ZORA Y LOS HIBERNAUTAS. DECORATIVISMO EPATANTE
La década de los ochenta se inauguró con una historieta nueva en España. Si durante los años setenta se habían dado pasos de gigante en la historieta de todos los países, sobre todo en Japón, Estados Unidos y en el eje francobelga, en nuestro país experimentamos un crecimiento sosegado de temas, técnicas y estilos que nos prepararon para lo que llegaría con la democracia. El llamado boom se produjo por saturación y también por expreso deseo de los autores de explotar / explorar nuevas vertientes del medio.
La fragua de los tebeos de los años setenta había permitido a editores y autores de una industria bastante debilitada bruñir los estilemas autodidactas y hacer del cómic algo más maleable y dúctil. Entraron por esa puerta las obras 'de autor' al mismo tiempo que salían por la ventana las posturas ideológicas y la conciencia de clase. Había que ganar el mercado. Y el mercado se ganó precisamente a través de reclamos alejados de esas posturas dialécticas, incluso despreocupados con respeto a la densidad de los temas tratados. Lo atractivo era la imagen, la nueva plástica, las nuevas aproximaciones que permitían las nuevas técnicas. Epatar.
Cuerpos desnudos y espectaculares naves espaciales, o viceversa.
ESTILOS, QUE NO TEMAS.
Tratar de hacer un desglose preciso de los estilemas que compartieron los autores de la llamada ’Generación del compromiso’ es tarea difícil. Podemos intentarlo separando dos etapas, una de formación de los autores que hemos integrado en la generación, que presenta algunos rasgos comunes, y otra de individualización de estos autores, cada uno con presencia propia pero con ciertas concordancias arrastradas a lo largo del tiempo.
Los rasgos estilísticos en los que medran muchos de estos dibujantes resultan comunes a muchos de ellos, pues crecieron admirándolos durante los años cincuenta y copiándolos durante los sesenta. En sus comienzos, eran homogéneos los estilos de Giménez, Beà, Usero, Font, Fernández, González, García, Maroto, Bernet, incluso López Espí o Félix Mas, o los que luego les siguieron el rastro, como Azpiri, Mundet, Edmond… Las fuentes eran comunes a todos: los Freixas, los Blasco, acaso Gago e Iranzo en las bases lectoras, o el magisterio de Matías Alonso, López Blanco o Ambrós en la práctica; pero el gran referente fueron sobre todo los americanos Raymond, Caniff, Robbins, luego Toth… Se aprecia esto en el trazo y el desarrollo de figuras, de cimentación clásica, casi académica en su autodidactismo, en la modulación de la línea, en el entintado seguro, también en la composición de las figuras y en la construcción de la página, en este caso con muchos débitos al gran Víctor de la Fuente.
Composición renovadora, lo pictórico como eje, y los grandes clásicos como referencia.
Cuando los autores comienzan a buscar una identidad propia más marcada aflorarían los experimentos formales tomando ideas de aquí y de allá:
recuadros abiertos, espacios vacíos, viñetas descolocadas, todo ello con el fin de romper la rígida diagramación tradicional;
personajes silueteados que también aparecen dibujados de forma realista, combinados con el retrato hiperrealista, o con bocetos o dibujos a lápiz desprovistos de entintado;
recursos expresionistas en el entintado, con fuertes masas de negro en algunas zonas, con contrastes muy marcados en rostros y ciertas expresiones, y también en el coloreado, con fondos manchados abruptamente, paisajes tormentosos, etc.;
utilización de técnicas novedosas en el acabado, como el rayado, el manchado con fibra, el uso de tramas mecánicas, el collage como meta, el uso de una escala de color manierista, etc.;
montajes analíticos, estructuras iterativas, contrastes compositivos, inflexiones críticas, finales sorpresa...
En lo temático, claro está, cada autor eligió su camino. Los guionistas no podían ser ’autores completos’ dado que no dibujaban. Los dibujantes querían todos contar sus propias historias, pero no todos podían. Carlos Giménez se reveló como un excepcional narrador en lo consuetudinario, en la adaptación y en la construcción de una obra personal pero a la vez implicada con su tiempo y sus ideas. Usero demostró ser un dibujante portentoso y también muy capaz para la propaganda de ideas. García hizo comulgar ideología con exquisitez gráfica. Bea abrió las puertas de la imaginación, mudando crítica por fantasía, con una versatilidad incuestionable.
Fernando Fernández desarrolló una obra a caballo entre lo pictórico y lo historietístico que cosechó el aplauso unánime en lo formal, pero que no logró superar la barrera de lo didáctico en lo argumental, como quedó demostrado con Zora y los hibernautas.
Arquitectura femenina, collage y toda la escala cromática.
