POR AMOR A LOS TEBEOS. QUIENES LOS CREAN II
REDACCIÓN DE TEBEOSFERA

Title:
For the love of comics. Those who create them II
Resumen / Abstract:
Declaraciones de un grupo de autores de cómic, los nacidos después de 1975, sobre su aprecio a la historieta, en respuesta a la convocatoria de Tebeosfera con motivo de la celebración del Día del Cómic, el 17 de marzo de 2023 / Statements by a group of comic book authors, those born after 1975, about their appreciation for comics, in response to Tebeosfera's call for the celebration of Comic Book Day on March 17, 2023.

POR AMOR A LOS TEBEOS: QUIENES LOS CREAN II
Autores de cómic, desde la Transición hasta el Siglo XXI

 

Quienes crean los cómics han tenido la amabilidad de compartir con nosotros sus listas de tebeos favoritos, sus anécdotas y sus historias sobre cómo terminaron dedicándose a guionizar y dibujar cómics. Como las contribuciones han sido numerosas, hemos separado las respuestas de los autores en dos grupos. Este es el de los autores nacidos tras la Transición. 

  

IVÁN GARCÍA AGUADO
1976, Valencia

Desde muy pequeño recuerdo que era habitual ver tebeos por casa. Mi padre conservaba tres colecciones completas de cuadernillos (una de ellas, El Aguilucho, de Gago) y muchos tebeos sueltos de la infancia (de Novaro, Bruguera...), y mi madre tenía algunos femeninos y la Biblia por fascículos encuadernada. Mis padres sabían que en cada ocasión especial, lo mejor era regalarnos tebeos, ya que entre tres hermanos pronto acababan hechos polvo de tantas relecturas. Recuerdo comprar Don Mikis por decenas en el antiguo rastro de Valencia o paquetes de tebeos saldados de Valenciana o Spirou Ardilla en algún mercadillo de pueblo. La Nova Escola Valenciana la descubrí bastante joven, ya que nuestros vecinos nos daban los tebeos de sus hijos, ya mayores, creyendo que eran cosas de niños. Ahí había Creepy, Zona 84, Metropol, Rambla, pero sobre todo la maravillosa Cairo. En esos años también comencé a leer viejos ejemplares de Hermano Lobo, El Papus, El Jueves, y comencé a comprar esporádicamente esta última. Y así hasta hoy.

Ahí va mi lista: 

  • Olé Bruguera 142 - Mortadelo y Filemón, “Valor ¡y al toro!”, de Ibáñez.
  • Olé Bruguera 238 - Mortadelo y Filemón en Alemania, de Ibáñez.
  • Pendones del humor, 27. Makinavaja, de Ivà.
  • La estrella lejana, de Daniel Torres.
  • Calavera lunar nº 238, de Albert Monteys.
  • El baile del vampiro, 1, de Sergio Bleda.
  • La gran superproducción, de Jan.
  • Súper Humor Pulgarcito, de Jan.
  • Macao, de Mique.
  • Los surcos del azar, de Paco Roca.
Mortadelo y Filemón en Alemania, de Ibáñez

JAVIER MORA BORDEL
1976, Sevilla

Mi patria es la historieta

Recuerdo con nitidez el momento exacto en el que la historieta me atrapó. Durante un verano, alrededor del 92, la familia no pudo irse de vacaciones al pequeño pueblo de Zamora de donde es oriunda mi madre. Jose, mi padre, había caído enfermo de gravedad. La montaña de Sanabria fue sustituida por fiebres altas repentinas, idas y venidas de urgencias… El caso es que mi madre, agotada, recurrió a cuanto tío y primo encontró y nos envió a cada uno de los hermanos a distintos puntos de Andalucía. A mí me tocó Huelva.

Allí, en un Hipercor al que nunca he vuelto a ir, encontré dos retapados de Dossier Negro que me descubrieron, no la historieta, sino mi vocación como guionista. En esos números se encontraba La Cosa del Pantano de Alan Moore junto a Bissette y Totleben. Una chispa se encendió en mi cabeza. Me apasionaba esa forma de disfrutar contando una historia. ¿Cómo podía molar tanto ese gigante verde hecho de barro? Los diálogos, precisos como el bisturí de un cirujano, me resultaban inspiradores. Cada palabra se me quedaba grabada. De forma espontánea e inesperada, quería tener esa capacidad para fabular.

A partir de ahí, comencé a leer como un poseso y a buscar tebeos de Moore y otros autores que me llamaban la atención por las librerías de segunda mano. Vino Watchmen, vino Miller y su Dark Knight, vino el Paracuellos de Giménez. Y al poco tiempo, descubrí a Oesterheld. Y ese fue ya el remate definitivo.

Mi primer acercamiento al guionista argentino fue en la ficha que realizaron sobre su figura en un número de La historia de los Cómics de Toutain. Creo que la escribió Carlos Trillo. Su historia personal me desarboló. Ese sufrimiento casi de mártir, solo propio de un héroe. Esa lucha social que tejió de modo ejemplar su vida. Ese compromiso con la obra bien hecha y su necesidad por remover conciencias… Ya fue el impulso definitivo para dejarme arrastrar por esta pasión. La historieta podía ser revolucionaria en todos los sentidos y yo quería participar con ella en la construcción de un mundo mejor. Aún hoy, con altibajos de por medio, seguimos peleando por ello.

Lista de diez cómics españoles, Javier Mora Bordel

  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • Koolau el leproso, de Carlos Giménez.
  • El día 3, de Miguel Ángel Giner Bou y Cristina Durán.
  • Historias de taberna galáctica, de Josep Maria Beà.
  • Fragmentos de la enciclopedia délfica, de Miguelanxo Prado.
  • La estrella lejana, de Daniel Torres.
  • La muralla, de Josep Maria Beà.
  • Etnocidio, de Luis García.
  • El artefacto perverso, de Felipe Hernández Cava y Federico del Barrio.
  • El arte de volar, de Altarriba y Kim.
El día 3, de Miguel Ángel Giner Bou y Cristina Durán

MANUEL DÍAZ
1977, Sevilla

A mí, desde que tengo uso de razón me ha gustado dibujar. Además siempre he devorado todo aquello que tuviera algún dibujo. Y por supuesto, leía todos los tebeos que caían en mis manos. Me encantaban Mortadelo, Zipi y Zape, TBO, Pinín

En Los Domingos de ABC, cada semana, dentro de su sección “Al Loro”, venían algunas páginas para la "Gente Menuda". En septiembre de 1987 habían sustituido las aventuras de Tarzán por un nuevo personaje, llamado El Capitán Trueno. ¿Quién era ese personaje? Mi padre me contaba que él lo leía de pequeño y que le gustaba mucho.

Y de repente surgió el flechazo. Fue el 18 de octubre de 1987. Tras el ataque a una fortaleza, el Capitán estaba siendo atacado por un moro con un hacha, lo esquivaba y… ¡lo levantaba con una sola mano! Esa viñeta magistralmente dibujada por Ambrós me cautivó. En ese momento me hice fan para siempre de El Capitán Trueno, y comenzó mi obsesión por tener la colección completa de sus aventuras y llegar algún día a dibujarlo.

Desde ese día seguí siendo lector de tebeos, ahora con más ahínco, con Trueno como líder indiscutible de mis personajes favoritos y con Ambrós como mi dios del dibujo.

Mi listado:

  • El Capitán Trueno, de Víctor Mora y Ambrós.
  • Mortadelo y Filemón, de Ibáñez.
  • Pumby, de Sanchís.
  • TBO extraordinario dedicado al dibujante Coll, de Coll.
  • Zipi y Zape, de Escobar.
  • Trompy, de Nin.
  • Pinín, de Alfonso.
  • El Corsario de Hierro, de Víctor Mora y Ambrós.
  • Triada Vértice, de Pacheco, Marín y Merino.
  • Bribones, de El Torres, RyP, Lorente y Castillo.
Capitán Trueno nº 1 "¡A sangre y fuego!", de Mora y Ambrós

ALEJANDRO ROMERO
1978, Úbeda (Jaén)

Con los tebeos siempre tienes que poner de tu parte. Al principio, cuando no sabes leer y empiezas a escribir mentalmente tebeos con el método de Stan Lee, imaginando palabras en boca de aquellos personajes. Luego, cuando ya sabes leer pero no entiendes la mitad de lo que lees, y tienes que intuir lo que significa (hay muchas palabras con las que recuerdo haberme encontrado por primera vez en los tebeos; sé lo que es un "proscrito" porque Spiderman se convertía en uno cuando perdía la memoria y se asociaba con el doctor Octopus). 

Pero es que para cuando más o menos lo entiendes todo, descubres que solo tienes pedacitos de la historia, que has heredado tebeos sin portada a los que les faltan páginas decisivas (a menudo, los has heredado del pequeño salvaje analfabeto que eras tú mismo dos o tres años atrás, tan fascinado con las viñetas que hacías pedazos los tebeos que las contenían). O que no hay forma humana de conseguir ese otro número de Bruguera, no digamos ya de Vértice, que termina o empieza el fragmento que tienes. Recuerdo despertar una mañana sujetando aún entre las manos el tebeo de Spiderman contra Morbius el vampiro que, ¡por fín!, había encontrado en el sueño y justo me disponía a leer cuando se evaporó.

Así que no te quedaba otra que imaginar. Eso es lo que define mi experiencia como lector de tebeos y, también, como perpetrador ocasional de guiones. No es muy original citar a McCloud a estas alturas, pero es que el tipo tiene razón: los tebeos siempre te están pidiendo que colabores, incluso cuando no les falta una sola viñeta. Y tanto colaborar, tanto colaborar, al final te encuentras haciendo tus propios tebeos casi sin darte cuenta. Y ahí ya estás perdido. 

