TERROR SOBRENATURAL Y REALISMO ARCANO. VERTIGO Y EL HORROR EN LOS NOVENTA.
Quizá haya muchas maneras de definir qué es VERTIGO pero, para el que firma, VERTIGO fue el momento en el que el cómic mainstream estadounidense alcanzó la plena mayoría de edad; el momento en el que los cómics de las grandes editoriales se pudieron desembarazar completamente de las cadenas de la Comics Code Authority. Fue, además, una apuesta valiente hecha en el momento justo cuando terminaban los ochenta (Guerra Fría, caída del Muro de Berlín, Guerra de las Malvinas, desastre de Chernóbil, John Lennon es asesinado, Reagan asume la presidencia de EE UU, se da a conocer el SIDA como la nueva epidemia a escala mundial) y comenzaba la nueva década (Guerra del Golfo, invasión de Kuwait, unificación de Alemania, dimisión de Margaret Thatcher, guerra civil Yugoslava, muerte de Freddy Mercury). El sello fue, sobre todo, la visión de una mujer, la editora Karen Berger, que hizo posible su creación y desarrollo; amén de que también se dieron cita allí las personas indicadas (jóvenes guionistas británicos que habían sufrido la política conservadora del gobierno de Margaret Thatcher), que hubo algunos lanzamientos pobres (los sellos Touchmark o Piranha no llegaron a cuajar), y con algunas excepciones nacidas fuera de Vertigo (algunos títulos como Hellblazer, Animal Man o Doom Patrol). Karen Berger. El cerebro tras VERTIGO
VERTIGO se creó, en un principio, para paliar la falta de historias que no contaran más de lo mismo, la falta de historias “de género” (género de horror, se entiende). Los superhéroes, que habían entrado en un curioso vórtice de autoparodia, cuando no se oponían a los clásicos modelos, antes inalterables y monolíticos, copaban el mercado de los comic books y VERTIGO ofreció un producto nuevo en un momento en el que los tiempos cambiaban: seres normales envueltos en circunstancias extraordinarias y en un marco que rescataba la magia, el horror y la mística para conjugarlos con la política, la sociedad y la cultura que se establecían durante la década de los ochenta. Nuestros miedos habían cambiado y el horror, con ellos.
En las siguientes líneas, se intentará aproximar al lector, de la manera lo más general posible, a los inicios y al desarrollo de dicho fenómeno editorial prestando una especial atención a cuánto aportó VERTIGO a un género en particular, el terror sobrenatural u horror.
Portada de Swamp Thing, 129. | Portada de Animal Man, 57. |
Si consideramos el paso de testigo de los guiones de Swamp Thing al británico Alan Moore como una primera prueba para alcanzar la mayoría de edad, algo así como los 18 años en Estados Unidos (es decir, puedes ir a la cárcel pero no beber alcohol), el cómic estadounidense se sacó el carnet de conducir (pongamos unos 16 años, más o menos, cuando comienza la rebeldía en la mayoría de adolescentes tardíos) con personajes de distintas editoriales que fueron quebrando, fusionándose o cerrando para, al final, pasar a ser propiedad de la poderosísima DC Comics (no en vano, ahora, es filial de Time Warner Company con el nombre "cambiado" a DC Entertainment). Así, los personajes que muy posteriormente Alan Moore remedó (pues él y Dave Gibbons querían usar los originales en su propio supergrupo [2]) por problemas legales y editoriales dentro de las mismas oficinas de los editores de DC, para su celebérrima y, ahora, mediática serie Watchmen [3], habían pertenecido antes a Charlton Comics. Captain Atom, Blue Beetle, Thunderbolt, Nightshade, Peacemaker y, sobretodo, The Question, fueron personajes que utilizaban su poder como vigilantes enmascarados ocupándose de los criminales de manera bastante expeditiva (recordemos que, salvo Blue Beetle, todos estos superhéroes fueron creados y desarrollados en plena Guerra Fría [4]).
La semilla para el antihéroe había sido plantada.
