiera el oficio
o por lo menos los trucos o técnicas más básicas. Y sólo podía
echar mano de un maestro que lo aconsejara y guiase, Muñoz, quien
a su vez se encontraba atascado en el mismo punto de siempre:
estaba demasiado anquilosado en las fórmulas industriales y de
momento no sabía como romper con ellas. Sin embargo este
conocimiento de la industria será determinante para fraguar en
Sampayo una tradición o más bien unas referencias de las que
aprender sobre la marcha.
Muñoz conocía bien el oficio de guionista, pues no
en vano había trabajado con algunos de los mejores profesionales
del medio (con Oesterheld en El cuaderno rojo de Ernie Pike,
con el ya citado Ray Collins…) y de ellos había aprendido la
correcta estructura que debe poseer una historia; lo precisa que
esta debe ser a la hora de emplear sus elementos y desarrollarlos
al máximo; cómo todo debe converger alrededor de un eje procurando
contar la acción con sencillez y economía de medios para no
desorientar así al lector. Y éste será su método de aprendizaje.
Un proceso arduo y lento para ambos, según
recordaba Muñoz:
«estuvimos casi
seis meses con la primera historia, “El caso Webster”, que tiene
veintipico de páginas. Dudábamos, teníamos miedo, autocensura
argentina: el personaje “malo” era de la clase dirigente y por ahí
no lo aceptaban, venía la cana… Con grandes baches de trabajo,
empezamos en Mallorca, seguimos en Barcelona y terminamos en
Brescia, Italia. Ahí fuimos a recorrer el espinel, solos. Y no
pasó nada»
(Fierro número 1).
Pero la precisión se va consiguiendo poco a poco,
la compenetración llega aunque sea a base de tirones. Uno se apoya
en el otro; las correcciones mutuas… Se labra un compromiso
profesional y lo que es más importante, una amistad creciente. A
Dios gracias que este esfuerzo mayúsculo pronto se vio
recompensado con el logro del objetivo más inmediato, publicar. Y
tras una historia llega otra, y ésta con las exigencias de un
editor que desea publicar entre quince o veinte páginas por mes.
Un gran encargo, algo de lo que estar contento. Todo perfecto…
salvo por el hecho de que ahora, cuando todo parece ir como
ruedas, es cuando llega el desencuentro.
Llegados a este punto, Muñoz y Sampayo hacen
balance y se preguntan si era esto lo que realmente querían hacer,
si era este el producto artístico que querían elaborar, y se
encuentran como única respuesta un rotundo no. Y es que sus
expectativas iniciales brillaban por su ausencia. El dibujo de
Muñoz, como ya hemos dicho, aunque correcto y bello, no daba ese
paso adelante tan ansiado. El guión de Sampayo, aunque claro y
conciso se mostraba demasiado cauto. Y el personaje, aunque
interesante no pasaba de ser otro detective más en la inmensa
lista de la historieta. ¿Cuál era el problema? Puede ser la falta
de rodaje, la inexperiencia de conocerse el uno al otro, los
nervios por entregar algo (cualquier cosa) a un editor…?
Posibilidades hay muchas pero sólo una certeza: la profesionalidad
de ambos para darse cuenta de sus propios errores y enmendarlos.
De aquí a Conversando con Joe sólo bastarán
unas pocas historias de por medio. Pero no adelantemos
acontecimientos.
La renovación (mirarse al espejo).
«Yo no veía nada
en ese momento, a mí me parecía que eran historias
extraordinarias. Como lector que las había frecuentado a los 9 y
10 años. Hoy te podría decir que era una persona que hacía
historias de género bueno. Viste, está el género bueno y el malo,
para mí son los únicos géneros. Después podemos entrar dentro de
diferentes obsesiones de cómo tocar y contar la realidad que nos
infunda, los sueños, las pesadillas, digamos. Las historias son
buenas o malas como las cosas son vivas o muertas, así que, conste
que era un humanista y dotado para la narración. Me hubiera
gustado ver hubiera hecho él si en vez de hacer 20 ó 30 historias
mensuales hubiera tenido una estructura que le permitiese poder
trabajar más profundamente en sus narraciones. Porque sin lugar a
dudas hacer 30 historias por mes es un logro, pero no es un ideal,
es más bien deportivo, un récord. En vez de correr como un loco yo
prefiero caminar porque se goza más. Eso es una intriga que no
tiene respuesta. Realmente, con todas las exigencias a las cuales
se sometía, el tipo de elementos que conseguía tocar, que eran
partículas preciosas de enseñanza humana, digamos así, de pasiones
de las personas, de sentimientos y no solamente de competencia, de
voracidad, de codicia o de envidia, como la mayor parte de las
historietas, o de sexo, ni siquiera de sensualidad. Como la mayor
parte de las historietas que vemos, que son exhibición de
violencia, calmantes, o sea mierdas totales. Oesterheld era un
genio (…)» (entrevista a José Muñoz por David Muñoz,
U el
hijo de Urich,
número13, Madrid, noviembre 1998).
