PEDRO SUBERCASEAUX, EN LA HISTORIA Y LA HISTORIETA
Mañana... Lustig
En diciembre de 1902, El Diario Ilustrado informaba del regreso al país de don Ramón Subercaseaux, Ministro de Chile en Alemania. Lo que el diario no decía es que también regresaba el hijo de este importante señor: el joven Pedro Subercaseaux Errázuriz, quien, a los pocos meses, pasaría a integrar el equipo de colaboradores de ese mismo periódico. Sus lectores le conocerían como Lustig.
Efectivamente, en julio de 1903 comienza a dibujar en las páginas del Diario Ilustrado, logrando una excelente recepción de sus "monos". En poco tiempo, pasa de una página interior a ocupar la primera plana de los lunes. Un signo de la popularidad alcanzada era un llamativo aviso que aparecía los domingos: «mañana Lustig».
Nacido en Roma en 1880, Pedro Subercaseaux Errázuriz fue un chileno que vivió en el mundo. Hijo del pintor y diplomático Ramón Subercaseaux Vicuña, heredó su talento plástico y el espíritu viajero. Estudió en Francia, Inglaterra, Alemania y, siempre, en algún momento regresaba a Chile. Tal vez fue esa misma lejanía la que lo convirtió en un observador estudioso de su historia, naturaleza e idiosincrasia. Pedro León Maximilino María Subercaseaux Errázuriz en 1896.
Personaje multifacético, a Pedro Subercaseaux se le recuerda principalmente como un gran pintor de cuadros históricos; encontrándose entre éstos su polémico Descubrimiento de Chile e inolvidable Abrazo de Maipú. También, se le conoce como sacerdote: el monje que fundó el primer monasterio de los benedictinos en este país. Los menos, conocen a Lustig: su Otro Yo que pasó fugazmente por el humorismo gráfico, marcando un hito para la historieta cómica de Chile. En sus propias Memorias este pasado "frívolo" ocupa sólo un par de líneas. Dediquémosle, en justicia, algunas más.
Llaman la atención la soltura de su dibujo, la composición libre de cada pieza y la diversidad de temas que abarca. En el diario publica viñetas únicas —de motivos criollos, como las escenas en el parque Cousiño durante las fiestas patrias; y hasta surrealistas, como el "Desfile de microbios" en favor de los políticos que no se preocupaban de la salud pública—; también, Compone viñetas únicas que contienen varias escenas en diversos planos, no estructuradas en cuadros; por ejemplo, en su trabajo titulado "Tribulaciones de veraneantes" coexisten, en un desorden aparente, diez escenas cómicas referidas al mismo tema sin constituir con ellas una historieta.
Además, realiza historietas de hasta ocho cuadros en las cuales toma los más diversos temas, domésticos y mundiales. En una de ellas, llega a autoironizarse como pintor y caricaturista. Es el caso de "La situación desesperante"; en ella, narra la crisis creativa del dibujante que debe entregar su caricatura al diario... pero nada se le ocurre; cosa que, al parecer le pasaba a los mejores dibujantes: «Si el mismo Moustache no ha podido seguir con sus caricaturas, ¿qué hé de poder yo?»; dice, rompiendo sus materiales. «No hay más remedio. Me confieso vencido»; agrega, mientras comienza a escribir: «Señor Director de El Diario Ilustrado: Me ha sido imposible hallar un asunto para la caricatura de esta semana. Esteriliad completa… la inspiración por las nubes.»[1] Así, soluciona el problema, cumple con el diario y los lectores, convirtiendo en chiste la referencia a él mismo y a su oficio. Ante esta actitud, recordemos que Antonio Smith, el primer caricaturista profesional de Chile, también se autocaricaturiza en uno de sus primeros trabajos, legando un sano ejemplo que ha sido invariablemente seguido por sus mejores colegas. En el caso de Subercaseaux, su pseudónimo Lustig ("alegre, chistoso", en alemán) también tiene esa misma carga autoirónica.
Ilustración de El Diario Ilustrado del 10 de agosto de 1903.
Este pseudónimo, Pedro Subercaseaux, lo escogió para firmar sus viñetas cómicas; sin embargo, en agosto de 1903 se apartó de aquella norma. Anécdota en principio intrascendente que, con el tiempo, se nos convierte en curiosa y digna de mención: en un dibujo editorial, a seis columnas, saluda el ascenso de Pío X, como nuevo pontífice.[2] El joven artista, no podía saber que ocho años más tarde el mismo Papa posaría tres veces para él y que su pintura llegaría a alhajar una de las salas del Vaticano. Tampoco, como veremos más adelante, que una de sus últimas pinceladas también las daría frente a este Papa.
