TRILLO, DE PUÑO Y TECLA
“Carlos Trillo era un maestro repiqueteando la Remington, tanto que la rompía, y después la Lettera. Carlos, Guillermo Saccomanno, el Negro Dolina… rompían las máquinas escribiendo”.
Si debiéramos concentrar en una sola figura toda la historia reciente de la historieta argentina, es decir, su devenir en los últimos 40 años, cualquier camino que sigamos nos llevará a Carlos Trillo. Una de las hipótesis que surgieron en tanto se construía esta muestra retrospectiva de su obra, es la que homologa su propia trayectoria con la del género al que se consagró, articulando un sistema de correspondencias que parece encajar tan naturalmente que la hipérbole es inevitable: Carlos Trillo fue la historieta argentina durante estas últimas cuatro décadas.
La muestra que la Biblioteca presenta, además de incitar a releer sus obras más populares, busca iluminar zonas menos frecuentadas de su oficio –en borradores, apuntes y reescrituras– y de sus aledaños (la redacción publicitaria, su inicial experiencia como narrador, incluso sus declaradas lecturas de infancia) que lejos de intentar una variedad colorida en la muestra, aportan parte del hilo en la trama del Trillo guionista. Ese que arriba a la escritura profesional en los 60, considerados un período de crisis de la historieta argentina, escribiendo para la industria, creando diálogos en forma anónima para productos importados, o para personajes ajenos, y cuentos y guiones en famosas publicaciones entonces en decadencia; y luego iniciándose en la publicidad como redactor al tiempo que la historieta, siguiendo tendencias del pop art y la atención académica, comenzaba a ser historiada y analizada.
El escritor Eduardo Belgrano Rawson para describirlo en ese período, dice que Trillo “vivía en estado de historieta”. Previo a su inicio como autor, es decir como guionista que firma sus trabajos, Trillo revisa e historiza el género, publica artículos y libros, reflexiona y critica. Así, en los primeros guiones firmados junto a Dolina en las revistas que recuperan la sátira a inicios de los 70, se da a parodiar los clichés del cómic clásico, hasta que publica su primera serie, (mano a mano con Alberto Breccia, que enlaza dos eras de la historieta: Oesterheld y Trillo), que ya es diferente, madura y personal, un policial íntimo, austero, negrísimo y definitivamente porteño, que hibrida tanto film y tanta narrativa y tanta cultura popular que el lector entra conociendo el barrio pero no consigue determinar cuándo estuvo allí. A partir de entonces, el historietista ya no para.
Trillo ha cultivado una actitud de humildad –acorde a la línea de escritores que son los guionistas, especie de proletariado de la literatura– que siempre minimizó la implicancia de su producción en general y, en particular, la de sus historietas escritas en tiempos de dictadura. Quizá la simpática complicidad con el lector de una sociedad paranoica, en el franco retrato de cotidianidad porteña de “El Loco Chávez” no haya tenido más intención que procurar el éxito de la serie, pero las alegorías de “Las puertitas del Sr. López” no permiten dudas. Y las escribía para una editorial –De La Urraca– que construía su identidad como espacio de resistencia.
Pero Trillo siempre daba un paso más, una vez instalado en la convención. “La intención es siempre joder un poco”, declaró en la revista Fierro del 86, con su reconocible tono despreocupado.
Perteneciente a una generación de escritores que se formaban en el trabajo mismo, al costado de la Universidad y ajenos a cursos y talleres, cuando varios de sus colegas pasaron por la escritura de guiones para la industria editorial, a derivar en el periodismo y la publicidad para llegar finalmente a la condición de novelistas, Trillo –que también había publicado algunas ficciones y vivía de la publicidad– eligió ser exclusivamente únicamente historietista. El guionista de historietas, o el guionista a secas, es un autor que, como el dramaturgo, escribe para que otro artista culmine la obra: en estos el actor y el director, y en aquellos, el dibujante. Extraña elección para un autor, la de ser un escritor que no acaba la obra, obligado siempre al trabajo en comunión, a la colaboración obligada.
Esperamos que las piezas exhibidas en la muestra sean elocuentes para reafirmar cuánto Trillo escribía a la medida de cada artista, explorando y explotando las posibilidades (que advertía en cada uno) al máximo.
Tanto como el mismo acto de reconocimiento y atención que significa una muestra en la Biblioteca Nacional, pensamos que con ella también estamos homenajeando a ese oficio, el del guionista, y confiamos en que sea extensiva entonces a los muchos otros guionistas de tiempo entero o parcial de esta misma época que trabajaron al lado, enfrente o a la vuelta de Trillo con la misma pasión, y que también mantuvieron vivo un lenguaje que en Argentina obtuvo y obtiene cotas altísimas de calidad pero sufre un extraño derrotero mercantil: casi todos los historietistas profesionales argentinos deben producir gran parte de su obra para el exterior.