La Cosa del Pantano fue creada por el ingenio de Len Wein y el arte del maestro del horror Bernie Wrightson en julio de 1971, en el número 92 de House of Secrets y con el nombre de Alex Olsen (en un juego de palabras que claramente homenajeba al poeta norteamericano Alix Olson). La Cosa del Pantano fue, un año más tarde (Swamp Thing #1; noviembre, 1972), adaptada a la continuidad regular del universo DC en la figura de Alec Holland. Como un simple hombre transformado y deformado, un monstruo que la sociedad rehúye y a quien la justicia (encarnada por el agente del FBI y antiguo amigo de Alec, Mathew Cable) atribuye el asesinato del mismo Holland (la sociedad culpa a sus monstruos, esta vez, verdes y grotescos). La Cosa del Pantano huye de un mundo que lo teme por su deformidad, mientras intenta proteger su ciénaga de cuantos seres (mortales o sobrenaturales) acudan con el ánimo equivocado al oscuro, y a la vez románticamente decadente, estado de Luisiana. Poco a poco, la serie fue decayendo hasta desaparecer entre los títulos editoriales de DC que ya no se vendían.
El director de cine Wes Craven, en 1982, realizó su film basado en el personaje, Swamp Thing [5], de considerable éxito, por lo que Wein, ahora editor en la compañía, decidió revivir al viejo personaje en una adaptación de la película seguido de una continuación de la misma (emulando, de nuevo, al cine). Tras las ventas conseguidas, Wein se animó y resolvió crear el segundo volumen de La Cosa del Pantano, otorgando los guiones a un poco esforzado Martin Pasko, cuyo trabajo con el personaje no terminó de cuajar del todo. Los números 1 y 11 de la revista WARRIOR (Quality Communications 1982), donde escribía Moore y donde nacieron V for Vendetta y Marvelman (Miracleman)
Admirador de las cabeceras británicas Dr. Who, Warrior[6], de IPC, y de la revista 2000 AD, Len Wein confió su creación al guionista británico oriundo de Northampton, Alan Moore, cuando llevaban más de una veintena de números ya publicados. A su llegada al cargo de editora, Karen Berger (futura y auténtica artífice de la creación del sello VERTIGO, como veremos más adelante), otorgó plena libertad creativa al británico que, tras un número en el que cerraba argumentos dejados en el aire por Pasko (Swamp Thing. Loose Ends), comenzó una larga y exitosa continuación cuyos arcos argumentales (como los afamados “American Gothic” y “The Anatomy Lesson”) serían conocidos en su conjunto como Saga of the Swamp Thing. Por cierto, que aquí fue donde nació el personaje que se convertiría en la puta de lanza de la futura línea editorial, el ácido mago posmoderno John Constantine. Saga of the Swamp Thing se convirtió en el primer comic book del mainstream americano en el que se trabajaba aparte de las normas impuestas por la Comics Code Authority para publicar directamente material dirigido a lectores maduros. Podemos considerar Swamp Thing una suerte de analogía de los prejuicios sufridos por las minorías, el desprecio por lo diferente, encarnado aquí en La Cosa del Pantano, como si de un moderno Frankenstein se tratara.
El cómic comercial, el de las grandes editoriales (major, las llaman ellos), había alcanzado la mayoría de edad.
KAREN BERGER Y LA INVASIÓN DE LETRAS BRITÁNICAS
En 1988, Berger animó al joven Gaiman a crear lo que le dictase su inspiración. Sus palabras, según la propia Berger, fueron «We'd like a new Sandman. Keep the name. But the rest is up to you (Nos gustaría un nuevo
Sandman. Toma su nombre. Pero el resto es todo tuyo)» [8] . De ahí salieron los 75 números (1988-96) de la serie regular y limitada The Sandman, continuase la serie que había creado llegados al número 75, aunque, como veremos más adelante, DC buscó la manera de sortear esta “promesa”. Y la encontró. limitada porque la condición que puso Neil Gaiman fue que nunca se
Tras la presión que recibió por dejar que otros pudieran explotar las posibilidades del personaje, Alan Moore cedió al mago nacido entre las páginas de La Cosa del Pantano, John Constantine, al guionista británico, también de Northampton, Jamie Delano para que, en 1988 (al mismo tiempo que The Sandman), protagonizara el primer número de Hellblazer (serie que aún hoy se publica).
