TEORÍA SOBRE HISTORIETA EN ARGENTINA. ENTRE UNIVERSIDADES Y BIBLIOTECAS
La vida en Argentina dio un vuelco con el cambio de siglo. Toda una tradición populista y popular cristalizó en una sociedad que parecía mecerse lánguida en un estado de permanente crisis. La economía se vino abajo y salieron a flote las corruptelas más oscuras al tiempo que los recuerdos del pasado más cruento, el de los asesinatos sistemáticos durante la dictadura militar. La historieta argentina era también uno de esos correlatos, en la figura de HGO, y eso es lo que más recordamos de ella en España, la historieta de aquel periodo: El Eternauta, Solano, Breccia, Wood, la prensa satírica de entonces… Y luego, acompañando todo eso, la emigración producto de la situación (Muñoz y Sampayo, Altuna, Trillo). Debido a las mismas colonizaciones mediáticas que hemos sufrido en España (lo estadounidense, lo japonés), la abundante historieta anterior a los años setenta quedó fuera de los intereses del nuevo público, y tardó en llegar una nueva generación de teóricos preocupada por las viñetas de entonces. Una generación que tuvo que enfrentarse con dos grandes escollos: la dificultad ahora mayor de recabar datos de un pasado cada día más lejano y la oposición absurda pero obstinada del sector posmoderno a escarbar en el pasado para mirar únicamente “al futuro”.
Por fortuna, Argentina sigue siendo un país joven (solo hay que ver su pirámide de población hoy) que se ha recuperado suficientemente de la crisis (la clase media y el PIB se han triplicado entre 2003 y 2013), y los autores y teóricos de la historieta que llegan empujando han sabido aprender y apoyarse en algunos pilares veteranos, como Carlos Trillo, Oscar Steimberg u Oscar De Majo. De los nuevos críticos destacaríamos a Fernando Ariel García y Hernán Ostuni (cofundadores de La Bañadera del Cómic, que también abrieron una línea editorial de libros sobre historieta), teóricos independientes como Roberto R. Van Rousselt, Federico Reggiani o Diego Agrimbau (que también se esforzaron por escribir en revistas internacionales) y divulgadores como Andrés Accorsi, Iván de la Torre o Carlos R. Martínez (que han elaborado algunos textos de referencia para Tebeosfera), entre otros. Todos ellos se han mostrado atentos a las nuevas transformaciones del medio sin dejar de lado el rescate de la memoria de la historieta de su país. Incluso han surgido admirables nuevos afanes en este último apartado, destacando especialmente una nueva hornada de historiadores de la prensa y de teóricos de la comunicación como Judith Gociol (autora de una monumental Historia de la historieta argentina), José María Gutiérrez (al cuidado del patrimonio de la hemeroteca nacional sobre historieta) y, por supuesto, Laura Vazquez (analista de las industrias y los lenguajes del medio desde enfoques metodológicos modernos).
Vazquez es una investigadora de una intensidad admirable. Brillante universitaria, estudió con nuevos ojos y nuevas herramientas la industria de la historieta nacional y luego se preocupó de que este medio jamás abandonase la Academia. Participó en simposios, organizó cursos, colaboró en revistas y libros sobre el particular, hasta que finalmente (mientras reparte su tiempo dando clases en tres universidades distintas), ha terminado organizando el más importante congreso internacional sobre historieta que se celebra en Argentina, al que acuden estudiosos de todo el mundo y del que surgen mil ideas y discursos, y también alguna edición tan documentada como Entre líneas hace ahora un año.
En octubre de 2014 apareció el primer número de esta ambiciosa publicación, coordinada por Laura Vazquez y Oscar Steimberg y arropada por la Universidad de Buenos Aires y su facultad de Ciencias Sociales, cuyo título se extrae de la conversación sobre Saul Steinberg mantenida entre el semiólogo Steimberg (sin relación familiar), el humorista Rep y la teórica Vazquez. En este documento, incluido en la revista Entre líneas número 1 como parte del informe central de la misma, se habla de las virtudes del dibujo para convocar la inteligencia, de las cualidades de la sátira, del arte y de la raza, y de esa tan discutida polaridad entre la línea abierta y la línea cerrada que parece separar la creación dibujada en dos bandas, una más reflexiva e intelectual y la otra más básica y comercial. Ellos lo terminan sintetizando en un duelo entre la “línea Steinberg” y la “línea Disney”, acordando que los Breccia o Muñoz escogieron el primer camino para crear en libertad mientras que otros, como Jiménez o García Ferré, prefirieron acomodarse en la segunda tendencia, más conservadora y comprensible por parte del público. Es obvio que el discurso polarizado resulta muy atractivo, pero también es cierto que se simplifican mucho las cosas así, y por eso Vazquez acude a la intermediación inteligente y considera que la historieta toda, en su conjunto y en su riqueza, navega dando bandazos hacia una y otra orilla en ese cauce, entre ambas líneas. Portada del primer número de esta publicación.