En contra de lo que se pueda pensar a simple vista,
hemos tomado estas descontextualizadas –sólo en el tiempo-
palabras de Muñoz por hacer referencia directa no tanto a
Oesterheld (que ya sería motivo suficiente) como a aquella
renovación que (en relación a él, bien es verdad. Bendita
coincidencia) han marcado la estética de Muñoz y Sampayo como un
nuevo modo de ver y entender la historieta. Recordemos que en 1975
ambos no se sentían satisfechos de su trabajo. Pero, ¿cuál era la
raíz de sus males? Simplemente el hecho de realizar un producto
como cualquier otro: para vender o para sobrevivir pero dejando de
lado lo más importante, su propia conciencia artística. Ambos se
habían limitado a repetir los únicos esquemas conocidos hasta
ahora, los comerciales y para romper esta ligadura sería necesario
un cambio y rotundo cambio de actitud, de propuesta.
Aunque se dan unos ensayos previos (“Viet Blues”,
“Él, cuya paciencia es infinita”, “La vida no es una historieta,
baby”…), creemos que el momento exacto de esta ruptura con el
pasado, tiene nombres y apellidos, los de Joe. En “Conversando con
Joe”, se alcanza por fin este nivel de compromiso que con tanto
fervor Muñoz y Sampayo se habían exigido a sí mismos (insistimos
tanto en este hecho para recalcar que este proceso no vino
motivado por algún agente exterior). Tanto el guión y el dibujo
resultan ya personales, propios… pero de tal manera que ambos
conforman una única entidad lingüística. Es verdaderamente un
nuevo comienzo, un punto y aparte no sólo para los autores,
también para un Alack que a partir de ahora, tras enfrentarse a
los demonios de su pasado en esta vista atrás, tendrá entidad
propia.
Antes de proseguir, cabe preguntarse si este
proceso de ruptura era posible dada la inexperiencia de Sampayo
como autor de historietas. Por un lado podía salir beneficiado
pues si desconocía los mecanismos de producción de la historieta
no caería en ellos, pero si esto era así cómo iba a renovarlos;
cómo haría para, sin tener soltura y dominio de los recursos
historietísticos, ofrecer una alternativa y una línea de trabajo
válida. Una duda razonable que, de modo semejante a las pesquisas
relacionadas con Oesterheld, iremos desgranando poco a poco.
El fondo:
aunque lo hace de forma inconsciente, Sampayo, al construir la
personalidad de Alack Sinner, lo entronca dentro de la mejor
tradición de la historieta argentina. El cómo, no nos va a
resultar para nada extraño.
A la hora de encarar Alack Sinner, Sampayo
es un autor eminentemente literario que además posee extensos
conocimientos del guión cinematográfico. Bien, pero tiene que
hacer un tebeo. De todas maneras no estaba del todo indefenso pues
la temática propuesta por Muñoz, y a la que él se amalgama, no le
resulta desconocida en absoluto. Hablamos de la serie negra, un
género del que poseía un amplia formación “clásica”Xº: Hammett,
McDonald, Chandler, Jim Thompson, Himes… Un buen número de
lecturas de referencia (y eso que no hemos añadido la tradición
cinematográfica…) en las que basar una formación. El caso es que
Sampayo conoce perfectamente el género (cual es su temática
propia, las características que debe presentar un personaje, los
recursos y técnicas propias empleados por cada autor…) y en esta
tradición enmarca su obra.
Es Alack en muchos aspectos un detective cercano a
los Spade, Harper, Marlowe, Sepulturero Jones y Ataúd Johnson de
la literatura. Alguien que también es cínico y taciturno, que vive
imbuido en sus propias miserias enfrentado consigo mismo y con
todos, sin saber por qué. En este sentido no resulta extraño que
charlando con Joe tratase de rebuscar en su historia, en su
pasado, aquel momento en el que tanto él como sus ideales cobraron
conciencia de la cruda realidad. Sufre por vivir rodeado de tanta
mierda. Se odia por emplear la violencia. Lamenta quien es y lo
que hace. Puro conflicto interior en la jungla de asfalto.