La donación de libros editados en Europa, realizada por la familia del guionista, trae una gran parte de la obra de Trillo faltante en el país y en la Biblioteca, en el marco del Programa Nacional de Investigación en Historietas y Humor Gráfico Argentinos de Investigación –virtualmente un Archivo– que tiene como primer objetivo reunir piezas éditas e inéditas hechas por argentinos, que se encuentran en progresiva dispersión, a fin de preservar todo lo que podamos para el país de estas producciones que están entre lo más alto que culturalmente ha generado Argentina desde hace ya un siglo.
La quizás imposible tarea de contener la variedad, la multiplicidad, las frecuencias y ritmos de la producción de Carlos Trillo no nos impide recorrer la historia de su obra y con ella atisbar la historia –de la historieta y la otra– de Argentina. Es un privilegio con el que iniciamos formalmente las tareas de extensión del Programa.
“Soy un viejo poeta, un narrador de historias, un simple recreador de las fantasías en las que se transforman las aventuras de los hombres cuando han concluido en el mundo de la realidad”[2]
1943 Carlos Trillo nace el 1° de Mayo en Palermo, Ciudad de Buenos Aires.
1949 Comienza la escuela primaria. Pasa la infancia en el cine, escuchando radioteatros y leyendo El pato Donald, Patoruzito y otras revistas de historietas; las publicaciones de editorial Abril (Gatito, Bolsillitos, El diario de mi amiga) y los libros de la colección Robin Hood.
1957 Empieza el secundario al tiempo que lee “El Eternauta” en Hora Cero semanal. Durante la adolescencia intenta escribir sus primeros guiones.
1963 Cursa estudios en la Facultad de Derecho, que luego abandona. Por entonces publica sus primeras historietas en la revista Misterix: “Wapiti, el cazador de castores” –con José Caramuta–, que firma como Carlos Cartago, y algunos otros unitarios breves.
1964-1967 Produce y conduce sucesivos programas en Radio Municipal junto a Eduardo Belgrano Rawson. En 1965 un oyente se integra a los programas: será su amigo Carlos Marcucci. El staff se completa más tarde con el humorista Alberto Bróccoli. Al mismo tiempo escribe sus primeros guiones sin firma para las revistas de Manuel García Ferré (en Anteojito y Antifaz, las series “La familia Panconara”, “El topo Gigio”, “El hada Patricia”).
1967 Colabora, durante dos años, con cuentos humorísticos (con su propia firma y bajo el seudónimo Carloste) en el semanario Patoruzú.
1968 Ingresa como redactor a una agencia de publicidad exclusiva de Canal 13, en la que trabaja junto a Alejandro Dolina, al pintor Alberto Bebe Ciupiak y al abogado Manuel Evequoz (desaparecido por la dictadura en 1976). A partir de entonces hace trabajos como redactor creativo en firmas como Hopkins, Radiux, De Lucca, PPA y Ortiz-Scopessi. Junto al diseñador Martín Mazzei también realiza trabajos como free-lance, hasta comienzos de la década del 90. Crea, entre otras, la campaña “Che Pibe” (Banco Popular Argentino, con su célebre jingle compuesto por Dolina), “No Dispare” (de Vialidad), "Agítese después de usarlo" (de desodorante), y la de Casa Muñoz (la del maniquí animado).
1969 Publica Humor Hip, un libro de textos breves humorísticos que firma como Richard Jumper Trumper bajo el sello (inventado) Elefante.
c. 1970 Escribe con Dolina una serie de cuentos policiales humorísticos, “Tony Ávila, el detective poeta”, en la revista Siete Días. En 1970 se casa con Ema Wolf.
1971 Publica con Bróccoli tres libros para el Centro Editor de América Latina: El humor grafico, Las historietas y El humor escrito (este en 1972), iniciando su actividad como divulgador. Aparece su novela satírica War Store, encoautorìa conManuel Gurrea, publicada por LH, otra editorial inventada por los propios autores. El mismo sello edita Los humoristas y el sexo, que incluye los textos “Gisela” y “Tocata y fuga”, de Trillo.
Nace su primer hijo, Nicolás.