Von Pilsener
Probablemente el hecho de vivir esporádicamente lejos de Chile, le permitía a Lustig tomar distancia respecto de "lo chileno" e ironizarlo. En 1906 crea para Zig-Zag el personaje Von Pilsener, que bien podía representar esa mirada. En la historieta, al artista le interesaba «resaltar, en forma humorística, nuestros propios defectos, exponiéndolos a la cirílica de un imaginario observador europeo.»[3] No había de parte del autor, como también se interpretó en la época, una actitud antigermana. La misión de Von Pilsener, entonces —explicitada en la misma historieta—, era «estudiar las costumbres salvajes de una lejana región llamada Chile».
Don Federico Von Pilsener era un sabio alemán, de levita, con un paraguas que le servía de bastón; también, sombrero de aire tirolés y barriga prominente que le hacía honor a su apellido.[4] Bueno para comer salchichas y aficionado a la cerveza, «pesaba 107 kilos y 6 gramos». Recorría Chile acompañado de un perro que obedecía al apelativo Dudelsackpfeifergeselle, que en una traducción libre significa "aprendiz de gaitero". Este salchicha («tan largo como su nombre», según Coke), compartía todas las aventuras de su admirado amo, fueran éstas peleas, amores, viajes… o zambullidas —con traje de baño— en el mar de Chile.
Desde su aparición, en junio de 1906, Von Pilsener fue un personaje llamativo. En ese año la revista Zig-Zag estrenó su formato grande (de 38 x 28 cms., aproximadamente) y las aventuras del alemán se instalaron en una página completa, lo que le daba una presencia destacada en el conjunto del semanario. En cuanto a su estructura, ésta era de historieta-folletín, publicada por "entregas"; en páginas completas, de seis cuadros (y hasta de nueve) con textos bajo cada uno de ellos. Las aventuras continuaban en los números siguientes manteniendo la numeración correlativa de cada viñeta. Esto, probablemente, tenía un sentido práctico: tal vez de guía para el cajista (encargado de componer la tipografía) que debía poner los textos bajo cada cuadro; también es probable que Lustig entregara varias planas al mismo tiempo, cubrien do así distintos números de Zig-Zag y, con la numeración de sus viñetas, se protegía de los duendes de la imprenta para que la publicación respetara su orden.
Primeras dos viñetas de la tercera entrega de Von Pilsener.
En el lapso de un año —del 24 de Junio de 1906 al 9 de Junio de 1907— la historieta apareció sólo en diecisiete oportunidades; lamentablemente, ésta se publicó de manera irregular, sin alcanzar una periodicidad semanal o mensual estricta. Temáticamente, este conjunto cubre tres momentos que podemos esquematizar así: "Aventuras de un alemán en Chile", desde la llegada del profesor Fritz von Pilsener hasta su retomo a Europa; "Von Pilsener en Alemania", donde informa de su viaje a Chile en sesudas conferencias y en rituales tomaduras de cerveza; y "El regreso de Von Pilsener", donde el profesor vuelve a la sociedad chilena y se integra a sus pasatiempos y espacios favoritos: la política, la hípica, el teatro, la playa... en aventuras que ya no continúan, que son publicadas a mitad de página y que dejan de aparecer sin que exista un final rotundo de la historieta, como sí sucede, por ejemplo, con la primera entrega.
En su recorrido por Santiago, Von Pilsener vive graciosas aventuras. Para él, éste es un país especial; tanto que, a poco de haber desembarcado, la tierra se le volvió loca de remate: era el terremoto de 1906. Libreta en mano, se pasea por la ciudad, el teatro, veranea en Viña; y llega, incluso, a tener "un flirt desenfrenado". También hace turismo cívico; así, es testigo del cohecho, las elecciones y la celebración del recién elegido Pedro Monu («¡Fija mon!», gritaban los aborígenes). Tanto se interna en los vericuetos de la política chilena, que el "cacique von Monu", que "se hizo proclamar Kaiser de Chile", le mandó a llamar para que le organizara un ministerio... pero Von Pilsener no era un político y lo demuestra. Su "sentido común" era el de un afuerino, cuyo único compromiso consistía en observar y tomar notas para enseñar en Alemania «la costumbres de los indígenas que pueblan los valles de Chile».