Después de Gaiman y Delano, Karen Berger reclutó a otros británicos y les dio la libertad creativa que necesitaban para crear las historias de auténtico horror que hoy son ya clásicos. Estos fueron Peter Milligan y Grant Morrison.
Peter Milligan creó Shade, the Changing Man (1990-96) además de una de las dos series que abrieron desde el #1 el sello VERTIGO, The Enigma (VERTIGO, marzo 1993), y Grant Morrison escribió los primeros 26 números de Animal Man (1988-1990) y cogió el testigo de Doom Patrol (números del 19 al 63, 1989-92), además de crear más adelante el título Sebastian O (VERTIGO, mayo 1993).
A principios de la década de los noventa, Disney tenía en mente una línea editorial de cómics para lectores adultos, pero la compañía sufrió una “implosión económica” en el año 1991[9] . El sello iba a denominarse Touchmark Comics, pero murió antes de nacer. Las expectativas de unas series que iban a ser comisionadas por DC Comics (el proyecto fue una propuesta del editor Art Young) para su adquisición y explotación por parte de la productora americana, se deshicieron como humo y el proyecto fue abandonado. Las series en cuestión fueron la de temática steampunk titulada Sebastian O (Grant Morrison y Steve Yeowell), la poco estereotipada historia de superhéroes Enigma (de Peter Milligan y Duncan Fegredo) y el casi desconocido título Mercy (J.M. DeMatteis y Paul Johnsons).
Karen Berger, amante del horror como género y de lo sobrenatural en los cómics, seguía dándole vueltas en su cabeza a una idea que poco a poco iba tomando forma. Se hizo con estos títulos que Disney no pudo editar finalmente para esa hipotética Touchmark Comics y planificó su publicación para la idea que estaba a punto de convertirse en realidad.
Recopilatorio y número 1 de Enigma (Milligan y Fegredo) |
Death: The High Cost of Living, primer tebeo creado para VERTIGO. |
Las colecciones que ya estaban en marcha, aunque siguieron con su numeración, se empezaron a considerar como el volumen 2 de las mismas. Poco a poco, Karen Berger fue logrando que el sello fuera cada vez más conocido y La cosa del Pantano, John Constantine, Morfeo o el reverendo Jesse Custer penetraron en el imaginario de una sociedad… O de dos, puesto que el atractivo de tantos guionistas que creaban personajes británicos hizo que estas series se siguiesen con interés en el Reino Unido que, en plena década de los noventa, se encontraba inmersa en un descontento general y un vórtice de continuos cambios: una clase política conservadora, la guerra por el petróleo, la persistente Margaret Thatcher, la proliferación de las bandas callejeras, nuevas drogas, el SIDA como nueva pandemia... Los jóvenes buscaban alternativas a las capas y las mallas y en Vertigo encontraron héroes imperfectos que se equivocaban y mataban, que sangraban, que lloraban, que caían... y que también se levantaban. Y parece que caló. El mundo se había vuelto un lugar mucho más oscuro. Los cómics del momento debían reflejarlo. Y Karen Berger lo sabía.
A través del horror y la magia como elementos alienantes, VERTIGO mostraba la peor cara de la humanidad, pero también pequeños haces de esperanza. El sello apostó fuerte por una suerte de género temático que englobaba horror, magia, paisajes urbanos, antihéroes... algo así como un Realismo Arcano que entretejía con suma maestría el día a día en una urbe cosmopolita como Londres con demonios del inframundo, las carreteras de Texas con ángeles vengadores, o los pantanos de Luisiana con guardianes sobrenaturales de la tierra. Todo, en títulos que hoy están grabados a fuego en nuestra memoria y que se han convertido en clásicos de la historia del cómic.