1972 Nace su hijo Matías.
1973 Funda la editorial Finisterre, junto a Guillermo Saccomanno y Marcucci, y publica dos policiales con seudónimo para fingir que se trataba de autores extranjeros: Círculo mortal (Lester Millard) y Trampa para ratones (David Grennell). El argumento del primero devino –años después– en la historieta “Light & Bold”, con Jordi Bernet; el segundo fue la base de “Cosecha verde”, ambas de los ´80s.
Integra el staff de Satiricón como coordinador creativo, y como redactor publica artículos e historietas paródicas en coautoría con Alejandro Dolina.
1974 Es jefe de redacción de Mengano, dirigida por Marcucci, donde publica además de numerosas historietas humorísticas –con artistas como Félix Saborido, Sanyú y Lorenzo Amengual–, un episodio de su primera serie de historietas no humorísticas, Un tal Daneri, con dibujos de Alberto Breccia. Otros episodios aparecen en la revista italiana Linus, sus primeros trabajos de Trillo publicoados en Europa. Para Breccia, guiona también versiones paródicas de clásicos infantiles y adaptaciones de clásicos universales de terror. Parte de esta obra estará disponible para el lector argentino en el libro Breccia Negro (1978).
1975 Comienza a publicar la tira diaria El Loco Chávez en el diario Clarín, dibujada por Horacio Altuna. En paralelo escribe junto a Saccomanno la sección “El club de la historieta” para la revista Skorpio, y las 59 entregas sobre la historia de la historieta para Tit-Bits, incluido un fragmento del que resultó el último reportaje a Héctor Germán Oesterheld (realizado en 1975, cuando estaba en la clandestinidad). Estos materiales de Trillo y Saccomanno para la editorial Récord fueron compilados en 1980 en Historia de la historieta argentina, libro pionero en la materia.
1976 Publica sus primeras historietas en Récord: en Tit-Bits, “2 Castigos para el Cobarde” (firmada como Lester Millard, con Juan Giménez) y “Nadie” (Alberto Breccia), y en Skorpio, la serie “Detective’s Studio” (Pérez D’Elias), entre otras.
1977 Comienza la publicación en Skorpio de la serie “Alvar Mayor”, con dibujos de Enrique Breccia.
1978 Se emite la versión televisiva de “El Loco Chávez”, que poco después es levantada del aire por el gobierno de facto, que argumenta que el personaje es un mal ejemplo para los argentinos. En noviembre Trillo recibe el premio Yellow Kid al mejor guionista del año en el influyente Festival de Lucca (Italia).
1979 Viaja por primera vez a Europa. Inicia uno de sus más importantes y duraderos tándems creativos cuando escribe “Los misterios de Ulises Boedo” para Domingo Mandrafina. Con Altuna publica una de sus series más famosas: “Las puertitas del Sr. López” que –junto con los trabajos con Mandrafina– supone la plena incorporación del género fantástico a la historieta local.
1980 Aparece la revista Superhumor para la que colabora en los primeros 27 números; durante un tiempo es secretario de redacción. En sus páginas se presentan “Bosquivia” (con Guillermo Saccomanno y Tabaré/Fortín); “Charlie Moon”, “Merdichesky” y “El último recreo” (Altuna); “Los enigmas del PAMI”, “Los viajes de Marco Mono” (Enrique Breccia); “El circo” (Sanyú); “Un tal Daneri”, “La Bella Durmiente” y “Buscavidas” (Alberto Breccia); “Historias Mudas” (Mandrafina), y “Nuestro hombre en Banana” (con Mazzei y Félix Saborido). También de Ediciones de la Urraca, publica en la revista Humor “Las puertitas…” e “Historias por hora” (Sanyú).
Argentina es invitada de honor en el festival de Lucca de 1980. La historieta nacional exhibe allí su enorme potencial y Trillo concreta vínculos importantes para la difusión de su obra, que ya será incesante en medios europeos.
1982 Ediciones de la Urraca publica la revista infantil Humi, donde aparece “La Banda de Nicolás”, con dibujos de Roberto Marín.
1983 Trillo decide desvincularse de editorial Récord. Comienza a publicar regularmente para las revistas Zona 84, Creepy y Comix Internacional, de Toutain Editor,de Barcelona. Y en Argentina colabora en las efímeras Don (“El Husmante”, con Mandrafina) y Tiras de cuero (“Memoria del Viejo Mundo”, con Alberto Dosé; “Matando el tiempo” y “El futuro no es la materia de los sueños”, con Saborido).