Si bien Von Pilsener era un buen pretexto para que Lustig ejercitara la autoironía, no dejaba de ser un personaje que interpretaba parte de la cotidianeidad chilena.
Al pasar a tinta las historias de Un alemán en Chile, Lustig detectó un tema que estaba en el habla y la sensibilidad del pueblo chileno, especialmente en sus capas medias y altas. Un alemán en Chile podía tener miles de protagonistas en esos días; de hecho, entre 1846 y 1900, habían llegado al menos diez mil. A los colonos alemanes que Pérez Rosales llevó al sur de Chile, se sumaron años más tarde profesores y militares germanos que tuvieron una incidencia cultural en la sociedad chilena. Esta presencia es detectable no sólo en un rico küchen o en las características prusianas que tomó el ejército de Chile; también se notaba en la proliferación de "cuentos alemanes", entre los que campeaban los chistes de don Otto.
Estos chistes, principalmente verbales e incluso cantados, se ríen de la ingenuidad de los alemanes; de manera especial de las equivocaciones que producen el desconocimiento de las costumbres y el mal dominio del idioma. Lejos de la ingenuidad, la gracia de estos cuentos estaba precisamente en su aparente falta de picardía que, por ausencia, constituía el detonante que provocaba la risa. Por otra parte, estos "cuentos alemanes" son muy chilenos; así como los ''chistes de gallegos", tan populares en Argentina, no son originarios de Galicia. Obviamente, estos "cuentos" no corresponden a la autoimagen de los alemanes ni de los españoles, respectivamente. Publicación española que recogía muchos de estos chistes, ilustrados en este caso por Salvador Mestres.
Don Otto y Fritz (o Fedeguico) pasan a formar parte del folklore chileno, con cientos de cuentos y chascarros anónimos; algunos célebres que, por generaciones, se han transmitido como parte de la sabiduría popular para criticar las actitudes ingenuas: don Otto es aquel marido que sorprende a su mujer engañándolo en el sofá de su casa... y que, para evitar la repetición de la infidelidad, ¡vende el sofá!
Si bien los cuentos de don Otto y Federico no tienen autor conocido, en Chile hay al menos un pueblo que se reivindica como originario de la graciosa pareja. Es el caso de Illapel. Allí habrían vivido y muerto don Otto y Federico. En el cementerio del lugar, en el patio dos, hay una tumba en cuya lápida se puede leer: «Aquí yacen los restos de Otto Scheuch G., nacido a 5 de agosto de 1859, muerto a 26 de julio de 1889, y de Federico Scheuch G., nacido a 9 de mayo de 1868, muerto a 16 de noviembre de 1889». Para los illapelinos más antiguos, estos hermanos —Otto y Federico— vivieron en la ciudad y protagonizaron muchas anécdotas graciosas que se fueron convirtiendo en chistes... en cuentos alemanes.
De acuerdo a lo anterior, el profesor Von Pilsener se convirtió rápidamente en un personaje popular. Lustig aportaba con él una imagen a la iconografía del chiste alemán. Existía la caricatura verbal (se decía «cagamba» en lugar de caramba; y «Fedeguico» por Federico) pero no "un mono" que representara al tipo que en los cuentos representaba don Otto. Al crear a Von Pilsener, Lustig llenó ese vacío; así como más adelante Coke lo haría con Verdejo representando al roto chileno. El alemán en Chile era todo un personaje que ya pertenecía a nuestra cultura popular. Así se podría explicar la recepción inmediata que tuvo en el público, que le permitió desarrollarse como el primer personaje del comic nacional.
A poco andar, otros medios y otros dibujantes —en Corre-Vuela y Sucesos, por ejemplo— utilizan la imagen y el nombre de Von Pilsener como un prototipo humorístico del alemán.
Más aún, en los mismos días en que Zig-Zag publicaba la serie, en noviembre de 1906, aparece otra publicación con el nombre Von Pilsener, periódico político, satírico, literario y comercial. En ella no era Lustig quien dibujaba sus trazos, sino un dibujante anónimo. Tampoco le acompañaba el perrito Dudelsackpfeifergeselle. La nueva mascota era chilena: nada menos que un biznieto de Cuatro Remos, el personaje literario de Daniel Barros Grez. Este periódico, bastante modesto en comparación al lujo de Zig-Zag, publicó solamente dos números. Von Pilsener, en manos de otro dibujante, en la portada de Corre-Vuela.