MUJERES ABEJA
En 1980 los muchachos que nos aproximamos al quiosco a comprar las revistas de Toutain compartíamos un sentimiento común: excitación. Nos ilusionaba abordar la lectura de ficciones extraordinarias y nos turbaba, claro está, la presencia de piel desnuda, a veces gratuita pero siempre grata. “Zora y los hibernautas” fue una de las historietas que aparecían en la revista de Toutain 1984, una de las más anheladas cada mes. Desde el año 1980 comenzó a ofrecerse por entregas: de los números 22 a 27, y tras un intermedio de tres números, desde el 31 al 37, culminando la obra en 1981.
Zora y los hibernautas constituía un magistral muestrario de cuerpos núbiles y en escenarios de fantasía, a tono con la moda / etapa que se vivía en la España de la transición democrática, aquella que se llamó del ’destape’. Además, se apuntó a un tema de actualidad: la transformación de las relaciones interpersonales y, sobre todo, de una institución hasta entonces inamovible, el matrimonio. Recordemos que España fue el último país de la Europa comunitaria en aprobar el divorcio, en 1981, diez años después del penúltimo, Italia. Este hecho removió muchas conciencias y alimentó múltiples polémicas: Para los españoles católicos a ultranza se hacía inadmisible la ’desintegración de la familia’, para otros muchos era un derecho inalienable, incluso una conquista de esa facción de la sociedad en emergencia: la mujer, amparada en muchas ocasiones bajo la bandera del feminismo entonces. En este caldo de cultivo, y dependiendo de la lectura que cada autor hacía de la nueva propuesta legal, el tema se les antojó atrayentes a muchos para plantear futuribles sociedades sin matrimonio, sin hombres, sin mujeres, de patriarcado salvaje o de matriarcado utópico.
En esto consistía la serie protagonizada por Zora, que se lanzó en paralelo a la aparición de esta ley: en un futuro lejano, la sociedad se ha colapsado por las razones ya advertidas a lo largo de la década anterior (contaminación, guerra, Apocalipsis), y se ha formado una nueva sociedad sin varones, matriarcal, tras una salvaje revolución feminista. Esta nueva humanidad se organiza como los insectos sociales, con férrea jerarquía vertical, reproduciéndose sus miembras artificialmente, velando por una eugenesia que desestima cualquier embrión macho. Todo cambia cuando Zora y sus chicas descubren a una pareja de macizos hibernados que primero les obligan a replantearse las bondades de su sociedad, que luego las turban y copulan con ellas, y que más tarde las organizan en grupos reacios a la fría cúpula de poder, a la que se oponen con ayuda de rebeldes mutados interesados por recuperar las viejas estructuras.
El último hombre sobre la tierra es un aliado de los mutantes.
Con este argumento, innegablemente atractivo, y con una puesta en escena sorprendente, la obra fue una de las quillas que abrieron sendas en el marasmo del boom. A todos sorprendió la hibridación de collage fotográfico y técnicas pictóricas de Fernando, era innegablemente atractiva la composición armoniosa y orgánica de cada página, ese desafío al horror vacui contorneado con el color y con figuras libres en busca siempre de cierta artisticidad. Los trajes de las chicas eran mínimos (aun no teníamos la palabra tanga para definirlos), remitían a Egipto, otro exotismo; las naves y otras construcciones aludían a organismos vivos (como en la arquitectura había hecho Gaudí); y la paleta de colores se abría como un arcoíris maravilloso para contar una historia en la que se combinaban escenas de batalla intergaláctica con otras subidas de tono, de cuerpos desnudos e inflamados.
El trabajo de Fernández parecía la continuación lógica de los experimentos formales a la par que didácticos editados por Pala y AFHA, y la demostración última, a ojos de la muchachada, de que la historieta era un ‘Arte de pleno derecho'. Y es innegable que este dibujante epata con ese despliegue inusitado de color y grafismo espectacular, pero la obra producida no soporta una relectura hoy, ni cumple los mínimos narrativos.
Las poses, a veces, no ayudan a narrar con verosimilitud.
MUJERES FLORERO
Pepe González dibujaba a las mujeres maravillosamente, pulsando el resorte de nuestra libido o de nuestra imaginación más calenturienta con cada una de sus imágenes, y lo hacía sobre la base de modelos fotográficos. Fernández utilizaba modelos fotográficos o modelos en vivo, pero no lograba transmitir la misma sensación de naturalidad. Las figuras de Zora y sus chicas se mueven bellas pero no exentas de rigidez, andan más pendientes de la pose que del relato. A los chicos les pasa otro tanto, bien que lo disimulan con los uniformes (ellos no van por ahí desnudos). El diseño de naves, edificaciones y escenarios, cualesquiera de los paisajes, constituyen ejercicios plásticos absorbentes, impresionantes, en los que los personajes contrastan poderosamente. Empero, el autor no logra engarzar bellos dibujos con una historia atractiva o creíble o, al menos, llevada con buen ritmo.
