ROHNER. CUENTOS Y FÁBULAS DEL MARINERO ALEGRE.
Hay personas, quizás más de las que creemos, capaces de moldear su existencia con el cincel de la pasión y el martillo de la determinación; pero, son pocos los capaces de convertir su obra de vida en un resultado apasionante para los que nos limitamos a vivir los trasuntos de los otros. El catalán Alfonso Font es uno de esos contados forjadores de empatía, el escocés Robert Louis Stevenson fue otro de ellos. Estos creadores nos presentan reflexiones vestidas de aventuras, denuncias sociales engalanadas como andanzas, y nos llevan a otros mundos para conocer el nuestro. Ambos artistas muestran un gran humanismo en su fe ciega en el individuo frente a la sociedad.
Sus relatos, protagonizados habitualmente por solitarios solidarios, son un canto a la necesidad de entender el mundo como una suma de todos en igualdad, y no como una fracción en la que un numerador minoritario quiebra al denominador mayoritario. Sus personajes tienen ese halo de locura que conferimos a los idealistas que se alejan de las convenciones sociales. Por lo tanto, pueden ser tenidos por amorales, o temidos por violentos, simplemente por seguir su propio código ético marcado por la dignidad.
La reciente reedición, por parte de Planeta DeAgostini, de la obra de Alfonso Font Jon Rohner, marino nos permite navegar por costas comunes a ambos autores.
La singladura de Rohner comenzó con otro nombre y otro aspecto; como bien explica su creador en la entrevista “Las fronteras de la aventura”, efectuada por Javier Mora Bordel y Manuel Barrero para el este mismo número de Tebeosfera. Gracias a Jann Polinesia, Font había realizado un sentido homenaje a dos relatos, “La isla de las voces” de R. L Stevenson y “Las terribles Salomón” de Jack London, mágicos no sólo dentro del género de aventuras, si no que desde cualquier perspectiva narrativa.
La primera aparición de este personaje, en blanco y negro.
Con el paso del tiempo, Jann pasó a llamarse Jon, de apellido Rohner; su aspecto se endureció aunque mantuvo el espíritu de Jim Hawkins y no el de Jon Silver; su goleta abandonó las coordenadas en blanco y negro por la cartografía a color; y Stevenson pasó de inspirador a personaje de la obra.
La presente estampación de Planeta, agrupa las siete historias publicadas con anterioridad en la revista Cimoc junto con una cuidada introducción donde Font comparte algunos de sus mecanismos como guionista, a la vez que deja clara su pasión por el escritor de “El diablo de la botella”. A diferencia del álbum recopilatorio publicado en su momento por Norma, estamos ante una edición respetuosa con el coloreado, ortografía e información ofrecidos por su creador.
Los álbumes publicados por Norma sobre esta serie.
Para quienes desconozcan la obra, y el viento del azar los haya mantenido alejados de los litorales fértiles donde se asientan los cuidados estudios de mis compañeros de revista sobre la obra y figura de Alfonso Font, les comentaré que este álbum en tapa dura, de 104 páginas a color, se articula sobre el supuesto de la alegoría de un marino que establece amistad con el escritor Robert Louis Stevenson y su esposa. Marinero que muy bien podía encarnar a la inspiración que esporádicamente desciende de El Parnaso para contarle historias al oído de todo fabulador; o a la figura del diálogo que se establece entre el lector y el escritor. Cada uno de los siete episodios recogidos corresponde con un relato que el capitán les cuenta al matrimonio en su casa de Samoa; salvo el primero, “Mi amigo Tusi-Tala”, rememorado ante la tumba de Stevenson.
En su momento, Rohner sufrió el infortunio de ser considerado como una especie de remedo del iconográfico Corto Maltés. Al gusto de los creadores de ambos personajes por la narrativa de aventuras, y su buen tino a la hora de ambientar sus historias, se suma que estamos ante dos personajes que comparten el ser marinos durante los albores de la I Guerra Mundial. Como si el autor de “Clarke & Kubrick” pudiera ser reducido a la categoría de mero copista…
La presencia de un aventurero y la sombra de un narrador: Hubo Pratt.
Pero bueno, al igual que Stevenson es relegado a escritor para niños por la sencillez con la que reflexiona sobre temas vitales, algún precio tendría que pagar Font por compartir su don para hacer que lo complejo parezca sencillo cuando él lo plasma. Son más, en realidad, los rasgos que unen a ambos creadores: desde el haber presentado la mayoría de sus obras en forma serializada, hasta el haber desplegado en sus relatos una reflexión lúcida sobre la dualidad humana. Es quizás este alejamiento del maniqueísmo uno de los rasgos que más distinguen a los protagonistas del catalán, y que Rohner —piloto contrabandista que siempre lleva un revólver al cinto— encarna a la perfección.