Diez años más tarde, en noviembre de 1916, con el nombre del popular Von Pilsener se publica otro periódico que se autodefine corno «bimensual, humorístico, primaveral y muy ilustrado». Al parecer, como en otros casos, en su caracterización de "muy ilustrado" que los editores daban al periódico éstos querían connotar "cultura" más que "ilustración gráfica". De hecho, este Von Pilsener contenía algunos avisos y fotos sociales; pero la estampa del gracioso alemán no aparece en sus páginas, salvo las menciones editoriales de sus dos únicos números.
El intento más serio por hacer regresar a Von Pilsener, lo hace la misma revista Zig-Zag... cuarenta años después de que el personaje dejara de animar sus páginas. Así, en Agosto de 1947, cuando el semanario se relanzaba como Nuevo Zig Zag, anuncia el regreso de Von Pilsener «con permiso de su creador», aclarando que Pedro Subercaseaux «ha cedido sus derechos para que otro gran dibujante se encargue hoy de realizar para nosotros las Nuevas Aventuras de Von Pilsener». El nuevo dibujante sólo firmó con sus iniciales L.V., que presumimos correspondían a Lorenzo Villalón. A pesar de la solemnidad del anuncio, la historieta se publicó sólo durante dos meses, en ocho entregas; comenzó a una página, siguiendo el modelo original, y terminó en un recuadro minúsculo el 3 de Octubre de 1947.
Como se ve, Von Pilsener se independizó de Lustig, convirtiéndose en un patrimonio colectivo; a la vez, Pedro Subercaseaux dejó a Lustig: con hábitos de monje benedictino se alejó de la frivolidad y el lujo, optando para siempre por la meditación y la pintura. A pesar de ello, Von Pilsener no dejó de aparecérsele a su creador. En el estrecho cuarto de un monasterio europeo —cuenta Fray Pedro— «hurgueteando entre una infinidad de papeles, tuve la sorpresa de toparme con la reproducción de uno de mis dibujos hechos en Chile, que representaba al profesor Von Pilsener con su fiel perro Dudelsackpfeifergeselle, sacada de una revista alemana. ¡Qué pequeño es el mundo!»[5]
Si Von Pilsener es un personaje especial en la historieta nacional, su autor es digno de una novela. Respirando el aire puro de los viñedos familiares y el humo de los buenos cigarros, Pedro Subercaseaux veía cómo la historia pasaba por su casa. Él, simplemente, estaba ahí: pintando trenes en las paredes de los corredores, teniendo a su mano a los personajes de mayor reconocimiento en el arte, la política y la vida social de la época.
En un párrafo de sus Memorias nos cuenta sobre este entorno social, su viaje a Alemania y la definición de su vocación artística. De ese viaje Pedro Subercaseaux regresará a Chile y, como dijimos, se integrará al Diario Ilustrado:
«La candidatura presidencial de don Federico Errázuriz —escribe— se fraguó en buena parte en reuniones de personajes políticos que se juntaban en la Chacra Subercaseaux. Después de aquellas elecciones presidenciales de 1895, fue mi padre nombrado Ministro Plenipotenciario de Chile en Alemania y en Italia a la vez. No quedó más que preparar el viaje y despedirnos de Chile una vez más. Era tiempo para mí de tomar una resolución acerca de mi porvenir. Comenzaba ya a darme cuenta que ni la carrera militar ni la naval podrían satisfacer mis aspiraciones de belleza, ni menos satisfacer ciertas inquietudes que en mí sentía, pero que no sabía cómo definir ni analizar. Mirando el problema bajo una forma objetiva propia de mi edad, me decía a mí mismo: Lo que me atrae en las Fuerzas Armadas son o los barcos a vela, o los caballos y los uniformes pintorescos, cosas que ya están en vías de desaparecer. En cambio, por medio del Arte puedo hacerlas revivir en mis pinturas y darle así gloria a mi patria, aun hallándome lejos de ella. Seré, pues, pintor».
