El intento de golpe de Estado que tuvo lugar el 23 de febrero de 1981 fue uno de los momentos más tensos sufridos por la democracia restaurada tras la muerte de Franco. El delicado proceso de transición política que estaba viviendo España se podría haber detenido en aquel momento, con el aplauso de varios medios, pero por fortuna fue una asonada condenada al fracaso desde el principio. Según han sostenido Jesús Palacios y otros investigadores incluso se planificó para resultar un fracaso, a juzgar por los resultados: reforzó ampliamente la figura del Rey, se demostró que la mayor parte del Ejército apoyaba la democracia y que lo que quedaba del franquismo eran rescoldos que no representaban gran peligro.
Claro que esas consecuencias no las podía intuir nadie aquella noche de sables y transistores. En España se pasó miedo, mucho miedo. Los humoristas gráficos, los que sacaban punta a la actualidad, reaccionaron tarde y con mucha cautela. Solo algunos temerarios (los “fumetas” de El Víbora entre ellos), se arriesgaron a satirizar al Ejército y a la Guardia Civil con saña. Para la mayoría de la gente quedó como una acción chapucera que se olvidó pronto, como se olvidan tantas cosas en España. Tejero pasó de representar la vuelta del terror a convertirse en motivo de chanza popular. Fue convertido en una figura burlesca con mostacho poblado y brazo en alto que eclipsó en gran medida el temor larvado a la vuelta de la dictadura militar, algo por entonces muy presente. Quién sabe si hicimos bien en sustituir el miedo por la burla tan alegremente. Hay quien todavía cree en los manejos subterráneos del poder, pero la mayoría asociamos al protagonista del “golpe” con un fantoche risible, como han venido demostrando los humoristas gráficos en los últimos cuarenta años.
Damos fe en esta exposición de ese liviano tratamiento por si sirve de advertencia: que bien está reírse de los títeres, pero a sabiendas de que siempre hay alguien tirando de los hilos.
Galería y textos de Manuel Barrero.