NADIE ES PERFECTO. Jim, Jam y el otro, de Max Aguirre.
Las armas del humor
Fue Joseph Klatzmann quien perfiló la esencia del humor con su célebre “reír por no llorar”. La raíz de su definición encierra cierto componente carnavalesco de enfrentamiento con lo real. Ante los cargados tintes dramáticos que constituyen nuestra percepción social (no olvidemos que la nuestra, como la de cualquier otra especie, es la de una lucha por la supervivencia), la risa se teje de un espíritu descarnado que, a pesar de sus múltiples formas y fórmulas, aligera el peso de lo cotidiano. Las sonrisas nos hacen livianos, incluso ilusos capaces de pensar que los lastres de la preocupación diaria se desprendan por un momento. La risa es salud, la risa es rebeldía, la risa es la llama sagrada del ser humano, la que nos hace ser únicos, dentro del complejo engranaje de lo universal.
Líneas en el agua
La escuela argentina de historieta siempre ha desarrollado, desde sus orígenes, un claro componente contestatario. No es para menos. Los condicionantes sociales (no hará falta insistir en sus continuos enfrentamientos fraticidas, ¿verdad?) han alcanzado, en numerosos periodos de su historia, el grado de extremos. De este modo, el uso de la comicidad adquiere en argentina un marcado sentido de necesidad, de desahogo, que oscilará entre una ironía sarcástica e irreverente en aquellos momentos más evidentes de enfrentamiento social, y, en otros de menor tensión, el ligero y delicado cuadro de costumbres ajeno al combate subterráneo.
Es en este último contexto donde hemos de enmarcar la obra propuesta de Max Aguirre: Jim, Jam y el otro.
Idas y venidas
Editada por Sudamericana, la colección de tiras recogidas son un breve muestrario (publicado entre los años 2007 y 2008 en el diario La Nación de Buenos Aires) de una serie nacida ya en el lejano 1999. Serie exitosa (con exposición incluida en el Centro Cultural Recoleta) que ha crecido a la par que su autor. Jim, Jam y el otro responde a la formación de una voz enteramente personal y original dentro del panorama de la historieta argentina. Inmerso en la amplia corriente de imitación de lo cotidiano, Max Aguirre aporta, frente a sus innumerables predecesores, una reinterpretación lírica de la realidad.
Situación y contexto se entremezclan en un único plano en el que la realidad deja paso al espacio conformado por la libre interpretación de unos personajes dotados de una personalidad propia. En cuanto al primero, nos encontramos un Buenos Aires arquetípico, telón de fondo de un devenir de lo cotidiano marcado por las propias experiencias vitales de sus protagonistas; transfondo inherente donde alcanzar, sin más motivo aparente, su propia conciencia individual. Buenos Aires se refleja a cada paso, como elemento circunstancial que acompaña la anécdota y la sonrisa. Las palabras adquieren forma en el discurrir diario. Sus parques, sus amplias avenidas, sus bares y cafeterías, cobran presencia en torno a este itinerante diálogo de almas humanas. Aquello que nuestro autor ve en su quehacer. De este modo, ningún espacio se presenta sin este carácter eminentemente comunicativo. Buenos Aires es ciudad de conversaciones vedadas a media luz y Aguirre, entre aires burlescos acompasados por los ecos de un bandoneón, nos presenta marcos en los que esta pueda fluir y brotar libremente. Poco importan los viajes (unas ligeras vacaciones, momento ideal para la charla casual al volante o a la búsqueda de nuevas aventuras en cualquier otra parte) que puedan variar el escenario. Buenos Aires se gesta alrededor de un eterno retorno.