«Tuve una conversación con don Pedro Lira, el padre, según dicen, de la pintura chilena. También —agrega— con los pintores Valenzuela Llanos y Onofre Jarpa, antiguos amigos de mi familia. Los tres fueron muy atentos y alentadores. Los consejos que me dieron se pueden resumir en esta única palabra: ¡Dibuje, dibuje, dibuje...!»[6]
Así lo hizo. La vocación buscó sus canales y la prensa fue uno de ellos. Además de sus colaboraciones para El Diario Ilustrado y Zig-Zag, en 1913 ilustró para Pacífico Magazine las crónicas de Joaquín Díaz Garcés, que más tarde formarían las valiosas "Páginas Chilenas" de Angel Pino; también, los relatos históricos que Alberto Edwards firmaba como Miguel de Fuenzalida y las narraciones policiales del mismo Edwards.
«En tiempos en que éste era Ministro de Hacienda —escribe Pedro Subercaseaux—, me llamaba a veces a su Ministerio, que se hallaba entonces en los altos de La Moneda. Nos encerrábamos en su despacho para proyectar la próxima aventura del detective Román Calvo, mientras afuera el Subsecretario daba golpes en la puerta, anunciando que un conocido financista deseaba ver al señor Ministro.
—¡Que espere un momento —gritaba Alberto Edwards—, que estoy muy ocupado!»[7]
La simpatía que le dispensaban en La Moneda la encontró, sólo parcialmente, cuando debió tratar con el Parlamento. En 1913, los presidentes de ambas cámaras le encargaron pintar el "Descubrimiento de Chile", para decorar la testera del Salón de Honor del antiguo Congreso Nacional. En condiciones de gran incomodidad y juntando trozos de tela, el artista cumplió con el honorífico ¡e inmenso! encargo. No contó, sin embargo, con que su pintura debería enfrentar un absurdo "juicio", más político que estético, promovido por los parlamentarios que estaban decididos a oponerse a toda iniciativa que viniera de los presidentes del Congreso. La situación, en la distancia, no deja de ser dramática y divertida; se siente, al recordarla, cierto bochorno en el orgullo nacional.
Los políticos se enredaron en acaloradas discusiones sobre la pintura que, supuestamente, atentaba contra el buen gusto, la verdad histórica y hasta geográfica. Para salir de dudas, el honorable Congreso le pidió socorro a la Sociedad Chilena de Historia y Geografía, la cual encargó "una crítica histórica del cuadro" a una comisión que estuvo integrada por Aureliano Oyarzún, Max Uhle y Tomás Thayer Ojeda. A su vez, esta comisión pidió la opinión a diversos es pecialistas.[8]
Así, por ejemplo, el Director de la Escuela de Bellas Artes, don Fernando Alvarez de Sotomayor, debió responder preguntas como las siguientes: «¿Corresponde el retrato de Almagro al de un individuo de cuerpo pequeño y feo de rostro?»; otra: «¿La escena representada recibe en realidad, o tan sólo aparentemente, la luz solar desde el Sudeste?»; aunque parezca increíble, el sub-director del Observatorio Astronómico, Ismael Gajardo, también fue consultado: «¿En qué dirección y a qué hora aproximada del día 8 de Junio de 1536 debería haber mirado un observador del valle de Aconcagua para recibir la luz solar desde una altura de 45 grados?»; por su parte, el doctor Federico Johow, sabio alemán especialista en botánica, debió informar sobre la presencia de una determinada planta en la tela; y el historiador don José Toribio Medina sobre la exactitud histórica de la escena. Entre las respuestas, hay fragmentos tan graciosos como las preguntas: «Las líneas son armoniosas —escribe Alvarez de Sotomayor— sin ninguna particularidad (excepto ser tuerto del ojo derecho) que le distinga en un sentido u otro». El mismo Pedro Subercaseaux recuerda con ironía el irritante exámen a su pintura: «...Thayer Ojeda, ya anciano y casi ciego, preguntó qué era aquel bulto blanco al centro de la tela, a lo que se le contestó que era el caballo de Almagro»[9]. Una pintura muy cuestionada.
No quedó centímetro de la tela sin ser investigado. Se le criticó la vegetación, las patas de un perro y hasta las formas de las nubes. Al fin, el cuadro fue aprobado... señalándose en el informe final que el artista sacrificó «parte de la verdad histórica en beneficio de su mayor valor artístico y decorativo». Lo que es, tratándose de una obra de arte, una obviedad.