Swamp Thing 56 |
Portada del nº 63 de Hellblazer. |
Death. The Time of your Life. |
Con 66 números, cinco especiales, y una miniserie de cuatro entregas, Preacher ha sido una de las cabeceras con mayor trayectoria de VERTIGO. Publicada desde 1995 hasta 2000, la serie de Garth Ennis y Steve Dillon surgió como la necesaria búsqueda de un título que supliera el hueco dejado por The Sandman. Y así fue. Predicador, como se tradujo en nuestro país, se convirtió en una de las series más seguidas de VERTIGO, sólo por detrás de Hellblazer. Las desternillantes aventuras de un reverendo texano armado con el poder de La Voz de Dios, Jesse Custer, que, acompañado por su ex novia Tulip y el que se convertirá en su mejor amigo, el vampiro irlandés y alcohólico Cassidy, buscan al Todopoderoso para que se ocupe de sus obligaciones y arregle toda el mal que ha permitido en el mundo. Los estereotipados símbolos de la América profunda (camionetas Chevrolet, cafés estilo americano, sombreros de vaqueros, endogamia sureña, banjos, coyotes, paletos confederados, un ángel de la guarda con siniestro parecido a John Wayne, un archienemigo llamado el Santo de los Asesinos con cuyas pistola asesinó al Ángel de la Muerte…) cobran una nueva dimensión cuando están escritos por un irlandés como Garth Ennis cuya imagen más real del Lejano Oeste pertenece a una película de John Ford.
The Books of Magic, núm. 1 de la serie regular. |
Tras el éxito cosechado por el título, Karen Berger se afanó por encontrar un guionista que diera la talla para emprender la tarea de convertir la obra de Gaiman en una serie regular. Al final, John Ney Rieber se hizo cargo de la misma y, cuando la dejó, cayó en manos de un más que bueno Peter Gross. Los 75 números de la serie regular de Books of Magic (1994-2000) se organizaron en varios volúmenes, cada uno con su propio subtítulo[15], en los que se analizaba de una manera más precisa aún que en Hellblazer, el mundo (o mundos) mágico que se entreteje por tantas colecciones de VERTIGO. Algunos años después de que la serie regular terminara, se inició una serie limitada basada en Los Libros de la Magia, Books of Magick: Life during Wartime[16].
Shade, 33 |
La nueva versión de Black Orchid y de Fables. | |
VERTIGO sigue hoy vivo, y con él, algunas de las mejores historietas de horror. A principios de siglo se pusieron en marcha dos proyectos, The Flinch (una antología de relatos breves enteramente dedicados al terror sobrenatural), y Fables, que aún hoy se sigue publicando, y que es una reinvención posmoderna, adulta, retorcida, cruel y con tintes orwellianos (recordemos el segundo volumen, “Rebelión en la granja”) de los cuentos clásicos de Grimm, Andersen y tradicionales y con varios títulos derivados (Jack of Fables) y que constituye el auténtico "hijo" de The Books of Magic. Si el niño Tim Hunter ha crecido, ahora son los cuentos los que encapotan. Una cabecera a la que, muy probablemente, se le augura un halagüeño futuro. Y, por supuesto, la que siempre será la joya de la corona: Hellblazer, que ha pasado de largo los dos centenares y medio de números en su serie regular (obviemos especiales, crossovers y demás). Para un mago nacido en 1954, el personaje se conserva bien.
Nadie había vendido tan bien el horror como esa mujer llamada Karen Berger, que tuvo la visión de crear un sello enteramente con características sobrenaturales, las cuales se conjugaban con maestría con los elementos que rayaban en el naturalismo de nuestra realidad más acuciante. Si leemos a Spiderman, podemos observar la pulcritud de Manhattan, al acompañar a Constantine somos testigos de cada mancha en el suelo, cada pintada en los callejones, cada cristal roto y cada mendigo. Nos descubrió nuevos antihéroes para el nuevo siglo y héroes oscuros que, aunque matan, lo hacen por un bien mayor y porque el fin justifica los medios. No son los superhéroes amorales de los años 40 que mataban porque “debían hacerlo”, sin un atisbo de duda; estos antihéroes sufren con cada muerte, se plantean cada decisión, se hunden en una botella de ginebra o cumplen condena en cárceles (físicas y místicas).
