NEUROCIENCIA Y CÓMIC
(A propósito de Los sentidos, de Matteo Farinella, y su relación con Neurocómic)
Una vez asumido que el cómic es un medio y, como tal, sirve para exponer cualquier contenido de ficción o de no ficción, se presenta un problema… si es que no queremos conformarnos con la trivialidad de insistir en que el medio es el mensaje y por lo tanto todo es historieta; quiero decir, si no aceptamos que es cómic cualquier composición que combine imagen y texto con atisbos de secuencialidad, como por ejemplo —en el límite— el papel con instrucciones de montaje de un armario de Carrefour. Me refiero al tópico centrado en discernir entre historieta e ilustración, o entre tebeo y libro ilustrado. El problema tiene su interés, puesto que su resolución disolvería la pretensión de distinguir entre un cómic puro frente a otro impuro, en nombre de una supuesta autenticidad tebeística primordial [1] .
La reciente aparición de Los sentidos, de Matteo Farinella, y su consiguiente lectura reavivan el dilema. Farinella es un doctor en neurociencia que dibuja cómics relacionados con su especialidad académica. Hace unos años publicó Neurocómic, en colaboración con la doctora Hana Ros (Norma Editorial, 2014), y en realidad Los sentidos es inseparable de aquel, pues este funciona como la segunda lección de un tratado introductorio acerca de los rudimentos de la neurología, ciencia cuyo objeto de estudio es el sistema nervioso humano y en particular el cerebro, órgano vital unificador del sistema y centro de operaciones del mismo. Uno y otro, Neurocómic (ya en su título) y Los sentidos, se presentan como historietas. En mi opinión sí lo son, aunque el artificio llevado a cabo por Farinella en ambos títulos para dejar constancia de que en efecto son cómics le lleva a incurrir en la paradoja que luego veremos. Dicha paradoja no mengua el interés de estas historietas, más bien al contrario. Pero primero me referiré un poco al contenido de los dos tebeos.
Neurocómic y Los sentidos
Neurocómic se compone de Prólogo, Epílogo y cinco capítulos intermedios, todo ello dibujado y escrito en lenguaje gráfico, secuencial. Los capítulos son: 1. Morfología; 2. Farmacología; 3. Electrofisiología; 4. Plasticidad, y 5. Sincronía. Por su parte, Los sentidos sigue una estructura similar, cinco capítulos (esta vez no numerados): Tacto, Gusto, Olfato, Oído y Visión, entre Prólogo y Epílogo.
La neurociencia, pues de eso se trata, nació con Santiago Ramón y Cajal y su teoría neuronal del sistema nervioso, en detrimento de la teoría reticular defendida por Camillo Golgi. No obstante, ambos científicos compartieron en 1906 el Premio Nobel de Fisiología o Medicina, dado que Cajal pudo observar y demostrar la realidad de las neuronas como unidades discretas gracias al método de tinción o coloración descubierto por Golgi [2] . Las lecciones del neurocientífico Farinella consisten en un bello paseo por nuestro sistema nervioso, desde las neuronas hasta el cerebro —en Neurocómic—, pasando por cada uno de los cinco sentidos corporales clásicos —en Los sentidos—.
No es cuestión de resumir aquí el contenido, interesantísimo por cierto, de ambos libros. Baste con indicar que el doctor Farinella consigue sintetizar gráficamente el estado actual del abecé de la neurociencia básica, integrada en el paradigma vigente en que se enmarcan los programas de investigación actuales en el ámbito de las ciencias cognitivas. La teoría sintética de la evolución, el modelo electrofisiológico, la analogía computacional (hardware/software, inputs/outputs, procesamiento de la información), etcétera, configuran el marco teórico del discurso científico de Farinella. Es un discurso marcado, sin duda. La ciencia no se nutre de la mera experiencia; sin teoría no hay experimentación. El autor reconoce la incidencia de las prenociones filosóficas, de la filosofía en definitiva, a la hora de estudiar el cerebro y, de paso, configurar una concepción de la vida y del mundo, de la realidad.
Pero no estamos hablando de un par de libros de ciencia (aunque también), sino de un par de tebeos. Las ideas son comunes, al alcance de la razón; el arte, en cambio, es una realización singular. Sin embargo, es cierto que no cabe establecer compartimentos estancos en la actividad de los individuos y, por consiguiente, entre la ciencia y el arte. Ramón y Cajal, padre de la neurociencia, lo certifica. Sus casi tres mil dibujos que ilustran (a ojo, como quien dice) la realidad microscópica del sistema nervioso anticiparon lo que décadas más tarde, en 1950, reveló la novedad del microscopio electrónico. Matteo Farinella, con sus cómics, sigue a Cajal no solamente en su faceta científica, sino también en la artística.