Diez tebeos españoles (subjetivamente) más importantes:

  • La gran superproducción, de Jan.
  • El hombre desencuadernado, de Felipe Hernández Cava y Sanyú.
  • España una, España grande, España libre, de Carlos Giménez e Ivá.
  • El velo, de El Torres y Gabriel Hernández Walta.
  • Historias negras, de Enrique Sánchez Abulí y Jordi Bernet.
  • El juego de la luna, de Enrique Bonet y José Luis Munuera.
  • Historias de taberna galáctica, de Josep Maria Beà.
  • Dorian Gray, de Corominas.
  • ¡¡Vámonos al bingo!!, de Manuel Vázquez.
  • Nuevas hazañas bélicas, de Hernán Migoya y varios.
España una, España grande, España libre, de Carlos Giménez e Ivá

HÉCTOR CAÑO
1979, Toledo

Mi pasión por el cómic está íntimamente ligada para mí con un territorio imaginario, ideal, que es Estados Unidos: el cómic americano. Aunque creo que vivir y haber nacido en España tiene mucho que ver con la necesidad de hallar un lugar mucho mejor, un lugar mítico, de ensueño: un paisaje, una geografía, un escenario, que contrasta con el lugar donde me he criado. Un mundo de ficción y un relato coherente frente al mundo real y la vida real aquí en nuestro país. Diría que Spiderman, Thor, Lobezno, The Question o La Liga de la Justicia me salvaban la vida todos los días cuando era niño. Y no se me olvida que todo ello solo fue posible gracias a Antonio Martín, Jordi Solé, Pere Olivé y todo el equipo de Cómics Forum. También Sergio Pradera y Miguel G. Saavedra en Ediciones Zinco. Veníamos de una dictadura, estábamos en plena transición, y ellos hicieron que creyera que había un espacio para compartir, para expresarnos con libertad, para crecer y admirar a nuestros mayores, creer en unos valores encarnados en héroes de vivos colores: valentía, afán de superación, esfuerzo, solidaridad. De pequeño, crecí creyendo que pertenecía a un gran club y que cientos, miles de chavales como yo por todo el país eran amigos míos. Eso es lo que le debo a Cómics Forum.

Tiempo después el sueño se desvaneció y se convirtió en algo totalmente distinto. Pero en aquel momento, en aquella época, me salvaban a diario y, más aún, me daban razones para seguir vivo: esperar al próximo mes para leer el siguiente número.

Esto ha de servir para poner en valor el trabajo de los profesionales de nuestro sector —editores, coordinadores, redactores— más allá de importar un material extranjero y ponerlo a la venta. Me estoy refiriendo a técnicos editoriales con nombre propio, españoles, y una forma muy determinada de abordar el trabajo que probablemente se ha perdido.

Profundizando un poco más, puedo recordar autores españoles que me impactaron durante mi infancia. No solo leía cómics de superhéroes. Por ejemplo, mi padre me aficionó a los cómics de Conan, pero en el fondo estaba transfiriéndome su amor por El Capitán Trueno de Ambrós: aventuras campo a través, un gran héroe que duerme al raso debajo de un árbol, en un bosque que, curiosamente, parece ubicado en el clima mediterráneo de la meseta, peleando contra energúmenos con una espada. Mi padre se crió en una aldea en el norte de Castilla, y ese estilo de aventuras campestres me llegó exactamente como un trasvase: de Trueno a Conan. En segunda instancia, no hacíamos sino seguir la estela de El Capitán Trueno.

En casa de mis abuelos había ejemplares de la revista Mortadelo que pertenecieron a mi tío, además de Tintín, Astérix y Mafalda. Me gustaban mucho las portadas de Mortadelo porque contaban una historia completa en una única página. Mafalda, de Quino, es argentino en vez de español, pero podría serlo perfectamente: las escenas domésticas en casa, en la calle o en la escuela me parecían muy cercanas. Mafalda era para mí la encarnación del sentido común, más que ningún otro personaje de cómic.

En el pueblo de mis abuelos paternos íbamos a buscar tebeos por los quioscos y papelerías. No llegaban las novedades, pero por alguna extraña razón sí había tebeos del periodo anterior, de Vértice. No traían artículos ni nada y me parecían mucho peores que los de Forum. Sin embargo, alguno de ellos sí logró captar mi interés y conquistarme. Eran tan raros que parecían provenir de una realidad alternativa. Recuerdo una portada pintada que mostraba un gran retrato de Peter Parker sin máscara. El autor realizó el trabajo estupendamente: sin duda era un buen ilustrador comercial. La estampa era magnífica.

Los tebeos de Superlópez eran muy buenos. Los dibujos eran estupendos, tan blandos que parecía que podías tocar al personaje, achucharlo, abrazarlo. Había una sensación muy táctil en sus viñetas.

La revista española que me conquistó en aquella época fue Guai!, de Grijalbo. Tuve la suerte de estar ahí cuando salió el primer número, así que la compraba regularmente. Creo que Ibáñez nunca ha realizado una obra mejor que Chicha, Tato y Clodoveo. Era la movida: una punki, un currele y un quinqui en la oficina del paro. Tenían algo de almodovariano y algo de terror existencial. Los trabajos precarios, los despidos exprés, el paro.

Revista Guai nº 1 (1986), con Chicha, Tato y Clodoveo de Ibáñez

Estaba bien orgulloso de tener la tarjeta Risa Oro que daban a los lectores como si formara parte de un club. Además aparecían las peripecias de Mirlowe & Violeta, por Raf. Estos eran mis favoritos: un Humphrey Bogart pequeñito, con un trazo suelto y un coloreado exquisito en acuarela. Los detectives siempre me resultaron fascinantes en las películas, así que yo era fan de Mirlowe. Fumaba, llevaba una gabardina, tenía un despacho con una persiana entornada, todos los tópicos del relato policíaco en una presentación que parecía un juego de niños. Qué maravillosos eran. Hice un dibujo de Mirlowe & Violeta, lo envié a la revista y me lo publicaron.

En esos tiempos había muchas revistas publicando cómic adulto, y me parecían un material muy raro, no era capaz de asimilarlo todavía, pero un amigo de mi madre me dejaba leer su colección de El Víbora, y creo que sentía algo así como un delirio. No entendía nada, no me enteraba de nada, pero mi cabeza daba vueltas sin parar. Otro amigo de mi madre tenía una pared llena de cómics europeos y antiguos. Había cosas de Mandrake, de Richard Corben, Moebius y gente así. Al leerlos tampoco comprendía gran cosa verdaderamente, pero no dejaba de zambullirme en esa estantería a ver si me enteraba de algo. Supongo que, más que nada, me inculcaron el hábito de querer entender, aunque por aquel entonces no pudiera.

Un compañero de trabajo de mi padre compraba El Jueves. Lo pasaban tan bien leyéndolos que teníamos a los dibujantes en un pedestal. Es como si allí estuvieran metidos todos los heterodoxos, todos los peligrosos. Salían unas caricaturas de Felipe González y Manuel Fraga que daban auténtico miedo, salían mujeres en top-less a lo Bárbara Rey, y salían unos personajes tremendos: un Groucho Marx, unos monigotes que bebían anís y un José Sazatornil. Todo era como una película de Berlanga, y me parecía orgiástico.

De aquella época, lo que más recuerdo era un sentimiento. Encontrar un cómic era encontrar un tesoro, un salvavidas, un trébol de cuatro hojas. Se parecía mucho a descubrir un secreto, como un mensaje en una botella. Me ponía en contacto con personas que vivían lejos, en alguna parte, eran muy interesantes y hacían cosas o se apasionaban por cosas.

Mucha gente parecía compartir ese secreto. Dibujaban, pintaban, cantaban, escribían sátiras; compartían una pasión, un afecto. Parecían estar enamoradas de algo y estar en contra de algo, y dejaban un rastro de migas de pan en forma de papeles que te ibas encontrando en rincones insospechados.

Siendo algo más mayor descubrí una cosa. Un amigo de mi padre había sido Supersonic Man, el primer y el único superhéroe de carne y hueso de nuestro país. Y por ese único motivo, era el hazmerreír del país entero.

Esto lo pudo escribir Cervantes hace cuatro siglos, y no ha cambiado un ápice: España no es un lugar geográfico, es un problema. Un problema que nadie ha resuelto ni resolverá jamás, pero que todos y cada uno de nosotros hemos de intentar arreglar.

 

IRRA (Israel Gómez Ferrera)
1979, San Juan de Aznalfarache (Sevilla)

Hombre Grande, de David Mazzuchelli

De primeras diría que Born Again, de Miller y Mazzuchelli, pero realmente el cómic que me rompió los esquemas no fue una lectura de infancia. Debía tener apenas veinte años la primera vez que leí Hombre Grande, y fue un punto de inflexión, casi una epifanía. En una época en la que la tendencia en el mercado era crear material meramente ilustrativo, esta obra me volvió a despertar las ganas de dedicarme a la profesión de hacer tebeos. Su estilo quebrado de trazo expresionista extrañamente cercano al naturalismo ofrece, al mismo tiempo, inmediatez y emoción a través del calado de su aparente sencillez narrativa, demostrando que era posible salirse del canon académico y hacer cómics vivos que te pongan los pelos de punta apelando a la crudeza.

