NO SOLO DE HAMBRE VIVE EL HOMBRE
ESCOBAR Y SU CARPANTA
Carpanta formó parte de aquellos entrañables personajes del semanario Pulgarcito en su “década prodigiosa” que abarcó los años 1947 a 1956. En aquella revista se dieron cita los mejores autores con las mejores series humorísticas de todos los tiempos, logrando entre todos ellos la más auténtica descripción de la sociedad española de la posguerra. Fue una verdadera crónica de la vida cotidiana española, un reflejo fiel, mordaz y corrosivo, a la vez que tierno y cariñoso, de aquella sociedad, tratada con gracia y violencia, con ingenio y acierto, con veracidad y profundidad. En Francia se dice que para conocer a fondo la sociedad francesa del siglo XIX, lo mejor es leer a Balzac. Igualmente podemos decir que para conocer la realidad española de la posguerra, lo mejor es leer el Pulgarcito. Un estudio detallado de esa revista durante aquellos años sería la mejor crónica costumbrista a la que nos podríamos referir para comprender la mentalidad y costumbres de la sociedad española de entonces y sus repercusiones sobre las generaciones que le siguieron. Tal estudio se podría titular, por ejemplo, “Los humoristas del Pulgarcito, testigos de su tiempo”. La censura no vio o no dio importancia a estos elementos, que, aunque evidentes, estaban protegidos por el humor, ya que éste permite hacer gala de más licencias que el tema “serio”. Parece increíble que la censura no interviniera en la corrosiva crítica subversiva de aquellos personajes. Pero es que los blancos obsesivos de los censores eran la “política”, la “religión” y el “sexo”. Y el Pulgarcito sabía tratar tales temas con mucho ingenio, con una gracia y una sutilidad que no podían menos que escapar totalmente a los energúmenos incultos y con un cociente intelectual próximo al cero, que eran los encargados de la censura. Hasta el punto de que no supieron ver o no pudieron hacer nada para impedir que hubiera una sección titulada “Nuestra voraz tijera”, que pretendía seleccionar los mejores chistes, como si los hubiera recortado de diferentes publicaciones, cuando en realidad era la intención el denunciar los “cortes” tan famosos que se efectuaban en las publicaciones, y, sobre todo, en el cine. Burla y denuncia al mismo tiempo, los lectores, ellos sí, comprendían la alusión. Fue gran acierto de los editores y artistas el concebir una revista que no sólo se dirigía a los niños, sino que era perfectamente adaptada para los adultos, lo que fue la clave de su éxito. El carácter español es capaz de convertir en chistes y relatos humorísticos unas situaciones y condiciones que muchas veces son trágicas. Y si muchos de los que leíamos entonces aquellos tebeos no conocíamos una situación tan dramática, sí la teníamos bajo nuestros ojos constantemente, en el caso de un vecino o a la vuelta de la esquina: pobres con ropas rasgadas, usadas o remendadas; gentes que no podían lavarse convenientemente, y aún menos perfumarse; gitanas con gruesos vientres y rodeadas de “churumbeles” agitados y harapientos que tenían que mendigar o echar la buenaventura, emigrantes de otras provincias que tenían que trabajar duro todo el día por una miseria y dormir en un solar o, también, bajo el puente, o en chabolas; vendedores ambulantes con la tienda a cuestas; vendedores furtivos a domicilio que tenían que burlar la vigilancia de las autoridades; comerciantes que abrían a escondidas en horas de cierre obligatorio; estraperlistas que acosaban a los que tenían dinero; y tantas otras situaciones que eran el lote diario de muchos y la evidencia ante los ojos de los otros.
Aquellos personajes calaron muy hondo en el lector (desde niños hasta personas de mayor edad). La prueba es que llegaron a formar parte integrante del colorido, rico y sabroso lenguaje popular. Se designaba a la gente, a las personas, con los nombres o motes de los protagonistas de aquellas famosas series. Se hablaba por ejemplo de una familia como de “la familia Pepe”, según los rasgos que los caracterizaban; se decía “pasa más hambre que Carpanta”; a un enamoradizo poco agraciado se le llamaba “un Cucufato Pi”; a niños traviesos se les tildaba de “Zipi y Zape”; a una persona con exceso de peso se le llamaba “Gordito Relleno”; a las solteronas presumidas se las llamaba “las hermanas Gilda”; a una vieja bruja o fanática se la llamaba “Doña Urraca”; a alguien irascible “Don Berrinche”; al señor bajito con mujer gorda, se les llamaba “Don Pío y doña Benita”; y así todos los que regularmente aparecían en la revista y que permanecen aún hoy en nuestro hablar cotidiano. Este podría ser también el objeto de un interesante y curioso libro sobre las expresiones habladas de origentebeístico.
Escobar fue uno de los dibujantes más famosos, creador de personajes inmortales, inolvidables. De entre ellos he escogido a Carpanta, por ser no sólo uno de los más representativos del autor, sino también por el particular impacto que tuvo para mí, en aquellos años de mi niñez.
Como su nombre lo indica (hambre violenta), representa aquella obsesión por el tema del hambre y la comida en nuestra larga posguerra, época de escasez en todos los aspectos, de represalias, de racionamiento y de estraperlo en todo el país.