Tomemos por ejemplo el relato de 10 páginas “Los dientes del tiburón”. En él, se nos presenta el enfrentamiento del marino con una compañía multinacional y las tropas de ocupación colonial. La disputa no se produce por una defensa de los derechos de los nativos por parte del ¿héroe? frente a los explotadores; no, Rohner los desafiará por haberle truncado una posibilidad de negocio, y su enfrentamiento será mediante una venganza disimulada de casualidad, en la que el único beneficio es el haber hecho saber a un par de miserables que con él no se juega. El opresor seguirá oprimiendo, y alguien intentará hacer dinero donde Jon no pudo.
Como es habitual en su obra, tras el barniz aventurero e incluso sarcástico de cualquiera de estos siete capítulos, Font presenta una reflexión sobre ciertos principios económico / políticos de la Sociedad actual. Principios presentes en nuestro mundo desde que Caín le aplicó una OPA hostil a Abel; o desde que el Casero echó en su ira a Adán y Eva de su parcela en el Paraíso. Y es que la codicia y la intransigencia, son dos carretas que tiran más de nuestros instintos que un buen par de… acciones.
Rohner y Stevenson, dos al encuentro de la dualidad.
Al igual que en “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, de Stevenson, bajo la estructura de un relato de terror aparecen una reflexión sobre el conflicto que todo hombre cuerdo mantiene entre los diversos instintos de su razón a la par que una crítica abierta al victorianismo, ya en las primeras páginas de Jon Rohner, marino apreciamos una plasmación de la idea de que la frontera entre el Bien y el Mal es tan difusa como el límite entre unas aguas territoriales y las internacionales. Todo depende de quién interprete los hechos: el Stevenson ficticio pedirá a Rohner que cometa un secuestro con el fin de evitar una guerra. Un acto ilegal impedirá uno inmoral; aunque lo moral se enfrente muchas veces a lo justo, como bien recuerda Font al destacar que la moralidad impedía en pleno siglo XIX que las mujeres pasearan en pleno domingo escocés.
Pese a lo leído, no crean que estamos ante un posicionamiento idealista o filantrópico. Les voy a referir a mis dos pasajes favoritos en la obra:
Pocas páginas más adelante, en el lance “La sangre del volcán”, veremos cómo el amor no sólo es presentado como una fuerza autodestructiva cuando se convierte en obsesión; también asistiremos a las maneras en que una deseable nativa humilla y anula a aquél que había cometido el error de convertirla en objeto de su atención.
O, en el soberbio relato final, “Los sembradores de estrellas”, disfrutaremos de un acercamiento acertado a la condición de ser diferente en una sociedad estereotipada, donde calificamos de monstruoso a lo disparejo; y en la que sentimos compasión hacia quien sólo nos pide comprensión.
A lo largo de los siete cuentos que componen este tebeo, todos ellos de una extensión que oscila entre las 10 y las 20 páginas, Font firma la que quizás sea una de sus mejores obras narrativas. Como es habitual en él, deja que las acciones, y los diálogos definan a sus personajes, sin actuar de narrador omnisciente —sus textos de apoyo cumplen un papel bien lírico o explicativo— y sin asentar prejuicios en sus lectores. Es en lo breve del espacio donde despliega su destreza narrativa, al componer historias cerradas pese a contar con unos personajes repetitivos, que funcionan perfectamente de forma unitaria, prestándose cada una a ser leída en orden aleatorio.
Pese a que todas las leyendas presentan un arranque parecido —Jon rememora andanzas del pasado— y en muchas se incorporan fragmentos reales de la vida de Stevenson, su desarrollo e interpretación son múltiples, y difieren con cada lectura. Por ejemplo, al escribir estas líneas se me viene a la cabeza la coincidencia entre el número de capítulos y el de pecados capitales, a la vez que la forma en que todos éstos aparecen reflejados, incluso en los supuestos personajes positivos.
En cuanto al trabajo gráfico mostrado aquí, destaca una exaltación de la asimetría de los paisajes naturales frente a lo comedido de las figuras humanas, empequeñecidas en unos entornos que parecen idílicos en su plasmación realista. El coloreado, que no tiene que envidiar al de las acuarelas de William Turner, se plasma muy suelto, de gran luminosidad alternada con una bruma de abstracción lírica en el tratamiento de ciertas formas, trasmitiendo el conjunto de la obra una clara evocación naïf.
El hombre inserto en un paisaje colosal y colorista.
Permítanme, en mi modestia, no sólo aconsejarles la lectura de Jon Rohner, marino —una obra impregnada de la pasión de la juventud y que rezuma la experiencia de la madurez— si no sugerirles que la regalen a un amigo. A ese amigo con el que les hubiera gustado compartir rutinas que a su lado se habrían convertido en aventuras.