WOLVERINE. ADN POSMODERNO. GÉNESIS DE UN ARQUETIPO |
No existen los héroes casuales.
Es una afirmación discutible, pero pensémoslo bien: Ese hombre común que lo arriesga todo para sacar a un bebé de una casa en llamas, esa madre que enfrenta a los bandidos para salvar a su hijo, ¿son acaso héroes casuales? ¿No será que ya en su interior anidaban ciertas convicciones más arraigadas que el temor y la fatalidad?
No existen los héroes casuales.
Wolverine comenzó sus andanzas allá por en el número 180 de The Incredible Hulk (1974) intentando detener a la imparable mole verde. Canadiense, malo, con garras en las manos… ¿qué pudo haber convertido a esta creación del guionista Len Wein en un ícono del universo superheróico?
La historia de Logan se parece a un cuento de hadas malhumoradas, y merced al film de Gavin Hood X-Men Origins: Wolverine (2009) a esta altura es más conocido que Caperucita. Después de su primera aparición se dio una vuelta por el núm. 1 de Giant-Size X-Men (1975) y de allí el gran maestro de las tramas complejas y atrapantes Chris Claremont lo llevó a la serie regular del grupo de mutantes, donde la ductilidad de John Byrne terminó de configurar su imagen al darle el traje que lo hiciera popular. Final para esta historia, sólo que Logan nunca dejó de ser un salvaje pese a que varias princesas le concedieron sus amores.
Ahora bien, ¿por qué Wolverine se convirtió en un héroe tan popular?
La respuesta tal vez resulte demasiado simple, pero ahí va: La imagen de Wolverine configuró un nuevo paradigma de superhéroe, uno más cercano a la ideología y a la sensibilidad de la posmodernidad.
Ahí van tres razones por las cuales considerar a Wolverine el predecesor de los grandes cómics de superhéroes modernos:
En primer lugar, está el hecho de que Wolverine sea canadiense. El superhéroe, producto netamente norteamericano, representó en sus orígenes el espíritu nacional. El hecho de tener un origen diferente sitúa automáticamente a Wolverine fuera de una determinada escala de valores. Claro, podría haberla adoptado, como el bueno de Superman. Pero no lo hizo, porque de alguna forma Wolverine inaugura la imagen del héroe desligada de una determinada ideología, alguien que no hace el bien porque es un deber moral, como el emblemático Batman, sino porque lo considera el camino más coherente, algo que se ve claramente reflejado en la impostura que Grant Morrison dio al personaje durante su trabajo en New X-Men (2001-2004).
Al negarle la ciudadanía norteamericana, los guionistas estaban vinculando a Logan con el principio básico de la posmodernidad: La globalización. El héroe de la leyenda, el paladín del relato épico, defendía a su nación, porque era un intento por consolidar la identidad de un pueblo. La posmodernidad recupera la tradición mítica, vuelve al héroe a su estado primordial y universal. Lo separa de una connotación nacional para evidenciar que está hablando de universales, de lo que nos es común a todos. El resultado es una globalización del héroe, es el convertir a un personaje como Logan en un emblema que está más allá de una identidad regional.
Como dejó claro Chris Claremont, Logan puede moverse en Japón con la misma soltura que en Estados Unidos y en Canadá, porque en última instancia no pertenece a ningún lado, o tal vez pertenece a todos en una encarnación de la gran contradicción posmoderna.
En segundo lugar, está el origen. Nadie sabe de dónde vino Wolverine y ni él mismo puede explicarlo. Parte de su pasado fue revelado más de quince años después de su primera aparición en la miniserie Weapon X (1991) que Barry Windsor-Smith dibujó con perfección renacentista y escribió con menor suerte. Finalmente, los lectores llegarían a la gran revelación en Wolverine: Origins (2001-2002) donde la excelente elección plástica de Andy Kubert y Richard Isanove dan un lirismo nunca antes visto a la historia del canadiense. Los excelentes cuadros de estos dos artistas realzan la trama urdida por Bill Jemas, Joe Quesada y Paul Jenkins, y uno se pregunta si no hubiese sido mejor dejarla en manos de un solo guionista. El argumento, propio de una tragedia griega, se ve opacado por una búsqueda no siempre efectiva del impacto en desmedro de la estructura.