1984 Aparece la revista Fierro, que signa la consagración de la historieta de autor propiciada por Trillo, entre otros. Allí publica: “El Caballero del Piñón Fijo” (Mandrafina), “Basura” (Giménez) y “Custer”, su primer trabajo junto al catalán Jordi Bernet. Es galardonado como el mejor guionista del año en el Salón Internacional del Comic de Barcelona, por “Las puertitas…”.
1987 Cuando Altuna decide no realizar más “El Loco Chávez” en Clarín, nace “El Negro Blanco”, dibujada por Ernesto García Seijas. Trillo comienza a publicar para la Eura, Italia, con la que mantiene un vínculo laboral extenso y conflictivo.
1989 Funda El Globo Editor para publicar Puertitas, con sus derivados Supersexy, Puertitas Terror, donde aparecenmuchos de los trabajos que ya habían circulado en Italia y Francia: “Fulú”(con Eduardo Risso); “Irish Coffee” y “Cybersix” (con Carlos Meglia, que también se publica en Comiqueando), y “Dragger” y “Cosecha verde” (Mandrafina); “Looking for Hoover” (Jorge Zaffino); “Iván Piire” (Jordi Bernet); “Leticia Imagina” (O’Kif), entre otros. El guionista insiste en publicar en el país en un período de asfixia para la producción historietística argentina, en un mercado copado por productos extranjeros, y que padece una drástica disminución de público lector.
1992 Inicia la famosa serie “Clara de Noche”, que escribe junto al humorista Eduardo Maicas, con dibujo de Jordi Bernet, que se publica ininterrumpidamente desde entonces en el semanario barcelonés El Jueves, y en el matutino porteño Página/12.
1993 Ante el cambio de política de editorial Columba, que comienza a incluir material de autores argentinos publicados en Italia, aparecen –aunque bajando el tono de las historias– algunos materiales de rillo como “Yo, vampiro” (con Risso) en la Nippur Magnum o “Historia de la vida de Arcabuz”(con Fabián Slongo), en D’Artagnan.
1995 Funda junto a Javier Doeyo la librería especializada Meridiana Comics, de la que participa durante cuatro años, y que también edita libros.
1998 La edición francesa de “Cosecha verde”obtiene el premio al mejor guión en el Festival de Angoulême. En Argentina aparece la revista infantil Genios, en la quepublica regularmente sus historias, con dibujantes como Risso, Domingues, Juan Bobillo, Pablo Túnica, Gustavo Sala y Lucas Varela. Varias de estas historias son co-guionadas con Eduardo Maicas. También trabaja para Jardín, de Genios, con Marín. Estas publicaciones son prácticamente los únicos espacios nacionales en los que puede leerse entonces a Trillo, cuya obra circula mayoritaria y exitosamente por Europa.
2001 Se publica en Europa “Sick Bird”, dibujada por Bobillo
2002 Durante un año y medio Clarín publica la tira “Cazados”, dibujada por O’Kif, que incursiona en la comedia de enredos.
2003 Se publica en Europa “Chocolate con fritas”, con dibujos de Bobillo.
2004 Aparece “Sarna”, con dibujos de Juan Sáenz Valiente, prácticamente en simultáneo en Argentina y Francia.
2006 Comienza la segunda época de Fierro, y Trillo se compromete con el proyecto desde sus inicios creando historietas exclusivas para la revista y privilegiándola para publicar varias de sus últimas obras maestras: “El síndrome Guastavino”(premiada en Angoulême, 2009, y en Lucca, 2010); “Sasha despierta” (ambas junto a Lucas Varela); “El conejo de Alicia” (con Mandrafina); “Bolita” (con Risso), entre otras. Resurge así un espacio donde encontrarse con el lector argentino.
2009 La editorial francesa Gallimard publica Jusepe en Amérique, novela gráfica realizada con Pablo Túnica.
2011 Fallece en Londres el 7 de mayo. Inmediatamente después de su muerte aparece en Francia el primer volumen de “La Francesa”, realizado junto a Túnica.
De Trillo quedaron muchas obras inconclusas, varias inéditas y otras editadas en Europa pero nunca publicadas en Argentina.
Si la cantidad, la calidad y la diversidad de trabajos de Carlos Trillo pueden mensurarse es, quizás, a partir de las libretas de apuntes laborales que llevaba en letra manuscrita: “Clara. Modificar historia Papa Noel”; “Domíngues. Rehacer los honguitos”; “Mandar libro Husmeante”; “Contrato, duración y forma de renovación automática”, “Cyber se embarazará. Esto da para 3 o 4 libros”; “Originales de Saborido?”… Una referencia abajo de la otra, en continuado, en fáctica argamasa de creatividad y capacidad organizativa. “Trabajo por pedacitos, como los malabaristas con los platitos. En varias cosas en simultáneo, aunque a veces se me caiga algún platito”.[3]
Muchos consideran a Trillo el continuador de Héctor Germán Oesterheld –consagrado como el guionista nacional por antonomasia– y algo de eso hay. Ambos entroncan con una tipología de hacedores de la cultura en vías de extinción. La de aquellos creadores autodidactas pero con una formación vasta y variada, sin compartimentos ni especializaciones, capaces de integrarse a la industria cultural sin veleidades ni vergüenzas y de producir por encargo y a destajo. En eso se parecían.