Diez tebeos españoles más importantes de mi vida:

  • Aventuras de Superlópez, de Jan y Francisco Pérez Navarro.
  • Mortadelo y Filemón, “La máquina del cambiazo”, de Francisco Ibáñez.
  • Historias negras, de Abulí y Bernet.
  • Kraken, de Antonio Segura y Jordi Bernet.
  • Viaje al infierno, de Rafael Auraleón y Carlos Echevarría.
  • Jon Rohner, “La sangre del volcán”, de Alfonso Font.
  • Ambigú, de Santiago Sequeiros.
  • El héroe, de David Rubín.
  • Black Decker 1, de Fernando de Felipe.
  • El prolongado sueño del Sr. T, de Max.
Museum, de Fernando de Felipe

LUIS NCT
1979, Valencia

No recuerdo el momento en que el cómic entró en mi vida, porque cuando yo llegué el cómic ya estaba ahí, como la pintura, la literatura, el cine, la fotografía o el mundo. El cómic es, como cualquier otro arte, una forma más de enfrentarse a la existencia, de relacionarse con la realidad, de comprender la consciencia. No tengo un momento especial, una epifanía, que marcara mi relación con el cómic, sino muchos de esos momentos, como también muchas dudas al respecto. Al respecto del sentido de hacerlos, de leerlos… como se tienen dudas al respecto del sentido de la vida. Porque eso son —o pueden ser— los cómics en todas sus variantes: retazos de vida.

Diez tebeos españoles:

  • Zipi y Zape, de Escobar.
  • Superlópez, de Jan.
  • Goomer, de Ricardo y Nacho.
  • Museum, de Fernando de Felipe.
  • El último recreo, de Trillo y Altuna.
  • Raúl, ¡el Rude!, de Pep Pérez.
  • El baile del vampiro, de Sergio Bleda.
  • Los profesionales, de Carlos Giménez.
  • Para ti que eres joven, de Monteys y Fontdevila.
  • La casa, de Paco Roca.

 

FIDEL MARTÍNEZ
1979, Sevilla

Una mañana cualquiera
(Una anécdota autobiográfica contada en tercera persona)

Aquella mañana, como acostumbraba a hacer cada día, se había despertado antes que el resto de su familia. A sus siete u ocho años era un niño impaciente incapaz de permanecer en la cama demasiado tiempo. Por eso, bajó cuidadosamente la estrecha escalerilla de la litera y en silencio se encaminó al salón comedor. Allí, sobre la mesa, encontró algo que despertó su atención de inmediato. Se acercó y lo observó con atención. Se trataba de un cómic. Él ya sabía lo que era un cómic. Los había visto y leído en la escuela, pero ninguno era como aquel que ahora contemplaba embargado por una sensación entre el éxtasis y el arrobo. El cómic se titulaba Spider-man, y el protagonista era un superhéroe vestido con un llamativo disfraz de color rojo y azul cubierto de telarañas, que realizaba acrobacias increíbles y, ¡atención, podía caminar por las paredes de los edificios! Además, haciendo uso de otros superpoderes, combatía a un villano temible que poseía unos peligrosos tentáculos metálicos. Todo ello, representado con unos dibujos maravillosos y unos colores sorprendentemente llamativos que encendían sus pupilas.

El niño, inmediatamente, se quedó prendado de ese cómic. Era, posiblemente, lo más fascinante que había visto nunca. A partir de entonces se dedicó con ahínco a buscar más cómics protagonizados por este superhéroe, entre otras cosas porque, secretamente, anhelaba ser como él, llevar ese disfraz, trepar por las paredes, lanzar telarañas y enfrentarse a formidables villanos. Pero no tardó en descubrir que eso nunca sucedería. Todo lo que se contaba en esos cómics era pura fantasía. En ese momento se sintió muy apesadumbrado. Por eso y porque no tardó en comprobar que la realidad y la fantasía eran dos cosas muy distintas.

Pero cuando este conflicto parecía irresoluble y el niño estaba a punto de darse por vencido, una idea le asaltó repentinamente. Una idea deslumbrante. Una idea que podría aliviar su tristeza. Aquel niño, al que le gustaba tanto dibujar desde siempre y que había mostrado cualidades para ello, decidió al instante que si no podía ser ese personaje al que tanto admiraba, dibujaría sus aventuras. Y así, animado por esa idea fruto de una lucidez inesperada, es como un niño ilusionado se inició en la maravillosa y apasionante tarea de realizar historietas.

Portada de López Espí para Spiderman vol.3 nº 55 (1979)

SONIA MORUNO
Año 1979, Madrid

No recuerdo el cómic exacto que me empujó a dedicarme a este mundo, en mi infancia cayó en mis manos algún Astérix y mucho Bruguera, eran los tebeos que mi padre tenía en su mesilla de noche, y que releía una y otra vez. Supongo que fueron un cúmulo de ellos.

Pero lo que sí recuerdo es que el tebeo estaba en mi subconsciente continuamente, e inventaba mis propias historias con compañeros del instituto, amigos, mi familia o cualquier cosa cotidiana que me hubiera sucedido. Dibujé muchos años, hasta que paré.

Estuve años sin dibujar, no había tiempo o ganas, supongo, hasta que un día de nuevo surgió. Y después de un par de años dedicándome al dibujo realista, volvió a caer en mis manos un cómic, Navis, de José Luis Munuera. Y volví al cómic. Casi por necesidad.

No sé si contar historias es lo mío, pero, señores, no puedo parar. Ya sea dibujándolos, para colorearlos o leyéndolos. Ya no hay solución.

Y os adjunto los tebeos que para mí me marcaron, o me parecen un referente para mí:

  • Navis, de José Luis Munuera (obvio, por hacerme volver).
  • Lascivia, de Jan (me reí sin parar con este cómic).
  • Los Dalton, de Jesús Alonso Iglesias y Olivier Visionneau (Jesús es siempre un referente para mí, miro su manera de resolver ambientes y escenas cotidianas).
  • Brujeando, de Teresa Valero y Juanjo Guarnido (es tan original... siempre lo releo para inspirarme).
  • CHOSP, de Alessandro Barbucci (fue el segundo cómic que me compré en mi vida, y con él descubrí que podía mezclar el manga y el estilo europeo, cosa que ya siempre hago).

Después podría mencionar más, pero esos cinco son los que siempre remiro cuando algo se me atasca en una viñeta. Son mi biblia.

Navis, de José Luis Munuera

 AINARA AZPIAZU ADURIZ
1980, Hernani (Guipúzcoa)

Recuerdo que una de las cosas que más me gustaba hacer de niña era dibujar. Mi madre era una gran aficionada al arte y la belleza, trabajaba en una tienda muy elegante de material artístico y planos de arquitectura. Me encantaban los colores, el dibujo y todo lo que tuviera que ver con ello. Los primeros cómics que recuerdo son Zipi y Zape, Astérix y Obélix y Tintín. A mi hermano le encantaba leerlos. Pero a mí me pasaba como con los Pitufos, que no me gustaba el rol que desempeñaban los personajes femeninos, no entraba en las historias. Así que en mi juventud temprana empecé a hacer cómic para introducir el tipo de historias que a mí me hubiera gustado leer. Es decir, aunque es una manera extraña de ser dibujante de cómics, creo que fui antes creadora que gran lectora.

Con el tiempo y la globalización (soy del ochenta) cada vez fue más fácil acceder a contenidos que me interesaran. Recuerdo que el cómic Rosalie Blum fue un antes y un después para mí. Me resultó fascinante tanto a nivel gráfico como por el guion. Y eso trajo una sed de leer cómic de autoras y leer novelas gráficas que sigue hoy en día. ¡Y que siga durante mucho tiempo! 

La lista:

  • Sangre de mi sangre, de Lola Lorente.
  • La muchacha salvaje, de Mireia Pérez.
  • Estamos todas bien, de Ana Penyas.
  • La casa, de Paco Roca.
  • El paraíso perdido, de Pablo Auladell.
  • Zipi y Zape, de José Escobar.
  • Mortadelo y Filemón, de Ibáñez.
  • El Polo Sur, de Alexis Nolla.
  • Archivos estelares, de Flavita Banana.
  • Pulse enter para continuar, de Ana Galvañ.
Sangre de mi sangre, de Lola Lorente

EDGAR MAX MIRAGAYA
1980, Zaragoza

Aunque ya había leído tebeos humorísticos desde muy niño y me encantaban, recuerdo el primero que me caló hondamente igual que se recuerda el primer beso, la primera cerveza o el primer cigarro. Recuerdo ver la portada de la revista al pasar, de camino al colegio, por una papelería de mi barrio: un bárbaro musculoso luchando cuerpo a cuerpo contra un simio gigantesco junto a una espantada muchacha ligera de ropa. La espada salvaje de Conan, rezaba el título. Yo tenía nueve o diez años y ni una peseta en el bolsillo, pero supe que aquella… cosa maravillosa tenía que ser mía. A diario pasaba por la papelería y me quedaba mirando, observando una y otra vez cada detalle de aquella asombrosa portada, sabiendo que en menos de un mes desaparecería PARA SIEMPRE y ya no podría hacerme con ella. Ni el colegio ni las rencillas con los chavales del otro barrio me parecían ya reales. Estaba total y absolutamente enamorado. 

Al fin, conseguí que mi madre me comprase aquel tebeo. In extremis. Quizá por la desesperación, que yo creía ocultar, en mis ojos. El dependiente se movió a cámara lenta, como retazos de una sombra irreal bailoteando frente a un fuego, y descendió aquel objeto venido de otro mundo que tantas veces yo había acariciado con mi mirada. Creo que 225 pesetas cambiaron de mano —¡qué me importaba a mí el vil metal!— y de repente me hallé sosteniendo EL TEBEO que cambiaría mi vida. Bueno, con nueve o diez años todavía no había gran cosa que cambiar, así que digamos que fue EL TEBEO que me inició en una nueva vida. 