No es este el único apartado lúcido de la publicación mencionada. Aparte de esta rica conversación a tres bandas sobre el humorista en el que se inspiraron tantos autores satíricos del siglo XX (en nuestro país, nada menos que Mingote, Chumy Chúmez, Cesc, Máximo o el Perich, por citar solo unos pocos), el dossier Saul Steinberg incluye también una introducción a su obra desde enfoques semióticos y psicológicos a cargo de Steimberg, que se completa con un repaso a sus exposiciones y trabajos en Brasil a cargo del experto Daniel Bueno, más un superficial análisis memético de Amadeo Gandolfo sobre la huella dejada por este autor en los humoristas gráficos argentinos de la segunda mitad del siglo XX. El aporte de Vazquez a este Entre líneas es precisamente una biografía detallada y magníficamente construida sobre Steinberg y sus influjos, con una puntualización brillante sobre el legado de este autor de origen judío que acabó trabajando en las revistas más prestigiosas de Estados Unidos: que a través de la línea se alcanza una síntesis en la que el relato puede difuminarse, pero jamás la narración. En esta idea se insiste luego, en las reseñas finales, sobre todo en una brillante referida a la obra de José Muñoz, en la que se incide en similar reflexión sobre las “líneas” (o su alejamiento de las mismas), y también en un apartado denominado “Ensayos dibujados”, en el que participa el ubicuo Darío Adanti. El actual coordinador de Mongolia aporta dos historietas en las que reflexiona sobre el humor y sus límites, concluyendo que esos extremos siguen sin definirse, precisamente porque el medio se halla desligado de la línea y navega en un cauce que le impide orillarse, “vapuleado por el exorcismo icónico de nuestros miedos”. Sugerente.
El resto del primer número de esta revista académica ofrece documentos historiográficos de gran interés. Dos de ellos de españoles, que vuelven por sus fueros. Así, Roberto Bartual vuelve a certificar que el comienzo de la historieta germina en la serie de grabados de Hogarth sobre una meretriz en Londres, apoyándose en el análisis hermenéutico del drama abordado con las imágenes. Y Antonio Martín aporta un vigoroso texto sobre los orígenes de la historieta en España, con hallazgos como la primera historieta aquí publicada (una del francés Nadar, en 1851) y varios libros del final del siglo XIX que incluyeron historietas, de autores consagrados como Ortego o Escaler, y que no habían sido descritos previamente. Un documento maestro al que obligatoriamente habrá que volver.
Varias muestras del interior de la revista.
Otro texto de prospección historiográfica lo escribe un brasileño, y resulta de enorme interés porque muestra concomitancias estilísticas entre los dibujantes y grabadores de las primeras historietas en Brasil con las que hemos podido ver en España. Lo firma M. Queluz y dedica la mayor parte de su análisis al autor Agostini, poniendo la tilde en el interés de los artistas por representar al "pueblo", con el obrero campesino (no el burgués) como figura preponderante en esa representación. También nos descubre a Narciso Figueras, uno de los artistas españoles emigrados a Sudamérica en la segunda mitad del siglo XIX. Resultan atractivos estos trabajos, porque ahondan en las producciones de un pasado que se ha declarado desierto e inútil por una grey crítica que no ha dejado de reproducir la crónica consensuada por los divulgadores del pasado (como denuncian los mismos colaboradores de Entre líneas). Marcela Gené también insiste en este punto en un artículo publicado en la revista en el que trata sobre el humor gráfico en el primer tercio del siglo XX en Argentina, insistiendo en la importancia, nunca ponderada lo suficiente, sobre la presencia de viñetas estadounidenses en toda la prensa latinoamericana, sobre todo de la agencia de Hearst. Se señala que hubo también otras viñetas importadas desde Francia y Reino Unido, pero lo americano constituyó la principal influencia de todos los autores del primer tercio del siglo XX.
Entre lo más importante de Entre líneas se hallan las investigaciones de los autores argentinos sobre su propia historieta, destacando la de José María Gutiérrez, hoy por hoy el investigador más preocupado por los albores de la historieta en la Argentina y cuya aportación para este número de Entre líneas certifica la gran penetración de la historieta estadounidense en la prensa de su país, sobre todo desde el arranque del siglo XX. Señala que el gusto por las obras de autores traducidos (o copiados) como Opper, Dirks, Briggs o McManus cundió debido a que aquellos autores estadounidenses explotaban argumentos del gusto familiar, apetecibles para los lectores adultos de la prensa diaria con problemáticas similares a las de los personajes dibujados (conflictos emanados del mercado de trabajo, del asentamiento social, de la formación y mantenimiento del núcleo familiar, etc.). Es un buen planteamiento, que supera hipótesis de antaño como la de la exclusiva función socializadora de los cómics, abrazando propuestas nuevas, como que la "forma cómic" se asociaba entonces directamente a la invisibilización del autor siguiendo un esquema de alienación. Esto era así porque la identificación de los autores era borrada cuando se publicaban estas historietas en la prensa argentina, al igual que los copyrights de las agencias distribuidoras, con el fin de darle al producto un sesgo más nacional, más propio. Lo mismo ocurrió en nuestros tebeos, con el agravante de que la censura perpetuó esa costumbre hasta los años setenta incluso. Indica Gutiérrez que en algunos casos los autores argentinos continuaban dibujando las series americanas canceladas, como ocurrió con una de McManus proseguida por el autor local Juan Sanuy, lo que demuestra el interés del público más por los personajes que por los autores. Nos ha llamado la atención también saber que la serie argentina Smith y Churrasco, creada a imagen y semejanza de las comic strips estadounidenses, fue obra de Rojas, un artista español que desarrolló una inmensa labor una vez se afincó en Argentina, como también hicieron los españoles Sileno, Redondo o Sojo, un asunto sobre el que convendrá volver.