Trillo era un escritor de larga duración. Rémora, quizá, de las lecturas que lo marcaron desde la infancia (entre ellas los trabajos del propio Oesterheld), resultó un narrador en el sentido clásico, que estructuraba sus relatos a partir de una introducción, un nudo y un desenlace. En eso también se parecían.
En otras cosas, no. El fondo moral que tenían todas las historias de Oesterheld fue desdibujándose en el caso de Trillo, que apeló al humor (la sátira, la parodia, lo cómico) para relativizar algunas verdades, a veces depositadas –como al pasar– en ciertos personajes secundarios. Sus tramas, multidireccionales y flexibles, permiten una lectura complementaria en el segundo plano: una observación acerca de la muerte, los sueños o la condición humana; una picardía; algunas alusiones críticas al periodismo y a la publicidad, entre otros ámbitos que conocía de adentro; una cierta dosis de ironía, y un dejo de escepticismo.
En varias de sus historietas pone a los personajes cara a cara con el público, y así, de frente, lo interpela. El guionista casi no usaba voz en off, sostenía la trama a través de diálogos y contaba con un finísimo oído para registrar las inflexiones del habla y las jergas. Trillo no era concesivo ni piadoso con el que leía y era capaz de ofrecer mujeres despampanantes para deleite de la platea masculina –“darle alguna golosina”, decía[4]– pero también de provocar al lector hasta límites irritantes, o de sacudirlo con finales no deseados, inesperados cambios de timón en el ultimísimo momento.
Al preparar las clases de algún curso de guión, anotó: “La lectura: fuente inagotable de recursos para un autor. El estilo sale de las lecturas”. Y un renglón más abajo: “Inspiración: un párrafo incita a una nueva historia”; “una foto, noticias, notas, líneas de un reportaje… A uno no le sirve todo. Pero todo puede servir”.
Explicaba: “Hay viejos trucos de la literatura que a mí me vienen bien para contar historias. Trato de contar buenas historias y, si por sí mismas no son originales, por lo menos que lo sea la forma en que están mezclados los ingredientes”.[5] Y no lo disimulaba. En su obra hay desde referencias bibliográficas directas, más o menos explícitas según el caso, hasta homenajes en los nombres de los personajes que son, a la vez, una clave para aprehender el registro de la historia.
“No tirar nada. Llevar un cuaderno” apuntó Trillo –justamente en una de sus libretas– para no olvidar de recalcárselo a los alumnos.
El guionista fue una suerte de precursor del copy-paste. “Recauchutar proyectos es una de las tantas artes del guión en las que Trillo descollaba”,[6] sostiene Diego Agrimbau. Nunca abandonaba las ideas y las reciclaba, aun las muy remotas. Así, un cuento de los primeros publicados podía volverse un folleto publicitario; el argumento de una historieta autoconclusiva integrarse como escena de una en episodios; el personaje de una tira independizarse hasta protagonizar otra; una situación contextualizarse en distintas épocas y el mismo argumento ser dibujado por dos artistas diferentes. Para corroborarlo, basta con adentrarse en las páginas siguientes.
Cuando el ritmo de producción lo superaba, el autor recurría a otros guionistas para que lo ayudaran, como Fernando Calvi y Viviana Cetol, para los episodios de “Cybersix”, entre otros trabajos. Escribió también en coautoría con Roberto Dal Prá (“La guerra de los magos”, “Vida de Marian Robinson”, que quedó inconclusa) y regularmente con Eduardo Maicas, encargado de los gags que aparecían en “Clara de Noche” y en muchas de las historietas infantiles, porque el guionista sostenía que no sabía resolver los remates humorísticos. Era generoso y amplio para compartir trabajo y dar posibilidades de acceso al medio, sobre todo a los más jóvenes.
“En general los editores tratan de ponerte en un corral cuando escribís y vos tenés que proponerle algo que parezca que está dentro del corral pero estirar los límites sin que nadie se dé mucha cuenta”, explicó una vez Trillo y probablemente esa sea la clave para leer su obra: nada es lo que aparenta a primera vista.