Los tebeos de Farinella
Retomando la cuestión inicial: ¿son cómic Los sentidos y su hermano mayor Neurocómic? Ya dije arriba que en mi opinión sí lo son. En concreto, creo que, más allá del estilo secuencial que Farinella sigue para exponer en viñetas el contenido de los respectivos capítulos de ambos títulos, lo que definitivamente los convierte en historietas son el Prólogo y el Epílogo de cada uno de los dos. Aunque, si me apuran, reconoceré que yo he visto más cómic, o acaso de mejor calidad, en Neurocómic que en Los sentidos.
Quizás ello sea debido a que la argucia que emplea Farinella en Neurocómic la repite en Los sentidos, pero cambiando los personajes y por ende la historia. El autor pretende en uno y otro contar dos historias, aunque basadas en un mismo discurso. Y es aquí, me parece, donde flojea Los sentidos como historieta memorable. El cierre o clausura de la historia es más redondo en Neurocómic.
La narración gráfica, secuencial, de los capítulos respectivos de ambas obras transcurre en el cerebro del personaje central de cada una. He ahí la cuestión. Las dos historias comparten el mismo planteamiento; las vías de entrada al cerebro (en el Prólogo) y de salida de él (en el Epílogo) difieren en cambio en cada una. En el caso de Neurocómic, no es ya que el grueso de la narración transcurra en el cerebro del protagonista, sino que además Farinella apela en el Epílogo del tebeo a Scott McCloud y su Entender el cómic para poner en boca de un personaje: «Nuestra existencia depende del cerebro del lector». De igual modo, la historia de Los sentidos discurre por el cerebro de la protagonista, en virtud de otro mecanismo argumental, si bien el Epílogo de esta última historieta desvela otro tipo de claves de lectura, menos tebeísticas y más filosóficas.
Con todo, en el plano de las respectivas historias todo ocurre en el interior de los cerebros de los personajes principales. Mientras que en el plano del discurso todo se da en el cerebro del lector. A fin de cuentas, el cerebro es el órgano rector del sistema nervioso central y el responsable de las funciones psíquicas superiores.
Una aplicación intensiva, pues, de la tesis de McCloud por parte de Matteo Farinella contribuye a convertir sus dos obras, Neurocómic y Los sentidos, en historietas tout court. Pero no basta con la teoría del cierre o clausura para caracterizar como cómic cualquier representación secuencial con imágenes estáticas. Ha de haber también una fabulación del autor, más cierta activación en el lector del sentido de la maravilla, siquiera como propensión… (fabulación y sentido ausentes en las instrucciones de montaje de un armario de Carrefour, al menos por el momento) [3] .
Ahora bien, al proponer Farinella en los dos cómics tal discurso, deviene ante el lector una paradoja.
Neurociencia materialista versus cómic idealista (ida y vuelta)
La paradoja a que me refiero tiene un cariz filosófico. De hecho, ya lo hemos señalado y así lo reconoce Farinella, la filosofía y sus ramas no son ajenas a la investigación (neuro)científica. El sensualismo, por ejemplo, es una posición epistemológica que se fundamenta en un dictum clásico: “Nada hay en el entendimiento que no estuviese antes en los sentidos” [4]. Por su parte, el problema mente-cerebro, trasunto contemporáneo de la clásica aporía de la relación entre el alma y el cuerpo, es un tópico especializado de la filosofía de la mente que recurre a la analogía del ordenador para comprender dicha relación. Y es aquí, en el entorno del problema mente-cerebro, donde se da la ocasión de posicionarse respecto a la tradicional distinción entre idealismo o materialismo, por un lado, entre dualismo o monismo, por otro lado, o sobre alguna de sus mediaciones [5].
En el Epílogo de Los sentidos, Farinella refiere el dualismo cartesiano para descartarlo, pese a la importancia cultural decisiva de este planteamiento. Luego, por vía del poeta Walt Whitman y del filósofo y psicólogo William James, concluye aceptando el enfoque propuesto por Antonio Damasio (autor del libro El error de Descartes) y su esposa, Hanna [6]. Se trata de un planteamiento monista materialista, que es a fin de cuentas el más compatible con la neurociencia vigente. Y es aquí donde yo quería llegar.