De igual modo, tan personal como la mirada, el trato irreverente que la circunda, particulariza la expresión de nuestro autor. Al igual que Girondo en su día, Aguirre procura que el humor descarnado se convierta en el eje de su obra y pensamiento. La sencillez de unos personajes a medio camino de la infancia y de una madurez nunca asumida, provoca su conflicto cotidiano con un mundo ancho, y a cada día, más lejano de sus propios sueños e intereses. Sus deseos quedan aparcados, arrinconados y olvidados, en el lento devenir de la ocurrencia. No olvidemos el trabajo del “otro” con su sempiterno “delivery de respuestas ocurrentes”. La greguería espontánea parece cobrar un nuevo estatus en sus respuestas sin valor (esto es así porque nunca se menciona el precio, no con ánimo de ser sarcástico) aparente. En las mismas se trasluce una actitud ante lo social consecuente con el buen humor, con esa tranquilidad de ánimo y espíritu noble que tanto exasperaba a almas más volcadas con el drama como noble conocimiento de lo real (léase Aristóteles y su escuela). La realidad y sus circunstancias pueden encararse de otra manera –por descontado más sana- en la que una actitud abierta y volcada en el compromiso con la felicidad propia y ajena se convierte en guía y bandera de esta pequeña revolución de la sencillez de lo cotidiano.
Por otro lado, alcanzar el estatus de estrella con sus groupies a cuestas, o las vacaciones doradas a la aventura, o discernir de qué tipo es la empanadilla de turno, casos aislados que no hacen más que poner parches perennes a este trío donde los sueños nunca se rompen pero jamás se definen. Oscilan entre los recuerdos anclados en el pasado, de una infancia perdida o de una juventud lejana (principalmente pues alguna visión onírica del futuro se cuela con gusto), y un presente descarnado, ahogado por la incertidumbre de un mañana más que incierto. Es este el campo de batalla sempiterno a todo tiempo y condición. Donde la crítica se revela como condicionante escondido, resguardado. Si toda ansia y anhelo se presenta como inalcanzable, y por mucho que resulten humorísticos los esfuerzos de nuestros personajes, encarar el “combate” aunque sea con las únicas armas de la ingenuidad y de un sarcasmo ligero, no deja de ser una obligación soterrada en toda persona, haciéndonos replantear, en esta especie de catarsis más vitalista que vital, nuestro propio compromiso personal, ese que siempre dejamos de lado con cualquier mínima excusa.
El hombre inmortal, Carmichael el mago de lo posible, los amigos, las citas condenadas de antemano, los mismos insectos que les rodean… junto a nuestro trío protagonista, un amplio muestrario de pequeños fracasados de la sociedad rigurosa e iconoclasta, se incorporan al devenir de estas desventuras esbozadas entre sonrisas socarronas. Una propuesta humorística en la que una legión de vidas orquestadas acompaña este ir y venir entre lo anecdótico y lo ocurrente. Lo incongruente alcanza su máxima expresión en la presentación de estos modelos de la buena fe. Ellos mismos se presentan como chistes vivientes en el que sus actitudes denotan la torpeza o el error que los desvía de lo socialmente aceptado y tenido en cuenta como correcto. Lenguajes y actitudes desviadas que los hacen únicos y diferentes en su propio discurso cognitivo. Aquello que esperamos como aceptable, como aceptado, deja de poseer sentido, reducido su significado a cenizas. Como en un buen film de Billy Wilder, “nadie es perfecto”.
Lo inesperado es asumido así, como efecto humorístico de primer orden. El humor desprendido, residirá en esta pequeña sinfonía de conversaciones entrecortadas, de personajes presos de su propia sencillez prístina. No estamos ante un humor agresivo volcado en la burla. El desvío residirá en una normalidad aparente, que, sin embargo, se deshace por entero de lo presupuesto como verdadero. Los juegos de ingenio, la ambigüedad, nutren este uso de lo abruptas de las relaciones entre lector y realidad. Identificarnos con ellos, ya sea con ese Jim, ese Jam o ese misterioso otro, no hace más que acercarnos al nuestro lado más amable, a ese profundo estado carencial capaz de devolvernos la ilusión por recomponer aquello que nos rodea. Actitud, opinión o crítica, como se quiera ver, que en todo caso, como toda última esperanza, nos devuelve, lo cual no es poco, la mejor de nuestras sonrisas.