Su atuendo era toda una simbología. Conservó sus características a lo largo de toda su existencia, con sólo algunos cambios en detalles. En las primeras historietas llevaba un sombrero alargado de ala ancha, negro al principio, en algunas ocasiones blanco. Seguramente la forma y el color daban un tono excesivamente tétrico y sombrío al personaje, que incluso podía dar miedo a los niños. De ahí seguramente que se cambiara por un “canotier” al estilo del cantante francés Maurice Chevalier. Aquel personaje, un vagabundo vestido de frac y pajarita, humillado pero con la cabeza erguida, sonriente a pesar de su lastimera situación, y jocoso cuando podía hacer de las suyas entre la alta sociedad, era una fotografía simbólica del español vencido y resignado, que tanto sufrimiento y peripecias vivía. Era, también, una representación del pícaro español, de tan amplia y conocida tradición literaria, que se pasa la vida soñando en opíparas comilonas e ideando las mil y una picardías para conseguir la máxima realización de sus sueños: comer. Todo lo demás queda reducido a un segundo plano, o, mejor aún, a la nada, porque su razón de existir es únicamente la de satisfacer su siempre insaciable e insatisfecho apetito. Su Graal es un pavo asado y sus sueños están poblados de animalitos bien cocinados, como corderos, lechoncillos y pollos, sabrosos y humeantes, que su agudísimo olfato es capaz de percibir a larga distancia. Claro, como es clásico en el español de entonces, la constante es la frustración. La satisfacción de su hambre proverbial será siempre frustrada y su insatisfecho estómago continuará torturándole al reclamarle aquello que nunca puede alcanzar. Su desdentada boca, guarnecida por sólo uno o dos dientes en la parte superior, representaba dramáticamente el lamentable estado delas fauces españolas debido a la falta de ejercicio y la falta de cuidados sanitarios, más allá de las limitadas posibilidades de los bolsillos de la mayoría de la población. Su boca es grande, y casi siempre abierta, mostrando la negrura de una realidad social que la mayoría de los españoles no osaba, ni podía, criticar abiertamente por miedo a la delación y las brutales represalias de un sistema que se pretendía justo y santo. Aquel negro pozo sin fondo, siempre abierto y dispuesto a engullir lo que se ponga por delante, era obsesivo en las aventuras. No sólo invocaba el hambre, también simbolizaba el deseo de gritar, de clamar justicia o reclamar lo debido a todo ser humano. Pero de aquella bocaza sólo salían lamentos y una frase a guisa de refrán: “¡Ay, qué desgraciadito soy!”. Y como adorno, allí arriba estaban aquellos dos menudos dientes que en una ocasión llega a sacrificar para venderlos y con el dinero comprar comida que luego no puede masticar, falto de ellos.
Escobar intervenía personalmente, de vez en cuando, en las historietas de Carpanta. Era su manera de dar testimonio de su implicación en la obra y el personaje. Cuando vi por primera vez una de esas intervenciones, fue mi ilusión el que otros dibujantes se identificaran, pues siempre había sido objeto de mi curiosidad el saber quiénes estaban detrás de los dibujos, y qué aspecto tenían. De ahí me vino mi afición por los autores de los tebeos y mi interés en conocer por lo menos los nombres de los autores y reconocer su estilo. Bruguera respondió en parte a este deseo publicando la foto del autor en los monográficos de la serie ‘Magos del lápiz’. ¡Cuán lejos estaba yo de imaginar que otros muchos dibujantes eran muchachos jóvenes, tan sólo unos años mayores que yo mismo! Pero esto lo supe mucho más tarde.
Volviendo a Escobar, recuerdo que se había dibujado en una ocasión ante la página en blanco, con sólo los cuadritos de las viñetas, pero falto de inspiración para dibujar, o con problemas de conciencia sobre si dejaría comer a Carpanta o no (¡la conciencia de los que tenían el poder de aliviar o solucionar los problemas de los españoles!), o con unos muchachos que le reclamaban le diera de comer a su personaje (¡la “vox populi”!), o teniendo cuitas y problemas con los dirigentes de la editorial, poniendo así de relieve el servilismo al que el español tenía que someterse si no quería pasar hambre como Carpanta.
Carpanta llegó así a concentrar en su personaje una sátira de muchas de las preocupaciones y problemas de los españoles de entonces. El hambre, claro, la obsesión de la comida, de los manjares que estaban fuera del alcance de tantos bolsillos vacíos o a los que sólo se podía acceder raramente y tras arduos esfuerzos y dificultades. Las viñetas estaban cargadas de pavos, de vacas, de pollos asados, de sabrosos lechoncillos, de monumentales jamones, de interminables chorizos y de banquetes entre gente de la “alta sociedad”, gente “de alcurnia y copete”. Es evidente en este tema la influencia de las famosas películas de Charlot. Otros elementos aparecen de vez en cuando, como el racionamiento y sus interminables colas, y el estraperlo con sus inquietantes personajes y la sempiterna amenaza de la ley. Otro elemento característico del personaje es su famoso alojamiento, el ojo de un puente (con pestañas, muebles pétreos naturales, ventilación y agua corriente), denuncia de la escasez de alojamiento de entonces. En fin, Carpanta es también un pícaro, en la larga tradición de la picaresca española, pues tiene como ocupación el tratar de ingeniárselas para conseguir algo que echarse al diente. En aquella sociedad había que desenvolverse como se podía y los estómagos vacíos agudizaban el ingenio para conseguir algo: robar un bolso o una cartera, colarse en alguna comilona burguesa, vender algo (hasta sus propios últimos dientes) para conseguir unas monedas.
Carpanta no nos hacía mucho reír. Más bien era de dientes afuera (¡!). La lectura de aquella serie era más bien triste, quizás porque estaba muy apegada a la dura realidad cotidiana. Y en lo que nos fijábamos al leerla, más bien que en la historia o los “gags” era en la precisa veracidad de las situaciones y personajes y, sobre todo, en el profundo y claro simbolismo de lo que estaba representado en el personaje y sus situaciones.
Leíamos con una sonrisa triste y sentimental.
Agustín Riera Torres
Artículo reproducido con permiso de su autor y editor