El monismo materialista, en cualquiera de sus versiones —reduccionistas o emergentistas—, afirma que la mente es un producto del cerebro (como la bilis lo es del hígado, diría el médico filósofo Cabanis). Nuestros contenidos mentales proceden, entonces, de la actividad cerebral que unifica y procesa las sensaciones, de manera que solamente podemos afirmar con solvencia que existe aquello que percibimos. La argucia discursiva de Farinella estriba precisamente en situar el cerebro del (o de la) protagonista como sede de la narración, y la actividad del cerebro del lector como último garante de la realidad del tebeo como tebeo. «Nuestra existencia», recordemos, «depende del cerebro del lector», dice un personaje de Neurocómic citando a McCloud. Pero es en este punto donde deviene la paradoja, pues a fin de cuentas, por efecto de la teoría del cierre, el materialismo deriva en idealismo, al menos en la versión de George Berkeley y su famoso esse est percipi o “ser es ser percibido”, lema fundamental del idealismo subjetivo, totalmente compatible por lo demás con el empirismo.
Esta es, así, la paradoja. La neurociencia se basa en posiciones monistas materialistas, mientras que el cómic depende para existir como tal de una tesis afín al idealismo subjetivo. Hasta el mismo cerebro y los órganos sensoriales, sugiere Farinella, existen como lo que son —al menos para sus personajes— en la medida en que son percibidos como tales. Hermanados, entonces, por obra y gracia del científico artista, o del artista científico, el materialismo remite al idealismo y viceversa, el idealismo al materialismo. Neurocómic y Los sentidos se instalan en una paradoja en la que neurociencia y cómic van de la mano incesantemente por un camino de ida y vuelta [7].
Este sentido de ida y vuelta corresponde al significado original del término latino versus, antes de que por influencia anglosajona se impusiera como contra. Es un sentido que apoya que la ciencia y el arte no son para nada incompatibles ni contrarios. Matteo Farinella nos lo demuestra. Sigue a su maestro Ramón y Cajal.
[1] Probablemente es este un dilema irresoluble, ya que no se trata de una cuestión meramente científica, sino más bien entreverada con las normas del gusto. Se me ocurre que una prueba del algodón para saber en qué posición se encuentra cada uno ante este dilema la proporcionan las páginas que Will Eisner publicó en la revista PS Magazine.
[2] El Nobel a Golgi no se limitó seguramente a valorar una técnica de coloración microscópica. De manera implícita se reconocía también la importancia de su hipótesis, aunque falsada, según la cual la información neuronal fluye por el sistema nervioso a través de un entramado de redes continuo, a diferencia de la de Cajal, que postula la existencia de las neuronas como unidades discretas, diferenciadas. Los trabajos posteriores de Sherrington y de Katz respecto a la sinapsis y el papel de los neurotransmisores, más la invención del microscopio electrónico, sustentaron fehacientemente la concepción de Cajal.
[3] Los tres libros teóricos de Scott McCloud:Entender el cómic, Hacer cómics y Reinventar el cómic, proporcionan otra prueba del algodón para que cada uno decida si son o no son historieta.
[4] Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu . Es un adagio de raíz aristotélica adoptado (y adaptado) en la Edad Media por la escolástica. No obstante, el empirismo británico moderno, con John Locke en particular, lo actualizó estableciéndolo no solo como principio, sino también como límite del conocimiento, según la versión “No hay nada en la mente que antes no haya pasado por los sentidos”. David Hume lo llevó a sus últimas consecuencias. Y Kant, por su parte, lo armonizó con un tipo de apriorismo que prevalece en la epistemología contemporánea.
[5] La filosofía de la percepción añade otras posiciones, como el realismo directo o crítico, el representacionalismo, el fenomenismo… si bien no es el plan extender más esta nota.
[6] Como colofón de la breve exposición teórica en el Epílogo de Los sentidos, Farinella representa a Hanna Damasio pronunciando estas palabras: «… no experimentamos la realidad pasivamente a través de los sentidos, la filtramos constantemente a través del rico tapiz de información que proviene del interior de nuestros cuerpos. No existe una sola realidad, sino tantas realidades como cuerpos existen».
[7] Cabe señalar que tanto el idealismo subjetivo como las paradojas son fuentes inspiradoras de guiones y obras de arte. El primero subyace, por ejemplo, en la novela El mundo de Sofía. Por su parte, Logicomix es una historieta motivada por la paradoja de Russell.