Pero no es este exagerado realismo estético, este naturalismo, lo que es digno del estudio que nos ocupa sino, más bien, el propio HORROR que se plasmó en los cómics de VERTIGO durante toda la década de los noventa y finales de los ochenta. Si nos ponemos en situación, la Guerra Fría entre EE UU y la URSS (que en 1988 habían firmado el Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares) daba sus últimos coletazos a finales de los ochenta y, en noviembre de 1989, el símbolo del fin de la II Guerra Mundial, el Muro de Berlín, fue derribado por una sociedad que deseaba desatar unas cadenas ideológicas para dejar de vivir con miedos ya antiguos. El Reloj del Apocalipsis[19] (tan famoso entre la afición comiquera por su simbología en la serie de Moore y Gibbons, Watchmen) había retrocedido en 1991 (año del fin de la Guerra Fría) hasta los 17 minutos para la medianoche.
El miedo a una debacle nuclear, a un holocausto atómico, desaparecía paulatinamente. El terror real a la extinción, a otra guerra que asolase el mundo y horadase las esperanzas del hombre, iba siendo sustituido por una época de relativa estabilidad internacional para las potencias de Occidente. El miedo es algo necesario en el hombre, nos hace sentir vivos. Cuando el miedo real pasó, se volvió a buscar el miedo sobrenatural. Al igual que en la Inglaterra Victoriana, una época de paz dio algunos de los personajes fantásticos de la literatura romántica (Quatermain, Dracula, Fog, Savage...), la sociedad de entre 1985 y 1999 buscó las emociones y la manera de evadirse en modelos ya pasados hacía prácticamente un siglo. Esa estructura de historias que se habían dado en el fin de siglo: acción, investigación, exotismo, personajes con habilidades sobrenaturales... volvían a demandarse aunque, esta vez, con algunas diferencias.
El peligro nuclear quizá había pasado (al menos eso parecía), pero la gente fue consciente de las amenazas que moraban en la sombra de años venideros. Ya no había un desinhibido romanticismo, un galán inmortal y canónico que se estableciera como modelo a seguir, no eran tampoco los felices años veinte y el miedo al Apocalipsis quedaba en el imaginario de la gente. Es ahí donde entraron los personajes de los que hablábamos antes: antihéroes que no son modelos, protagonistas especiales, sí, pero muy humanos, con sus flaquezas, sus miedos y sus fracasos. Así, el personaje realista, de cínicos comentarios y esperanzas perdidas se inmiscuía en unos universos que no eran los suyos: magia, monstruos, fantasmas, vampiros... Al fin, un hombre ante el miedo a lo desconocido. Además, el cine de horror tuvo también su resurgimiento en los años noventa con Bram Stoker's Dracula (Francis ford Coppola, 1992), Mary Shelley's Frankenstein (Kenneth Branagh, 1994), Interview with the Vampire (dirigida por el británico Neil Jordan, 1994) o la película de regusto a Serie B From Dawn till Dusk (Robert Rodríguez, 1996). Dos años después conocíamos el horror asiático con Ringu (Hideo Nakata) y Ju-On (Takashi Shimizu). Estas películas habían llegado con unos años setenta y ochenta en los que se utilizaba lo sobrenatural como herramienta para el horror: El Exorcista (Friedkin/Batty, 1973) fue todo un fenómeno; The Omen (1976) y el miedo a la venida de un anticristo, Poltergeist (1982) o Creepshow (Stephen King/George Romero, 1987) fueron modelos a seguir por los filmes que vendrían. Lo sobrenatural estaba de moda en el cine. El cómic bebió de éste, y viceversa, en un atractivo matrimonio de conveniencia.