Una lucha donde cuenta con enemigos y aliados: se
aleja, en el plano literario, de los siempre ingeniosos detectives
de Borges, Bioy Casares, Walsh… (que siguen los preceptos de la
novela policial cuyos autores más representativos son entre otros
Poe, Conan Doyle, Chesterton, Simenon…) que toman el crimen más
como un juego de salón en el que aplicar su inteligencia,
refinamiento y aire intelectual, que como un acto de violencia
inusitada. En el plano historietístico, por extensión, se aleja de
las aventuras de investigadores tópicos amparados en una visión
infantil de la justicia (con mis respetos, Wadel, Ongaro…). Pero,
por el contrario, se acerca irremediablemente hacia otro tipo de
historieta popular, en la que con sus más y sus menos ya habían
encontrado cabida aquellos personajes definidos por su propio
dolor, estigmatizados por su propio pecado. No tanto con
detectives pulcros, como con simples y mundanos pecadores (también
se juega aquí: “sinner” es pecador) oesterheldianos.
Aunque Sampayo apenas conocía la obra de Oesterheld,
podemos encontrar claras concomitancias que van más allá de lo
anecdótico (en sus inicios como guionistas de tebeos ambos
desconocían casi por completo las triquiñuelas del medio y tienen
que partir de su amplio conocimiento literario) y remarcan una
actitud paralela que, salvando las distancias, animarían sus obras
y, en especial, creaciones tan dispares pero semejantes como
serían Sargento Kirk y Alack Sinner (las comparamos
por ser en ambas obras donde inician su estética humanista). La
culpabilidad que impregna sus almas; la pesadumbre ante sçi
mismos… y, a la vez, la confianza instintiva en sus fuerzas; su
lucha ciega contra el entorno que les oprime… son rasgos que en
conjunto hacen de estos personajes enteramente humanos, cercanos a
nuestros modos de conducta y pensamiento.
Dos miradas que incluso siguiendo la estela de sus
respectivos ciclos naturales (una, la del héroe clásico que
desemboca en el antihéroe que duda de la firmeza de sus
propósitos; otra, la del detective juicioso que acaba pervertido
por la crueldad que le rodea) al final se terminan encontrando
bien sea en el sacrificio personal a sabiendas de la derrota, bien
sea en la incertidumbre de quien ha perdido su lugar en este gran
teatro que es el mundo.
La forma:
a la hora de narrar, Sampayo demostró adaptarse a los requisitos
exigidos por la historieta. Indudablemente la cercanía de medios
entre cine (tendría que ver con su cuidado ritmo entre palabras e
imágenes) e historieta fue clave (dado su desconocimiento de este
último medio) para facilitar su labor, pero el verdadero eje sobre
el que oscilará su interpretación de lo gráfico no es otro que
Muñoz.
Muñoz y Sampayo, colaboraron codo con codo, uno
junto al otro, y no lo decimos metafóricamente. Su proceso
creativo comenzaba a partir del diálogo discutiendo las
directrices maestras entre la línea que debían seguir los
personajes alrededor de la historia y los recursos necesarios para
la puesta en escena. Luego, imbuidos ambos en el mismo estado,
cada uno cumplía con su cometido. Primero Sampayo elaboraba el
guión técnico:
«al no tener yo
particularmente ninguna experiencia específica en el tema, apliqué
lo que conocía y me gustaba, que era el cine. Me influyó en cuanto
a los diálogos y lo que es la puesta en escena, un aspecto que he
cuidado siempre al máximo, describiendo al detalle qué iba a
ocurrir, aunque después él lo interpretaba. Yo escribía una guía
de atmósfera, donde estaban los elementos que tenían que estar y
que encadenaban con lo anterior y con lo posterior” (Sampayo, en
U,
op. cit.).
Y luego Muñoz realizaba las tan arriesgadas
apuestas gráficas que han definido buena parte de las historietas
del último tramo del siglo XX.