Al contrario que otros enamoramientos, cuyos efectos se desvanecen al conseguir el objeto del deseo, mi amor por los cómics solo creció y creció desde aquel momento. No solo el interior de la revista cubrió mis expectativas, me maravilló. ¡Por Crom, la de veces que debí leer aquel tebeo! Era muchísimo mejor de lo que podía llegar a imaginar: barbarie, romance, venganza, magia y hermosas mujeres semidesnudas (aquello parecía ser bastante importante, y recuerdo algún comentario sardónico de mi madre). Aunque en aquel entonces no me fijé mucho en los nombres, quiso el azar que en aquel tebeo se juntaran nada menos que John Buscema, Alfredo Alcalá, Barry Windsor-Smith y Richard Corben. Todos en un estado de gracia absoluta. La historia principal era Sombras de hierro en la luna, quizá mi historieta favorita del cimmerio hasta hoy. Después, el inglés despachaba La hija del gigante helado, una violenta poesía visual tan delicada que parecía que cada viñeta pudiera romperse si la mirabas con demasiada intensidad. Y la revista terminaba con un dossier de ilustraciones bárbaras de la mano de Richard Corben. ¡BOOM!

Con el tiempo leí muchos más tebeos de Conan y, claro, de muchos otros héroes y villanos. Y aunque todos los disfruté, ninguno supuso el éxtasis de aquella epifanía de tinta que me hizo querer dibujar tebeos así. Si había gente en el mundo —razonaba yo en la habitación de mi casa en las Delicias, Zaragoza— que se dedicaba a fabricar estos artefactos maravillosos, ¡yo quería ser uno de ellos! Al echar la vista atrás, no puedo dejar de pensar que llevo toda una vida tratando de recrear aquella misma sensación una y otra vez, así que, ¡gracias, John!, ¡gracias, Alfredo!, ¡gracias, Barry!, ¡y gracias, Richard! Y, por supuesto, mil millones de gracias a aquella madre que, aun creyendo quizá que aquella lectura no era “apropiada” para la edad del niño que yo era, apoquinó las 225 pesetas para hacerme feliz. Vaya que sí lo hizo. 

No soy muy amigo de listas, pero ahí va la mía. Los tebeos españoles que, a bote pronto, me vienen a la mente como más queridos o “importantes" en mi vida.

  • Trazo de tiza, de M. Prado.
  • Peter Pank, de Max.
  • Álgebra, de Luis Durán.
  • Kraken, de Segura y Bernet.
  • Torpedo, de Abulí y Bernet.
  • Hombre, de Segura y Ortiz.
  • Los profesionales, de Carlos Giménez.
  • Superlópez, de Jan.
  • Mot, de Azpiri y Nacho.
  • Mortadelo y Filemón, de Ibáñez.
Álgebra, de Luis Durán

RAMÓN PEREIRA
1980, Barcelona 

Tebeos que me hicieron feliz

Es difícil recordar cuáles fueron los primeros que uno empieza a leer, pues al principio uno ve dibujos y formas y luego, poco a poco, empieza a entender los diálogos y textos. Lo que sí recuerdo eran las tardes al salir del colegio: mi padre me daba unas pesetas (más difícil sería recordar cuántas, más bien pocas) para comprar mi merienda y la de mi hermano. Había una tienda de conveniencia regentada por un matrimonio mayor en el barrio de Virrei Amat, donde yo crecí en los años noventa. Allí vendían todo tipo de chuches y bollos. En el camino también se hallaba un quiosco en el que siempre me paraba a ver los dibujos. Recuerdo los colores vibrantes y los personajes superheroicos de Marvel, que eran realmente llamativos, pero también me llamaban la atención los cómics de Superlópez y Mortadelo y Filemón. Cuántas risas me habré echado allí mientras mi estómago rugía y mi hermano me maldecía desde casa; o cuando me acompañaba, me rogaba y suplicaba. Así que devolvíamos el tebeo que habíamos ojeado, mientras el quiosquero nos miraba con cara de mala uva. Muchas veces comprábamos la merienda y apenas nos quedaba suficiente para un ejemplar de grapa (ochenta o noventa pesetas). Así que muchas veces solo cogía algo para él, y el dinero restante lo invertía en esa nueva historia que me haría pasar un buen rato en casa.

También recuerdo en los veranos, mis padres se quedaban trabajando en Barcelona, cuidando a mi hermano que era cinco años menor, y a mí me mandaban a un pequeño pueblo perdido del Bajo Aragón con mi abuela y mi tío. La casa era bastante sombría, y en cuanto podía iba a la pequeña biblioteca del lugar, donde tenían bastantes tebeos. Especialmente, Astérix y Obélix y Tintín. Creo que de los galos los leí prácticamente todos en un verano. También en la casa había unas novelas gráficas mayoritariamente de acción y guerra, creo que Hazañas Bélicas. Recuerdo haberlas releído una y otra vez cada noche antes de ir a dormir. Y en los sueños seguir soñando, porque leer tebeos es soñar despierto.

Mis diez tebeos españoles favoritos

  • Tumbita, en Ediciones Vértice, de Antonio Vila López (Tunet Vila).
  • Superlópez: Los cabecicubos, de Jan.
  • Mortadelo y Filemón: El sulfato atómico, de Ibáñez.
  • Historias de taberna galáctica, de Josep Maria Beà.
  • Ciudad, de Juan Giménez y Ricardo Barreiro.
  • Las crónicas del Sin Nombre, Víctor Mora y Luis García.
  • Taxista, de Martí Riera.
  • Autopista, de Perich.
  • Hazañas Bélicas, de Boixcar y otros.
  • Torpedo, de Enrique Sánchez Abulí y Jordi Bernet.
Tumbita, de Tunet Vila

MANU GUTIÉRREZ
1981, Ceuta

No tuve un momento preciso ni trascendental en el que decidiera hacer cómics. Lo que sí tengo son tres recuerdos de cómo fue creciendo en mí el interés por leer y hacerlos. 

El primero de ellos comienza, claro, en mi infancia. En Ceuta, donde nací, no era fácil conseguir cómics más allá del típico Mortadelo y Filemón en alguna tienda perdida con prensa. Por ello, recuerdo de forma muy vívida la visita a una Feria del Libro donde mis padres me regalaron Tintín y el secreto del Unicornio. Un amor instantáneo por un tipo de cómic que no había visto nunca.

La enorme carencia de referentes de la infancia fue solventada unos años después gracias a dos profesores apasionados del cómic del instituto de Algeciras donde estudié. Toni Barea me abrió las puertas del cómic mainstream norteamericano, y Antonio Cervilla las de la BD franco-belga. Los dos me traían al instituto bolsas cargadas de cómics (Watchmen, El Incal, From Hell, Silencio, Las ciudades oscuras, V de Vendetta, Partida de caza, Ronin…) que yo devoraba durante meses y con los que me di cuenta de la gran y variada cantidad de obras que el cómic podía dar.

Más adelante, otro hito importante que me abrió los ojos al cómic profesional fue el conocer y aprender del autor y profesor Sergio García. Fue en la carrera de Bellas Artes en Granada. Con él aprendí el oficio desde las entrañas, y despertó en mí una vieja obsesión soterrada: el cómic experimental. Algo que sigo explorando en la tesis doctoral sobre poesía y cómic que estoy desarrollando en la actualidad. 

Y poco más. Estos han sido los tres recuerdos más nítidos que han configurado mi relación con los cómics y han dado contexto al autor que soy hoy día. Así que, gracias, mamá, papá, Toni, Antonio y Sergio, desde estas líneas que espero poder continuar en el futuro.

Y aquí los diez tebeos españoles más importantes de mi vida:

  • Soy mi sueño, de Hernández Cava y Pablo Auladell. 
  • Lope de Aguirre. La expiación, de Hernández Cava y Ricard Castells.
  • Rabia máxima, de María Colino.
  • Tó Apeirón, de Santiago Sequeiros.
  • Federico en el Infierno, de Chema García.
  • El camino del titiritero, de Pablo Auladell.
  • Las meninas, de Santiago García y Javier Olivares.
  • Ventanas a Occidente, de Hernández Cava y Raúl.
  • Las metamorfosis, de Núria Pompeia.
  • La Torre Blanca, de Pablo Auladell.
Soy mi sueño, de Hernández Cava y Pablo Auladell

FERNANDO LLOR
1982, Vigo

Mi relación con el cómic empezó de forma similar a la de mucha gente de mi generación: a través de números sueltos de Don Miki y, por supuesto, a la colección de Astérix que atesoraba mi madre. Todo ello combinado con álbumes de Mortadelo y de Superlópez.

Sin embargo, fue poco después cuando esa primera conexión se transformó en algo un poco más fuerte. Ocurrió gracias a un vecino. Estábamos entusiasmados con todo el universo de Dragon Ball, y él me dio a conocer el Dragon Fall de Nacho Fernández y Álvaro López. Me reí muchísimo. La parodia, las referencias y el absurdo me engancharon completamente. Pronto llegaron los Fan Letal de Cels Piñol, Calavera Lunar, de Albert Monteys, y todo el maravilloso mundo de Groo (Groonan en la primera serie), de Mark Evanier y Sergio Aragonés.

Algo después de eso me picó el gusanillo de los superhéroes, pero no conseguía entrar en todo lo que se tomaba demasiado en serio a sí mismo. Hasta que descubrí el Masacre, de Joe Kelly (el vol. 3, que empezó en el 97). Ahí entré ya de lleno en el universo marvelita a base de querer conocer personajes que se colaban en sus páginas.