Para crear estas atmósferas que imperarían en la primera etapa de VERTIGO, orígenes cargados de oscurantismo, se tomaron distintos puntos de partida. Neil Gaiman, hombre estudiado y culto, con un soberbio gusto por la literatura decimonónica, aborda sus dos principales creaciones para la línea (The Sandman y The Books of Magic) de manera distinta.
Sandman 47 |
En The Books of Magic, Gaiman (que sólo realizó el primer tomo de la saga) idea un mundo paralelo al nuestro, un mundo mágico, invisible, sólo observable por unos pocos elegidos. El llamado Libro 0, establece una narración lineal de lo que Sánchez-Escalonilla llama "Forja del Héroe[22]" y donde el protagonista, Tim Hunter pasa por todos los estadios necesarios para convertirse en mago: paso al mundo sobrenatural desde el mundano, conocimiento de la misión, entrenamiento con el sabio, pérdida del mismo, heridas y descenso a los infiernos, pruebas finales y renacimiento como héroe. En esta recreación de los estudios de V. Propp, Gaiman entremezcla elementos, de nuevo, infantiles: el Reino de las Hadas (Faerie), el miedo a crecer (Tim puede llegar a convertirse, y así se ve en un futuro, en el mago oscuro que doblegue a la raza humana), a perderse (como le ocurre al final de los tiempos) o que los padres no te crean (como le ocurre con el suyo).
Garth Ennis es un caso distinto. Irlandés que creció con las películas del oeste. Admirador de John Ford, John Wayne y Clint Eastwood; Ennis crea una serie con los ingredientes exactos para elaborar un rotundo éxito desde la primera página. El horror de Ennis es menos sobrenatural, más religioso, místico, enraizado en lo judeocristiano. Su protagonista es un reverendo que desafía los poderes que están sobre él. Ennis no duda en poner a la Iglesia como velado antagonista de la historia. Como un antecesor de El código Da Vinci, vemos sectas y ramas de la Iglesia Católica persiguiendo a los protagonistas; ángeles y serafines que, lejos de hacernos arrodillarnos con su voz de ultratumba, caen presa del alcohol, las drogas y otros males del mundo; sin ir más lejos, el fin de Custer es "obligar" a Dios a ocuparse de su creación.
VERTIGO se compone de decenas de series y títulos distintos y sería vano intentar analizar en este texto el papel del horror en cada uno de ellos pero no podemos pasar de largo sin hablar de John Constantine. Hellblazer es un manifiesto de todo lo que fue VERTIGO en los noventa. Constantine se las ve con demonios y ángeles, con hombres y monstruos; asistimos a ese gusto por lo exótico que comentábamos en personajes como el maestro vudú Papa Midnite; el descreimiento de Constantine, producto de su tiempo, de la política de su país, de la música... pertenece a esa generación post IIGM que quieren y necesitan creer en algo. Constantine, el azote del infierno, es un antropocentrista, se enfrenta al los mismísimos demonios (Lucifer existe, las sagas se relacionan entre sí, pero Hellblazer tiene mucho de Dante Alighieri: los círculos infernales, la justicia divina...). El joven que era todo locura durante la época de la movida de los ochenta, se transforma en el sarcástico y descreído John Constantine de los noventa (desastre de Newcastle aparte). Por Hellblazer pasaron (y pasan) símbolos cristianos, elementos cabalísticos, la hermenéutica y el orfismo. Es una amalgama de símbolos mágicos, místicos, religiosos, paganos y heréticos. Y parece no tener final.
Berger no sólo nos dio grandes series que han quedado para la posteridad como auténticas obras maestras del cómic (y del género, sobre todo, del género), sino que descubrió nuevos y jóvenes talentos que nos han estado obsequiando desde entonces con obras que harán las delicias de todos los que lean sus páginas, ahora y después.
Y porque hubo un tiempo en el que el horror susurraba en la oscuridad con marcado acento británico.