Zora arranca bien, con los elementos de suspense cuidados hacia el final de cada entrega, y a cada página la sorpresa plástica es mayor. Pero la organización social de Colmena no acaba de resultar del todo verosímil, ese origen fundamentado en los movimientos radicales feministas no convence (y menos el factor desencadenante de la crisis: "manifestaciones de masas"), Por otro lado, al igual que Fernández tomó referencias descaradas de Stanley Kubrick para alguno de sus libros para AFHA o para la serie Círculos, aquí hace lo propio con Ridley Scott.
El hombre y la mujer forman un solo cuerpo.
Es lógico pensar que un planteamiento sencillo, y su desarrollo consiguiente, como éste no despertara el interés de la crítica de su tiempo, anhelante de una obra de autor o con ideología comprometida con la lucha de clases o la consecución de libertades políticas y sociales. Acaso se vio en este trabajo algo de lo último, por entender el desnudismo en la obra como un apoyo más a la emancipación femenina, cuando la moraleja final es la de que la mujer es incompleta sin la presencia del hombre. A su favor cabe decir que Fernández no se plantea en realidad otra cosa que contar una historia básica dirigida a un público concreto, el de los jóvenes con hormonas en ebullición (los ’adultos’ que querían por público los editores) y, en ese sentido, funciona perfectamente.
La caracterización de las diferentes mujeres pierde importancia ante el hecho de que lo relevante aquí es admirar sus bellos cuerpos. La mezcla de acuarelas u óleos con viñetas dejadas en gris o resueltas con un entintado en negro muy expresivo atrae pese a que no quede claro su valor narrativo. Y los textos, recargados, hasta la pedantería en ocasiones, reformulaban el concepto de folletín y parecía querer sugerir una suerte de poesía fantástica que no sabemos si llegó a comprender algún lector inteligente (o a enojarle, tras percatarse de que los villanos juran “por Acratón” en una España joven que se desea ácrata).
El mayor defecto de la obra es el de la sobrenarración, esa necesidad de incorporar textos explicativos que estorban como el que se sitúa al pie de una viñeta en la que una nave asciende majestuosa ganando velocidad mientras se aleja del planeta: "Majestuosa, la Génesis II ascendía ganando velocidad... alejándose de la vieja tierra...". Otros textos intentan explicar emociones o sensaciones más allá de lo que sugiere la imagen generando cierta sensación de sopor metafísico:
Pág. 75 de la obra dibujada. Dice el texto: "Por primera vez una opresión espasmódica le convulsiona el pecho, y un nudo doloroso atenaza su garganta. Costosamente, después, emite unos sollozos entrecortados. Luego la respiración se normaliza y ZORA, extenuada por la tensión, cae en un relajante sopor" [en la imagen, Zora, en pose relajada pero con la cabeza hacia atrás: ¡HA, HA, HA... HIEEE, EH, EH, SOW...!"]
Un texto sobrecargado que no comulga con la imagen.
Y lo que ya no se comprende es que Zora se convierta en madre /viuda soltera que prefiere salir pitando hacia el espacio profundo para parir allí, sola.
Eso sí, cada página es un prodigio de composición orgánica, efusiva, colorista y que a nadie deja indiferente. La belleza de las muchachas calvas engarzando viñetas, las majestuosas naves espaciales cruzando las dobles páginas, los estallidos de color que aceleran el ritmo, los homenajes a Gaudí y a otros grandes pintores, alguna elipsis afortunada, y unas páginas finales bellísimas en su composición y resolución.
Por fortuna España avanzó hacia un modelo social abierto, respetuoso con la individualidad retratada en esta obra pero al mismo tiempo protector de los derechos de todos. También, por fortuna, la historieta avanzó por derroteros gráficos tan grandiosos como éste pero también con interés por bucear en historias de mayor enjundia y guionizadas con esmero. Con interés por narrar.
Fernández se superaría con su adaptación Drácula, gráficamente más coherente con el relato que contaba. Y Zora y los hibernautas ha quedado para la posteridad como una serie representativa de la historieta que se nos quiso vender en aquellos incipientes años ochenta, como la quintaesencia de un medio cuya meta era ser Arte. Hoy la recordamos con ese valor añadido: representó unas fórmulas novedosas, sorprendentes y emocionantes, que consiguieron vender tebeos y que hoy todavía resulta un producto admirable gráficamente, de los de acariciar el papel a cada pasada de la mirada…