Apareció Onslaught y se “cargó” a Los Vengadores y a Los 4 Fantásticos, nacieron Los Thunderbolts engañándonos a todos, y me subí al carro con todo el equipaje.

Desde entonces me considero un disfrutón de los tebeos, especialmente de aquellos que son un poco más desenfadados y son capaces de conjugar acción y comedia con un tono épico. Y también entonces asomó una idea todavía muy peregrina en forma de «estaría bien hacer algo parecido algún día».

Los diez cómics españoles que más me han marcado:

  • Groo: El retorno, de Mark Evanier y Sergio Aragonés.
  • Mortadelo y Filemón: Magín el mago, de Francisco Ibáñez.
  • Supérlópez: Los cabecicubos, de Jan.
  • Dragon Fall, de Nacho Fernández y Álvaro López.
  • Fanhunter, de Cels Piñol.
  • Sicarios, de Roberto Corroto y Ertito Montana.
  • Calavera lunar, de Albert Monteys.
  • Una mujer, un voto, de Alicia Palmer y Montse Mazorriaga.
  • Saturnalia, de Manuel Gutiérrez y Manuel Romero.
  • La tercera ley de Newton, de Javier Marquina y Víctor Solana.
Dragon Fall, de Nacho Fernández y Álvaro López

SARAH CON HACHE 

1982, Salamanca

En mi casa los tebeos siempre han sido un bálsamo para esos días en que estabas malito y no podías ir al cole. Aún recuerdo cómo me reconfortaron Superlópez, Garfield, Marco Antonio, La Patrulla X... Pero el día en que mi madre me regaló la primera entrega del cómic Witch, con un estilo de dibujo totalmente nuevo para mí, fue el momento en que supe que yo algún día crearía historias en viñetas así.

Mis diez tebeos españoles favoritos:

  • Sindy, de Fernández Ripoll (Edmond).
  • Blacksad, de Díaz Canales y Guarnido.
  • Clara de noche, de Bernet.
  • 13, Rúe del Percebe, de Ibáñez.
  • Contrapaso, de Teresa Valero.
  • Curiosity Shop, de Valero y Montse Martín.
  • Ocurrió cerca de tu casa, de Carlos Areces.
  • El calzador de mesas, de Jordi Bayarri.
  • Trizia, de Pedro Pérez.
  • Lala & Friends, de Marta Ríos "LaGelfling".
Contrapaso, de Teresa Valero

LAURA MORENO E IRENE DÍAZ, XIAN NU STUDIO
1983-1984, Granada

¡Hola a todos, Xian Nu Studio al habla! Es difícil elegir una sola historia del mundo de las viñetas, porque cada obra que leímos desde nuestra infancia fueron pequeñas gotitas que llenaron poco a poco nuestro vaso creativo. Creemos que las obras que nos marcaron en la preadolescencia y nos llevaron a nuestra profesión actual como autoras fueron Dragon Ball y Ranma 1/2: las primeras que nos compramos por elección propia.

Toca señalar que en nuestros hogares no faltaban cómics, que aunque nos gustaban (cómics de Disney, DC, Marvel, Bruguera, bande dessinée...), no nos generaban lo que llamaríamos una gran afición. Nos gustaban y nos entretenían, pero no nos emocionaban.

Irene pensaba que su afición manga sería una moda de la que se acabaría cansando, pero empezó con Dragon Ball y el idilio sigue hasta el día de hoy. Fueron muchos años marcados por la influencia de esta obra, la cual acabó abriendo las puertas a adentrarse aún más en el mundo del tebeo, y especialmente en la narrativa manga.

Cuando Laura descubrió que su serie favorita, Ranma 1/2, venía de un cómic y que este se vendía en el kiosco de prensa, inauguró lo que sería su primera colección de manga. Era la primera vez que deseaba tanto una serie para aplicar su paga en comprarla. La intensidad e hilaridad de la historia, sumado a un estilo de dibujo diferente, le abrió un atractivo mundo nuevo dirigido, especialmente, hacia las obras japonesas.

Por esto, le debemos muchísimo a la llegada del manga a España, pues es lo que hizo que acabáramos conociéndonos y formando un equipo artístico para dibujar y crear historias como las que nos enamoraron en nuestra juventud, y algún día ser nosotras mismas ese germen que haga brotar las ganas de leer y dibujar viñetas en otras personas.

En cuanto a los diez tebeos españoles más importantes de nuestra vida, en nuestra lista encontraréis una mayoría de claras preferencias estéticas, pero esperamos que no suponga un problema, sino una muestra de lo importante que es encontrar algo que se amolde a los gustos de uno mismo. También hemos dejado unos apuntes de por qué están ahí. Algunos tienen comentarios individuales y otros grupales.

  • Crónicas de Mesene, de Aure Jiménez, Mateo Guerrero y Roke González. Cómo algo podía ser épico y con un aire manga sin serlo, e igualmente ser muy atractivo. Si algo nos hizo pensar que podíamos publicar una obra para nuestro país, fue esta publicación.
  • 3x1, de Inma Ruiz. Fue la primera en demostrarnos que se puede ser español y crear una obra sin apenas diferencias de los producidos en Japón, solo distinguible por el nombre de su autora.
  • B3, de David Ramírez. La irreverencia maravillosa y brutal junto su estilo cómico es algo de lo que nos empapamos durante nuestra adolescencia.
  • El juego de la luna, de Jose Luis Munuera y Enrique Bonet.
  • Blacksad, de Juanjo Guarnido y Juan Díaz Canales. Si no fuera por el mercado francés, no tendríamos estas obras, ya que en España llegaron como licencias. Pero los franceses no tendrían estas maravillas de no haber contado con tan estupendos autores españoles. Así que las contamos como obras con sueldo francés, pero manufactura patria.
  • Pechanko!, de Skizocrilian Studio.
  • Malefic Time: Soum, de Kenny Ruiz (mundo de Luis Royo y Rómulo Royo).
  • Underdog, de Noiry.
  • Zinzyde, de Enger Klaux.
  • Himawari, de Belén Ortega.

Todos son autores que pueden sacar pecho fuertemente, por lo multidisciplinares que son y porque sus historias se cuentan con una energía e intensidad infinita. Leyéndolos se sabe lo mucho que aman el arte secuencial.

¡Feliz día del cómic!

3x1, de Inma Ruiz

 

CRISTINA HURTADO, "GRILLANTE”
1984, Sevilla

El primer cómic que me compré con mi propio dinero fue Persépolis, de Marjane Satrapi. Y probablemente fue el que de verdad hizo que me interesara hacer historias. Gracias a Persépolis, descubrí que se podían dibujar historias importantes y cercanas. Que a la gente le puede interesar una novela gráfica en la que se cuentan vidas de personas corrientes.

Además, por supuesto, de ver que una historia contada y dibujada por una mujer, con una protagonista femenina, podía ser un éxito mundial. Ese cómic me marcó y me abrió los ojos a infinitas posibilidades.

Años después lo encontré en casa de mis padres, y al hojear las páginas comprendí lo mucho que había influenciado en mi estilo. Yo no me había dado cuenta. A veces no somos conscientes de lo mucho que nos marcan las cosas, hasta que lo vemos con un poco de tiempo y perspectiva.

  • La casa, de Paco Roca.
  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • María y yo, de Miguel Gallardo.
  • Mortadelo y Filemón, de Francisco Ibáñez.
  • Leo Verdura, de Rafael Ramos.
  • Cenit, de María Medem.
  • Hoops, de Genie Espinosa.
  • Carne de cañón, de Aroha Travé.
  • The Black Holes, de Borja González. 
  • Ocultos, de Laura Pérez.
Cenit, de María Medem

ALBERTO GONZÁLEZ, “ALBERTO D’AL-QAZRIS”
1984, Cáceres

Aprendí a leer con los tebeos de Ibáñez. Siempre me han encantado Mortadelo y Filemón, Chicha, Tato y Clodoveo y todos sus otros personajes. También sus compañeros de editorial (de ediciones B) con los que compartía esos preciosos tomos de “Super Humor” que siempre eran un regalo acertado para mí en Navidades o cumpleaños. Por lo que puedo decir que mi afición por los cómics me viene desde siempre.

No obstante, jamás me vi como un ilustrador.

Estudié Bellas Artes, y aunque, por supuesto, elegí la asignatura optativa de cómic e ilustración y también dibujos animados, siempre me consideré más un pintor o un escultor que un dibujante. En mi vida adulta he continuado con mi afición a los cómics con más o menos intensidad según la temporada, leyendo todo tipo de géneros y estilos, desde los maravillosos Astérix y Obélix a los fanzines underground de todo tipo y, por supuesto, los populares cómics de Marvel y DC, sintiendo especial predilección por las historias surrealistas e impecables del Sandman, de Gaiman.

Pero es después de comenzar a leer la serie de cómics Los caminantes (The Walking Dead) cuando me planteo hacer mi primer guion fuera de la universidad (¡por supuesto, de zombies!). Comenzó como un entretenimiento, desarrollando una historia titulada 25 segundos con más de cien páginas y unos dibujos realizados con tintas en un tono expresionista que jamás he enseñado a nadie... Fue el primero de muchos.

Pero es durante el confinamiento cuando, encerrado en casa e imposibilitado para realizar ninguna exposición artística ni dar clases de pintura, me he visto en la necesidad de reinventar mi propia concepción de artista. Así pues, comencé a dedicarme a la ilustración en serio. Confeccioné varios guiones con los que realicé algunos cómics de terror que fui presentando a diferentes concursos y me asocié a “exTreBeO”, donde encontré guionistas con los que desarrollar mi trabajo. Desde entonces he publicado varios cómics y he participado en diversos fanzines, convirtiendo mi afición en profesión, y aunque continuo con mi profesión de pintor, sigo trabajando habitualmente (y espero que por mucho tiempo) en esto de ilustrar cómics.