Quizás el grado más bellamente extremo de esos intencionados corrimientos sea la serie de historietas mudas dibujadas por Domingo Mandrafina o ”El último payaso”, con Sanyú. Son resultado de una experimentación tanto formal como argumental, fuera de género y de registro. Guionista dispuesto a romper los moldes, cualquier afán de ordenamiento de su obra es un intento condenado al fracaso. Por eso resultó tan difícil decidir el modo de presentar los materiales en esta muestra, cuya estructura –tentativa, más bien orientada por grandes figuras temáticas– es la que sigue también este catálogo. Ser inclasificable, esa es la (no) fórmula Trillo.
El fin de la inocencia
Carlos Trillo publicó sus primeros trabajos en revistas infantiles y una parte significativa de su obra –sobre todo a partir de 2000– está dirigida a los chicos. Pero, tal como ya fue dicho, en el caso de este guionista descarriado las apariencias engañan.
Hay una zona de su producción pensada directamente para ser leída por niños y, en cierto sentido, responde a los parámetros de lo que el mercado y el sentido común establecen para ellos. Dicho esquemáticamente: historias protagonizadas por una nena, un nene o un grupo de amigos, que viven diferentes aventuras cotidianas o exóticas, tamizadas por algún enamoramiento. Sobre esta base, Trillo construye relatos inteligentes, con ciertas licencias transgresoras, situaciones con un dejo políticamente incorrecto, un vocabulario desacartonado y un humor que le permiten eludir el cliché.
Luego hay otros trabajos en los cuales los límites se vuelven más difusos y la apuesta es a un público que va creciendo en edad, como “Neferú, el gato”, con dibujos de Peni, o “El cuerno escarlata”, con Lucas Varela. A este in crescendo (que no es cronológico sino de osadía narrativa) corresponden las reinterpretaciones paródicas o satíricas de clásicos ya “para adultos” –como se presenta en las propias viñetas– de “Blancanieves”, “Hansel y Gretel” o “Caperucita roja” (con Alberto Breccia), “El conejo de Alicia” (versión hardcore de Lewis Carroll, dibujada por Domingo Mandrafina), o los relatos de seres maravillosos –como “Boggart”– donde las hadas de Horacio Domingues son tetonas y fogosas, pueden ser asesinadas y comercializan un adictivo polvo de alas.
Hasta llegar a esas historietas en las que el protagonismo de los chicos es sólo una fachada para referir al mundo adulto (y a la interrelación social entre mayores y menores) y mostrarlo cada vez de manera más explícita y descarnada. Por citar dos ejemplos: “El último recreo”fue escrita en los 80 y se desarrolla el día después de un apocalipsis nuclear que sólo deja con vida a aquellos que no debutaron sexualmente. En una sociedad sin adultos, la trama oscila entre momentos duros y escenas tiernas protagonizadas por niños obligados a arreglárselas solos, que repiten los errores heredados pero que siguen siendo chicos a pesar de todo. Si, en este caso, el tratamiento de la cuestión sexual recorre las páginas de modo inquietante y provocador –acentuado por las púberes sexys dibujadas por Horacio Altuna, y hasta hay una secuencia gráfica cercana a una violación–, en “Video Noir”, escrita en los 90, directamente los niños son seres endemoniados que matan a dentelladas y son sometidos a castigos sadomasoquistas –dibujados por Eduardo Risso sin el reparo de ninguna elipsis gráfica– por una bella y diabólica conductora de programas televisivos infantiles. Y aun sin ninguna de estas escenas y el dibujo de estilo más naif elegido por Juan Bobillo, el final de “Chocolate con fritas”, cuando los seis chicos descubren que fueron intencionalmente abandonados por sus padres, es un “cross a la mandíbula”, como decía el escritor Roberto Arlt.
Definitivamente el público de historias como la de Bronte (“con sangre, droga y rock and roll”, según le indicó el guionista a Peni), no es el infantil. Tal como sostiene Guillermo Saccomanno, la producción de Trillo marca –en este y otros sentidos– “el fin de la inocencia”.[7]
Lo perdido y lo ganado
La primera historieta en la que Carlos Trillo y Domingo Mandrafina trabajaron juntos fue “Los misterios de Ulises Boedo”, y la última, “La cajita”. Aunque en diferentes registros, ambas comparten el universo alegórico, el posicionamiento ideológico explícito y el tono marecheliano del relato; una centrada en una invasión a Buenos Aires y la otra en la jornada del 17 de octubre de 1945. A Mandrafina le gusta –dice[8]– pensar en ese derrotero circular que compartió con el guionista. Y, entre esa ida y esta vuelta, Trillo escribió muchos argumentos localizados históricamente, tal como puede apreciarse en este catálogo. Según parece querer decirnos, de la época de la Conquista de América hasta este nuevo siglo –pasando por el virreinato, el nazismo y los regímenes militares– la humanidad no ha cesado en su capacidad de autodestrucción.