Gutiérrez ha considerado tras sus investigaciones que la primera historieta larga argentina genuina fue Aventuras de un matrimonio sin bautizar, atribuida a R. Tomey, una serie que resultaba muy moderna debido a su planteamiento autorreferencial: arrancó buscando su propio título y, cerca de su conclusión, como los personajes eran conscientes de que se hallaban en una historieta tratarían de huir de los lectores porque querían su cancelación. Sobre esta obra en particular se ha extendido Gutiérrez en un excelente libro que trata específicamente sobre la revista PBT y sus contenidos a partir de 1916, editado bajo el sello Ediciones Biblioteca Nacional con el título Aventuras de un matrimonio sin bautizar. La primera historieta moderna argentina. El libro reproduce un surtido de imágenes y todas las historietas a las que se refiere el título, y constituye desde el momento de su aparición un documento de referencia para los estudiosos españoles porque en aquellas primeras historietas argentinas estuvieron implicados compatriotas nuestros como Pellicer, Rojas, Navarrete, Alonso o el propio autor de la serie mencionada, Tomey. Portada del libro publicado en 2014 en el que se recuperaba una serie de historieta pionera en Argentina de 1916.
Gutiérrez, además, merece elogio por su labor en el Archivo de Historieta y Humor Gráfico Argentinos, creado hace tres años en el seno de su Biblioteca Nacional (BNA) para preservar los libros, revistas, fanzines, fotolitos y otros soportes que contuvieron viñetas o historietas, un departamento que se echa en falta en nuestra Biblioteca Nacional. Ese archivo se ha nutrido de cientos de donaciones y ha comenzado a ordenarse y a difundir sus contenidos mediante publicaciones y exposiciones programadas a lo largo de todo el año y sin pausa desde marzo de 2013, cuando la BNA patrocinó la muestra Trillo. De puño y tecla, una exposición que servía para reconocer la trayectoria del guionista Carlos Trillo, uno de los mayores valores de la historieta argentina y mundial. Aquel mismo año, entre octubre y noviembre, del archivo salieron un buen lote de obras del humorista deportivo y político Calé (no solo publicaciones impresas, también originales del autor que atesora la BNA) para montar la exposición Calé. Trapitos al sol. Al poco, entre enero y marzo de 2014, se montó la muestra Historietas x la identidad, en la que se reflexionaba sobre la argentinidad y otras cualidades de la cultura local a través de la obra de varios humoristas gráficos y dibujantes de cómic nacidos en el país. De todas estas exposiciones se editaron pequeños pero muy atractivos catálogos, como lo ha sido el recientemente editado con el título De tapas. Ilustraciones originales de portadas de revistas, que daba nombre a una exposición de revistas de historietas y de humor gráfico muy representativas de la producción argentina. La muestra ha estado abierta entre agosto y octubre de 2015 en la Plaza del Lector Rayuela, y el catálogo de la misma es un tesoro ilustrado dado que reproduce muchos originales, destacando los de portadas de revistas satíricas (de Nine, Lanteri, Divito, Landrú, Cognigni, Cascioli, Bróccoli, Blotta o Fortín, entre otros), muy difíciles de localizar en la Argentina según nos confesaba José María Gutiérrez al preguntarle por las fuentes de la documentación gráfica para este libro. Portada del catálogo de la exposición retrospectiiva sobre el guionista argentino Carlos Trillo celebrada en 2013 en la Biblioteca Nacional de Argentina.
Los nuevos impulsos en investigación y divulgación sobre la historieta en Argentina nos llenan de admiración y sana envidia. Vazquez ha revivificado el estudio del medio en ámbitos académicos con muy buenos criterios y ha sabido acompañarse de excelentes teóricos, y Gutiérrez mantiene vivo el pulso con la tradición rescatando lo mejor de la producción nacional atesorado en instituciones públicas. Argentina es un país que ha sabido mantenerse “entre líneas”, apostando por lo nuevo pero también mimando este apartado de su cultura de un modo que se echa en falta en otras políticas culturales, como la española.