Así que yo seguiré creando mis cómics mientras siga habiendo alguien que disfrute de ellos.

 

CARLES ESQUEMBRE
1985, Valencia

Estoy escribiendo estas líneas gracias a un libro que me regaló mi madre llamado La técnica del cómic.

En los años noventa, siendo yo un niño y creciendo en el barrio de Benimaclet de Valencia, ciudad de gran tradición comiquera, encuentro en él todo lo que cualquier persona necesita para iniciarse en el mundo de los tebeos: autores, referencias, métodos de trabajo, dibujos e imágenes apabullantes.

Puedo decir sin lugar a dudas que ahí empezó todo. Su autor, Josep Maria Beà, el gran maestro de todo este maravilloso mundo de la historieta, hace referencia en sus últimas páginas a un viejo libro didáctico titulado precisamente La historieta, de Emilio Freixas, que no he tenido ocasión de leer, pero fue tal el impacto que causó en el genio de Beà, que en el cierre de La técnica del cómic menciona como único deseo que alguien pueda sentir con su libro lo mismo que él sintió con aquel viejo tratado de Freixas.

El círculo se cierra en el año 2006, cuando tuve la oportunidad de conocer en persona a Beà (gracias al también grande Jaime Martín) y decirle lo mucho que significó su libro para mí. Jamás lo olvidaré porque, sumado a la emoción de tener delante al hombre que me hizo creer y querer ser dibujante de cómics, el encuentro tuvo lugar en la Escola JOSO, donde se enseña magistralmente el oficio del cómic y la única escuela a la que he deseado ir desde que de niño veía su publicidad en las contraportadas de los comic books de Norma Editorial. En aquel sitio los profesores eran profesionales del mundo del cómic en activo. ¡Yo había crecido leyendo las historietas de algunos de esos profesores! Incluso, años después, tuve la oportunidad de trabajar con uno de ellos, maestro y amigo, el gran José María Beroy. Para alguien que venía de una experiencia académica nefasta (salí de la sartén del instituto para caer en las brasas de la universidad en septiembre y abandonar la carrera unos meses más tarde), estar en esa escuela era el camino hacia la respuesta que formulaba a mis padres cuando era un niño y les enseñaba un dibujo, no en busca de aprobación, opinión o afecto sino con una simple pero pretenciosa pregunta: “¿Este dibujo es publicable?”.

Hoy en día, con internet y las redes sociales, uno puede contactar, conectar y seguir de cerca el trabajo de sus dibujantes preferidos, pero para el niño que fui en los noventa, los dibujantes de las viejas revistas de cómic que descubría en casa de mis padres y cuyas viñetas iba rastreando a través del libro de Beà (dejamos para otro día mi cara de pasmado cuando descubrí que Beà y Sánchez Zamora eran la misma persona) me resultaba imposible poner cara y ojos a aquellos maestros, imaginarlos como personas normales y corrientes. Para mí solo había dos opciones: o bien permanecían en sus estudios produciendo cómics o bien ya llevaban años muertos. La segunda opción era la que empezaba a cuadrarme más, ya que a medida que pasaban los años caía en la cuenta de que todas esas revistas ya no se publicaban y eso explicaba también por qué jamás nadie me contestó al correo de los lectores cuando escribía a las direcciones de esas revistas.

Así que, como dice el último libro de mi querido y admirado Daniel Torres, en este humilde texto he querido escribir toda la verdad y mencionar a algunos maestros, a modo de homenaje y agradecimiento.

Lista de diez cómics españoles (sin orden de preferencia concreto y elegidos hoy, la lista es imposible de hacer porque son muchos los cómics españoles que considero imprescindibles):

  • Historias de taberna galáctica, de Josep Maria Beà.
  • Roco Vargas, “Júpiter”, de Daniel Torres.
  • Onírica, de José María Beroy.
  • El arte de volar, de Antonio Altarriba y Kim.
  • Yo, asesino, de Antonio Altarriba y Keko.
  • Lo que el viento trae, de Jaime Martín.
  • Kraken, de Jordi Bernet y Antonio Segura.
  • Clarke y Kubrick, de Alfonso Font.
  • Cortázar, de Jesús Marchamalo y Marc Torices.
  • El paraíso perdido, de Pablo Auladell.
Onírica, de José María Beroy

ALICIA GRANDE
1987, Barcelona

Cuando era muy pequeña solía leer los cómics de Mortadelo y Filemón que tenía mi padre en su colección. Me gustaban sobre todo los álbumes de 13, Rúe del Percebe, me fascinaba la disposición del edificio en cada página y me podía pasar horas mirando los detalles y contando cada arañita que Ibáñez dibujaba en los rincones de las habitaciones. Pero fue en la temprana adolescencia cuando me alcanzó realmente la vorágine de los cómics. Recuerdo estar enganchada a la televisión mirando Card Captor Sakura, "la cazadora de cartas", que daban en la TV3, no me perdía ni un capítulo. Cuando acabó la serie me quedé un poco descontenta con el final, y fue una amiga mía —fanática de Marvel ya entonces y aún a día de hoy— quien me regaló el tomo 12 del manga de Sakura, donde realmente se explicaba el final. Después de leérmelo mil veces acabé maravillada y decidí hacerme la colección completa. Cada vez que iba a la tienda descubría más mangas de series de ánime que estaba viendo en la televisión: Fushigi Yugi, One Piece, Yu Yu Hakusho, Monster... y cada visita suponía descubrir más cómics y más series. El tomo 12 de Card Captor Sakura fue el último que dibujaron las CLAMP para concluir su serie, pero el primero en mi vida como aficionada a los cómics.

Diez cómics importantes españoles:

  • Las aventuras extraordinarias de Massagran, de Josep Maria Folch.
  • Esther y su mundo, de Purita Campos.
  • 13, Rúe del Percebe, de Francisco Ibáñez.
  • Blacksad, de Canales y Guarnido.
  • Contrapaso, de Teresa Valero.
  • Rocaguinarda, de Oriol García Quera.
  • Los surcos del azar, de Paco Roca.
  • El arte de volar, de Antonio Altarriba y Kim.
  • Jamás tendré 20 años, de Jaime Martín.
  • Carne de cañón, de Aroha Travé.
Contrapaso, de Teresa Valero

SANTIAGO CALDERÓN, “SANTIAGUETE”
1986, Barcelona

Durante mi adolescencia abandoné el cómic. Me había acompañado durante mi crecimiento. Pero Spawn dark ages, los comics de Kiss y ese tipo de mandanga dosmilera me convencieron de que era mejor gastar mi poco dinero en manuales de Rol y discos de heavy metal de segunda mano. Y ahí estaba yo, con cuarenta pavos de regalo de cumpleaños que me quemaban en el bolsillo. En mi tienda de confianza, Los 5.000 dedos del Dr. T, tenían que sacar el módulo de la campaña de Aquelarre que estaba dirigiendo. Se retrasó. Sabía que si salía de aquella tienda con el dinero en el bolsillo, esos euros se iban a transmutar en cartones de vino, refrescos de cola y garrafas de agua.

Y de repente, apareció él. 

Un volumen negro, de la editorial Planeta-DeAgostini, con una cara dibujada y unas letras rojas en la portada donde rezaba: From Hell.

Yo me esperaba una historia de demonios y pactos con Satanás en la tónica de lo que había leído hasta el momento. Aunque hablaba de un asesino en la época victoriana, aquel Trve Black Metal escarificado en plumilla sobre hojas de papel satinado me hizo empeñar mi alma. Sellé un pacto con los poderes oscuros del cómic y tiré mi vida por el retrete. Las bibliotecas se volvieron mi morada, y adapté mi futuro profesional para ganar lo suficiente en el menor tiempo posible y así disponer de tiempo para formarme. Pues necesitaba ponerme al día en algo que había dejado de lado, antes de poder reproducir algo parecido a ese From Hell.

Heme aquí, convertido en una piltrafa social, con un trabajo de tres horas al día que me da lo suficiente para pagar una habitación inmunda y algo de comida para saciar mi gula. Pero con obra publicada. Obra de la que estoy orgulloso. No le llega ni a la suela del zapato a From Hell, pero dadme tiempo… dejad que acabe de revolcar mi mente en la miseria y entre en estado de gracia.

Muchas veces reflexiono sobre la ironía de que si me hubiese gastado esos cuarenta euros en kalimotxo hoy sería un hombre decente con trabajo fijo, familia e hijos.

Lista de diez cómics españoles de mi vida:

  • Los cuentos de la era de cobra, de Enrique Fernández.
  • El maestro, de Furillo, en TMEO.
  • Torpedo, de Abulí y Bernet.
  • Chica y Lobo, de Roc Espinet.
  • Naturalezas muertas, de Zidrou y Oriol.
  • El héroe, de David Rubín.
  • Kung Fu kiyo, de Hernán Migoya y MAN.
  • El fantasma de Gaudí, de El Torres y Jesús Alonso Iglesias.
  • Máculas, de Marcos Prior y Danide. 
  • Las calles de arena, de Paco Roca.
El héroe, de David Rubín

NADIA HAFID
1990, Terrassa

El cómic ha estado muy presente desde bien pequeña en mi vida. Primero, de una manera muy natural gracias a los ánimes que veíamos de pequeñas en la televisión mi hermana y yo, ya que cuando conseguíamos tener un poco de dinero nos hacía mucha ilusión ir al quiosco a comprarnos alguna de las grapas del manga original.