Una parte de la obra de Trillo fue escrita y publicada durante la última dictadura militar: “Atravesamos años de mucha metáfora para hablar de las monstruosidades que nos ocurrían. En las historietas poníamos ogros malvados, dictadores del siglo XIX, absolutismos de otras latitudes, poderosos en decadencia... Pero nuestros lectores entendían las metáforas, las buscaban y hasta las encontraban aunque no estuvieran,”[9] señaló el guionista. De esa época hay por lo menos dos historietas emblemáticas. Una es “El Reino Azul” (la historia de un dictador que ordenó que todo fuera azul, hasta los inodoros y las defecaciones; y de la rebelión surgida desde esas inmundicias), que fue dibujada por Enrique Breccia, publicada en 1978 en Italia y en Argentina recién circuló restablecida la democracia. La otra es “Bosquivia”, una fábula con animales que aludía directamente a la realidad del país y apareció en Superhumor en pleno régimen de facto.
La del guionista fue siempre una mirada crítica y algo descorazonada, pero allá por los 70, personajes como Alvar Mayor o El peregrino de las estrellas eran héroes reflexivos y de lúcida moral. Es cierto que ya Marco Mono tenía una acidez, una maldad sin remordimientos de conciencia y una capacidad de negociar su ética inusuales para el protagonista de un relato. Y lo mismo en esa parodia del poder que es “El caballero del Piñón Fijo”, de los 80. Pero ni siquiera así estos planteos pueden compararse con los personajes irredimibles y sin ningún tipo de valores que el autor pergeñó luego de los años 90, cuando parecen haberse profundizado en él el desencanto y la impiedad. Si dentro de la dramaturgia se ha desarrollado el llamado Teatro de la Crueldad –sostiene Diego Agrimbau[10]– “el Trillo de los últimos años se lleva el honor de ser pionero y fundador de la Historieta de la Crueldad".
Decía el guionista: “Los tiempos de la metáfora suelen ser más ricos, más poéticos, pero los tiempos en que al pan se le puede llamar pan y al vino, vino, son más estimulantes”. Y extremó esta premisa hasta decidir contar la historia desde adentro de la cabeza de los represores. Así sucede con Guastavino –un hijo de torturador tan repugnante en sus aberraciones como su padre–, y con Sarna, un policía sin un ápice de humanidad, corrupto desde el principio hasta el final de la historieta. Si, de alguna manera, “El síndrome Guastavino” tiene un final reparador, con Sarna se plantea la impunidad en su registro más cruento. Como apuntó el propio Trillo en un mail dirigido a su editora francesa: “Cuando trabajo sobre la realidad que me rodea la injusticia es tan natural y los abusos tan enormes, que no parece que haya otras maneras de contar estas cosas. O desde el heroísmo de los que pierden, o desde la podredumbre de los que siempre ganan”.
Detectives, en el sentido clásico, casi no tiene. El secreto –la fórmula Trillo– está, una vez más, en tomar las reglas para demostrar que las excepciones son narrativamente más potentes que la norma. No en vano el Husmeante es un mercenario que hace lo que le conviene; Gabriel es un ángel con cuerpo humano que mata sin querer a un niño y anda tras la pista de Lázaro para que lo ayude a resucitarlo; Irish Coffee es un detective con imprecisos poderes sobrenaturales, en los Spaghetti Brothers o se sabe finalmente qué y quién es cada uno y Merdichesky es un policía, hijo de una idishe mame, asombrosamente culto.
–Seré curiosa –lo inquiere la periodista a la que Merdichesky está asignado a proteger–, ¿cómo se complementan Prevert y una pistola 45?
En sus historias los héroes están cansados –como se llama, justamente una de sus historietas autoconclusivas–, se jubilan, dudan y se cuestionan acerca de su condición.
“A cada pregunta me parece que estoy contestando lo mismo –agrega Trillo en la entrevista– porque los verdaderos héroes son Oliver Twist, Huckleberry Finn, Jean Valjean y no los generales triunfantes”.[12]
El guionista encuentra a sus héroes entre los débiles, los perdedores, los marginados, o –cuanto mucho– entre los hombres comunes y corrientes, queribles y chantas, capaces tanto de noblezas como de agachadas. Ahí están: El Loco Chávez o El Negro Blanco, o Julieta y Santi, de “Cazados”, tratando de darle épica a la vida cotidiana.