Quienes le conocieron relatan que Subercaseaux trabajaba con minuciosidad y que revisaba abundante documentación histórica para reproducir los uniformes y armas de las escenas militares; también, que trabajó largamente con el historiador Francisco Encina para acercarse lo más posible a la veracidad histórica en su obra plástica. Pero no todos, como hemos visto, reconocieron esta obra. Más aún, Subercaseaux sentía que la mayoría de los observadores de su pintura se detenían en lo secundario sin captar el sentido artístico más profundo que encerraba. El desdén que experimentaba por la falta de sensibilidad estética, lo ilustró bien —sin perder el humor— al contar el siguiente episodio:
«Estando en la Chacra —escribe— llegó un día un señor que deseaba comprarme un cuadro. Después de haber escogido uno, quedóse un rato mirándolo en silencio. Evidentemente se esforzaba por hallar una observación apropiada al caso. Después de un largo cavilar preguntó: ¿Tiene las tres manos de pintura?
Ciertamente —le respondí—. ¡En esta parte tiene hasta cinco manos!.
Sin más —agrega— sacó su cuaderno de cheques, pagó, llamó a su chofer y entre los dos metieron la tela dentro del imponente limousine Panhard-Levassor de ocho caballos.»[10]
Fray Pedro
Los autos último modelo, las modas, el lujo, estaban al alcance de Pedro Subercaseaux; nacido en el seno de una familia rica y aristocrática, poseía una gran fortuna y una vida social intensa. Sin embargo, desde niño quiso alejarse del bullicio e intentó evitar las tentaciones mundanas sin perder ese buen humor que le era tan natural como el silencio.
«He mencionado varias veces —anota en sus Memorias— la alegría que reinaba en el hogar de mi abuela. Quiero hacer notar que se trataba de una alegría puramente espontánea y sana, que no provenía de ningún estimulo artificial. No se habían inventado todavía los cocktails ni se conocía en Chile el whiskey. Esas fiestas modernas que terminan poco menos que en orgías, eran completamente desconocidas de nuestros abuelos, para quienes la dignidad y la compostura eran partes esenciales de su existencia».
«De esa alegría franca y sencilla —continúa— me ha gustado también participar, cuando me ha sido posible, pues Dios me ha dado un temperamento alegre. Pero, por otro lado, es también parte de mi temperamento una timidez que sobre todo en mi infancia, me impedía casi siempre dar rienda suelta a mi buen humor. Eso lo lograba solamente en los ratos en que me hallaba entre muy pocas personas y con quienes me sintiera en completa confianza. De otra manera me encerraba en mí mismo o, lo que era más frecuente, trataba de alejarme del ruido, no tanto porque me fuese desagradable, sino más bien por sentir me incapaz de romper el cerco de mi propia timidez. En la conversación me sentía, y me siento aún, incapacitado para proponer claramente una idea o para defenderla. Con la pluma en mano, en cambio, me sien to liberado de traba tan molesta. Juzgará el lector si utilizo con provecho esa liberación.» [11]
Fray Pedro.
Su timidez lo convertía en un "Subercaseaux reservado", broma que compartía con otros parientes y que aludía a un tipo de vino que producía esa familia. Digamos, sin embargo, que el dibujante no era más tímido que buena parte de los humoristas gráficos de todos los tiempos.
Pero el alejamiento de Subercaseaux fue más allá y se prolongó en su vida familiar. Según los parientes, «no tuvo otra novia que la que después fue su esposa»[12]. El matrimonio fue en 1906, en los mismos días en que dibujaba a Von Pilsener. Gabriel Val de Subercaseaux, Presidente del Senado, recuerda con gracia a sus tíos: «era hermano de mi madre —dice— y se casó con una señora Lyon de Valparaíso que era muy buena moza y muy beata. Yo los recuerdo rezando como locos a los dos…»[13]. En efecto, Elvira Lyon Otaegui era una joven de gran misticismo que tuvo, según las creencias familiares, «formal voto de castidad»[14]. La pareja se unió espiritualmente, en un matrimonio que duró catorce años hasta que ambos decidieron entregarse a la vida religiosa. Para ello era necesaria la nulidad matrimonial, tema complicado para la Iglesia Católica. En 1920 los esposos son recibidos por Benedicto XV: «Después de prolongada conversación, casi familiar, el Papa aprobó plenamente y bendijo el propósito.» [15] Cuatro años más tarde, Pio XII les concede la separación de vínculo. En consecuencia, Elvira Lyon ingresó a un convento español donde se convirtió en dama catequista. Pedro Subercaseaux, por su parte, tomó los hábitos de los monjes benedictinos en la Abadía de la Isla de Wight, en el Canal de la Mancha.