En el 98 inauguran en mi ciudad natal, Terrassa, una biblioteca pública con un fondo bastante grande de cómic (adulto), y es allí donde empieza mi educación comiquera con un poco de intuición y por progresión a medida que iba entrando en la adolescencia.

Tenía unos trece años cuando un día de repente me encuentro en la sección de cómic de esta biblioteca una portada que me llama muchísimo la atención: era una portada de Dave McKean, pero eso lo descubrí más tarde, y el cómic era el cuarto volumen de The Sandman, “Estación de Nieblas”. Recuerdo quedar muy impactada, y eso que más tarde me di cuenta de que en ese momento no lo había leído con la visión de adulta que se necesitaba, pero creo que es uno de los primeros momentos más emocionantes que he tenido y he experimentado adentrándome en este arte.

Ese fue el inicio, pero debo confesar que con el tiempo me he dejado seducir por otras visiones y por otras maneras de trabajar y entender el cómic.

Mi listado de cómics favoritos:

  • Estamos todas bien, de Ana Penyas.
  • El invierno del dibujante, de Paco Roca.
  • Pulse enter para continuar, de Ana Galvañ.
  • Vapor, de Max.
  • El arte de volar, de Altarriba y Kim.
  • Cenizas, de Álvaro Ortiz.
  • El otro mundo, de Miguel Brieva.
  • Gran bola de helado, de Conxita Herrero.
  • María y yo, de Gallardo.
  • La sangre extraña, de Sergi Puyol.


Nota: Diez son muy pocos, he escogido de memoria algunos de los cómics históricos que me han emocionado, y algunos cómics más recientes que me han influenciado creativamente, pero he tenido que dejar muchísimos fuera que también son importantes para mí, ¡malditas listas [risas]!

Pulse enter para continuar, de Ana Galvañ

ANDREA ENRÍQUEZ COUSIÑO, “AZAFATA HIPÓXICA”
1991, Santiago de Compostela

Cuando era niña mis padres compraban prensa todos los días, pero el domingo era especial porque además había suplementos. En la mesa de centro del salón de mi casa se acumulaba la lectura, y mis padres descansaban en el sofá enfrascados en las páginas de actualidad. Recuerdo especialmente El País Semanal, porque en la última página había siempre una tira de Maitena, una ilustradora e historietista argentina que fue la que despertó en mi infancia el interés por el cómic.

Quizá yo no tenía todavía la edad suficiente para entender los temas que trataba Maitena con su particular sentido del humor, pero no me perdía ningún domingo sus viñetas. Alguna era tan buena que mi madre las arrancaba del semanal y las guardaba en una carpeta. Lo mismo hacía mi madrina Sara, que además tenía una enmarcada en su casa decorando la pared. Ella empezó a comprarse los libros que publicaba la argentina, nos los dejaba a mi madre y a mí, y yo los devoraba.

En esa época, el domingo también era cuando mis padres me daban la paga semanal, y con cinco euros de mi asignación compraba historietas de la Colección Olé!, ampliando mi acopio de tebeos con otros grandes como Francisco Ibáñez. Así fue como a las Mujeres alteradas de Maitena se le sumaron personajes como Mortadelo y Filemón, Rompetechos, El botones Sacarino y los vecinos de 13, Rúe del Percebe, entre otros.

Los hermanos Zipi y Zape, de José Escobar, los Super Humor de la época y las historietas Olé! se multiplicaban en la estantería de mi habitación cuando era pequeña. Hasta hoy, que mi colección ha evolucionado y ahora leo a otras autoras, como Moderna de Pueblo, Ana Oncina, Flavita Banana o Maestra de Pueblo.

Voces que cuentan. Ilustración de portada de Esther Gili

CLARA S. PROUS
1991, Barcelona

El primer recuerdo que tengo de estar leyendo un cómic es cuando tenía como cinco años y venía en el metro con mi madre del mercadillo de la Zona Franca. Me acuerdo de preguntarle si podía solo mirar los dibujos y no leerme el texto del Mortadelo y Filemón que me había comprado.

También tengo constancia de que hubiera comics de estos de Mickey Mouse en papel como de fumar por casa, pero no sé si me los leí o qué.

Independientemente de esto, sí que tengo recuerdos de crear historietas en el cole con mis amigos en las que hacíamos burla de los profesores o de otros. También me acuerdo mucho de turnarme con mi amiga Mónica para comprar/robar los cómics de Love Hina, que nunca pudimos leer en orden. Sin más.

El momento… el exclusivo momento en el que descubrí el mundo “adulto” del cómic fue cuando alguien me puso la película de Ghost World. Me encantó. A ver, era una chavala que dibujaba todo el rato. Esos dibujos me cautivaron increíblemente, vaya, me obsesioné con Sophie Crumb, con Robert, Aline… después mis amigas me regalaron el cómic de Daniel Clowes, y de ahí tiré pa’lante. 

Después de leerme todos los “clásicos gringos” me obsesioné con los fanzines, y todo fue porque en el curso de ilustración que hacía fuimos al Salón del Cómic de Barcelona gratis, y allí había unos chavales que me dijeron que si les compraba todos los fanzines me regalaban un libro, todos valían como doce euros en total, así que me pareció buen plan. Eran los fanzines del Migas, cada tomo hecho por dos dibujantes y atados con una goma de pollo, superdivertidos.

Siempre había visto el rollo del fanzine no sé si con una clase de miedo, porque hay mucho perturbao artista, o de admiración, porque es mucha constancia no retribuida (o mal retribuida), pero desde ese momento le perdí el respeto. Vi que era muy fácil producir un fanzine (en términos logísticos, que es una movida ponerse a pensar historias y luego poder acabarlas) y, bueno, pues a tope. 

El Víbora, por ejemplo, gran referente para todos. No sé cuándo entró en mi vida, pero me acuerdo de comprarme toda la colección de golpe: ¡cien euros o así, ojo, eh!

Si tuviera que recomendar gente artista de aquí de España tendría que referirme a colegas. Esto no sorprenderá, pero el Carne de Cañón, de Aroha Travé, es delicioso, da pena que se acabé. Los ladrillos de Zumo Gris son muy graciosos y personales, todos somos ese ladrillo. Tengo un cómic por leer de Miguel Vila, que no juzgaré la historia, pero las ilustraciones y las composiciones son una pasada. El rompepistas, de Rosa Codina, no lo he podido leer, pero lo recomiendo porque ella iba a mi cole. 

Como veis sigo mirando más los dibujos que el texto. Lo siento, mamá.

Carne de Cañón, de Aroha Travé

PAULA CHESHIRE
1993, Pontevedra

Crecí leyendo especialmente números sueltos de Astérix, Lucky Luke, Tintín, la revista Golfiño y la revista Dibus. Siempre me gustó dibujar, pero las circunstancias me fueron alejando un poco del cómic a medida que crecí. No fue hasta que, teniendo quince años, descubrí el manga Full Metal Alchemist, gracias a haber visto el ánime antiguo y quedarme muy descontenta con el final. Fue el primer cómic que empecé a comprar religiosamente. Tanto me gustaba que hasta mi madre, que no tenía ni idea del tema, me regalaba los tomos que me faltaban. Me fascinó la capacidad de hacerme sentir tristeza, alegría, emoción… algo más que no fuera solo humor, y todo a través de unos dibujos que no se movían como ocurría en la televisión. De esta manera no solo empecé a consumir más cómic, sino que empecé a fantasear con la idea de que algún día quizá yo podría contar mis historias también a través de viñetas. Hacer reír, llorar, emocionarse... a alguien que no conozco.

No puedo ofrecer una lista de diez tebeos españoles más importantes porque se mezclan con cómics extranjeros… pero no puedo quedarme sin mencionar que me cautivaron especialmente Los surcos del azar, de Paco Roca, las historias tan reconfortantes de Croqueta y Empanadilla, de Ana Oncina, y las viñetas de Los Minimonsters, de David Ramírez.

 

SARA JOTABÉ 
1993, Zaragoza

En mi casa siempre había habido tebeos, pues mi padre era un ávido aficionado del medio, especialmente de aquellos que trabajaban el humor. Recuerdo que aún no sabía leer y ya les daba vueltas y vueltas, hojeándolos sin parar y alucinando con tantos colores, dibujos y juegos. Por la edad que tenía y lo que me fascinaba el mundo egipcio, el primero que me obsesionó fue Astérix y Cleopatra. ¡No entendía nada, porque ni siquiera leía, pero me encantaba! Ese fue el primer flechazo con el tebeo de mi vida, seguido unos años después por las Witch de A. Barbucci, donde comencé a dibujar y desarrollar cómics con cierta intención futura. El tercer punto de encuentro sería ya en la adolescencia con Mujeres alteradas, de Maitena, que me dio pie a leer todo aquello que caía en mis manos y a buscar más y mayores referencias. A fecha de hoy, el último encuentro en el que me decidí a desarrollarme y adentrarme profesionalmente en este camino fue con el trabajo Los capullos no regalan flores, de Moderna de Pueblo, aunque estoy segura de que no será el último ;).