Heroínas insumisas
“De pólvora y polvos” sintetiza la presentación de “Simón”, una de las historietas que Carlos Trillo realizó con Eduardo Risso. Y no es una mala conjunción de dos elementos que condimentan la obra del guionista: la acción y el sexo. Las mujeres son personajes infaltables en su producción y, en este como en otros aspectos de su obra, el modo de mostrarlas se volvió progresivamente más despojado –literalmente: con menos ropa– y directo.
Pampita, la novia del Loco Chávez, dibujada por Horacio Altuna, es –sin dudas– la más recordada de las sex symbol de la historieta nacional, después de las Chicas de Guillermo Divito. Pero no van tan a la zaga ni Flopi ni Chispa (los tironeados amores del Negro Blanco); ni la Leticia que aparece en “Las puertitas del Señor López”, desnuda de cuerpo entero en plena dictadura militar; ni la otra Leticia, la que todo lo que imagina se vuelve realidad, creada por O’Kif. Ni por supuesto, Clara de Noche, inmejorable exponente de las mujeres tiernas y carnales de Jordi Bernet.
“Desde la atormentada Custer hasta hoy, con Jordi nos hemos dado cuenta de que de este amor que sentimos por las mujeres se puede vivir bastante bien –confiesa el guionista–. Por ello todas las mañanas agradecemos a la providencia”.[13]Probablemente por exigencia del mercado europeo, las escenas de relaciones sexuales y de cuerpos femeninos desnudos se incrementaron, a veces incluso sin ser demasiado funcionales a la trama, a la par que se complejizaban los vínculos hasta incluir situaciones de lesbianismo, violación e incesto, no tan fácilmente digeribles para el lector.
Por otro lado –quizás en sabia compensación– tomó protagonismo otro tipo de mujeres mucho mejor plantadas que las del Loco o las del Negro Blanco, que eran minas fuertes, arremetedoras y temperamentales pero que, sin embargo, terminaban derritiéndose por ellos cuando las miraban con cara de “yo no fui”. Las verdaderas heroínas son, siguiendo el criterio de Trillo, mujeres provenientes de sectores perseguidos o marginados (la negra Fulú, la chicana Alejandrina Yolanda Jalisco, las empleadas domésticas Bolita o la señora de “Historias por hora”), algunas que las cuales aparentan ser algo brutas y poco agraciadas… Pero todas rápidamente se revelan fuertes, nada sumisas, valientes, dueñas de su deseo y con convicciones: llevan todas las de perder y, sin embargo, ganan.
[1] Testimonio recogido por el Programa, octubre 2012.
[2] Del episodio “Ángela”, de la historieta “Alvar Mayor”.
[3] Fresán, Rodrigo, “Cámara oculta. Ingeniería genética”, Página/30 Nº 32, marzo de 1993.
[4] Observación realizada en entrevista con Juan Sasturain para el ciclo televisivo Continuará
[5] García, Martín, “Entrevista a Carlos Trillo. La intención es joder un poco”, Fierro Nº 22, 1986
[6] Agrimbau, Diego, “Recauchutando proyectos”, www.soretesazules.blogspot.com.ar, 2 de marzo de 2012
[7] Testimonio tomado por el Programa Nacional de Investigación en Historieta y Humor Gráfico argentinos, de la Biblioteca Nacional, octubre de 2012.
[8] Testimonio tomado por el Programa Nacional de Investigación en Historieta y Humor Gráfico argentinos, de la Biblioteca Nacional, agosto de 2012.
[9] Hidalgo, Xavier, “Entrevista a Carlos Trillo”, www.humoralart.com
[10] Agrimbau, Diego, “Trillo, el cruel”, www.soretesazules,.blogspot.com.ar , 14 de abril de 2012
[11] García, Martín, “Entrevista a Carlos Trillo. La intención es joder un poco”, Fierro Nº 22, 1986
[12] Barrero Manuel y Javier Mora Bordel, “Nueva semblanza. Entrevista con Carlos Trillo”, www.tebeosfera.com, 2007. Disponible en línea en: http://www.tebeosfera.com/documentos/textos/nueva_semblanza_entrevista_con_carlos_trillo.html.
[13] Trillo, Carlos, “Pluma, pincel y revolcón”, en Bernet, Jordi, Fuera de serie, Glénat, España, 2000.