Hemos visto el método de trabajo seguido pero
atendamos a una de sus consecuencias directas: la posibilidad que
se le plantea al guionista de expresar sus sentimientos a través
del grafismo. A través de la compenetración lograda a base de
diálogo y de compartir una misma idea estética, Muñoz y Sampayo
son capaces de desarrollar una síntesis de medios. Esto podemos
verlo en el uso de los textos de apoyo. Mientras que lo habitual
hasta entonces era recurrir a los mismos bien para acelerar la
acción (dadas las escasas páginas con las que contaban los autores
argentinos para desarrollar sus personajes) o bien para dejar
constancia de aquellos sentimientos o ideas propias que no se
podían cubrir con el dibujo (como era el caso de Oesterheld),
Muñoz y Sampayo dan escasa prioridad a su uso. Y es lógico, no les
hacía ninguna falta a tenor del ritmo que perseguían desarrollar
en su historieta.
Pero no siempre fue así. En su etapa previa a
“Conversando con Joe”, antes de asumir la necesidad de ser
consecuentes con sus propósitos personales, Sampayo, orientado por
Muñoz, aplicó los recursos aprendidos por éste en sus años de
profesión. Recurrió a una vía tradicional. Así, los textos sí eran
explícitos y muy minuciosos fruto de la (por otro lado de lo más
normal) inseguridad de un incipiente estilo y el miedo a dejar
algún detalle en el aire. Es con la experiencia reiterativa de la
creación y con la toma de responsabilidades, que Sampayo comienza
(a partir de “Viet-Blues”) a depurar su uso. ¿Por qué? Fácil.
Ambos descubrieron que buena parte de esos contenidos más
personales podían ser expresados por medio del dibujo intimista de
Muñoz apenas él consiguiera desarrollar un arte que recogiera
estas inquietudes, que se transformara y amalgamara a unos
intereses propios que eran también los de Sampayo (obviamente por
compartir el proceso creativo y la actitud que lo anima).
Dicho esto hemos de considerar “Conversando con Joe”
como la frontera entre un estilo pasado y otro presente, donde
convivieron a partes iguales los viejos textos de apoyo con los
que acelerar y ralentizar la acción (totalmente justificados
teniendo en cuenta el flashback) con el ritmo
cinematográfico dispuesto en torno a la secuencia; donde a la vez
que se explotaron recursos tradicionales de exposición, se
intensificó el uso de una nueva vía lingüística plenamente basada
en el compromiso entre palabra e imagen. En suma, es este el
momento en el que el estilo de Muñoz y Sampayo se entronca en una
misma unidad formal de conjunto, adquiriendo ese atisbo de
personalidad propia que el tiempo y sus sucesivos trabajos
terminaron por desarrollar en toda su extensión…
Individualidad:
todo este cúmulo de cambios tanto en contenido como en expresión
son resultado de un mismo elemento, común en ambos autores, y que
paradójicamente se desarrollará gracias a su mutua colaboración.
Nos referimos a la tan mencionada actitud personal.
La misma surge de fruto de una rápida y espontánea
evolución que arranca en los orígenes de Alack Sinner. Tras
la publicación de sus dos primeras historietas, tanto Muñoz como
Sampayo tuvieron la certeza de no estar siguiendo el camino
adecuado. El lastre de la industria era todavía demasiado pesado
en sus conciencias y si querían salir a flote como creadores
debían deshacerse de él cuanto antes. Demasiada presión,
demasiadas exigencias, demasiadas prisas por los plazos de
entrega… un ritmo frenético del que Muñoz estaría más cansado que
nadie. Media vida y otro tanto de carrera llevaba trabajando así,
especulando con la posibilidad de hacer algo personal con lo que
realizarse. Y llegado de nuevo el momento, tal vez alentado por
contar por fin con un compañero de armas que compartía su misma
situación, Muñoz y Sampayo decidieron romper sus ligaduras fuera
cual fuera el precio.
Si recordamos las palabras de Muñoz (y que
seguramente podríamos hacer extensibles a Sampayo) con las que
habríamos esta sección podemos observar que su mayor preocupación
no era otra que desperdiciar o no desarrollar lo suficiente su
talento. Y ponía como ejemplo a uno de sus maestros, Oesterheld.
Muñoz, que trabajó en su día con él, llegaba a unas conclusiones
de cajón. Si como narrador fue tan renovador trabajando a destajo,
de haber podido disponer de dedicación, ¿de qué no habría sido
capaz? Y estas eran las eternas dudas que les asaltaban. ¿Y si
llegado el momento ellos sentían que no habían cumplido con sus
expectativas personales?, ¿y si no las cumplían nunca? Estaba
claro no iban a esperar más para comprobarlo.