Como religioso, decíamos, en Chile se le recordará siempre por haber fundado el monasterio benedictino de la Santísima Trinidad de Las Condes; también ha dejado su pintura de temas sagrados, que está diseminada en diversos templos, en lienzos, frescos y vitrales. En este género, la obra de mayor aliento corresponde a la colección de 50 acuarelas con las cuales ilustró una biografía de San Francisco de Asís. En ella trabajó durante once años y fue editada en Chicago.
La aureola de santidad
Curiosamente, como veremos, don Pedro también debió "restaurar" su propia pintura. Recordábamos, en las primeras líneas, que Lustig —veinteañero— dibujó la asunción del Papa Pío X en El Diario Ilustrado; también, que en 1911 pudo retratarlo en persona y colgar una de sus pinturas en el Vaticano; en aquella oportunidad firmó la tela un elegante caballero, casado, vestido de frac. Pintó tres lienzos, uno de ellos fue traído a Santiago, al Seminario Mayor. Más de cuarenta años después Pío X fue canonizado. Entonces, ya anciano, el pintor volvió al retrato del pontífice para agregarle sobre su cabeza una aureola de santidad. Esta vez quien firmaba el lienzo no era Lustig ni el pintor laico, era fray Pedro con sus hábitos benedictinos. Toda una vida en una anécdota misteriosa. Era el otoño de 1954. Retrato de Pío X realizado por Pedro Subercaseaux.
Al poco tiempo, el 3 de enero de 1956, Pedro Subercaseaux muere en Santiago. Deja inconclusas sus Memorias, que se publican póstumamente. Ese libro, junto a los dibujos humorísticos, sus cuadros y el monasterio de Las Condes son obras concretas que, en sus distintas esferas, alientan la reflexión y el gozo espiritual. En ese sentido, la recopilación de las historietas de Von Pilsener busca ser un aporte para completar el registro de un legado tan heterogéneo.
En este caso, un legado que enriquecerá especialmente a los dibujantes jóvenes. Para ellos, ojalá, sea como conocer a un pariente lejano pero importante. Un colega remoto que aún puede enseñar, por ejemplo, que no basta saber dibujar para crear un personaje vivo: a la técnica, Lustig le agregó sensibilidad y cultura. Así nació Von Pilsener y, al publicar sus historietas en un sólo volumen, sentimos que estamos publicando "en diferido" lo que debió ser el primer libro de la historieta chilena.
[2] Véase El Diario Ilustrado, 10 de Agosto de 1903.
[3] Pedro Subercaseaux, Memorias, Editorial del Pacifico, Santiago de Chile 1962, primera parte, cap. XXVI, p.128.
[4] Pilsener era una marca de cerveza que llegó a convertirse en un sustantivo genérico para denominar a la cerveza rubia; esto, probablemente no sólo en Chile, ya que la palabra nos remite a Plzen (Pílsen), ciudad checoslovaca que produce excelente cerveza, producto de la calidad de sus aguas de pozo; así, Pilsener significa literalmente “originario de Pílsen”.
[5] P. Subercaseaux, Memorias, op. cit., segunda parte, cap. 111, p. 183.
[8] Véase "Informe y otros antecedentes sobre el valor histórico del cuadro Descubrimiento de Chile del señor don Pedro Subercaseaux, de Aureliano Sotomayor. Max Uhle y Tomás Thayer". Revista Chilena de Historia y Geografía, Nº 13, 1914, pp. 69 - 94.
[9] Ídem, primera parte, cap. XXVUI, p. 154- 155. En las Memorias de P. Subercaseaux, que es una publicación póstuma que —al parecer— no alcanzó a ser revisada, hay errores de fechas y nombres respecto de éste episodio. Este sucedió en 1913 y no en 1918; y participó en él don Tomás Thayer Ojeda y no don Luis Thayer Ojeda.
[12] Begoña Narvarte, "Fray Pedro Subercaseaux; lo privado, revelado", reportaje en Revista del Domingo, El Mercurio.
[13] Gabriel Valdés Subercaseaux, entrevistado por Margarita Serrano, revista Mundo (Diners Club lnternacional), Año IX,Nº 100, Marzo de 1991.
[15] P. Subercaseaux, Memorias, primera parte, cap. XXXI, p. 168.