Lo realmente interesante es que Logan eludió durante gran parte del tiempo el revelar su origen, restando importancia a la forma en la que adquirió sus poderes, llevando al extremo la premisa que Stan Lee impusiera en los comienzos de los X-Men: Señores, se trata de mutaciones, así que el pasado de los personajes no es relevante; los superhéroes son presente en el estado más puro. Lo que importa es lo que está por delante y las motivaciones no son siempre únicas ni inalterables. Se trata de personas, y las personas dudan y fluctúan.
Francis Fukuyama lo dijo con claridad: hemos llegado al fin de la historia. Al tratar de contar lo sucedido, existen múltiples visiones que se contraponen. De alguna manera, la historia nos impide pensar en un mundo globalizado, porque señala la diferencia entre vencedores y vencidos, pero además porque indica nuestros orígenes. El hombre posmoderno se construye a través del presente, y ni la proyección a futuro ni la revisión del pasado se incluyen dentro de sus inquietudes. Es el ahora en estado puro, exactamente igual que Wolverine, quien al desconocer su pasado, no sabe cuáles son los pasos que debe seguir para construir su futuro. La posmodernidad es la edad de la duda consensuada, y Logan es el personaje que, pese a la seguridad que demuestra, no tiene un rumbo fijo porque no conoce su pasado y eso le impide proyectar su futuro.
En tercer y último lugar, Wolverine es un personaje interesante debido a su carácter firme e inquebrantable. No se trata de un boy scout que pretende ayudar a ancianas a cruzar la calle o al presidente a salvar el mundo. Logan es un héroe individualista pese a que sus mayores aventuras las ha vivido formando parte de los X-Men. Siempre da la impresión de estar a punto de desligarse, como si los nexos que lo unen al grupo no fuesen perpetuos sino circunstanciales y en cada misión hubiese que convencerlo de que los motivos para embarcarse en la aventura valen la pena.
Sin caer en absurdas disquisiciones psicoanalíticas, resulta evidente que al margen de sus amoríos clandestinos con Jean Grey, el nexo que lo une al grupo se encarna en la figura casi paternal del Profesor X. Xavier es el representante de lo que Logan deja atrás: un héroe de ideales sólidos, profundas convicciones sociales y con un inquebrantable espíritu de sacrificio. Y no es que Logan carezca de estas motivaciones, pero Wolverine puede poner en duda sus convicciones sin que el lector se extrañe, porque no responde a un modo de pensamiento unívoco. El arquetipo encarnado por el canadiense es indudablemente deudor del superhéroe de la Edad Dorada, pero esto no implica necesariamente una evolución, sino más bien la adaptación a una individualidad más acorde con la posmodernidad.
Y es aquí donde encontramos la importancia de Wolverine para la configuración del superhéroe actual que tan bien reflejó el menoscabado fenómeno Image a fines de los años noventa: héroes con una identidad definida, una ética personal y una forma particular de usar sus poderes, más agresiva y violenta pero también, por contraste, más compasiva y humana. Se trata de seres sufrientes a causa de su oscuridad interior, de su tendencia hacia el caos, como si fueran una especie de Batman al que le falta la voluntad para no pasar por encima de la moral.
Pese a sus aires de unificación, la propuesta posmoderna terminó incentivando el individualismo más furioso, porque al descentralizar la cultura y proponer como único paradigma la inexistencia de una verdad unificadora, nos convirtió en islas. Al perder un lazo de unión, perdemos también la posibilidad de comunicación, porque no existe base común sobre la que construír un vínculo.
La particularidad que convierte a Logan en un excelente paradigma del héroe posmoderno es que encarna también todas las contradicciones de nuestra época. Porque pese a su condición solitaria, sigue añorando y buscando. Pese a su determinación, sigue no sabiendo a dónde va. Pese a su ferocidad, sigue pareciéndonos un personaje vulnerable.
Wolverine supo abrirse camino en el universo atiborrado de superhéroes creado por el poderoso imaginario norteamericano. Sin restar mérito a su impacto visual, las razones de su trascendencia están en haber llevado al héroe más allá de su paradigma clásico para encarnar de un modo más acabado la identidad cambiante del hombre posmoderno.
No es el azar lo que determinó que Wolverine se convirtiese en una figura emblemática del superhéroe moderno, porque de alguna manera en su ADN imaginario guardaba las pistas de un cambio de paradigma que recién comienza. No se trata de una mera coincidencia: Logan no es el héroe que nuestra sociedad necesita, sino el que mejor la refleja.
Porque es sabido: No existen los héroes casuales, y Logan dista mucho de ser una mera eventualidad en el universo de los cómics.