En el periodo comprendido entre “Viet-Blues” y
“Conversando con Joe” es cuando se da ese cambio radical que
transforma a Alack de personaje en persona, de objeto a
protagonista. Y todo por un simple mecanismo: ofrecer su interior,
su forma de ver el mundo a través de sus ojos. Juan Sasturain, en
El domicilio de la aventura, ha sido quien con mayor
claridad ha explicado este proceso y a sus palabras nos remitimos:
«[en
referencia a “Conversando con Joe”] pero existe otro motivo no
contradictorio para valorar el episodio como una operación
artística y existencial –que no sólo involucra al personaje sino,
sobre todo, a los autores, supongo-, habla simultáneamente
de un pasado pisado y en cierto modo oprobioso o vivido como tal,
de un desgarramiento personal, y de una serie de elecciones clave
que terminan en la marginalidad elegida como camino inevitable de
coherencia. El sujeto real y aparente de la historia es el policía
Sinner; el sujeto metafórico son el escritor Sampayo y el
dibujante, y el problema en cuestión, uno sólo: el choque ético
contra la REALIDAD social y sus leyes, y los modos de
supervivencia luego de esa colisión existencial…»
«El
itinerario del policía que pasa a ser detective privado después de
su decepción institucional –la edición francesa lo enfatiza en el
título: Flic ou privé- es mucho más que eso: transparenta,
homólogamente, el camino del creador que decide romper con el
circuito de producción comercial regido por el encargo y la
convención, e intenta el proyecto independiente, la salida
individual, la intemperie. En ese preciso sentido, Conversando con
Joe, ejemplifica las contradicciones y respuestas de Muñoz-
Sampayo, su trayectoria hasta el momento de elegir hacer El caso
Webster y no seguir con su sujeción anterior a esquemas creativos
institucionalizados”.
»(…) y del mismo
modo, el arte de Muñoz y Sampayo, en un único y armónico
movimiento, acompañará ese itinerario de busca y lucha personal
que es, para todos los hombres, el mismo. Ya lo dijo Alack en una
FRASE CÉLEBRE de las que acostumbraba en la época de detective
sarcástico, ante los hijos de Webster: “Todos tenemos en nosotros
a nuestro peor enemigo”.»
A lo que el viejo Oesterheld, por boca de Ernie
Pike, hubiera agregado: «Las verdaderas, auténticas historias, son
las que el hombre consigue sobre sí mismo. Y en el final está la
posibilidad de mirarse de frente al espejo».
Lo dijo Muñoz. Lo reveló Sasturain. Para qué añadir
más…
Escuela.
De a Oesterheld a Sampayo, el estilo del guión de
historietas ha sufrido variaciones profundas. Desde un autor que
innova y renueva unas líneas editoriales a partir de la
humanización de sus personajes, hasta otro que termina de culminar
este proceso de ruptura y renovación de la industria de la
historieta mediante su individualización lírica. Desde quien se
vuelca en las palabras, hasta quien vierte la mayor parte de su
esfuerzo en la colaboración en pos de la creación plena sin líneas
de separación.
Pero no queremos finalizar sin dejar constancia,
aún siendo breves, de otros autores que también podríamos
considerar participes de este mismo proceso y a los cuales ya
hicimos ligera mención al inicio de nuestro análisis. Carlos
Trillo (Las puertitas del señor López, El último recreo),
Juan Sasturain (Perramus), Guillermo Saccomano (Serie
negra), Ricardo Barreiro (Ciudad)… todos ellos se
engarzan dentro de esta misma línea evolutiva de tal modo que poco
hubiera variado el estudio si en vez de a Carlos Sampayo
hubiéramos escogido a cualquiera de los otros. Comparten una
tradición común: su admiración por Oesterheld y su obra, de quien
aprenden a construir personajes y argumentos humanos, solidarios,
enmarcados dentro de lo mejor de una tradición que emplea la
literatura al servicio de la historieta. Semejantes renovaciones:
su propio modo de concebir la escritura de los cómics,
influenciados por la soltura del guión cinematográfico,
sintiéndose también partes activa de la gráfica de sus obras (no
tienen por qué sentirse ajenos a ella), propiciando un contacto y
una colaboración estrecha con sus dibujantes (ya sea Altuna por
partida doble, Juan Giménez o Breccia)…
En definitiva, y a pesar del tiempo, dos
revoluciones que se entrecruzan y nutren en este largo camino sin
par a través de la palabra. |