Los capullos no regalan flores, de Moderna de Pueblo

 IVÁN SUÁREZ 
1995, Sevilla

Mi despertar tuvo lugar con cinco años de edad, aproximadamente. Era una mañana más normal de lo habitual, soporífera, diría yo; regresaba a casa junto a mi madre, acabábamos de hacer unos quehaceres, y sucedió; lo vi allí, en la cochera, sobre una pequeña y redonda mesa de madera, como si fuese un simple destornillador. No sé cómo llegó allí, pero estaba allí. Mis ojos se posaron, o, mejor dicho, se clavaron, en un ejemplar muy fino de Mortadelo y Filemón, publicado por el sello Olé; se trataba del álbum La máquina del cambiazo. Aquello me hechizó en cierto modo. “Era lo que necesitaba”, así fue como lo sentí. No me desprendí de aquel botín durante varios días, vivía y soñaba para él. No sabía leer, pero no importaba; me embelesaba siguiendo, perdiéndome, yendo y viniendo a través de sus delirantes viñetas, tan llenas de movimientos, desenfrenos y mil detalles alocados. Me quedaba observando sin demora alguna las fisonomías de goma de los personajes, sus expresiones histriónicas, sus colores chillones, o el placer que producía al tacto el relieve de la portada; la acariciaba incontables veces. Quería más de aquello. Entonces adquirí la costumbre de consumir en una librería del pueblo cualquier tebeo que tuviesen disponible por unas pocas pesetas (prontamente relegadas por el euro). En posteriores hallazgos conocí más criaturas del imaginario Ibañezco. Estaba el excéntrico y catastrófico Rompetechos, le siguió la canallesca y divertidísima comunidad de 13, Rúe del Percebe, y después debió venir el botones Sacarino, siendo el personaje del dire el auténtico protagonista de las historietas, un trasunto de Filemón, siempre víctima física y psíquica de algún malentendido; huelga decir que sus gags sobre enredos, tan inspirados, era los que más disfrutaba, hasta llorar de la risa. Solía llevarme prestados de la biblioteca municipal varios tomos recopilatorios del sello de Súper Humor, un poco maltratados por el tiempo; a partir de ahí, en todos mis cumpleaños, los invitados ya sabían anticipadamente qué ofrecerme para quedar tan dignos como reyes. En mis pesquisas también descubrí obras añejas que no iban exactamente acordes a mis gustos, pero que igualmente apreciaba por su innegable valor emocional y temporal, como eran los polvorientos volúmenes encuadernados de El Guerrero del Antifaz, que mi abuelo materno conservaba desde su dura infancia; el héroe que le ofrecía ratos de evasión frente al horror de la época. Además, por mediación de conocidos afines a mi círculo familiar, solía recibir, regaladas o prestadas, viejas ediciones de diferentes cabeceras de Bruguera, con las que pasé a descubrir creaciones de lo más diversas, inclusive de épocas y autores: Anacleto, Deliranta Rococó, Zipi y Zape, Don Percebe y Basilio, Topolino, Hug el troglodita, Pafman… Mucho, mucho más tarde, llegué a delicias de otras índoles, como el universo —en el que me quedaría a vivir— donde se producen las aventuras de Tintín (para mí, experiencias impagables, con la fortuna de poder revivirlas cuando me apetezcan), los trabajos honestos y corrosivos de Robert Crumb, la rica producción de Carlos Giménez, la pluma de Abulí y Carlos Trillo, el registro para adultos de Manuel Vázquez, el surrealismo costumbrista de Edika; también los submundos de Alfredo Pons, así como las fábulas, sensoriales y ambiguas, de Alvar Mayor, etcétera, etcétera. Pienso en todas esas citadas maravillas y recuerdo la pieza original que lo detonó todo, mi Rosebud, lo que me llevó a convertirme en el lector que soy ahora; ese ejemplar barato, y desvencijado, de La máquina del cambiazo, que aún guardo como oro en paño.

Selección de diez tebeos españoles:

  • Mortadelo y Filemón: Contra el gang del Chicharrón, de Francisco Ibáñez, 1969.
  • Frank Cappa, de Manfred Sommer, 1981/1989.
  • Las mil caras de Jack el destripador, de José Ortiz y Antonio Segura, 1984.
  • Rambla arriba, rambla abajo…, de Carlos Giménez, 1986.
  • Siete vidas, de Josep Maria Beà, 1983.
  • Historias negras, de Enrique Sánchez Abulí y Jordi Bernet, 1992.
  • El invierno del dibujante, de Paco Roca, 2010.
  • La nieve y el barro, de Enrique Sánchez Abulí y Oswal, 2013.
  • Historias del barrio, de Gabi Beltrán y Bartolomé Seguí, 2016.
  • Romeo muerto, de Santiago Sequeiros, 2021.
Frank Cappa, de Manfred Sommer

 

FRAN MARISCAL
1995, Jerez (Cádiz)

Los tebeos forman parte de mi génesis

Por azar, mi abuelo tenía cómics, y su hijo se topó con ellos. Mi padre se enganchó y comenzó a coleccionar bastantes cosas; lo más destacable, La Patrulla X, ya sabes, ese grupo que mi generación llama X-Men.

Poco después, mi viejo empezó a vender algunos tebeos para tener unas pesetillas con las que invitar a salir a la que sería mi madre. Y es que cuenta la leyenda que ella fue quién frenó a mi progenitor de seguir vendiendo el resto de sus colecciones marvelitas: “Paco, guarda esto por si tenemos un niño, que lo mismo le puede gustar”. Supongo que se trata de algún superpoder de precognición prematernal al que ni los mutantes de Claremont y Byrne pueden hacerle frente.

A mis dos años de edad ya conocía de la existencia de Batman, La Máscara, Goku y, evidentemente, el trepamuros, gracias a sus versiones animadas, pero aún no sabía nada del noveno arte.

La Patrulla X

El Especial Primavera de La Patrulla X junto a Los 4 Fantásticos me cambió la vida.

Aquella “revista con pequeños dibujos” repleta de personajes pintorescos a todo color revolucionó mi mente. En mi interior se detonó una necesidad de saber más. Mi padre me explicó que aquello era un cómic: “Este de aquí de las garras se llama Lobezno, y el de fuego es Johnny Storm, La Antorcha Humana”.

Yo no sabía leer, pero dibujaba de modo compulsivo. Le pedía a mi padre que me narrara los orígenes, las hazañas de aquellos tipos, quería hacer mis propios tebeos.

Probablemente, de aquella portada fue La Cosa el héroe que más llamó mi atención, y le tengo un especial cariño, por ser el primer súper que dibujé tras quedar prendado de aquel tebeo de Forum.

Dibujo de Fran Mariscal

Desde aquel momento tuve claro que yo quería formar parte del mundo de las historietas.

Por suerte, he tenido el apoyo incondicional de mi familia, y buenos maestros, todos ellos unos fenómenos en esta profesión. Una un tanto invisible en este país, lo cual es irónico teniendo en cuenta la variedad de autores nacionales, todos ellos titánicos y que no dejan de cautivarme lectura tras lectura, visionado tras visionado.

Bonus track. Diez cómics nacionales:

  • Los vagabundos de la chatarra, de Sagar Forniés.
  • Alien Albión, de Xavi Juan.
  • Enter the Kann, de Víctor Puchalsky.
  • Invisible, de Jaime Martín.
  • Jazz Maynard, de Raúle y Roger Ibáñez.
  • El velo, de Gabriel Hernández Walta.
  • Charles Manson: Una biografía, de Fabio Castro.
  • Ambigú, de Santiago Sequeiros.
  • Galdós y la miseria, de Alberto Belmonte.
  • Palos de ciego, de El Irra.

 

MÓNICA UNPIÉRREZ, “MOÑO”
1996, Barcelona

No recuerdo el momento exacto que empecé a leer cómics, porque desde el principio estuvieron en mi vida. Mi padre me compraba Mortadelo y Filemón en el aeropuerto (el único lugar donde podía encontrarlos en su momento) y me leía cada noche imitando las voces de los personajes. Mi momento favorito era cuando imitaba a Ofelia. Luego llegaron otros como 13, Rúe del Percebe y Superlópez. No me gustaba la lectura en general, pero disfrutaba y comprendía muy bien el lenguaje del cómic. Lo vi desde el primer momento como un arte y una profesión, ya que el propio Ibáñez se dibujaba a sí mismo cómo trabaja en la editorial Bruguera. Siempre supe que haría cómics. Aún dudo que me llegue a ganar la vida con ellos, pero desde luego haré cómics hasta el final. Lo enfoqué como una vocación y decidí estudiarlo en la universidad para poder tener todo el conocimiento en cuanto a lenguaje visual se refiere. A día de hoy leo cómics sobre todo para aprender a escribir buenos guiones y diálogos, ya que una cosa es dibujarlo y otra totalmente diferente guionizarlo.

Al principio pensé que el manga era lo que más me llamaba pero con el tiempo me di cuenta de que los cómics underground tenían algo que solo podría encontrar ahí. Poco a poco encontré referentes con los que me identificaba, como Julie Doucet, Robert Crumb, Geof Darrow y Jamie Hewlett. Sin embargo, un cómic a destacar es sin duda Transmetropolitan.

La Lista:

  • Mortadelo y Filemón, de Ibáñez.
  • 13, Rúe del Percebe, de Ibáñez.
  • Carne de cañón, de Aroha Travé.
  • Blacksad, de Juanjo Guarnido.
  • Paolo Pinocchio, de Lucas Varela.
  • Porcelain, de María Llovet.
  • ADN, de Fernando de Felipe.
  • Grito nocturno, de Borja González.
  • Reflejos, de Marika Vila.
  • Peter Pank, de Francesc Capdevila (Max).
Portada de El Vívora nº 63 (1985), con Peter Pank, de Francesc Capdevila (Max)
Creación de la ficha (2023): Silvia Sevilla
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Redacción de Tebeosfera (2023): "Por amor a los tebeos. Quienes los crean II", en Tebeosfera, tercera época, 22 (13-III-2023). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 21/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/por_amor_a_los_tebeos._quienes_los_crean_ii.html